La victoria talibán y la nueva escena yihadista
La presencia en Afganistán de Al Qaeda o ISIS y las relaciones de los talibanes con varios de estos grupos hacen temer que el país se convierta de nuevo en refugio terrorista.
Weeda Mehran
La victoria talibán ha dado lugar a diferentes reacciones, desde la celebración hasta la condena, que indican la existencia de fracturas en el movimiento yihadista. En general, el triunfo de los talibanes ha supuesto un fuerte impulso tanto para ellos como para otros combatientes yihadista. Esta lectura de los hechos, unida al caos y la humillación de la retirada de Estados Unidos, ha marcado un punto de inflexión. Las milicias islamistas llevan tiempo sacando partido al relato de la derrota de la Unión Soviética en Afganistán. Por ejemplo, Al Qaeda lo ha utilizado con frecuencia para elevar la moral y obtener apoyo. Según Jason Burke (2021), a pesar de que en la guerra contra la invasión soviética de Afganistán (1979-1989) solo lucharon unos pocos centenares de extremistas internacionales, la historia del sometimiento de los soviéticos –una superpotencia– se convirtió en un “mito fundacional” de estos movimientos. Los militantes suníes de Oriente Medio, entre otros lugares, han dejado claro que la victoria talibán confirma su propia estrategia yihadista y sus ideologías (Burke, 2021).
Teniendo en cuenta las estrechas relaciones de los talibanes con varios grupos terroristas, que actúan en los planos regional o internacional, inevitablemente su triunfo ha suscitado preocupación por la posibilidad de que Afganistán vuelva a convertirse en un refugio seguro para las organizaciones terroristas. Por ejemplo, los talibanes tienen fuertes vínculos con Jamaat Ansarullah, grupo terrorista fundado hace una década por un antiguo jefe de la oposición tayika (Ahmadi, Yusufi y Fazliddin, 2021). Hace poco, los talibanes pusieron al militante tayiko Mahdi Arsalon y a su grupo, miembro de Jammat Ansarullah, al frente de cinco distritos de la provincia de Badajshán, fronteriza con Tayikistán (Ahmadi, Yusufi y Fazliddin, 2021). Arsalon y sus combatientes son conocidos como “los talibanes tayikos”. Los combatientes de Jamaat Ansarullah, que lucharon al lado de los extremistas afganos, llamaron por primera vez la atención de las autoridades afganas en 2020, cuando se publicó en las redes sociales una grabación en la que aparecía un grupo de insurrectos asesinando brutalmente a varios hombres vestidos con uniformes del ejército de Afganistán (Radio Free Europe 2021). Así, con los combatientes de Jamaat Ansarullah y otros grupos terroristas como el Movimiento Islámico de Uzbekistán (Giustozzi, 2021) activos en Afganistán, la preocupación por la seguridad en los países de Asia Central está bien fundamentada.
El ascenso de los talibanes al poder ha provocado, sin duda, la preocupación de India, archienemigo de Pakistán. Tras la caída de Kabul en manos de los talibanes, su portavoz, Suhail Shaheen, declaró a la BBC: “Como musulmanes, también tenemos derecho a alzar nuestra voz por los musulmanes de Cachemira, India o cualquier otro país” (Khare, 2021). En ocasiones, las autoridades pakistaníes han hecho declaraciones similares. Por ejemplo, Neelam Irshaad Sheikh, líder del Movimiento por la Justicia de Pakistán, actualmente en el gobierno, afirmaba que “los talibanes nos han dicho que están con nosotros y que nos ayudarán a [liberar] Cachemira” (Khare, 2021).
Si los dirigentes talibanes hablan de la posibilidad de yihad en otros lugares, los soldados de a pie parecen añorar la acción yihadista. De hecho, algunos combatientes talibanes están ansiosos por continuar su yihad y aspiran al martirio, ya que la victoria en Afganistán no significa necesariamente el fin de su carrera yihadista. En una entrevista con The Washington Post, un comandante talibán advertía: “A muchos de mis hombres les preocupa haber perdido la oportunidad de alcanzar el martirio en la guerra… Yo les digo que tienen que relajarse. Todavía tienen la posibilidad de convertirse en mártires, pero este ajuste tardará tiempo” (George, 2021).
