La pandemia del Covid-19 nos ha revelado que los países liderados por mujeres han gestionado mejor los efectos del virus. Por otra parte, también han sido las mujeres quienes han asumido las mayores sobrecargas en la gestión de la crisis sanitaria y la responsabilidad de los servicios domésticos y cuidados suplementarios. Sin embargo, todo ello no ha impedido que también hayan sido las principales víctimas de la pandemia, puesto que la crisis ha agravado las desigualdades ya existentes entre los sectores laborales más vulnerables y el resto. Asimismo, durante este período las mujeres han sufrido más violencias y acoso en numerosos países del mundo a causa del encierro obligado por las políticas de confinamiento. ¿Cuál es el origen de esta paradoja entre el reconocimiento de la aportación y el compromiso femeninos y la negación de los mismos que supone ese aumento de la violencia contra las mujeres? Muchas organizaciones de la sociedad civil están luchando para que la pandemia pueda desempeñar una función transformadora a la vez que positiva y, para ello, tratan de señalar la importancia del liderazgo femenino y la igualdad de sexos.
Hay acontecimientos que se erigen como fundadores de nuevos paradigmas, y actualmente podemos preguntarnos si sucederá lo mismo con el Covid-19. La pandemia causada por este virus ha revelado al mundo una serie de paradojas, entre las que destaca la relativa a la cuestión de la igualdad de género. Por una parte, resulta evidente que los países liderados por mujeres han gestionado mejor los efectos del virus, y está demostrado que las mujeres componen la mayor parte del personal sanitario —en todas sus categorías— en casi todos los países del mundo. Son ellas, en efecto, las que han asumido la mayor sobrecarga de la gestión de la crisis sanitaria, y también son ellas las que han adquirido la responsabilidad de hacerse cargo de los servicios domésticos y cuidados suplementarios derivados de las medidas de confinamiento, más o menos generalizadas en todo el mundo.
Sin embargo, todo eso no ha impedido que estas agentes del bienestar hayan sido, paralelamente, las principales víctimas de la pandemia del Covid-19, no solo en el ámbito económico, sino también por el hecho de que muy a menudo trabajan en sectores vulnerables o informales cuyas desigualdades respecto al resto ha agravado la pandemia. Así, la seriedad de la situación ha provocado la reacción de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que ha pedido a los países del G7 que tomen medidas de protección específicas con respecto a las mujeres y, en general, las personas más vulnerables.
Cabe señalar, asimismo, el aumento de violencia y acoso que han sufrido las mujeres durante dicho período, que se ha triplicado y, en algunos países, ha llegado a multiplicarse por diez. Dado que el confinamiento tiene lugar en un espacio privado e íntimo, capaz de proteger a las personas y familias del contagio del virus y sus consiguientes efectos, las mujeres de todas las clases y edades han padecido —alejadas de la solidaridad que, en períodos ordinarios, brindan las asociaciones, comunidades o bien las familias— todo tipo de humillaciones y sufrimientos, con el agravante del silencio anónimo impuesto por la distancia social. Todo ello ha provocado una reacción de la sociedad civil, que ha denunciado numerosos casos intolerables para alertar a la opinión pública y los media, y presionar así a los gobiernos para que tomen medidas de protección y, en algunos países, puedan crear refugios ad hoc específicos para estos casos que se prolonguen durante todo el confinamiento.
Mucho antes de la pandemia, las asociaciones de mujeres y/o feministas ya se habían movilizado para reclamar leyes que garantizaran una mayor protección contra las violencias domésticas —sobre todo, las causadas por el cónyuge o la pareja—, y en los casos en que estas leyes ya existían, reclamar su puesta en marcha efectiva mediante medidas prácticas, tal y como exige la Convención de Estambul. El 6 de abril de 2020, el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, hizo incluso un llamamiento a la paz y el cese de las violencias, especialmente de carácter doméstico: «En las últimas semanas, mientras el mundo se veía dominado por el miedo y aumentaban las presiones sociales y económicas, hemos asistido a una terrible oleada de violencia doméstica».
¿Cuál es el origen de esta paradoja entre el reconocimiento de la aportación y el compromiso femeninos y la negación de los mismos que supone ese aumento de la violencia contra las mujeres? Y sobre todo, ¿podrán estas contradicciones, exacerbadas en tiempos de confinamiento a causa de la privacidad que este otorga, resolverse de algún modo cuando nuestro mundo vuelva a la «normalidad» anterior a la crisis? ¿Se producirán cambios, tal y como sostiene el llamamiento o decálogo que han hecho varios cargos locales y gubernamentales al declarar que «ya nada será como antes»?
A los hombres y las mujeres, ¿nos aguarda el mismo entorno que veíamos hasta ahora —estoy pensando en lugares como la Laguna de Venecia— o bien un descenso de la contaminación provocado por la drástica disminución del transporte? ¿Podremos extraer alguna lección de esta crisis planetaria? En las declaraciones de ciertas instituciones internacionales y en algunos discursos que destacan el papel ejercido por las mujeres durante la crisis ¿podemos vislumbrar alguna premisa de cambio? Quizá deberíamos plantearnos todas estas preguntas más tarde, pero quizá entonces, una vez más, ya será demasiado tarde.
