Los jóvenes en el Mediterráneo: retos y oportunidades culturales de cambio

Azza Karam

Asesora principal de Cultura, Fondo de Población de las Naciones Unidas, Nueva York

Los jóvenes constituyen el grupo de población más numeroso y, a la vez, más castigado de la región árabe en cuanto a visibilidad y empleo. Las oportunidades de desarrollo personal de los jóvenes de estos países son, en efecto, muy limitadas, especialmente para las mujeres, debido sobre todo a las carencias sociales en educación y cultura. Los efectos de la globalización, por otra parte, pueden ser un arma de doble filo, ya que a la vez que proporcionan herramientas para conocer otras culturas, pueden contribuir al aumento de la violencia y el terror. Para evitarlo, los jóvenes deben convertirse en agentes de cambio cultural con capacidad de participación crítica en el seno de las sociedades del mundo árabe.  

Los jóvenes de edades comprendidas entre los 15 y los 24 años constituyen el mayor grupo de edad entre las poblaciones árabes del Mediterráneo: representan más de una tercera parte del total de habitantes de la región árabe, y aproximadamente el 20 % de las poblaciones de Egipto, Iraq, Líbano, Libia, Marruecos, Omán, Sudán, Siria, Túnez, Yemen, Jordania, Argelia y Arabia Saudí.[1] Pese a constituir el mayor grupo de edad desde el punto de vista demográfico, los jóvenes son también quienes se enfrentan al mayor reto en lo relativo al desempleo. Todos los países de la región han experimentado un incremento de las tasas de desempleo juvenil entre 1991 y 2007, con la excepción de algunos países del Golfo. De hecho, y según el Informe de 2005 sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio en la Región Árabe, se calcula que los jóvenes constituían el 44 % del desempleo total en dicha región.

 Los últimos acontecimientos producidos en Gaza sirven para subrayar el modo en que la región árabe se halla inmersa en un cambio decisivo de índole política, económica y social, además de verse acosada por importantes cambios relacionados con el desarrollo y exacerbados por la actual recesión económica global. Entre las fuerzas más notorias a las que se enfrenta se hallan las acusaciones implícitas y explícitas de que la región es caldo de cultivo del terrorismo. Esta acusación resulta cada vez más difícil de ignorar si tenemos en cuenta la elevada incidencia de atentados suicidas no sólo en la propia región, sino también entre los jóvenes de la diáspora árabe y entre los jóvenes de ascendencia árabe (e islámica) que viven en las zonas europeas del Mediterráneo.

Evaluando la situación de los jóvenes en las sociedades desarrolladas, el Informe de 2007 sobe la Juventud Mundial de las Naciones Unidas señala: «Auque se han realizado notables progresos, sigue habiendo importantes diferencias en las oportunidades de desarrollo para los jóvenes tanto entre las distintas economías de mercado desarrolladas como en el propio seno de éstas. Sigue habiendo un gran número de jóvenes que no pueden acceder a los beneficios del crecimiento y el desarrollo nacional y participar plenamente en la sociedad. Las desigualdades en el desarrollo de los jóvenes resultan evidentes en todos los países para los que se dispone de datos, incluyendo aquéllos en los que los sistemas de bienestar social se hallan bien arraigados. Las desigualdades a menudo se hallan vinculadas a factores tales como la clase, la etnicidad, la raza, el género y el estatus de emigrante».[2]

Los acontecimientos producidos en Grecia muestran que los jóvenes, para bien o para mal, están haciendo notar su presencia y oír su voz; y no siempre de una forma «pacífica». Al mismo tiempo, en Estados Unidos se ha afirmado que la elección de Barack Obama como presidente fue posible en gran parte gracias a la energía y el compromiso de una parte representativa de la juventud de todo el país. Asimismo, los movimientos en favor de un cambio medioambiental están siendo encabezados, cada vez más, por jóvenes de todo el mundo. Aunque se trate de un cliché, no por ello deja de ser también una realidad: los jóvenes pueden forjar o quebrantar la paz y la estabilidad de nuestro planeta.

