Libia, camino de un conflicto civil

La lucha entre las fuerzas proislamistas y las prosecularistas se va trasladando del terreno político al militar, con la participación de las potencias regionales e internacionales.

Arturo Varvelli

Durante los últimos meses, Libia se ha ido sumiendo en una espiral de violencia cada vez peor: la falta de control de sus permeables fronteras, el tráfico ilegal, la llegada de yihadistas y militantes armados desde la región del sur del Sáhara y Oriente MEdio han agudizado la inestabilidad del país de manera alarmante. Estas circunstancias se suman a otros problemas que vienen de lejos y que se deben a la identidad extremadamente frágil de la nación libia. El país tiene una historia relativamente corta y las identidades de los clanes y tribus, así como las locales y regionales, suponen una gran amenaza para la formación de una identidad nacional más sólida.

Los grupos terroristas se vuelven más fuertes, especialmente en Cirenaica. A lo largo de los últimos años, la frágil autoridad central de la era pos-Gadafi, ha ido a integrando a milicias irregulares en el ejército nacional. Sin embargo, el programa no ha tenido mucho éxito puesto que, desde hace tiempo, el ejército da la impresión de ser una aglomeración de grupos militares mal coordinados por el gobierno y movidos por una peligrosa “doble lealtad” a las autoridades nacionales y a sus dirigentes militares. La aparición de estructuras de seguridad híbridas con funciones y cadenas de mando poco claras y ambiguas ha agravado aun más los problemas de seguridad del país, y ha sumado la inestabilidad y las rivalidades a un sistema ya de por sí fragmentado.

Además, Libia está siendo testigo de una lucha de poder entre dos grupos cada vez más polarizados, pugna que progresivamente se va trasladando del terreno político al militar. En uno de los bandos –el “islamista”– se encuentran las milicias de Misrata, de algunas zonas de Trípoli y de otras ciudades más pequeñas, que se han fusionado y han conseguido el apoyo político de los dos mayores bloques del Congreso General de la Nación: los Hermanos Musulmanes y la llamada “Lealtad a los Mártires”, denominación vinculada a diversos movimientos islamistas. El otro bando –el “pro-laicista” o “anti-islamista”– está compuesto por las milicias de Zintan, la poderosa milicia de Qaqa, que también incluye a ciudadanos de Zintan oficialmente alineados con una coalición más secularista conocida como Alianza de Fuerzas Nacionales (AFN), liderada por Mahmud Yibril, y las fuerzas de Cirenaica controladas por el general Jalifa Haftar.

Desde julio, las milicias de Zintan y Misrata están enzarzadas en una batalla en el principal aeropuerto de Libia, al sur de Trípoli, lo que ha afectado al transporte aéreo. Algunos miembros de la islamista Sala de Operaciones de los Revolucionarios Libios (SORL) –que forma parte de las milicias de Misrata– tratan de hacerse con el control del aeropuerto, que está en manos del grupo de Zintan desde el derrocamiento del coronel Gadafi en 2011. En mayo, el general libio retirado, Jalifa Haftar, emprendía una campaña militar (Operación Dignidad) para purgar Cirenaica de “militantes islamistas”, respaldado políticamente por la AFN.

Haftar, una figura controvertida proveniente del régimen de Gadafi, obtuvo rápidamente el apoyo de la población, especialmente en Bengasi y Derna, deseosa de encontrar una salida a dos años de asesinatos diarios y atentados terroristas de índole política. Pero, por otra parte, el enfrentamiento militar en Cirenaica está agravando la tensión política en Libia, como se pudo ver durante las elecciones de la Cámara de Representantes celebradas en junio.

Las causas de la polarización

De hecho, en épocas posteriores a un conflicto o revolución, las sociedades suelen tener una tendencia a la polarización durante la fase de estabilización y de construcción de las instituciones (como en el Irán posrevolucionario o el Irak posterior a la invasión, por mencionar solo dos ejemplos históricos). En Libia, diversos factores causan la polarización política. En primer lugar, el periodo posrevolucionario se ha caracterizado por la existencia de distintas legitimidades entre las que puede haber conflicto: la derivada de la revolución (milicias y grupos radicales), la relacionada con los resultados electorales (el bloque secular) y la vinculada a la religión.

