En las culturas mediterráneas y también en las septentrionales europeas, las aves son mensajeros de los dioses; ello les otorga en el plano simbólico una capacidad para vaticinar, con su sola presencia, aspectos saludables o nefastos. Desde la antigüedad, los pájaros viajeros son percibidos como almas y por ello la metamorfosis es uno de los paradigmas cosmológicos de larga duración en la cultura mediterránea. Las aves augurales mantienen toda su vigencia tanto en el imaginario popular como en su condición de fuente de inspiración para poetas y escritores de ámbitos culturales diversos.
Hablar de la naturaleza es también poner normas de orden moral o religioso. En este sentido, entran en el sistema cosmológico las aves, especialmente aquellas que tienen unas características determinadas, sea porque son migratorias y, por lo tanto, aparecen y desaparecen en un momento dado, sea por el color, por sus hábitos diurnos o nocturnos, por los lugares donde se posan o por los sonidos que emiten. En los relatos se tiende a buscar signos de maldición en animales en los que puede haber una anomalía, por ejemplo un ave nocturna, o signos de bendición en aquellos que despiertan una empatía. Es difícil descubrir un conocimiento de la naturaleza libre de la influencia de la cultura y, en este sentido, los animales han servido como metáfora a los humanos. Las fábulas de Esopo y las fábulas libias que menciona Aristóteles y quizás también influyeron en las historias de Apuleyo, originario del Norte de África, son un buen ejemplo.
Las Metamorfosis de Ovidio contienen un mundo de transformación donde aparecen gran cantidad de aves que guardarán con el tiempo su connotación metafórica; en la Edad Media, la obra tuvo una gran difusión, junto con la transmisión árabe de las fábulas orientales. Todas estas historias sufren una adecuación moral con la influencia de las religiones del Mediterráneo. Mencionemos, por ejemplo, los bestiarios medievales, popularizados primero, como las fábulas, por los exempla de los antiguos predicadores y, más tarde, por la imaginería y la literatura de divulgación. He aquí, sin duda, por qué se encuentran, entre los relatos de origen europeo, etiologías del león, el unicornio, el avestruz, el elefante, el mono, el dragón, todos los animales fantásticos o exóticos que aparecen representados en los textos. Éstos son, al mismo tiempo, cristianizados y ungidos de la visión moralizante de los bestiarios. Lo mismo podemos decir del Islam, cuyo misticismo hace acopio de los símbolos animales, especialmente de los pájaros como representantes del alma.
Los trabajos de los psicoanalistas clásicos inciden hoy en día en algunas interpretaciones, no obstante, como manifiesta Durand (1982), sus tesis son demasiado limitadas, ya que el simbolismo teriomorfo es muy antiguo y agrupa muchos más significados que la libido. Para Durand tiene mucho más que ver con el esquema de lo animado: «Todo animal salvaje, pájaro, pez, insecto, es más sensible al movimiento que a la presencia formal o material». Sensaciones y percepciones son elementos básicos del imaginario: la vida y la muerte como elementos copulativos, la naturaleza, la divinidad, el eterno retorno… todo confluye.
Para Bachelard (1986), la ascensión, el deseo de verticalidad es la razón profunda que motiva la facilidad con que la ensoñación volante es aceptada en nuestra psique, por lo que el ala surge como símbolo de purificación racional. De ahí resulta para este autor que el pájaro casi nunca es considerado como un animal, sino como un simple accesorio del ala: «No se vuela porque se tienen alas, sino que las alas crecen porque se ha volado». Así pues, el pájaro se desanimaliza en beneficio de la función.
Augurios
Se reconoce a los pájaros, además, un papel instaurador. Cercanos al cielo, capaces de hablar y, por tanto, de enseñar, son mediadores designados por su sabiduría, de la que sólo se aprecia hoy la vertiente meteorológica pero que ha tenido funciones más amplias, relegadas más tarde a la superstición.
No sorprende demasiado que las técnicas de pronóstico del tiempo tengan tanta importancia en sociedades donde la agricultura ha ocupado un lugar esencial. Estas reglas de interpretación permiten previsiones a corto plazo: se sabe que lloverá cuando se ven las golondrinas volar a ras de tierra, cuando se oye cantar al pájaro carpintero o las ranas. Sin embargo, se intenta también prever a largo plazo, saber sobre todo en qué momento tendrán lugar los cambios de estaciones y, en este sentido, las aves migratorias son buenos mensajeros.