Toda una serie de talleres, conferencias y publicaciones de dentro y fuera de la región árabe y mediterránea subrayan el modo en que los propios jóvenes ven algunos de esos acontecimientos, especialmente a la luz de la comunicación y las redes globalizadas. Muchos jóvenes ven la globalización como un fenómeno polifacético que plantea expectativas, necesidades y formas de interacción, marcando una diferencia significativa con respecto a las experiencias juveniles de generaciones anteriores. Las consecuencias de la globalización en los jóvenes árabes pueden evaluarse en términos de dinámicas culturales, sociales, económicas y políticas.

Los jóvenes, el desempleo y los retos asociados al género

El desempleo es una razón clave que subyace a la pobreza generalizada y su consolidación. Mantiene a los jóvenes «cautivos» en una época en la que todos y cada uno de ellos aspiran a alcanzar cierto nivel de independencia relativa, encontrar su propia identidad, o incluso poder escoger a su futuro cónyuge. La Organización Internacional del Trabajo señala que la juventud árabe (en los países de Oriente Próximo y África del Norte) sufre una tasa de paro del 12,2 % anual. De hecho, el Informe de 2004 de la OIT indica que esto, unido a la merma de los derechos laborales, la reducción del valor salarial y la introducción de una media anual de 2,5 millones de jóvenes en el mercado laboral, agrava significativamente la realidad del desempleo. El informe subraya también el hecho de que el paro femenino supera el masculino en un 50 %, mientras que el paro juvenil alcanza el 39 % en Argelia, nada menos que el 50 % en Palestina, y el 25 % en Egipto. Aunque el desempleo se da en todos los estados árabes, no en todos presenta las mismas características. En los estados del Golfo, por ejemplo, las instituciones económicas prefieren a los trabajadores extranjeros, que resultan menos costosos (en términos de salario y mantenimiento), mientras que la privatización y el ajuste estructural han exacerbado el desempleo en otras partes.

Las mujeres jóvenes de la región árabe tienen una doble desventaja, ya que tanto las consideraciones relacionadas con la edad como las relacionadas con el género tienden a limitar sus oportunidades de empleo. Algunas mujeres logran encontrar trabajo, a menudo tras superar serios obstáculos, pero un número relativamente importante de ellas no participan en absoluto en el mercado laboral. La participación femenina en la población activa se ha incrementado en muchas partes del mundo durante las dos últimas generaciones, pero en Oriente Próximo y África del Norte las diferencias de género en el empleo siguen siendo amplias; en 2005, la tasa de participación de las mujeres jóvenes en la población activa fue del 25,1%, una de las más bajas del mundo, muy por debajo del 54,3 % correspondiente a la tasa de participación de los hombres jóvenes de la misma región (Oficina Internacional del Trabajo, 2006b). Estos porcentajes representan las proporciones de búsqueda activa de empleo. Sólo una cuarta parte de las mujeres jóvenes de la región buscan trabajo, y una significativa proporción de ellas no podrán encontrarlo; en 2004 las tasas de paro para este grupo se mantuvieron en el 26,4 % en Oriente Próximo y el 46,8 % en África del Norte (Oficina Internacional del Trabajo, 2005).

Gran parte de las investigaciones realizadas indican que, aunque se suponía que la globalización, con sus mecanismos económicos, abriría nuevos mercados laborales para los jóvenes árabes, lo que de hecho ha sucedido es que los mercados árabes en su conjunto se han visto inundados de productos de países exportadores. Esto ha ocurrido, como posteriormente ha argumentado el PNUD,[3] monopolizando los mercados árabes y haciéndolos consuntivos. Asimismo, la globalización tiende a marginar a los jóvenes con menos educación y cualificación, y a empeorar las condiciones de la atención sanitaria en círculos de producción y generación de renta, lo cual, a su vez, contribuye a incrementar las tasas de pobreza. Esos mismos mecanismos de integración mercantil global, no obstante, sí logran funcionar para un número limitado de jóvenes que son lo bastante afortunados como para poseer la cualificación y las habilidades adecuadas para cosechar sus frutos, perpetuando así en gran medida las desigualdades sociales y económicas en las sociedades árabes.

Hay un consenso generalizado entre los investigadores y especialistas en el ámbito laboral en el sentido de que existen obstáculos institucionales que impiden la creación de oportunidades de empleo. Los mercados laborales tienden a ser tradicionales, estrictamente definidos e inflexibles, lo cual, a su vez, debilita la movilidad laboral en toda la región mediterránea. Además, la falta de un apoyo integrado eficaz a las pequeñas empresas desempeña un importante papel a la hora de crear diversas pautas de desempleo entre los jóvenes, especialmente en países de renta media acosados por conflictos como, por ejemplo, Palestina e Iraq, o en aquéllos que sufren una guerra civil, como Líbano, Somalia, Sudán, Yibuti y Argelia.