Esta última, en particular, se ubica en una “zona gris” entre la electoral y la revolucionaria, lo que permite que los movimientos vinculados a ella se sitúen, al mismo tiempo, dentro y fuera del sistema institucional. Otra causa de los problemas de seguridad del país son las actividades de los grupos islamistas y las declaraciones en favor de la violencia: los miembros de los movimientos salafistas e islamistas (incluso desde dentro del Congreso General de la Nación) respaldan la violencia contra intelectuales, periodistas, jueces, y contribuyen al deterioro de la seguridad en el país y a que aumente la sensación de amenaza entre la población.

Las fuerzas laicas y anti-islamistas son factores importantes en la polarización política de Libia (en la que también influye la evolución del contexto regional, concretamente el golpe militar de Egipto y la llegada al poder del general Abdel Fatah al Sisi). Las AFN han deslegitimado al Congreso General de la Nación y a las instituciones, a las que consideran demasiado partidarias de los Hermanos Musulmanes e influidas por los salafistas. Las AFN y el Congreso han intentado dar ante la comunidad internacional (especialmente Estados Unidos y la Unión Europea) una versión de la historia que culpa de todo a los islamistas y les niega cualquier función institucional por no ser “aptos” para gobernar dentro de un régimen democrático.

En coalición con ls AFN, Haftar no solo ha tomado medidas contra el grupo yihadista Ansar al Sharia, sino que también ha afirmado que “limpiará Libia de los Hermanos Musulmanes”, con lo que intencionadamente desdibuja la línea que separa a los grupos terroristas de los islamistas. En el verano de 2013, los Hermanos Musulmanes y algunos movimientos salafistas derrocaron al grupo mayoritario del Congreso y consiguieron el apoyo de algunos congresistas independientes. Como consecuencia, las actividades y función del Parlamento han sido aparentemente “defendidas” por los Hermanos Musulmanes, y boicoteadas por los secularistas, que consideran que el Congreso se encuentra bajo la influencia islamista.

Esto se ha traducido en una paralización del Parlamento, con consecuencias negativas para el proceso de construcción institucional; también ha permitido que se pasen por alto y no se apliquen algunas leyes y decretos. Parece que algunos políticos anti-islamistas podrían estar detrás de los continuos disturbios y ataques contra las instalaciones petroleras en 2013 y 2014, que están provocando que disminuya la producción y las exportaciones de petróleo. Según algunas interpretaciones, el objetivo de estos grupos sería aumentar la tensión y al tiempo reducir los activos financieros controlados por el gobierno y el Congreso.

Además, esta polarización política tiende a realimentarse, especialmente en relación con el debate sobre la redacción de la nueva Constitución (un proceso que suele generar polarización en las sociedades divididas y que han padecido un conflicto). Las elecciones de junio de 2014 se celebraron en un entorno político muy fragmentado e inestable. Los resultados electorales parecen acabar con la posición de los Hermanos Musulmanes en la representación parlamentaria como tal. Menos de 25 de los 200 miembros del Parlamento forman parte de los Hermanos Musulmanes o son aliados suyos.

Además, el nuevo Parlamento se ubicará en la ciudad oriental de Bengasi, lejos de su bastión de la zona occidental, donde las milicias de Misrata y de la Sala de los Revolucionarios Libios ejercen su dominio. Según escribe Sasha Toperich en Huffington Post, para los Hermanos Musulmanes, la presencia en la Cámara de Representantes es “una cuestión de supervivencia”. El nuevo Parlamento estará fuera de su control y puede que pronto empiece a revocar leyes y a cortar el flujo de ingresos que hasta ahora ha estado financiando a sus milicias.

El islam libio

Gracias a la moderación religiosa de la mayoría de los libios, hasta ahora la marea islámica ha estado relativamente “comedida” desde el punto de vista doctrinal, como ponen de manifiesto las posturas de la mayor parte de los Hermanos Musulmanes. El hecho de definir a los libios como moderados en lo que a religión se refiere puede ser cuestionable, teniendo en cuenta el elevado número de yihadistas libios que han combatido en Afganistán e Irak y que actualmente luchan en Siria.

