La rivalidad por la hegemonía regional de Oriente Medio: El caso de Arabia Saudí

20 novembre 2017 | | Espanol

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Introducción

El reino de Arabia Saudí, uno de los estados musulmanes más influyentes del planeta, ha imprimido un cambio notable a su política exterior desde el inicio de la llamada Primavera Árabe en 2011 . Esta modificación de las pautas habituales d e la diplomacia del reino wahabí ha contribuido a reconfigurar los conflictos tradicionales en la región de Oriente Medio y a modelar una nueva estrategia, basada en el momento presente en una mayor implicación directa en los países del entorno, en contraste con la habitual contención característica del periodo anterior. Durante este, la característica distintiva de la acción de gobierno saudí en su área de influencia, que podía exceder los límites de la Península Arábiga como pudo verse durante la década de los ochenta en Afganistán, se sustentaba en el uso generoso de los beneficios derivados de sus enormes recursos energéticos y la colaboración estrecha con Estados Unidos. A sí, Washington se encargaba de llevar a cabo intervenciones militares de mayor o menor escala, las cuales, en principio, habrían de redundar en provecho de su socio árabe. Riad ha sido clave, de hecho, para el éxito de operaciones bélicas estadounidenses de gran repercusión en el devenir reciente de Oriente Medio y Asia Central, desde la implicación con los muyahidines afganos en su lucha contra la Unión Soviética, hasta la primera Guerra del Golfo (1991), la segunda, en 2003 , también contra Iraq, y, más tard e, la campaña internacional contra el terrorismo. En esta, los saudíes componen la punta de lanza contra las dos principales bandas: Al Qaeda y el Estado Islámico.

Sin embargo, los regímenes árabes de la región, con el saudí a la cabeza, comenzaron a sentir que las acciones sobre el terreno del ejército de EE.UU. habían resultado perjudiciales a la postre para los intereses árabes y saudíes. En especial, cuando la capacidad de influencia de la República Islámica Iraní fue subiendo de intensidad con la aparición de gobiernos proclives a Teherán en Bagdad; o con el refuerzo de milicias armadas aliadas, como Hezbolá en Líbano, y la consolidación de movimientos de protesta dentro de la comunidad chií en un estado tan sensible para los Saúd como Bahréin. Los escarceos de la Administración de Barak Obama con los dirigentes iraníes para neutralizar sus planes atómicos y la evidencia de que aquel no estaba dispuesto a seguir la línea dura de sus antecesores en la Casa Blanca, para disgusto de Israel y la propia Arabia Saudí, indujo a los dirigentes de implicarse con mayor contundencia en todos los frentes posibles. El relajamiento progresivo de la presencia militar, diplomática y económica estadounidense en el mundo árabe terminó de convencer a Riad de la necesidad de adoptar una política de intervención directa en su área vital, más aún en el contexto confuso e inquietante, para un sistema autocrático como el saudí, de las revoluciones árabes iniciadas en Túnez.

A partir de ahí, en nuestra opinión, la nueva estrategia saudí se ha plasmado, principalmente, en dos grandes intervenciones externas, al mando de una coalición militar conformada con otras potencias árabes y musulmanas, Bahréin, Yemen, y la reciente decisión de aplicar un boicot al vecino emirato de Catar. Todo ello sin olvidar la implicación interpuesta en los enfrentamientos internos en Libia y Siria, o el despliegue de una labor diplomática de mayor proyección en las instancias internacionales, islámicas o árabes. No es casualidad que esta efervescencia militar y diplomática coincida en el tiempo con los ambiciosos planes de reforma económica del heredero al trono, el príncipe Muhammad, hijo del rey Salmán ben Ibn al Aziz (en el poder desde 2015), y la creciente oposición de parte de la población, en especial en la regiones de mayoría chií, al gobierno coercitivo de la familia real y los ulemas wahabíes. La degradación de las condiciones económicas y el aumento del paro juvenil, por poner un ejemplo concreto, componen otros ingredientes de este creciente malestar popular.

La propulsión militarista del reino

Arabia Saudí ha mantenido desde su creación en 1922 una estrecha vinculación con Estados Unidos, y en menor medida con determinados estados europeos. Ya sea en el ámbito económico, energético –con la concesión de licencias de explotación y acuerdos empresariales con las grandes petroleras occidentales-, ya en el militar, por medio de contratos armamentísticos y, durante un par de lustros, la presencia de bases militares en su territorio, Estados Unidos ha considerado a Arabia Saudí un socio preferencial en la zona, únicamente superado en grado de importancia, quizás, por el Estado de Israel. Hasta 2011, los saudíes han financiado buena parte de las campañas militares estadounidenses y, en algún caso, han hecho de instigadores de las mismas.