Marlène Albert-Llorca (1991) recoge una historia que tiene que ver con el presagio del desastre de Chernóbil:»Desde siempre, las golondrinas construyen su nido bajo el tejadillo y en el hangar. El año de Chernóbil no llegaban…Si las golondrinas no vuelven más, es que los hombres han jugado demasiado con fuego. Ausencia de pájaros, perturbación del tiempo: ¿No está cercano el fin?».
El poder del augurio tiene una larga tradición ligada a las civilizaciones antiguas, más vinculadas a la naturaleza que la nuestra. El vuelo de los pájaros los predispone a servir de símbolos de las relaciones entre el cielo y la tierra. En griego, la misma palabra podía ser sinónimo de presagio y de mensaje del cielo. En el mundo céltico el pájaro es, en general, el mensajero o el auxiliar de los dioses y del Otro Mundo, sea el cisne en Irlanda, la grulla o la garza en la Galia, la oca en Gran Bretaña, el cuervo para los germanos, el abadejo o la gallina. Harry Potter utiliza una lechuza como mensajera en su pastiche cultural imaginativo.
El cristianismo y el Islam, si bien contrarios al augurio, no han dudado en utilizar las aves como metáfora. Existe, no obstante, una equivalencia simbólica y funcional entre los mensajeros del otro mundo céltico, que se desplazan a menudo en forma de cisnes, y los ángeles del cristianismo, que llevan alas de cisne. Los ángeles también son intermediarios entre Dios y el mundo, aunque en la interpretación de la Iglesia las alas son símbolo de orden espiritual. El ángel, en tanto que mensajero, siempre lleva una buena noticia para el alma.
La palabra agüero (del latín augurio) significa presagio, aunque tanto agüero como agorero (el que lee los augurios) tienen actualmente un significado nefasto y supersticioso, sin duda por todo lo que la Iglesia ha luchado contra esas prácticas, consideradas paganas.
Un término parecido es el catalán averany (augurio), aunque el filólogo Joan Corominas lo deriva del antiguo averar en el sentido de «lanzar una idea con miras a la comprobación», «hacer un cálculo estimativo». Pedro de Ciruelo, canónigo de la catedral de Salamanca, se hace eco de estas creencias, que combate en una obra publicada en 1556: Reprovación de las supersticiones y hechizerías. Libro muy vtil y necesario a todos los buenos Christianos, obra muy crítica con estos temas, que sin duda el buen canónigo encontraba difíciles de combatir dado el carácter arraigado de estas prácticas paganas. Entre sus reprobaciones enumera todo tipo de presagios extraídos de aspectos vinculados con la naturaleza, especialmente con las aves.
Los auspicios están fundamentalmente propiciados en la época romana por los pájaros. La ciencia de los auspicios no es únicamente visual: supone sólidos conocimientos de ornitología. Existen especies que trasmiten signos por su vuelo, otras por su canto y otras, las más reputadas, por las dos cosas a la vez. El augur no intenta prevenir el futuro. Consulta para saber si la acción proyectada está «permitida» o no por los dioses: si es fausta. ¿Cuál es la parte de autonomía hacia estos signos que recibe el que cata las aves? Algunos autores han insistido en el tratamiento pragmático de los romanos ante los presagios: parece que el augur es libre para aceptar o no los significantes. Se trata, pues, de una religión más apoyada en el rito que en el mito.
La representación del alma
Pero ¿por qué las aves nos quieren prevenir? ¿Qué interés pueden tener hacia los humanos? ¿Forman parte de nuestra psique, como manifiestan los psicoanalistas? ¿Son transformaciones pasajeras del espíritu, como manifiestan algunos mitos? ¿Ponen en contacto a los vivos con los muertos?
Una de las simbologías más extendidas de las aves es la de representación del alma. El testimonio más antiguo de la creencia en las almas-pájaros está, sin duda, contenido en el mito de Fénix, ave de fuego de color púrpura. es decir, compuesta de fuerza vital. En los frescos del antiguo Egipto vemos cómo un ave con cabeza de hombre o de mujer simboliza el alma de un difunto o un dios que visita la tierra. La concepción del alma-pájaro y, por tanto, la identificación de la muerte con un ave están ya atestiguadas en las religiones del Oriente Próximo arcaico. El Libro de los Muertos describe la muerte como un halcón que levanta el vuelo y en Mesopotamia se figuran los difuntos bajo la forma de aves (Chevalier y Gheerbrant, 1982). Pero también en la simbología cristiana vemos cómo al expirar, el alma sale en forma de ave.