En el Informe sobre la Juventud Árabe del PNUD, los autores subrayaban que luchar contra el paro y la pobreza, y crear oportunidades de empleo para los jóvenes, constituye un reto significativo al que se enfrentan los gobiernos árabes, especialmente teniendo en cuenta que los jóvenes representan más de la tercera parte del total de habitantes de la región árabe. Sostenían además que las actuales políticas de empleo y lucha contra la pobreza no se basan en un análisis sólido de los mercados laborales.

Mientras que el Informe del PNUD de 2005 sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio en la Región Árabe señala que la educación y el empleo de los jóvenes constituyen uno de los medios básicos para potenciar a la juventud, los propios jóvenes de la región consideraban que la forma de gobierno democrática era otra cuestión clave. Sostenían que los mecanismos de gobierno democrático proporcionan un marco institucional para la participación de los jóvenes en la sociedad, así como la exigencia de responsabilidades a la autoridad y la garantía de transparencia en la gestión de los asuntos públicos.

Muchos jóvenes árabes se apresuran a señalar que el paisaje árabe contemporáneo sufre de una crisis de potenciación política de los jóvenes, manifestada en una sensación de incertidumbre e inseguridad entre ellos. Esto, a su vez, aumenta su sensación de aislamiento, les impide afrontar sus retos constructivamente y mitiga la participación política constructiva. Muchos jóvenes perciben la forma de gobierno democrática como una esfera de participación ampliada a través de consejos locales electos y una presencia efectiva parlamentaria y basada en partidos. En el Informe sobre la Juventud Árabe del PNUD, así como en el Informe sobre la Juventud de la Liga Árabe de 2006, muchos sugerían diversos mecanismos para alentar la participación de los jóvenes en esos marcos, como la asignación de escaños para los jóvenes en dichas estructuras. Otros, sin embargo, eran de la opinión de que alentar una participación social más amplia y genuina en general daría como resultado que se alcanzara la anhelada potenciación política de los jóvenes.

Es importante tener en cuenta las dinámicas concretas de participación política juvenil en los países ocupados y acosados por conflictos. La última década ha presenciado un aumento sin precedentes del número de jóvenes afectados por conflictos armados, ya sea como víctimas o como participantes. Esto resulta especialmente acusado en el mundo árabe, ya que actualmente 10 de los 22 países árabes se hallan bajo ocupación, sufren una guerra civil o mantienen disputas fronterizas. La importancia de la rehabilitación y reintegración de los jóvenes combatientes, además de aquellos que han quedado discapacitados a consecuencia de los conflictos, es fundamental para preparar el terreno de cara a su participación constructiva social, económica y política en sus respectivos estados. Sin embargo, la necesidad de centrarse en los segmentos juveniles marginados y discapacitados de la población no afecta únicamente a las sociedades en conflicto y/o destruidas por la guerra. Antes bien, éste ha de ser un rasgo esencial de toda actuación de, para y con los jóvenes.

En cuanto a la potenciación política de las mujeres jóvenes, y pese a todo lo que se ha ganado en las últimas décadas, muchos analistas estarían de acuerdo en que hará falta un periodo de tiempo relativamente mayor para lograr la igualdad en la representación política, especialmente teniendo en cuenta que las actitudes culturales y el comportamiento siguen siendo difíciles de cambiar. El desempleo y la pobreza continúan registrando sus tasas más altas entre las mujeres, que representan el 60 % de la población analfabeta adulta en la región árabe. Los indicadores más importantes de las diferencias de género pueden encontrarse en la parte del producto interior bruto correspondiente a las mujeres; un reflejo de la vida tan dura que llevan las mujeres árabes: mientras que el porcentaje del PIB correspondiente a las mujeres representa el 50 % del de los hombres en todos los países en desarrollo, en la región árabe esta cifra cae hasta sólo un 29 %. Tales porcentajes se reducen de manera significativa en países como Omán (16,6 %) y Arabia Saudí (16,5 %).[4]