La invasión de Bahréin:

Empero, debido a las razones esgrimidas con anterioridad, Riad se lanzó a intervenir de forma directa en los conflictos surgidos en sus aledaños. Primero, para prevenir la posible onda 3 expansiva de las revueltas árabes a su propio territorio y el contagio de sus súbditos más levantiscos. Ahí surge la irrupción del ejército saudí en Bahréin, en marzo de 2011, para poner fin a la movilización de protesta masiva de un notable sector de los habitantes de la isla, de mayoría chií. El activismo de la oposición, presidido por formaciones de clara tendencia pro chií, amenaza con derrocar a la dinastía de los Al Jalifa, socios relevantes de los saudíes. Para estos, el triunfo de la revolución bahreiní entrañaba dos grandes peligros: el primero, consagrar la capacidad de influencia de Irán, a quien los saudíes veían detrás de las convulsiones políticas del pequeño reino; segundo, la culminación, tras la caída de dos dirigentes estimados por Riad como eran Zein Ben Ali en Túnez y Hosni Mubarak en Egipto, de la onda revolucionaria árabe. En verdad, Arabia Saudí ha sido uno de los enemigos acérrimos de todo el proceso de reforma árabe; y ha desplegado ingentes esfuerzos para desbaratar las tendencias de cambio radical o, cuando no pudo hacer nada por evitar su derrocamiento, reponer el régimen anterior en los países donde se intentaba implantar un sistema democrático más o menos estable y sólido.

Ataques aéreos en Yemen:

Recién entronizado, el rey Salmán decidió intervenir militarmente en Yemen, donde una vez más un grupo protegido por Irán, en este caso armado, llamado el de los huzíes, estaba a punto de hacerse con el poder. La idea original era detener el avance de esta milicia chií, apoyados por el ex presidente Ali Abdallah Sáleh, al frente de una coalición árabe y musulmana. Aquí, al contrario que en Bahréin, la campaña no ha sido determinante: más de dos años después, el frente de batalla sigue estancado entre los huzíes y Abdalla Sáleh y, por otro, las tropas leales al presidente actual, Mansur ben Hadi. La situación yemení es especialmente sensible para la familia de los Saúd por razones históricas y culturales.

Embargo a Catar y lucha contra el islamismo radical:

Ya en 2017, Arabia Saudí y tres estados árabes más anunciaron un bloqueo total a Catar. Una de la acusaciones principales era la de aportar cobertura a determinadas organizaciones yihadistas que combatían en Libia, Siria y otros países musulmanes. También, el sostén prestado por Doha a los Hermanos Musulmanes, tanto en Egipto como en el resto de países árabes, a pesar de que la Hermandad constituía un enemigo de primer orden para los gobiernos de Arabia Saudí y Emiratos, participante junto con Egipto y Bahréin en el boicot. En este orden, las quejas saudíes englobaban el apoyo catarí a grupos armados en Libia contrarios a los intereses saudíes o la injerencia en las actividades de los grupos islamistas opuestos al gobierno de Bachar al Asad, a despecho de la aspiración hegemónica de los saudíes en los grandes asuntos árabes. Las complicaciones surgidas del acoso y derribo a Catar, de efectividad hasta el momento más bien dudosa, muestran, lo mismo que en el caso yemení, las dificultades enormes de esta agresividad expansiva para obtener beneficios inmediatos o a medio plazo.

Reforma económica, disensión interna y la confrontación con Irán

La rivalidad entre Irán y Arabia Saudí presenta numerosos aspectos de fricción. Para Teherán y Riad la otra parte está haciendo lo posible para favorecer el debilitamiento del estado rival, a través de una serie de conflictos y luchas soterradas por el control de determinados territorios. Ambos países, en cualquier caso, sufren de problemas económicos acuciantes, el deterioro de las condiciones de vida de sus nacionales y la falta de un proyecto de reforma estructural de la economía, para reducir el protagonismo laboral del sector público y diversificar la economía. El plan 2030, auspiciado por el heredero, Muhammad, incluye una serie de medidas encaminadas a asentar a la población local en las empresas privadas (casi todos ellos trabajan en la pública) y la expulsión graduada de mano de obra extranjera, o la liberalización del mercado interno, con la vista puesta en las maniobras expansivas de Irán pero, también, en las protestas que se vienen produciendo en algunas ciudades, de las cuales poco se puede saber debido al apagón informativo ejercido por el gobierno.