Según el mismo Corán, el «lenguaje de los pájaros» es el del conocimiento espiritual, y tiene que ver con las almas. La tradición cristiana de la paloma, los ángeles o el Espíritu Santo se mantiene en el Islam: los pájaros viajeros -como los de Attâr y los del Relato del Pájaro de Avicena- son almas lanzadas a la búsqueda iniciática.
En los Diálogos de Platón (1965), el Fedón, que trata aspectos de la inmortalidad del alma, presenta a Sócrates rememorando «una antigua tradición que [le] viene a la memoria, [y] pretende que las almas que están allá abajo [en el Hades, lugar donde en la religión griega van a parar las almas de los muertos], llegadas desde aquí, regresan aquí y renacen de los muertos, por lo que debemos concluir que nuestras almas están allá [en el Hades] y que no podrían renacer, si no existiesen, y su existencia nos será suficientemente probada, si vemos claramente que los vivos nacen de los muertos. Si eso no es así, necesitaremos encontrar otra prueba».
En el diálogo, esta inmortalidad se prueba finalmente por la ley de los contrarios: «De la vida sale la muerte y de la muerte la vida». Este imaginario griego concuerda con el imaginario europeo que ve a la cigüeña como portadora del alma del recién nacido, pero también con la representación del espíritu del muerto de los jeroglíficos egipcios. Así pues, tenemos que las aves, ellas mismas o como portadoras, representan el espíritu vital, espíritu que a veces vaga tomando una apariencia formal mientras espera la purificación.
Metamorfosis
La metamorfosis a veces se distingue mal de la trasmigración del alma o metempsicosis, pero son dos cosas diferentes. Ésta última incide en la muerte y reencarnación en otro cuerpo, mientras que la metamorfosis no afecta más que a la apariencia y no al yo profundo. El cristianismo y el Islam han sido rotundos en la condena de la trasmigración, sin embargo la metamorfosis, quizás por el aspecto alegórico que comporta, ha sido mejor aceptada, al menos en su versión popular.
En las metamorfosis aparece una cierta creencia en la unidad fundamental del ser; las apariencias sensibles sólo tienen un valor ilusorio o pasajero. Existen teorías que ven las metamorfosis como expresiones del deseo, la censura, el ideal o la sanción, surgidas de las profundidades del inconsciente y que toman forma en la imaginación creadora. De hecho, muchas mitologías están llenas de metamorfosis. En los textos irlandeses y galeses es frecuente encontrar que un mago, druida, poeta o profetisa, por una u otra razón, convierte a un héroe o una heroína en cerdo, pájaro o pez. Los dioses se pueden metamorfosear, también las brujas. Las novelas y, especialmente, la poesía amorosa son ricas en este tipo de deseos.
El poeta Ovidio Nasón, en su magna obra mitológica Las Metamorfosis, que desgrana doscientas cincuenta fábulas encadenadas por hermosos hexámetros, recoge la religión popular en la que se dan elementos metafóricos, así como la religión imaginativa, con el gusto natural del misterio. A pesar de que Ovidio era sin duda escéptico, las leyendas están tratadas con un punto de ironía, lo que confiere, y he aquí lo importante de su obra, un carácter estético a la religión. Su obra debe mucho a la tradición de las fuentes helenísticas. En esta tradición es importante nombrar especialmente a Boio, sacerdotisa de Delfos, a la cual un poeta helenístico atribuyó una Ornitogonia, manojo de historias de héroes transformados en aves, de la que bebieron otros autores grecolatinos.
En la Edad Media las obras de Ovidio tienen una difusión enorme. Sacadas de su contexto, las historias de Las Metamorfosis se mezclan con materiales indios y árabes, se adaptan de forma popular o sirven de comentario alegórico a la teología. De los poemas latinos retomados en el siglo XIII se pasa después al francés antiguo, al alemán, al neerlandés, y se encuentran huellas en Chaucer, Bocaccio, Tasso, Montemayor, Corella y en las múltiples adaptaciones de los personajes de Céfalo y Procris, Orfeo, Escila, Pasifae, Progne y Filomela. Los temas de la transformación, el castigo o la purgación de las culpas también los encontramos en la otra ribera del Mediterráneo, donde se castiga al ulema, al juez o al maestro coránico por su falta de piedad, como veremos más adelante.