Otros actores importantes en la escena yihadista son Al Qaeda y Estado Islámico del Jorasán (ISKP). Mientras que los talibanes gozan de una relación estrecha y recíproca con Al Qaeda, su relación con el ISKP ha sido amarga y hostil. La supervivencia del gobierno talibán y su reconocimiento internacional dependen en gran medida de cuál sea su actitud con respec-to a grupos como Al Qaeda, ISKP y otras organizaciones terroristas.
Al Qaeda y sus filiales
Al Qaeda y los talibanes tienen una larga historia de cooperación y codependencia desde hace décadas. Es poco probable que este vínculo se rompa a corto plazo, sobre todo ahora que los talibanes controlan el país y ambos tienen un enemigo común: Estado Islámico del Jorasán (ISKP). Un breve vistazo a las relaciones entre los talibanes y Al Qaeda demuestra la profundidad y el alcance de sus lazos. Al Qaeda prometió lealtad al mulá Omar en 2001 (Joscelyn, 2016), y renovó su juramento al mulá Akhtar Mohamed Mansur en 2013, cuando se descubrió que el mulá Omar estaba muerto desde 2013 (Bunzel, 2020).
En las últimas décadas, muchos miembros destacados de la cúpula de Al Qaeda han residido en Afganistán y en la región fronteriza de Pakistán, y un buen número de combatientes de Al Qaeda, así como otros extremistas extranjeros que colaboraban con los talibanes, se han instalado en zonas de Afganistán. Según un informe del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (2020), durante las negociaciones con Estados Unidos, los talibanes consultaban frecuentemente a Al Qaeda sobre el acuerdo de paz con los estadounidenses. Mientras que otros grupos, como ISIS, desaprobaban la política talibán de negociación con EEUU, Al Qaeda calificó a los talibanes de firmes y fieles a su fe, a pesar de que el acuerdo exigía específicamente a los talibanes que rompieran sus lazos con ella. Posteriormente, Al Qaeda juró fidelidad al siguiente líder talibán, el mulá Hibatullah Akhundzada, después de que el mulá Akhtar Mansur muriera en un ataque aéreo en 2016 (Bunzel, 2020). Más tarde, en 2017, el líder de Al Qaeda enn el Magreb Islámico (AQMI), filial de Al Qaeda, pronunció tres juramentos: uno al líder de AQMI, otro a Al Zawahiri, y un tercero al mulá Hibatullah Akhundzada, líder talibán. Al Zawahiri, jefe de Al Qaeda, animó a Hayat Tahrir al Sham (HTS) a que jurase lealtad a Akhundzada. Sin embargo, en un comunicado, el representante de HTS rechazó la idea y afirmó que el grupo sirio no debía lealtad a los talibanes, aunque consideraba el acuerdo de los talibanes con EEUU como una victoria y los felicitaba.
Por ello, no resulta sorprendente que Al Qaeda respaldase a los talibanes durante las negociaciones con EEUU y cuando el grupo se hizo con el control de Afganistán. Varios medios de comunicación relacionados con la cúpula de Al Qaeda y con miembros de la organización consideraron la llegada de los talibanes al poder como un gran logro, y publicaron docenas de declaraciones felicitándolos (Burke, 2021). Por ejemplo, combatientes de la filial de Al Qaeda en Yemen celebraron el regreso de los talibanes al gobierno con disparos y fuegos artificiales en el estado de Al Bayda y en la provincia de Shabwa, en el Sur del país. Otros, como Hayat Tahrir al Sham, una facción escindida de Al Qaeda, calificaron el éxito talibán de “victoria para los musulmanes, para los suníes y para todos los oprimidos” (Burke, 2021).