En este sentido, hay que señalar que, durante el régimen anterior, el yihad fuera de Libia se convirtió en una especie de sustituto de las actividades islamistas dentro del país. El elevado número de libios (especialmente de Derna y Cirenaica) que había entre los muyahidin que combatían en nombre del yihad no se debía a un fuerte dogmatismo teológico y doctrinal; por el contrario, esta “actitud yihadista” es más una expresión clásica de descontento e insatisfacción hacia la situación nacional (cuyas raíces se encuentran en la era Gadafi) que de extremismo teológico genuino. El resultado puede interpretarse como una especie de “yihadismo funcional”, más que doctrinal. Existe un amplio abanico de grupos islamistas que operan actualmente en Libia.

Hay que destacar que los propios libios suelen distinguir dos tipos principales de islamismo: el primero es más quietista y tiende a defender la creencia de que los individuos no tienen derecho a alzarse contra un gobernante injusto. El segundo es la versión yihadista del salafismo, que permite el uso de la fuerza contra un gobernante injusto. Ansar al Sharia y otras milicias radicales pertenecen a la segunda corriente. En enero de 2014, el Departamento de Estado de EE UU también reconocía oficialmente dos ramas de Ansar al Sharia como organizaciones terroristas extranjeras. No obstante, a pesar de esta distinción ampliamente admitida, ambos grupos parecen converger en una especie de alianza táctica dentro de la escena política extremadamente polarizada de la Libia actual. Aunque algunas figuras políticas y religiosas islamistas no puedan considerarse extremistas a secas, a veces se muestran favorables a una visión extremista del islam.

Este es el caso del jeque Sadiq al Garyani –muftí de Libia y jefe de la Dar al Ifta (Casa de Fatwas)– que pidió la creación de un consejo con el fin de supervisar la aplicación de la sharia. Los últimos mensajes de Garyani –caracterizados por un planteamiento muy conservador– confirman la idea de que están, de hecho, muy influidos por la presión que ejercen otros islamistas más radicales. Garyani estaría intentando conservar su influencia acercándose a las posturas de los extremistas y pidiendo que el futuro gobierno se adapte a sus exigencias en lugar de oponerse a ellas (aunque hace poco, también pedía que Ansar al Sharia participase en las elecciones).

Conclusión

No parece probable que el proceso de polarización de Libia se detenga ni tampoco que se ralentice en un futuro inmediato. A pesar de su interpretación bastante moderada de la religión, los movimientos islamistas libios cuestionan de manera cada vez más enérgica la legitimidad del gobierno y se oponen radicalmente a los programas seculares o liberales. Sus posturas se radicalizan aun más por la propagación de una visión radical del islam de origen externo, respaldada por unos movimientos yihadistas extranjeros que también aprovechan el regreso de los yihadistas libios que se fueron a combatir en el yihad armado fuera de Libia.

La lucha entre las fuerzas proislamistas y las prosecularistas se mezcla con la pugna por la supremacía política en el país –y al mismo tiempo la “oculta”– con una considerable participación de las potencias regionales e internacionales. Es posible que Haftar reciba ayuda de Egipto y probablemente de EE UU; no hay duda de que Qatar ha respaldado a los Hermanos Musulmanes, mientras que las redes yihadistas internacionales (Al Qaeda, Al Qaeda del Magreb Islámico y Estado Islámico de Irak y el Levante) tienen una estrecha relación con Ansar al Sharia, a la espera de un nuevo califato libio. Las acciones militares del general Haftar brindan al Egipto de Al Sisi una oportunidad de asestar un golpe indirecto al refugio de los islamistas en Libia.

Al mismo tiempo, sin embargo, su presencia ofrece un posible objetivo que podría empujar a las fuerzas islámicas a cerrar filas de nuevo y declarar otra guerra yihadista (lo que también desencadenaría un proceso de radicalización de los Hermanos Musulmanes libios). Los movimientos seculares se aprovechan de esta situación para asegurarse el control del gobierno y del nuevo Parlamento, y “venden” en el extranjero la idea de que solo ellos pueden gobernar de forma eficaz un Estado democrático, gracias también al apoyo occidental. En este contexto, la inestabilidad libia parece muy difícil de atajar y deja poco lugar para la esperanza de que el nuevo Parlamento desempeñe una función importante en la recuperación de la estabilidad y demuestre ser un administrador eficaz del país.