Existen diversos obstáculos al desarrollo de las mujeres, en especial prácticas tales como la violencia contra las mujeres jóvenes (por ejemplo, la ablación), los crímenes de honor y el matrimonio prematuro, que ocurren tanto en zonas urbanas como rurales. El matrimonio prematuro puede resultar especialmente dañino para generaciones enteras. Las propias madres jóvenes afrontan numerosos retos físicos y sociales, son incapaces de proseguir su educación y, en consecuencia, se ven marginadas del mercado laboral, por no hablar de los diversos problemas de salud que sufren, relacionados con el aparato reproductor (que representan el 12,5 % del conjunto de problemas sanitarios de la región árabe). Al mismo tiempo, puede que esas madres jóvenes no sean las mejor cualificadas para cuidar de sus propios hijos, ya sea en el aspecto de los cuidados físicos o en el aspecto financiero. Aunque hay algunos signos alentadores de que se están dando pasos para aumentar la edad legal mínima para casarse en varios países árabes (Túnez, Egipto, Marruecos y Yemen, por nombrar sólo algunos), también es cierto que incluso las leyes ya existentes se quebrantan con demasiada frecuencia.

Un estudio realizado por UNICEF y presentado en 2005 durante un taller organizado conjuntamente por el PNUD y el DAES (Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas) en Bahrein, indicaba que el 48 % de las personas infectadas con el sida/VIH son mujeres. El estudio sostiene que, en la mayoría de los casos, esas mujeres se infectan a través de sus maridos (que tienen aventuras extramatrimoniales o son drogadictos), o bien por transplantes de sangre contaminada. En la práctica, pues, el VIH y el sida vienen a añadir un nuevo y candente reto a la realidad de las mujeres jóvenes árabes.

Globalización y cultura

El Informe de 2007 sobre la Juventud Mundial de Naciones Unidas resume algunas de las principales tendencias globales de y en torno a los jóvenes del siguiente modo: «La revisión de las experiencias regionales sugiere que los jóvenes de todo el mundo se hallan en mejor posición que las pasadas generaciones de jóvenes para contribuir al desarrollo. Sin embargo, sigue habiendo demasiados que se enfrentan a barreras y restricciones derivadas de sus orígenes o del entorno social en que viven. Independientemente de su lugar de nacimiento o de su residencia actual, los jóvenes siguen experimentando un conjunto similar de dificultades que afectan a su saludable y oportuna transición a la adultez. Aparte de las cuestiones de salud, educación y empleo, los ámbitos tales como la lucha contra la pobreza y la disponibilidad de oportunidades para el trabajo voluntario y la mejora de las jóvenes y las niñas siguen planteando un desafío».[5]

Puede argumentarse que, aunque el impacto cultural y económico de la globalización en los jóvenes árabes ha sido relativamente rápido y directo, sus consecuencias políticas y sociales aún están en desarrollo. Parece haber consenso entre los estudiosos, los activistas pro derechos humanos y los líderes juveniles en cuanto a la idea de que aparentemente la globalización plantea una realidad alternativa a los conocimientos y prácticas tradicionales considerados inherentes al legado árabe, de los que son ejemplos representativos las relaciones de género, la identidad religiosa, la obligación y responsabilidad social, o la beneficencia y el voluntariado. Estos retos se reflejan en los valores, hábitos y comportamientos de los jóvenes en particular, y también influyen en la producción lingüística, artística e intelectual. Todo ello, a su vez, causa estragos en las instituciones dedicadas a la educación social, de modo que la cultura globalizada ha pasado a ser percibida por algunos como una amenaza directa a la identidad de los jóvenes y su sentido de pertenencia. Esta «amenaza» se hace aún más significativa e medida que disminuyen los niveles educativos y económicos.

Es evidente, no obstante, que el impacto cultural de la globalización difiere de un país a otro, e incluso en el seno de cada país. Por una parte, la globalización puede verse en las formas híbridas de música, moda y rebeldía contra la «tradición». Por otra, la globalización económica se refleja en las cifras de jóvenes en paro, o de aquéllos que no han podido utilizar sus títulos de una manera eficaz y se ven marginados en profesiones inapropiadas, y de aquéllos que están plenamente ocupados en la obtención de sus necesidades básicas.