Muchos relatos que vinculan una geografía a un espacio sagrado son objeto de transformación, como por ejemplo Demnate, en el sur de Marruecos. Allí encontramos el puente de Imi-n-Ifri, un enorme arco natural horadado por el río Mahser, cuyo nombre significa en bereber «la puerta del precipicio». Un sendero rocoso permite bajar a los pies del puente y atravesar una gigantesca bóveda salpicada de estalactitas y pequeñas grutas. Por la mañana muy temprano, cuando hace buen tiempo, las mujeres vienen a tomar un baño entre las rocas: les da buena suerte, las ayuda en su fertilidad. Por los alrededores se pueden ver muchas ardillas y, sobre todo, bandadas de martinetes y cornejas negras. Una leyenda explica la presencia de estos pájaros: en el fondo del precipicio vivía un genio malo con siete cabezas que, para que la fuente no se agotase, exigía que los habitantes de Demnate le ofrecieran cada año a la joven más bella del país. Sucedió entonces que la hija del caíd fue elegida. Afortunadamente, un joven valeroso consiguió vencer al monstruo antes de que la joven sacrificada cayese en sus manos. El cadáver del horrible genio se descompuso entonces en millares de gusanos que se transformaron en otras tantas cornejas.
La cigüeña: símbolo de vida
La contextualización cultural practica una simbología diversa en las percepciones, pero éstas pueden tener un arraigo que supera ciertos cánones religiosos. Aunque la Biblia (Levítico 11.18-19) incluye a las zancudas entre los «animales impuros», y la cigüeña es considerada inmunda, normalmente ha sido percibida como símbolo de buen augurio. En los países europeos, su regreso regular en primavera corresponde a la fiesta de resurrección de la naturaleza. Su papel de portadora de niños, o sea de vida, se liga seguramente a este tema, aunque también hay otras interpretaciones vinculadas con la noción de “pájaro del alma» en contacto con «las aguas de la Creación», fuente de toda fertilidad.
A causa de su antiguo nombre en las lenguas germánicas, adebar, que proviene del verbo bern, bero(llevar, traer) y de od (propiedad) o atem (aliento), la cigüeña es considerada en estos países el pájaro que aporta fortuna, regalos y el aliento de la vida a los niños. El simbolismo psicoanalítico ve en el pico de la cigüeña la imagen del falo, la «fuente de los bebés» simbolizada por el seno de la madre (Rank, 1983). Mientras que en los jeroglíficos del antiguo Egipto una de las representaciones corrientes del bâ (alma) es una cigüeña con cabeza humana.
En su opuesto pero con igual significación, los pájaros nocturnos son a menudo asimilados a los espectros, a las almas de los muertos que vienen a gemir de noche cerca de su antigua morada. Las estrigiformes son aves llevadas al extremo cuya doble maldición todos los relatos subrayan: condenadas a vivir de noche, son odiadas por los otros pájaros. ¿Esto no quiere decir que se encuentran, de alguna manera, excluidas del mundo de los vivos? La importancia de la correlación entre la oposición muertos/vivos y noche/día tiene una profundidad antropológica. No obstante, hay que subrayar que un grupo importante de relatos de origen de las estrigiformes presenta su inicio en la noche como una caída por haber cometido una falta, según la versión de Ovidio en sus Metamorfosis.
Tradicionalmente, en Castilla y en otras partes de Europa, a los niños los trae la cigüeña. La imagen de la zancuda volando a gran altura, portando en su pico un pequeño fardo por el que asoma la cabeza de un recién nacido, se ha impuesto como símbolo natalicio. Éste es conocido incluso en aquellos lugares donde la tradición ha sido otra y se «encontraba» a los niños debajo de una col, al pie de una roca o de una fuente, imágenes equívocas que pueden presuponer abandono, mientras que el gran pájaro volando horizontalmente produce una sensación protectora e inequívoca de la mensajera que llega a su destino.
La cigüeña ha venido acompañando a una parte de los pueblos europeos y del Asia Menor en el período primaveral. Llega entre febrero y marzo y tiene sus crías en los enormesnidos construidos junto a zonas pobladas ya que, al igual que el hombre, siempre se ha instalado al lado de las riberas, en terrenos abiertos en los que hubiese pastizales y zonas de regadío.
Pocos estudios encontramos sobre las cigüeñas a pesar de que desde antiguo se les ha reconocido un papel simbólico, casi religioso. San Isidoro (1983) califica a la cigüeña de «heraldo de la primavera». Esta ave es, asimismo, con su largo y flamígero pico, un caballero lanza en ristre que libera los campos de reptiles y otros animales considerados ponzoñosos y maléficos. Estrabón, Plinio, san Isidoro y Sebastián de Covarrubias nos hablan de ella como de un símbolo de piedad filial: «Es muy notable el cariño que sienten hacia sus hijos; con tanto celo calientan sus nidos, que a causa de estar tanto tiempo incubando llegan a perder las plumas. Sin embargo, cuanto tiempo dedican a la cría de sus retoños, otro tanto ellos, a su vez, son alimentados por sus polluelos» (Covarrubias, 1976).