Un Afganistán gobernado por los talibanes podría ser la situación perfecta para que prosperen Al Qaeda y otros grupos, como ISIS. Como afirmaba el secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, organizaciones como Al Qaeda e ISKP siempre “intentarán encontrar espacio para crecer y regenerarse” (Seldin, 2021). Antes de que los talibanes tomaran el control de Kabul, un informe del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (2021) calculaba que había entre 8.000 y 10.000 combatientes extranjeros en Afganistán. Según algunas estimaciones, en el pasado 20.000 combatientes extranjeros participaron en la lucha contra la invasión soviética de Afganistán (Neumann, 2015).
Por lo tanto, la preocupación por la voluntad o la capacidad de los talibanes de romper sus vínculos con Al Qaeda está justificada.
Estado Islámico y los talibanes
Estado Islámico ha sido rival de los talibanes en Afganistán. ISKP ha combatido contra ellos en numerosas ocasiones. La filial afgana de ISIS surgió en 2015, después de que este proclamara su califato en Siria. En un principio, la postura política de ISKP era contraria a los gobiernos pakistaní e iraní. A partir de 2017, su atención pasó a centrarse en un control más general antitalibán y antiafgano (Mir, 2021). ISKP está establecido sobre todo en las provincias orientales de Afganistán, en particular en Nangarzhar, situada cerca de las rutas del narcotráfico y el contrabando con Pakistán (Gardner, 2021). El grupo dispone, por tanto, de recursos y tiene un interés particular en la zona.
Las fricciones entre ISKP y los talibanes también tienen su origen en las diferencias en sus fundamentos ideológicos y sus puntos de vista sectarios. ISIS cree que los talibanes no han aplicado la ley islámica con suficiente rigor. Además, mientras ellos siguen la escuela yihadista salafista, los talibanes se adhieren a una escuela islámica sectaria suní alternativa, el movimiento deobandi de la India colonial británica del siglo XIX (Mallet, 2015). ISIS ha acusado con frecuencia a los talibanes de abandonar el islam. Los talibanes intentan presentarse a sí mismos como un movimiento nacionalista, mientras que ISIS juzga esta postura como un error teológico y considera a los talibanes un movimiento nacionalista y politeísta (Bunzel, 2020). En su boletín oficial, Al Naba, ISIS se refería a ellos como apóstatas debido a su voluntad de negociar con EEUU, y juró seguir con sus ataques contra las fuerzas estadounidenses a pesar del acuerdo de paz firmado entre estos y los talibanes. Para ISIS, alcanzar la victoria a través de su yihad es crucial, y hacerlo combatiendo constituye la esencia del yihad. En Al Naba, ISIS afirmaba que los “nuevos taliba-nes” son un grupo musulmán fraudulento, y que Afganistán no se ganó por el combate, sino que el país les fue entregado en bandeja de plata. El portavoz oficial de ISIS, Abu Ibrahim al Hashimi al Qurashi, opinaba que el acuerdo destruía a Estado Islámico en Afganistán. (Bunzel, 2020)
Según un informe de Naciones Unidas, desde 2020, el líder de ISKP, Shahab al Muhayir, se ha centrado en reconstruir el grupo, que ha adquirido capacidad y fuerza renovadas con el reclutamiento de talibanes desafectos (Mir, 2021). Muestra de ello es el atentado suicida contra el aeropuerto internacional de Kabul del 26 de agosto de 2021, en el que murieron más de 170 civiles y 13 soldados estadounidenses (Liebermann y Bertrand, 2021). Para añadir más complejidad al asunto, los talibanes han utilizado a ISKP como tapadera para la violencia (Mir, 2021), así como moneda de cambio para el reconocimiento internacional. El anterior gobierno de Afganistán acusó a la Red Haqqani, fracción talibán, de colaborar con ISKP en atentados en las ciudades. El informe del Consejo de Seguridad de la ONU (2021) también ha señalado cierta colaboración localizada entre ISKP y los comandantes talibanes, en particular la Red Haqqani. Los talibanes iniciaron una campaña de represión contra sus rivales poco después de hacerse con el control del país (Liebermann y Bertrand, 2021). El grupo mató a varios miembros de ISKP, entre ellos a Abu Omar Khorasani, antiguo líder de Estado Islámico en Afganistán (Cullison, 2021). ISIS puede ser una amenaza para la comunidad internacional. Aunque los talibanes han estado compitiendo por el reconocimiento internacional, también han advertido que necesitan ayuda y apoyo para luchar contra otros grupos terroristas, incluido ISKP en la región.
