Los bancos islámicos resisten bien la crisis

Sólo hay 60 eruditos islámicos expertos en sistemas financieros.

Francis Ghilès

No hay que mirar muy lejos para entender por qué muchos observadores son optimistas respecto al crecimiento de la banca islámica: la cantidad de activos islámicos gestionados alcanza los 700.000 millones de dólares, según la Junta Islámica de Servicios Financieros, mientras que la agencia de calificación Standard & Poor’s estima que el sector podría controlar cuatro billones de dólares en activos. Si partimos de la base de que los musulmanes representan el 20% de la población mundial, pero el sistema financiero islámico sólo maneja un 1% de sus instrumentos financieros, se entiende por qué algunos consideran que el sistema financiero islámico bien podría, en un futuro no muy lejano, desplazar por completo al convencional.

El razonamiento es que el sistema financiero occidental no puede atender a un capital que quiere respetar la Sharia, pero el sistema financiero islámico puede satisfacer a todos. Los activos gestionados de acuerdo con las leyes islámicas crecen entre un 10% y un 15% al año, aunque el sector sigue siendo muy pequeño; sus activos totales equivalen aproximadamente a los de Lloyds TSB. Pero la expansión se ve frenada por la necesidad de solucionar las tensiones entre dos objetivos: servir a Dios y ganar tanto dinero como sea posible. Quienes invierten en dichos instrumentos se parecen a los inversores éticos de Occidente que desean que sus fondos no hagan daño a nadie, pero quieren que sean tan rentables como otras inversiones.

El nacimiento del sistema financiero islámico, en su forma moderna, puede situarse en la década de los setenta, cuando se crearon bancos islámicos en Kuwait, Arabia Saudí y Túnez. Pero sus raíces se remontan claramente mucho más atrás en el tiempo, 14 siglos, hasta los años posteriores a la muerte del profeta Mahoma. La Sharia hace hincapié en la justicia y la solidaridad; esto hace que se prohíban la especulación (gharar) y el cobro de intereses (riba). La idea de que un prestamista cobre intereses directamente, con independencia de los resultados que los activos obtengan en un mundo incierto, incumple estos principios, aunque algunos musulmanes disienten, y argumentan que los escritos sobre la Sharia referente a prácticas empresariales son reducidos y que términos como “usura” y “especulación” están sujetos a interpretaciones divergentes.

Las empresas que ejercen su actividad en sectores considerados inmorales como el juego están también descartadas, al igual que aquellas que incurren en excesivo endeudamiento, definido en general como una deuda total superior al 33% del valor bursátil. Los inversores que observan la Sharia se mantienen así alejados de los bancos convencionales, una elección sabia, vistos los acontecimientos recientes. Una junta de eruditos es la encargada de decidir qué está y qué no está permitido por la Sharia. Muchos de sus miembros actúan como agentes de calificación espiritual y colaboran estrechamente con abogados y banqueros para crear instrumentos y estructurar transacciones que cubran las necesidades del mercado sin incumplir las exigencias de su fe. Sin embargo, el ascenso espectacular de las finanzas islámicas pone de manifiesto la escasez de expertos: desde los eruditos religiosos para certificar que se respeta la Sharia hasta abogados, banqueros y personal técnico necesarios para poner en práctica los acuerdos.

Sólo hay 60 eruditos islámicos con conocimientos especializados sobre los sistemas financieros, mientras que un grupo todavía más pequeño de aproximadamente una docena está muy solicitado por las instituciones occidentales. Es comprensible si tenemos en cuenta que hacen falta 15 años para formar a un experto de alto nivel en jurisprudencia financiera islámica. De ahí que un erudito importante pueda ganar hasta 200.000 euros en una operación bursátil típica. Los eruditos coinciden en el 90% de las normas que afectan al sector, pero la situación se complica en el otro 10%, con instrumentos como los derivados, ligados al mercado internacional, no al nacional. El debate sobre las cuestiones que plantea es inevitable, elIslam es una religión sin jerarquía clerical y las finanzas islámicas una materia muy nueva.

Pocos banqueros de inversión occidentales habrían creído, hace cinco años, que seguirían las fatuas o normas religiosas de los eruditos musulmanes, algunos de los cuales no usan ni el correo electrónico ni el fax. Hoy, las instituciones occidentales se apresuran a adquirir la experiencia y el conocimiento necesarios para competir, con la consiguiente pelea por los expertos y por los altos beneficios económicos. A diferencia de los tiempos en que el tamaño del sector era pequeño y quienes participaban en él se guiaban por consideraciones más sencillas, como gestionar sus intereses con una aversión por la riba o el interés, la evolución del sector financiero islámico en la escena financiera mundial, hasta alcanzar casi los 700.000 millones de dólares, ha provocado la necesidad de establecer criterios mundialmente aceptados. Este asombroso crecimiento también ha provocado una demanda de nuevos centros financieros islámicos, equipados para atender las necesidades de instituciones y clientes particulares.

Desde Londres a Dubai y Bahrein en Oriente Próximo, y en igual medida en Kuala Lumpur en Extremo Oriente, no faltan las ciudades importantes que están posicionándose como hub de las finanzas islámicas. En el caso de centros financieros occidentales como Londres, la demanda de banca y de oportunidades de inversión islámicas se ha visto impulsada por el aumento de la población musulmana en un país como Reino Unido, lo cual indica un fuerte vínculo entre los miembros de la comunidad islámica y el sistema financiero islámico. Tal y como están las cosas, parece más probable que en todo el mundo surjan diversos hubs, no uno solo. En la actualidad hay tantas personas interesadas en los servicios financieros islámicos que un banquero occidental que trabaja en el sector cree que pueden surgir muchos centros sin que eso constituya un problema. Hoy en día Londres es ya un próspero centro de sukuk, es decir, bonos respetuosos con la Sharia.

Hay cuatro bancos completamente islámicos con licencia para venderlos, los únicos en la Unión Europea y 21 bancos convencionales que ofrecen servicios islámicos. La bolsa de Londres ya ha admitido en su mercado 16 sukuk, que reúnen entre ellos más de 10.000 millones de dólares. Tabreed, una empresa de Emiratos Árabes Unidos, emitió en julio de 2006 el primer sukuk que cotizaba en la bolsa londinense, por más de 109 millones de libras esterlinas (más de 85 millones de euros), mientras que el Reino de Bahrein registraba el pasado marzo en Londres el primer sukuk soberano. Por el momento Londres tiene poca competencia en la carrera por convertirse en centro occidental de las finanzas islámicas.

Nueva York, la única rival posible, tiene dificultades por su zona horaria y sigue con dudas respecto al sector, después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Los políticos americanos siguen confundiendo las finanzas islámicas con las finanzas terroristas, mientras Japón, Hong Kong e Indonesia empiezan a mostrar interés por ellas. El tiempo dirá cómo afectará la reciente crisis bancario en Occidente al crecimiento de estos sistemas financieros. Ciertamente se mantendrán, pero quién sabe a qué ritmo.