Las peticiones, reclamaciones y movilizaciones de las mujeres y la sociedad civil han sido numerosas y variadas, como lo han sido también las buenas prácticas e iniciativas en favor de las personas vulnerables, entre las cuales se encuentran las mujeres. Algunas asociaciones han llegado incluso a pedir políticas feministas para los tiempos dominados por el Covid-19, de las cuales podrán extraerse experiencias útiles y repetirlas en épocas posteriores. Sin embargo, muchas de estas iniciativas adolecen de elementos demasiado conjeturales, de políticas nacidas de las circunstancias o incluso —y con toda la razón— del ámbito humanitario. Ni la cuestión de la igualdad entre ambos sexos ni las políticas de género han constituido prioridades que los países y gobiernos hayan querido incluir en sus líneas estratégicas. Prueba de ello son las convocatorias de las organizaciones internacionales, que se extienden por periodos de seis meses a un año: así, por ejemplo, la Agencia Universitaria de la Francofonía ha lanzado un plan especial sobre el Covid-19 para alumnos de ingeniería que comprende proyectos a muy corto plazo.
Pese a todo, en cuestiones de salud, clima, seguridad alimentaria y autonomía económica, o bien en el ámbito de la solidaridad, las mujeres desempeñan un papel fundamental. Las diversas experiencias e iniciativas que han tenido lugar durante la pandemia, de las que citaremos algunos ejemplos a continuación, demuestran claramente que «el liderazgo de las mujeres y el liderazgo femenino constituyen bazas decisivas para un futuro mejor».
Es hora de actuar con decisión y exigir que los diecisiete Objetivos del Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 pasen de la teoría a la práctica para que, por fin, el quinto objetivo se asuma como reflejo de un verdadero paradigma transformador de todos los ámbitos cubiertos por los otros dieciséis Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030.
En todos los países, y especialmente en los países árabes, donde se ha basado nuestra observación, han nacido una serie de movimientos de solidaridad de una gran amplitud, muchos de ellos gracias a las asociaciones de mujeres. En CAWTAR nos hemos dedicado a relatar algunas de estar iniciativas llevadas a cabo durante el periodo de confinamiento y darles la visibilidad que se merecen en una publicación especial, máxime si consideramos que las experiencias de la sociedad civil de estos países apenas se conocen en el ámbito internacional.
Es el caso de Meriem, que vive en Arabia Saudí y posee una empresa de taxis, y que ha puesto a disposición de los ciudadanos un servicio gratuito durante el confinamiento. En el sultanato de Omán, la asociación de mujeres Salaalah ha inaugurado una línea telefónica de información sobre el virus Covid-19 para incidir en las medidas que deben tomarse al respecto; además, ha impulsado una gran campaña de distribución de mascarillas cosidas por mujeres del país que permite atender a toda la población. Por último, también se han puesto en marcha un servicio informativo sobre el uso correcto de las redes sociales y una colecta de donativos para mujeres viudas o divorciadas que lleva por lema Your Time is Gold [Tu tiempo es oro].
En Bahréin, para reforzar la actuación del gobierno, la Unión de Mujeres de Bahréin se ha asociado con los médicos para impulsar la iniciativa Stay at Home [Quédate en casa], que ofrece consejos y consultas médicas a través de las redes sociales, incluidas WhatsApp e Instagram.
En Sudán, un grupo de mujeres ha lanzado una campaña de información sobre el Covid-19 especialmente dirigida a los mercados y vendedores ambulantes. Además, se ha puesto en marcha un hospital móvil con la colaboración de los farmacéuticos, mientras que otro grupo de mujeres distribuye cajas de comida entre las poblaciones más desfavorecidas.
No podemos citar todas las iniciativas, pero en Túnez, Argelia y Marruecos ha habido decenas de ellas impulsadas por la sociedad civil que han surgido en apoyo de los gobiernos y con el fin de gestionar mejor la pandemia mediante ayudas en forma de equipos hospitalarios o dispensarios o, de un modo más directo, con medios de protección y alimentación para las poblaciones vulnerables.
Asimismo, se han puesto en marcha varios sistemas de atención psicológica por radio o por teléfono, y también por internet.
En este sentido, cabe señalar los esfuerzos desplegados por algunos operadores de internet para bajar las tarifas de consumo durante el periodo de confinamiento, sobre todo con el fin de permitir a los alumnos continuar con las clases a distancia y soportar mejor el período de aislamiento. Entre ellos, destaca una iniciativa especialmente interesante, lanzada por una asociación —a la que pronto se han sumado muchas otras— para pedir al gobierno que adopte una política feminista en cuanto a las medidas de protección en la lucha contra la pandemia. En Marruecos, la Asociación de los Derechos Humanos ha lanzado una «gran campaña para apelar a la solidaridad humana en tiempos de coronavirus». En Argelia, numerosas asociaciones feministas de Tizi Ouzou, Bejaia o Argel se han movilizado para contribuir a la prevención de la violencia de género contra las mujeres durante el confinamiento. Ello ha permitido que el centro de atención de la red WASSILA haya recibido setenta informes semanales acerca de las violencias ejercidas sobre las mujeres durante dicho período.
La cuestión esencial que nos ocupa ahora es saber si esta pandemia puede adoptar una función transformadora. Los programas que algunos países han puesto en marcha para la reactivación económica después del Covid-19 no contemplan sectores en los que la presencia femenina resulte determinante.
Las lecciones que, en su día, permitieron la inauguración de la Organización de las Naciones Unidas —cuya misión es preservar a las futuras generaciones de las calamidades de la guerra y obliga a los estados miembros a resolver sus diferencias por la vía pacífica— condujeron a la Carta del 26 de junio de 1945, que integra los grandes principios de las relaciones internacionales.
¿Ocurre lo mismo hoy en día? Para aspirar a un «futuro mejor», es necesario reconocer el liderazgo de las mujeres, así como dar un nuevo impulso tal vez mediante una nueva carta— al principio de igualdad entre hombres y mujeres, gravemente deteriorado por las numerosas vulneraciones que han ocurrido, y que los tiempos de pandemia han hecho más visibles.