Mientras que las consecuencias negativas de la globalización constituyen un motivo de consternación en la región árabe, los medios de comunicación —como mecanismo global— representan una mezcla de reto y oportunidad. El reto principal es para los gobiernos que afrontan las rápidas transformaciones de las sociedades con un flujo de información sociopolítica y material. Pero la masiva afluencia de información a través de los medios de comunicación de masas también representa un desafío para los jóvenes, ya que los deja «atrapados entre dos mundos» (las condiciones reales en las que viven, en algunos casos, están lejos de lo que ven, oyen y llegan a esperar).

Muchos estarían de acuerdo en que la globalización representa para los jóvenes una oportunidad de expresarse de maneras distintas y a través de las fronteras espaciales, y, por ende, de crecer en interacción cultural y conocimiento experiencial. Sin embargo, ya sea un desafío, o una oportunidad, o ambas cosas, no cabe duda de que la manera más efectiva de que los jóvenes árabes afronten la globalización es seguir dominando las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Algunos afirman que las TIC son un arma de doble filo. Por una parte constituyen un medio para comunicar terror, pero también tienen el potencial de convertirse en una herramienta que potencie el sentimiento de identidad mediterránea, de coalición y capacitación para afrontar la violencia y la ignorancia.

Cultura, religión y política

Hace diez o veinte años, muchos estudiosos y políticos consideraban que el predominio de la confluencia de religión y activismo político constituía, en el mejor de los casos, una «falta de conciencia de las realidades laicas». Hoy día, el tema de religión y política configura la materia de estudio de más de un curso de posgrado en casi todas las universidades, por no hablar del modo en que adorna los titulares de un montón de libros y publicaciones. La cuestión de la religión y la política, lo sagrado y lo político, y otras variaciones del mismo tema, está definitivamente de moda.[6] Y no sin una buena razón. Con la desaparición del Muro de Berlín y la Unión Soviética, casi se produjo el eclipse de las grandes meta-narrativas políticas del comunismo y el socialismo. Y en cierta medida, tras quedarse solo como supuesto vencedor, el liberalismo, a la larga, se encontró encallado en las tenebrosas costas de la globalización. Esta última está inundada por los regímenes hipócritas y moralmente corruptos, las graves disparidades económicas mundiales, el calentamiento global y los efectos debilitadores del medio ambiente, los conflictos civiles armados, y los actos transnacionales de terrorismo como guinda del pastel. En los oídos colectivos globales resuenan los mantras de personajes religiosos carismáticos y la cultura de partidos político-religiosos que se diría que actúan simultáneamente en la mente (proporcionando nuevas ideologías movilizadoras) y el cuerpo (sirviendo al bienestar económico de mucha gente en forma de educación, servicios sanitarios, e incluso planes de pensiones en algunos países). Ya sea la Coalición Cristiana de Estados Unidos, que ha desempeñado un importante papel en la elección (y las decisiones de gobierno) de la administración Bush; el Partido hindú BJP en la India, que ha gobernado durante muchos años y ahora está en la oposición, o la constante influencia de los clérigos iraníes en las decisiones políticas de su país, el hecho es que hoy religión y política son las más notorias compañeras de cama.

Si representamos el ámbito político como en un amplio —y siempre cambiante— continuum de ideologías y/o movimientos, podemos distinguir entre los de extrema izquierda, el polo opuesto de la extrema derecha, y luego un gran número que se sitúa entre ambos. En el ala derecha de este espectro político están los partidos nacionalistas y de base religiosa (en sí mismos muy diversos).

Hay que decir que no podemos hablar de cultura sin tener en cuenta que lo que influye en la forma de pensar, creer y actuar de la gente debe incluir fundamentalmente la religión. Asimismo, también debemos considerar seriamente en cuenta esta fuerza combinada de religión y política a la hora de configurar los paisajes en los que se forma y esculpe la juventud. En otras palabras, los jóvenes, al ser interlocutores críticos de los paisajes culturales-religiosos, están configurando también la política religiosa de los años venideros. Y lo hacen (y lo seguirán haciendo) como participantes activos en los movimientos políticos religioso-culturales, además de oponerse no menos activamente a ellos. Las formas de participación y oposición diferirán, y es ahí donde las ideologías políticas emergentes y la comunicación intercultural con el arte (música, pintura, dibujo, escultura, videojuegos, etc.) constituirán una parte importante de dichos paisajes.