La cigüeña estaba consagrada a Juno, diosa del matrimonio y las mujeres casadas. Sebastián de Covarrubias, en el Tesoro de la Lengua Castellana (siglo XVII) es quizá quien resume, de una forma más completa, las creencias y características sobre las cigüeñas, puesto que recopila material de los clásicos e introduce observaciones reales. En la cigüeña tenemos, pues, una díada que la hace merecedora el respeto y del tabú a matarla:
1) Es mensajera y portadora del buen tiempo, el sol y el calor; trae o anuncia la vida.
2) Se come las sabandijas, animales inmundos relacionados con la muerte, según la creencia popular.
La cigüeña en Marruecos
Diez años después de un extenso trabajo etnográfico realizado en Castilla, hemos podido cerrar el ciclo migratorio de la cigüeña, y hallar lo que podríamos denominar sus cuarteles de invierno, a partir de diversas vías e investigaciones llevadas a cabo en Marruecos. Aquello que nos decían a principios de los años noventa los ancianos de algunas aldeas castellano-riojanas de que a finales de verano las cigüeñas se iban a África o «Dios sabe dónde», la preocupación ecológica y la tecnología han acabado con el jardín secreto al que se dirigían las cigüeñas. Se han multiplicado los puntos de observación no solamente en el paso del Estrecho de Gibraltar, sino en muchos otros lugares. Veamos, si no, los comentarios realizados desde el Museo de Historia Natural de Friburgo (Suiza) en relación con una cigüeña seguida desde sus instalaciones:
«Max es la cigüeña más conocida en el mundo, nacida en mayo de 1999 en Avenches. Es el primer animal suizo que ha sido seguido por satélites. Cada año, hacia finales de verano, se dirige hacia Marruecos. Después de haber pasado dos inviernos enteros cerca de la ciudad de Guerzif, al norte del país, Max se ha desplazado a menudo entre Guerzif y Fez, estos últimos meses.»
Y la última noticia aparecida sobre Max es del 10 de enero de 2005: «La cigüeña blanca Max ha permanecido hasta el 20 de diciembre en Sidi Quacem, al norte de Marruecos. Enseguida ha regresado a Fez, ciudad que había visitado en septiembre de 2004. A pesar de que la antena de su trasmisor estaba bastante averiada, los satélites reciben de nuevo señales. Gracias a la ayuda de los especialistas de Argos, su trayecto desde el 23 septiembre ha podido ser reconstruido. No sabemos cuándo Max ha dejado el lugar de nidificación pero después de septiembre, lo más tarde, se encontraba en Fez, donde ya había pasado el invierno 2003/2004. A principios de octubre fue a visitar la ciudad de Meknès. Luego se dirigió hacia el noroeste, hasta la pequeña ciudad Sidi Quacem. Cada año, Max deja el lugar de invernada más temprano: en 2000 y 2001, inició su regreso el 1 de abril; en 2002, a partir del 27 de marzo y en 2003, el 7 de febrero. Esta última vez ha iniciado su migración el 31 de enero”.
Una de las primeras percepciones que observamos es el grado de simpatía y respeto que se tiene a la cigüeña en el Magreb, aspecto comprobado con anterioridad por viajeros y antropólogos durante los siglos XIX y XX. La cigüeña en bereber se denomina aswu; en árabe marroquí, belarej. Se trata de un ave de buen agüero en Marruecos, como recoge Mohammad Ibn Azzuz Akím (1958): «La cigüeña es un ave de buen agüero por ser sinónimo de felicidad y dicha».
El antropólogo colonial Edmond Doutté (1914) manifiesta a principios del siglo XX que «las cigüeñas sólo vienen a Marrakech durante el invierno y la primavera, y se van después al sur… nos dicen que sin ninguna duda a Massa. Massa, la ciudad misteriosa del Sus». De la ciudad de Massa y su puerto, que tan importantes fueron a lo largo de la historia, no queda nada, sólo el recuerdo, ya que parece que está hundida bajo las dunas. Actualmente se encuentra la reserva natural del río Massa, a una cincuentena de kilómetros de Tiznit. El estuario del río es un lugar donde se acogen miles de aves, especialmente ibis. ¿Es éste, pues, uno de los lugares adonde van en invierno las cigüeñas que viven en primavera y verano en los campanarios burgaleses y sorianos? Quizás mueren aquí cuando son viejas, ya que los campesinos castellanos nos decían que las viejas no venían y que, en la guerra, las cigüeñas sólo se morían por accidentes, a pesar de que ellos las cuidaban cuando tenían percances.
