Las crisis en el Sahel
La comparación entre Níger y Malí muestra la complejidad política de la región, donde las respuestas locales afectan en gran medida a las trayectorias futuras de las crisis.
Alex Thurston
Cuando la región africana del Sahel, que se extiende de Senegal a Somalia, aparece en las noticias, suele deberse a una tragedia. Un gobierno elegido democráticamente es derrocado por un golpe de Estado, como sucedió en Malí en marzo. Occidentales secuestrados por militantes musulmanes mueren durante un rescate fallido, como sucedió en Nigeria en febrero. Rebeliones separatistas crean una crisis de refugiados. Las lluvias escasean y la sequía y el hambre invaden el Sahel año tras año, llenando los noticiarios occidentales con fotos de caras africanas escuálidas mientras las agencias de ayuda humanitaria suplican contribuciones. Cuando los periodistas hablan del Sahel (palabra árabe que significa “costa”, refiriéndose a la “orilla” del Sáhara), a menudo utilizan un lenguaje propio de las pesadillas.
En el vocabulario de The Economist se representa el Sahel como “una tormenta del desierto perfecta”, en Der Spiegel como “el cinturón africano de la miseria” y en Reuters como un “cóctel de inestabilidad”. Los analistas citan numerosos factores para explicar la política saheliana: el cambio climático y su papel en los conflictos por los recursos naturales, el extremismo político o religioso y las armas, en especial las procedentes de fuera de la región. Si bien todos estos factores están presentes, los países sahelianos siguen trayectorias políticas distintas. Mientras Malí ha sufrido un golpe de Estado y una rebelión en marzo, en Senegal se ha transferido el poder por segunda vez a través de unas elecciones pacíficas. Sudán y Sudán del Sur, cuyas negociaciones sobre el trazado de las fronteras y el reparto de los ingresos del petróleo se encuentran en un punto muerto, se acercan al borde de la que sería su tercera guerra; aunque los presidentes de Sudán y Chad, después de años apoyando rebeliones en el territorio del otro, se reconciliaron en 2010.
El escenario político del Sahel es muy variado, a pesar de que existen puntos en común entre los problemas de unos y otros países. Este artículo ofrece una perspectiva de la región que va más allá de las narrativas generales sobre los conflictos y se centra en los matices de la política nacional. Según esta visión, los países del Sahel están interconectados, pero son diferentes. Factores similares producen resultados distintos en países distintos, de modo que los acontecimientos importantes a nivel regional, como la caída del coronel Muamar Gadafi en Libia, afectan a cada país saheliano de forma desigual. Las respuestas de los gobiernos y otros actores clave ante problemas comunes, como los conflictos o el cambio climático, constituyen a menudo un factor decisivo que determinará el curso de los acontecimientos.
El artículo se compone de dos apartados. En el primero se describen las dos principales regiones del Sahel: el Sahel Occidental y el Gran Cuerno de África. En el segundo se comparan Malí y Níger, ambos países afectados por el cambio climático, la inseguridad alimentaria, la proximidad a la inestabilidad de Libia y las reivindicaciones de las regiones del norte, pero que toman caminos distintos.
Dividir la región para comprenderla
Antes de pasar a discutir sobre las subregiones del Sahel, es importante mencionar los factores culturales que sirven como nexo de unión para toda la región. En primer lugar, el islam es la religión mayoritaria del Sahel; las redes musulmanas transnacionales, como la cofradía sufí Tiyaniya, une a numerosos devotos sahelianos. En segundo lugar, los grupos étnicos y lingüísticos atraviesan las fronteras; uno no solo puede oír hablar hausa en Nigeria, sino también en Ghana y Sudán; el árabe se habla en Mauritania y también en Chad.