Conclusión: los jóvenes como guardianes del cambio y como agentes de cambio cultural

Los jóvenes que participan en los movimientos político-religiosos se convierten en guardianes (y reinventores) de las tradiciones tan críticos como sus compañeros de mayor edad. Como muestran a menudo su retórica y sus acciones violentas en todo el Mediterráneo (desde Grecia hasta España, pasando por Egipto, Argelia y Marruecos), las ideologías derechistas están encabezadas por jóvenes de 15 a 30 años. El Informe de 2008 sobre el Estado de la Juventud en la Población Mundial del UNFPA revisa las historias concretas de hombres y mujeres jóvenes de todo el mundo, que afrontan muchos de los retos culturales y económicos mencionados. En sus propias palabras, estos hombres y mujeres jóvenes comparten sus experiencias cotidianas, donde cada uno de ellos trabaja para disfrutar y transformar su propio entorno cultural abordando la pobreza, los prejuicios y el conflicto, además de los roles y expectativas estereotipados. El informe concluye: «La experiencia cultural de los jóvenes es un híbrido de muchos elementos distintos. Dado que los jóvenes no se ven limitados por las experiencias y recuerdos de sus padres, en general son flexibles y dinámicos. Tienen potencial para convertirse en agentes de cambio. Las complejas corrientes culturales tienen intensos efectos en los jóvenes, que los llevan a cuestionar los estereotipos de género en el deporte; a convertirse en guías de otros jóvenes en su paso a la adultez; a adaptar la música internacional a las realidades de la vida local; a llevar las nuevas tecnologías de la comunicación a una de las regiones más aisladas de la tierra; a ascender a los más altos puestos de gobierno; a vivir en paz en un territorio en guerra; a escapar al matrimonio infantil y afirmar el derecho a elegir en la vida. Al hacer todo esto, y más, los jóvenes están cambiándose a sí mismos y cambiando sus culturas».[7]

El informe recomienda que se adapten los programas de desarrollo a fin de respaldar a los jóvenes «para negociar un lugar en su sociedad… [adquirir] las habilidades necesarias para adoptar su cultura local; cambiar… las prácticas tradicionales nocivas como la ablación femenina o el matrimonio infantil, y apoyar… una mejor información y unos mejores servicios para su salud sexual y reproductiva, y para la prevención de la violencia contra las mujeres».[8] Tales programas deberían, pues, arraigar profundamente en la sociedad mediante la comprensión y el respeto del conocimiento y las formas culturales, incluyendo las relaciones de poder, políticas y económicas. El informe sobre la juventud suscribe los argumentos planteados por el Informe de 2008 sobre el Estado de la Población Mundial del UNFPA,[9] en favor de unos planteamientos culturalmente sensibles que habilitarían programas de desarrollo destinados a ayudar a hacer realidad los derechos humanos y la igualdad de género en todas las sociedades, y a convertir a los jóvenes en sus más visibles adalides.

Sin embargo, la esencia de los planteamientos culturalmente sensibles, definidos aquí como aquéllos que miran a través de la lente responsable, sistemática e inclusiva de instituciones (gubernamentales, de la sociedad civil, religiosas, etc.), actores (estudiosos, activistas, jóvenes y viejos, comunidades laicas y religiosas, minorías étnicas, razas, géneros, etc.), y entornos (externos e internos), no sólo requiere una conciencia por parte de los jóvenes. Primero y antes de esa conciencia, un planteamiento de desarrollo culturalmente sensible exige que los guardianes culturales y los agentes de cambio sean el centro de las iniciativas, desde su conceptualización hasta su implementación, pasando por su evaluación. Ello, a su vez, implica incluir las ideas, voces y esfuerzos de los jóvenes; pero también diseñar los medios para hacerlos tan responsables como el resto de los agentes.