En marzo de 1998 estuve en Rabat, en la necrópolis de Chellah. Esta extensa necrópolis, edificada en el siglo XIV por los meriníes, se levanta fuera de los muros de la ciudad, a unos dos kilómetros del centro de Rabat, sobre el asentamiento de una próspera ciudad romana, Sala Colonia, abandonada en el siglo X. La necrópolis de Chellah fue destruida por un terremoto en 1755. El paraje está recubierto actualmente por una vegetación exuberante que lo convierte en un frondoso jardín de palmeras, hibiscos, higueras y árboles más altos en los que anidan decenas de cigüeñas e ibis, creando así un lugar telúrico, dada la connotación de vehículo de nacimientos que tienen las cigüeñas en nuestra cultura, así como el simbolismo de la cigüeña como representación del alma de los muertos en el antiguo Egipto.
Sin duda es un lugar sagrado, no sólo porque están bien patentes los vestigios de la zauía y las cúpulas de algunas tumbas de morabitos, sino especialmente por la fuente milagrosa que allí se encuentra, Ain Mdafa, que tiene la propiedad de curar la esterilidad de las mujeres. La fuente es un estanque casi cuadrado de unos diez metros de lado, donde se encuentran unas anguilas enormes con aspecto de serpientes. Las mujeres con problemas para concebir llevan a cabo rituales como encender velas o tirar a la fuente huevos cocidos, asaduras y bofes de cordero, que son consumidos rápidamente por las anguilas que discurren en el fondo del agua o están agazapadas (Roque, 2007).
Edmond Doutté (1914) dice: «La veneración por la cigüeña es universal en Marruecos; no se la persigue, nadie se queja de los daños que causa, se soportan las incomodidades que resultan de su vecindad; si una cigüeña en Marrakech cae del nido y se rompe una pata, lo que pasa alguna vez, se la lleva al mâristân de la ciudad, es decir a un hospital». «En [Marruecos y Argelia], el pájaro está reputado como santo. Prosigue Doutté: “«Es santa, es marabuta», dicen cuando se les pregunta por qué la veneran tanto. Es así como los argelinos la llaman merabta, «marabuta». Los morabitos, que también pueden ser mujeres, son normalmente piadosos ermitaños, santos, y sus tumbas son lugares de peregrinaje por su capacidad para curar enfermedades”.
Por su parte, el antropólogo finlandés Edgard Westermarck (1926) escribe: «Entre los ait warain del medio Atlas existe la costumbre de enterrar a las cigüeñas que se encuentran ya muertas y realizar un pequeño haws (círculo) encima de la tumba que después es visitada por personas que sufren fiebres, como si fuera un siyid (santón representante de una cofradía)”.
El simbolismo de esta ave, aunque de buen agüero, comparte una visión polisémica contextualizada con las corrientes metafóricas cultas y populares que inciden en esta área cultural, como la de los pájaros viajeros a la que nos hemos referido más arriba y su vinculación con las almas y los viajes iniciáticos.
Los hombres cigüeña
Retomando la relación entre las cigüeñas y el hospital apuntada más arriba, es significativo lo que cuenta de su viaje a Marruecos a principios del siglo XIX el catalán Alí Bey. De su estancia en Fez, y entre otras cosas que llamaron su atención, comenta: «Fez posee un hospital u hospicio con muy buena dotación y destinado únicamente al cuidado de los locos. Lo singular de él es que una parte considerable de los fondos del establecimiento ha sido legada por testamentos de varios individuos caritativos con el único objeto de asistir, cuidar, dar remedios y enterrar en el mismo hospital a las grullas o cigüeñas enfermas o muertas. Creen que las cigüeñas son hombres de unas islas muy lejanas, que en cierta época del año toman la forma de las aves para ir allá y al tiempo conveniente regresar a su país, donde se convierten en hombres hasta el año siguiente. Por esta razón se miraría como criminal a quien matase a una de estas aves; sobre este particular ensartan mil cuentos a cuál más absurdo. Sin duda, la útil propiedad de dichos pájaros, que persiguen a los reptiles tan abundantes en los países cálidos, atrajo el respeto de los pueblos, quienes por ello velaron por su conservación; pero el amor de lo maravilloso al que siempre han sido inclinados los hombres ha reemplazado, aquí como en todas partes, fábulas absurdas por las observaciones reales para llegar a igual resultado» (1997).