En tercer lugar, la geografía de la región ha propiciado un estilo de vida similar entre los pueblos de la banda saheliana, en concreto la agricultura (cuando ésta es posible) y la ganadería, dos actividades que suelen darse de forma interdependiente. La religión, las migraciones y el comercio han unido comunidades y creado culturas compartidas durante más de un milenio. Por último, los Estados poscoloniales que gobiernan territorios extensos con recursos limitados son vulnerables a impactos externos y a disidencias internas. En el Sahel el margen de error político o económico es sumamente estrecho. El Sahel se puede dividir analíticamente de numerosas formas, pero la división más extendida es la que separa el Sahel Occidental del Gran Cuerno de África. Los países del Sahel Occidental comparten marcos políticos, tanto pasados como presentes.
Mauritania, Senegal, Malí, Burkina Faso y Níger, junto con la mayoría de sus países vecinos costeros, pertenecieron a la colonia francesa de África Occidental hasta 1960. En la actualidad, estos países, así como las antiguas colonias británicas y portuguesas, pertenecen a la Comunidad Económica de Estados de África Occidental. Los países del Sahel Occidental mantienen estrechos vínculos económicos y culturales con los de la costa oeste africana. Las crisis que irrumpen en los países costeros afectan a sus vecinos del Norte. Por ejemplo, a principios de 2011, Costa de Marfil, el centro económico de la región, se vio afectada por la lucha armada entre dos partes que reclamaban la presidencia.
Esta crisis propició la subida de los precios (y los posteriores meses de motines y protestas) en Burkina Faso, su vecina pobre y sin acceso al mar. Cuando las lluvias cesan y los alimentos empiezan a escasear en los países del Sahel, la situación de los vecinos del Sur determina, en gran medida, la gravedad de las hambrunas resultantes. Este año Níger ha perdido ingresos y actividades comerciales transfronterizas debido al cierre de su frontera meridional con Nigeria, que intenta detener los movimientos transfronterizos mientras se enfrenta al grupo violento rebelde Boko Haram. El comercio y las migraciones han conectado históricamente el Sahel occidental con el norte de África, cuyas políticas afectan especialmente a Mauritania, Malí, Níger y su vecino oriental Chad. Las naciones del norte del Sahel son extremadamente pobres.
Solo Mauritania tiene costa, todas son propensas a la sequía, sus economías son débiles y las actividades mineras en la región han beneficiado solo a unos pocos privilegiados. Estos factores han empujado a los sahelianos a emigrar al Norte en busca de trabajo. A veces, la inestabilidad ha situado bajo la influencia de Libia o Argelia a zonas saharianas débilmente gobernadas. Durante su mandato en Libia, Gadafi proyectó una sombra muy alargada sobre estos países, en los que actuó como inversor, mediador de conflictos y figura de poder. Se puede argumentar que su caída ha desencadenado un efecto dominó y ha propiciado la rebelión actual en el norte de Malí, al crear una inestabilidad y un vacío de poder que han permitido el resurgimiento de reivindicaciones no resueltas. Más al Este se encuentra el Cuerno de África (Yibuti, Somalia y Etiopía) y el denominado “Gran Cuerno” (Sudán, Sudán del Sur y Kenia).
Chad, a pesar de estar lejano a la costa este africana, se incluye en la vida de esta región debido a los lazos étnicos y políticos con Sudán. El Gran Cuerno cuenta con un centro de gravedad político y una composición étnica y lingüística distintos al Sahel occidental. A diferencia de las lenguas de Níger y Congo, como el wolof y el fulani, que prevalecen en el oeste, muchas de las lenguas dominantes en el Gran Cuerno son de origen semítico como el árabe, el amhárico y el tigriña, nilótico como el dinka (hablado en Sudán del Sur) o cushita como el somalí.