Hasta la fecha, la mayoría de las recomendaciones hechas a los jóvenes y sobre los jóvenes se han centrado, de manera tan comprensible como justificable, en los ámbitos de la lucha contra la pobreza, la educación y el empleo. Son ámbitos fundamentales, pero abordarlos por sí solos sin centrarse de una forma igualmente rigurosa y sistemática en los jóvenes como agentes de cambio cultural, únicamente representará más de lo mismo; pequeños pasos, cuando lo que hace falta son saltos de gigante para contrarrestar la retórica de la violencia y la destrucción. Curiosamente, el Informe sobre la Juventud Mundial de 2007 incluye entre sus recomendaciones la siguiente: «preservar el patrimonio y la diversidad cultural, y alentar el diálogo participativo». De hecho, los planteamientos culturalmente sensibles para el desarrollo de los jóvenes deben dar prioridad a los ámbitos de la música y el arte, e incluirlos como elementos fundamentales, junto con las iniciativas para contrarrestar la pobreza y proporcionar una mejor educación adaptada a un empleo adecuado y suficientemente remunerado.

La música es un lenguaje universal que trasciende las fronteras sensoriales, emotivas y, a veces, incluso psíquicas del cuerpo y el alma. El arte es un medio de comunicación y alcance colectivos a través de lo que de otro modo no serían sino las convulsiones del silencio y la aflicción. Ambos son alimento del alma y una oportunidad para elevar al unísono el cuerpo y el espíritu. Al fin y al cabo, ¿qué cultura no tiene a un artista que haya sido capaz de comunicarse a través de las diferencias de clase, género, etnicidad, comunidad y nación, y que haya surgido de un entorno de pobreza? ¿Con qué derecho los artífices de la política internacional y los profesionales del desarrollo consideran que esos dominios merecen tener una menor importancia que el suministro de alimento, agua y servicios sanitarios, especialmente si se tiene en cuenta que el dar prioridad a esto último todavía no ha servido para evitar un sentimiento de injusticia tan profundo como para inspirar confrontaciones violentas?

Esto no equivale a afirmar que debamos ver la cultura sólo como arte y música y dar prioridad al desarrollo de éstos sobre todo lo demás. Lejos de ello, lo que se necesita es un planteamiento culturalmente sensible que incluya la energía artística de los jóvenes en la elaboración del propio tejido de su diseño e implementación. Para lograrlo, quizás una forma de empezar sería abordar a los escépticos aprovechando al mismo tiempo el potencial de la documentación científica: crear un observatorio juvenil intercultural que pueda comparar y analizar el conjunto del intercambio intercultural, la creatividad y la producción de la juventud mediterránea en el último siglo, centrándose en estudios de caso concretos donde el conflicto, la extrema pobreza, la degradación medioambiental y la inestabilidad política han caracterizado las vidas de la gente en determinados países de ambas orillas del Mediterráneo. Personalmente, estoy dispuesta a apostar por que el hecho de centrarse en los jóvenes agentes culturales de cambio en favor de la paz tiene un potencial de transformación fructífera a largo plazo mucho mayor del que sus homólogos, los guardianes culturales de la violencia, han tenido a corto plazo.

Notas

[1] Todas las opiniones expresadas en este artículo pertenecen exclusivamente a la autora, y no representan necesariamente a ninguna organización, equipo o miembro directivo.

[2] Véase http://www.un.org/esa/socdev/unyin/documents/wyr07_chapter_7.pdf.

[3] Informes de Desarrollo Humano Árabe del PNUD para los años 2002, 2003, 2004 y 2005; también un informe conjunto de 2006 del PNUD y el DAES titulado Arab Youth Strategising for the MDGs.

[4] Informe PNUD-DAES, Arab Youth Strategizing for the MDGs.

[5] Véase http://www.un.org/esa/socdev/unyin/documents/wyr07_chapter_8.pdf.

[6] Véase especialmente Richard L. Rubenstein (ed.), Spirit Matters: The Worldwide Impact of religión on Contemporary Politics (Nueva York: 1987); Gustavo Benavides y Martin W. Daly (eds.), religión and Political Power (Albany, NY, 1989); Douglas Johnston y Cynthia Sampson (eds.), religión, The Missing Dimension of Statecraft (Oxford University Press, 1994); Peter L. Berger (ed.), The Desecularization of the World: Resurgent religión and World Politics (Michigan y Washington, 1999); Pippa Norris y Ronald Inglehart, Sacred and Secular: religión and Politics Worldwide (Cambridge, 2004).

[7] Véase http://www.unfpa.org/swp/2008/en/youth_conclusion_endnotes.html.

[8] Ibíd.

[9] Véase http://www.unfpa.org/swp/2008/en/index.html.