Alí Bey era un positivista decimonónico, mientras que el mito tiene mucho que ver con la poesía sufí. Debemos pensar que el sufismo, considerado poco ortodoxo por el Islam, ha sido la corriente que ha proporcionado más poesía y más aspectos creativos a esta religión, al igual que el misticismo al cristianismo.
Alí Bey nos da buena cuenta del hospital psiquiátrico de Fez, mantenido por unos fondos píos que también incluyen curar y enterrar a las cigüeñas que en realidad, según el mito, son la metamorfosis de hombres que provienen de unas islas lejanas (¿Europa?), por lo que si alguien matase a alguna, sería tenido por criminal. Otro aspecto interesante de la creencia es el aspecto temporal, sin duda, dada por la migración anual, o sea por la desaparición de estas aves en un momento dado. Alí Bey se niega a explicar otros cuentos que no tienen que ver con los hombres lejanos y sí con la transformación de musulmanes en cigüeñas.
El escritor Juan Goytisolo, que vive habitualmente en Marrakech y conoce bien el cuidado que se dispensa en esta ciudad a las cigüeñas, ha escrito un cuento inspirándose en la historia relatada por Alí Bey, además de utilizar el recurso de la metamorfosis como fabulación del deseo y su posible realización -el escritor denomina transformista al protagonista-. Goytisolo utiliza el mito de los hombres cigüeña para relatarnos una historia de migración a Europa. De hecho, no es la primera vez que lo hace, porque en diversos artículos ha usado el símil de las cigüeñas para hablar de los emigrantes, y en especial de sí mismo, que vive entre dos culturas.
Entre los cuentos que oyó Alí Bey y no repite estaba, probablemente, el de la cigüeña que es un juez castigado por haber hecho la ablución con leche en lugar de agua en su noche de bodas, tal como señalan Doutté y Azzuz Akím, o por haber untado jabón en los escalones de acceso a su casa para librarse de escuchar a los litigantes. Veamos como recoge el relato Doutté (1914): «La cigüeña era un juez al que aburrían los procesos. Para distraerse, había puesto jabón en las gradas del pretorio, de manera que los litigantes que se presentaban en su tribunal resbalaban y caían de espalda, lo que hacía reventar de risa al magistrado gracioso. Para castigarlo, Dios lo convirtió en cigüeña y los chasquidos del pico recuerdan las risotadas del antiguo cadí». Y prosigue: «Un talebmaestro de Aghmat nos cuenta que la cigüeña era un maestro de escuela coránica que hizo sus abluciones con laban (leche agria), bebida muy apreciada por los indígenas. Por su pecado fue transformado en cigüeña y su grito recuerda el claqueteo de las tablillas que los escolares remueven ruidosamente y sobre las que escriben el Corán».
Westermarck, por su parte, recoge otras citas: «Chenier sugiere que su repugnancia a matar cigüeñas puede ser debida a la regularidad con que estos pájaros emiten sus gritos y al movimiento que hacen con sus cuerpos, que en cierta manera recuerda al de los musulmanes durante la plegaria».
Una de las lecturas interpretativas podría ser que, al igual que en las historias de Ovidio donde los dioses castigan a los trasgresores, Alá también opera la metamorfosis para castigarlos por su falta de caridad y su impiedad y, de esa forma, expían las culpas. Pero si sólo hiciésemos esa lectura iríamos errados, pues hay más lecturas y más importantes. Hemos dicho más arriba que en los jeroglíficos egipcios el bâ, alma del difunto, suele ser representado por una cigüeña. También hemos visto al inicio del trabajo que en relación con la psique, autores como Bachelard conciben las alas como símbolo de purificación racional y por tanto el pájaro, en la ensoñación, casi nunca es considerado como un animal.
En el Corán, el alma misma es un ave, así como en la poesía sufí. Un claro ejemplo es la obra El lenguaje de los pájaros, elaboración poética del místico persa Farid al-Dîn Attar en el siglo XII. En ella los pájaros, exhortados por la abubilla (mensajera del amor en el Corán), deciden partir en busca del pájaro-rey Simorg, símbolo de Dios en la tradición mística persa. Tras un viaje lleno de peligros y tras haber recorrido los valles del deseo, el conocimiento, el amor, la unidad y el éxtasis, los treinta supervivientes conocen la última revelación: Simorg es su propia esencia, hasta entonces oculta en lo más profundo de ellos mismos. El poeta sufí juega con la similitud de sî morg (treinta pájaros) y Simorg para encontrar una imagen elocuente.