La región está estrechamente vinculada con el África oriental y el mundo árabe. Sudán y Somalia son miembros de la Liga Árabe y Somalia mantiene también una estrecha relación con Yemen, que se encuentra a tan solo 170 millas náuticas de la costa somalí. El Gran Cuerno alberga, incluso más que el Sahel occidental, a rebeldes y separatistas que cuestionan las fronteras trazadas por los poderes coloniales, rechazan la dominación de los gobiernos centrales y magnifican las luchas locales por el agua y el territorio hasta convertirlas en crisis nacionales. Somalia cuenta con dos regiones irredentistas principales (Somalilandia y Puntlandia), así como con el movimiento rebelde Al Shabab.
Etiopía se enfrenta a la actividad separatista periódica que tiene lugar en el sureste. Sudán del Sur, después de luchar dos guerras contra Sudán entre 1955 y 2005, se convirtió en el Estado más joven del mundo en julio de 2011, aunque ahora ha visto proliferar un sinfín de movimientos rebeldes esparcidos por su propio territorio. Chad se ha enfrentado a importantes rebeliones en la última década. El conflicto en la región sudanesa de Darfur, sobre todo entre 2003 y 2008, capturó la atención del mundo entero. Sudán se enfrenta a la inestabilidad presente a lo largo de su nueva frontera meridional. El conflicto en un país suele también afectar a los países vecinos: tanto Kenia como Etiopía cuentan con tropas en Somalia. Sea cual sea la forma de subdividir la región, todos los países comparten vínculos estrechos y complejos con aquellos que se encuentran a su alrededor.
No obstante, más allá de los aspectos comunes en todo el Sahel y entre las subregiones que lo componen, existen diferencias fundamentales que separan a unos países de otros. A veces un país prospera (o como mínimo se aferra a la estabilidad) mientras el vecino se sume en el caos. La política, tanto pasada como presente, resulta ser a menudo el factor diferencial. Una comparación entre Malí y Níger, que afrontan muchos retos similares, servirá como ejemplo para aclarar esta última idea.
Problemas comunes, resultados distintos: Malí y Níger
Durante la Primavera Árabe de 2011, Malí y Níger miraban hacia Libia con inquietud. Gadafi, que luchaba por la supervivencia del régimen, había activado sus redes de apoyo entre los tuareg, un grupo étnico que reside principalmente en las zonas saharia-nas del norte de Malí, el norte de Níger y partes del sur de Libia y Argelia. La guerra civil de Libia no solo estaba enviando a miles de refugiados hacia el sur (60.000 solo en Níger), sino que también incrementaba la posibilidad de que los tuareg centraran su atención en los gobiernos de Bamako y Niamey una vez acabada la guerra. No se trataba de un temor carente de fundamento.
Los tuareg ya se habían rebelado en 1916-1917 (principalmente en Níger), en 1962-1964 (principalmente en Malí), en 1990-1995 (en Malí y Níger) y en 2007-2009 (también en Malí y Níger). La última rebelión terminó parcialmente debido a los esfuerzos de Gadafi como mediador. A lo largo de 2011, Níger era el que parecía enfrentarse a mayores dificultades. Acogió a más refugiados que Malí. Su sistema político era en apariencia más frágil. En febrero de 2010, los soldados derrocaron al presidente Mamadou Tandja, que había modificado la Constitución para poder gobernar durante un tercer mandato.
En abril de 2011, la transición de Níger se encaminó hacia un régimen civil, pero el nuevo presidente, Mahamadou Issoufu, sufrió un intento de golpe de Estado en julio tras abrir una investigación contra varios soldados por presunta corrupción. Issoufou parecía poco experimentado en comparación con el presidente de Malí, Amadou Toumani Touré, exgeneral y dos veces presidente civil. Tras casi una década en el poder, Touré se concentró en solidificar su legado de cara al traspaso de la presidencia programado para la primavera de 2012. Por último, si bien tanto Níger como Malí se enfrentaron a la amenaza anual de hambruna masiva, Níger fue el país más afectado por la crisis alimentaria de 2010, con casi la mitad de la población víctima de la escasez de alimentos.