Diferencias estratégicas
En el conjunto de la escena yihadista, los grupos extremistas violentos están divididos en lo que respecta a los talibanes y su victoria en Afganistán. Esta división pone de manifiesto esencialmente las diferencias estratégicas entre los grupos que muestran mayor nivel de pragmatismo, y los que creen en la violencia sin paliativos y en el compromiso extremo con la pureza doctrinal. Osama bin Laden, por ejemplo, instaba a sus seguidores a impedir las muertes innecesarias de civiles. Su principal preocupación era la imagen pública de Al Qaeda. Incluso se planteó cambiar el nombre del grupo como parte de una renovación general de la marca. En particular, le preocupaba la pérdida de reputación de Al Qaeda entre los musulmanes (Burke, 2021).
Sin embargo, desde la muerte de Bin Laden, su sucesor, Ayman al Zawahiri, ha dejado de lado los atentados a gran escala en Occidente a favor de una guerra sin fin. Mientras que algunos expertos creen que Al Zawahiri está empeñado en una guerra perpetua contra los infieles y los apóstatas dirigida por una vanguardia radical hasta el establecimiento de un califato (Burke, 2021), otros afirman que Al Qaeda ha dado un giro hacia el pragmatismo y ha cambiado los objetivos de alcance mundial por el poder regional y local. Mohamed al Jawlani, líder de HTS, ha intentado una transición del extremismo violento a una forma híbrida de gobierno civil e insurgencia. Además, si bien es posible que los talibanes y Al Qaeda no vuelvan a su relación anterior a 2001, Colin Clarke (2021) opina que el peligro en estos momentos es que “ambos se unan para reforzarse mutuamente en su lucha por el poder, combatir a los enemigos yihadistas comunes y contribuir a los intentos de Pakistán de desestabilizar el Sur de Asia”. Así, al adoptar una postura pragmática basada en sus metas estratégicas a largo plazo, Al Qaeda compite por el poder regional y persigue objetivos locales (Clarke, 2021). Al mismo tiempo, los talibanes son conscientes de que permitir que los grupos terroristas organicen ataques contra Occidente no los beneficiará lo más mínimo.
Conclusión
Algunos expertos temen que la victoria de los talibanes provoque un aumento de los atentados terroristas en otros países, tanto en la región como en Occidente. Por ejemplo, el coronel Richard Kemp, antiguo jefe de las fuerzas británicas en Afganistán, declaró tras la caída de Kabul que había una perspectiva inminente de ataques por parte de grupos yihadistas en Reino Unido inspirados por la caída de la capital afgana (Rayment, 2021).
La presencia talibán en Afganistán puede suponer una oportunidad para que ISKP reclute combatientes antitalibanes o decepcionados con el movimiento. En el pasado, los talibanes colaboraron con Estados Unidos para combatir a ISKP. Tanto este último como Al Qaeda ambicionan llevar a cabo acciones terroristas transnacionales. ISKP cuenta con fuerzas formadas por combatientes extranjeros procedentes del Sur de Asia, Oriente Medio y diferentes zonas de Europa (Mir 2021). Es más, los talibanes mantienen fuertes vínculos con otras organizaciones terroristas, como el Movimiento de los Talibanes Pakistaníes, Jamaat Ansarullah y el Movimiento Islámico del Turkestán Oriental, por citar solo algunos.
Si la presencia de estos grupos en Afganistán se prolonga y sus bases se refuerzan, pueden socavar el domino talibán en el país. Estos temores relacionados con la seguridad y la no tan lejana historia de colaboración de los talibanes con varias organizaciones terroristas constituyen la principal preocupación de muchos actores locales e internacionales, que han rehusado reconocer a los talibanes como el gobierno legítimo de Afganistán. Queda por ver si los talibanes logran formar un gobierno aceptable para la comunidad internacional, y si son capaces y quieren evitar que Afganistán se convierta en un refugio para el terrorismo.
Foto: HECTOR RETAMAL / AFP via Getty Images