En el sistema filosófico-religioso del Islam, las almas son peregrinos en un proceso de iniciación espiritual; y ello da sentido a los datos etnográficos de Westermark, que nos dice claramente que entre los aït warain existe la costumbre de enterrar a las cigüeñas que se encuentran muertas como si se trataran de morabitos a los que vienen a visitar las personas que sufren fiebres. Por otro lado, tanto Alí Bey como diversos antropólogos posteriores y actuales informantes nos hablan de los bienes caritativos dejados en los mâristâns para curar y enterrar a las cigüeñas.
Los legados píos para la cigüeña
En mi investigación he intentado saber más cosas acerca del mâristân de Fez y Marrakech. Mâristân es la denominación abreviada marroquí de bîmâristân, término con que se denomina al hospital, en especial psiquiátrico, en el mundo islámico. Es una palabra persa compuesta de bîmar (enfermo) y stan (lugar o recinto). El primer hospital para enfermos mentales fue construido en Bagdad hacia el siglo VIII por el visir Harún al-Rashid.
Desde un punto de vista científico y arquitectural, la idea es comparable al hospital moderno; este modelo fue seguido en el mundo islámico y, más tarde, en el mundo cristiano. Los célebres mâristâns de Sidi Frej, en Fez, y Sidi Isaac, en Marrakech, fueron construidos en los siglos XII y XIII, gestionados con donaciones caritativas bajo el control del Estado. En Europa, estos hospitales se construyeron a partir del siglo XVI siguiendo los modelos musulmanes (Ammar, 1987).
Generalmente, los mâristâns son como grandes palacios, con un plano cruciforme, edificados alrededor de un patio rectangular en el que se encuentra una fuente. Los árboles, las flores perfumadas y las plantas verdes asociadas al gorgojeo y el frescor del agua de las fuentes eran considerados curativos y formaban parte integrante de la terapia de los alienados. León el Africano (1465-1550) fue secretario de Sidi Frej durante varios años. En sus escritos refiere el personal que se ocupaba de los enfermos, los pabellones dedicados a enfermedades diversas, incluso el lugar de cirugía y especialmente dónde estaban los alienados y qué se hacía con ellos (Gorini, Baggieri y De Giacomo, 2004). El mundo musulmán ha sido muy respetuoso con los alienados y casi desde el inicio ha habido médicos que han usado la psicoterapia, como el persa Errazi, que legó varios escritos sobre las perturbaciones y los desórdenes psicológicos. Avicena, en el siglo XI, también destacó por la fenomenología aplicada a la terapia del alma (Ammar, 1987). Antes y después de éste, una pléyade de sabios ligados a las grandes corrientes místicas sufíes se dedicaron a explorar las profundidades del alma humana, como el psicólogo y musicólogo neoplatónico al-Farabi y el gran educador al-Ghazali. De hecho, la intensa espiritualidad que animaba a gran numero de médicos los condujo a abrazar muy pronto la doctrina sufí, la mística del conocimiento del yo que impregnara profundamente, como sabemos, el mundo musulmán. Todo ello sirve aún hoy como terapia en los problemas psicológicos, aunque vinculado ahora a los rituales de las cofradías y los morabitos que se llevan a cabo en las fiestas.
A partir de todo lo explicado, se pueden lanzar una serie de hipótesis vinculadas con el imaginario y la piedad de las personas en relación con las cigüeñas y su aparente y extraña vinculación con los alienados. El mito quizás más antiguo, aunque islamizado por las aportaciones sufíes, dice que las cigüeñas son hombres, lejanos o no, que tienen esta apariencia; sin embargo, su yo profundo, su alma, continúa residiendo dentro de su envoltura. Los alienados, por el contrario, son personas que presentan trastornos profundos en su psique, lo cual aliena su espíritu.
Dentro de la iniciación mística, ayudar a unos y otros permite llevar a cabo una conexión cósmica que devuelve el equilibrio y redunda en la unicidad de la creación. En este sentido, vemos que la visión de la cigüeña, a pesar de ser muy respetada en uno y otro lado del Mediterráneo, no tiene el mismo tipo de significado, aunque sí mantiene la metáfora de ser contenedor de almas. Se potencia así el simbolismo por su relación con el más allá, con un mundo psicopompo, vehiculado por la emigración de esta ave en ciertas épocas del año.