Mientras parecía posible que Níger se viniera abajo, Malí parecía preparado para completar las elecciones de 2012 y así ganar el título de “democracia consolidada” por haber conseguido traspasar el poder de manos de un civil a otro en dos ocasiones. No obstante, ha sido en Malí donde, en 2012, ha estallado una rebelión tuareg, el presidente ha sido destituido por un golpe de Estado y se ha convertido en el centro de la inestabilidad regional, enviando refugiados a los países vecinos y aumentando la posibilidad de contagio de la rebelión tuareg en Níger. Si el clima y los conflictos son problemas comunes para Malí y Níger, ¿por qué sus destinos han sido, por lo menos hasta la fecha, tan distintos? Una de las respuestas reside en la historia. Aunque las rebeliones tuareg a veces han tenido lugar en Malí y en Níger al mismo tiempo, no siempre han ido acompasadas. En las rebeliones de principios de la década de los noventa, los rebeldes tuareg en Níger llegaron a un acuerdo de paz global con el gobierno en abril de 1995, mientras que el acuerdo alcanzado con el gobierno de Malí no llegó hasta marzo de 1996.
Durante la rebelión de 2007-2009, el mayor acuerdo de paz maliense (agosto de 2008) se firmó seis meses antes que el nigerino (abril de 2009). El conflicto a un lado de la frontera puede inspirar el conflicto en el otro, pero la relación entre los movimientos rebeldes y los gobiernos nacionales puede ser bastante distinta en un momento determinado, lo cual significa que, a veces, en un lado la situación puede estar en calma mientras el otro está en guerra. Incluso si los rebeldes tuareg rechazan las fronteras regionales, la frontera que separa Malí y Níger resulta significativa e influyente. Otra de las respuestas reside en el liderazgo político. La posición de Issoufou como líder nuevo y poco experimentado puede, irónicamente, haberle llevado a tomar medidas más prudentes, las cuales Touré, por exceso de confianza, no contempló o lo hizo demasiado tarde.
Como necesitaba obtener apoyo y forjar una unidad nacional, Issoufou nombró primer ministro al político tuareg Brigi Rafini pocas horas después de asumir el cargo. Durante su primer mes, prometió implementar todos los acuerdos de paz previos firmados con los tuareg. Cinco días después del inicio de la rebelión tuareg en Malí en enero de 2012, Issoufou estuvo en el pueblo norteño de Arlit lanzando una iniciativa para la reintegración de los combatientes tuareg en la sociedad nigerina. Si bien en la primavera de 2012 han circulado rumores sobre grupos tuareg armados en Níger, los líderes tuareg nigerinos han descartado, hasta la fecha, la idea de una rebelión. De hecho, en Malí, Touré anunció un plan de desarrollo para el Norte, en agosto de 2011, aunque este se centraba más en acciones contra el terrorismo que en abordar las reivindicaciones de los tuareg. Las promesas de cambio parecían desmoronarse.
No fue hasta enero de 2012, pocos días antes de que estallara la rebelión, que el gobierno de Touré puso en marcha una iniciativa política seria dirigida a los líderes tuareg, aunque ya era demasiado tarde para prevenir dicha rebelión. Esta comparación no pretende demostrar que Níger haya capeado el temporal. Los líderes nigerinos, que culpan a Malí de no haber abordado el problema tuareg con seriedad, temen que la crisis maliense afecte también a su país. La comparación, sin embargo, muestra que la presencia de factores similares (militantes musulmanes, inseguridad alimentaria agudizada por la presión del cambio climático, las consecuencias negativas de Libia y las longevas reivindicaciones de las minorías) no garantiza resultados similares.
El Sahel absorbe los impactos políticos y económicos de sus vecinos más poderosos del Norte y Sur. No obstante, la comparación entre Níger y Malí ejemplifica la complejidad política de esta región, en la que las respuestas locales afectan en gran medida las trayectorias futuras de las crisis.