El Mediterráneo, un mar de paradojas

Paul Balta

Escritor y periodista

Desde la Antigüedad, el Mediterráneo no ha dejado de ser nunca un mar de paradojas. Sus pobladores hicieron de él la principal cuna de la gastronomía y el buen vivir porque tenían el arte de adaptar lo que adoptaban. Es también la cuna de las tres religiones monoteístas reveladas, lo que ha provocado muchas guerras y malentendidos, si bien no ha impedido los intercambios entre los diferentes pueblos de ambas orillas. De este modo, el Mediterráneo se ha convertido en el mar de todos los mestizajes, humanos y culturales, ya que cuenta con tres patrimonios fundamentales: el grecorromano, el judeocristiano y el arabomusulmán. En la actualidad y pese a los numerosos conflictos que se dan en la zona, los intentos de aproximación siguen buscando la paz, la estabilidad y la seguridad de los pueblos mediterráneos.

Paradójicamente, desde sus orígenes hasta la actualidad, el Mediterráneo nunca ha dejado de ser precisamente un mar de paradojas. Una frase de Fernand Braudel, ese lorenés convertido en gran «mediterraneísta», me servirá de introducción: «El Mediterráneo es […] mil cosas a la vez. No un paisaje, sino innumerables paisajes. No un mar, sino una sucesión de mares. No una civilización, sino varias civilizaciones superpuestas […]. El Mediterráneo es una antigua encrucijada. Durante miles de años, todo converge en este mar, transformando y enriqueciendo su historia».

Cuna de la gastronomía y el buen vivir

Empezaré por la geografía, la naturaleza y la comida, que desde los orígenes ocupan un lugar fundamental en la vida cotidiana. Nuestro mar «madre» apareció en la era terciaria, hace 43 millones de años, tras una colisión de las placas tectónicas de Asia, África y Europa. En sus orígenes era muy pobre. En el terreno agrícola, las principales plantas autóctonas eran la higuera, el olivo y la vid. Primera paradoja: desde la Antigüedad, sus habitantes hicieron de este mar la principal cuna de la gastronomía y el buen vivir porque tenían el arte de adaptar lo que adoptaban. La deuda del Mediterráneo para con Oriente es considerable. Por ejemplo, en etapas sucesivas, el arroz vino de China, el trigo del Kurdistán, y las lentejas de Mesopotamia, como demuestra la Biblia al contar cómo Esaú, fatigado y hambriento, vendió su primogenitura a Jacob por un plato lentejas (Génesis, III, 25).

Numerosos frutos que nos resultan familiares nacieron en China, India u otros países de Extremo Oriente y luego se aclimataron en Persia. No nos llegaron hasta mucho más tarde, pero ¿quién se acuerda hoy, al recorrer la Costa del Azahar y la huerta de Valencia, de que los melones, sandías, ciruelas y melocotones no hicieron su aparición en esas tierras hasta la llegada de los árabes en el siglo vii? Lo mismo sucede con las naranjas, cuyo nombre proviene del árabe narinj o naring. Otra paradoja, los árabes nómadas, convertidos al islam, se sedentarizaron y contribuyeron a modificar el panorama del Mediterráneo occidental. En efecto, tras descubrir los jardines colgantes de Babilonia, una de las siete maravillas del mundo, introdujeron los cultivos en terraza y sistemas de regadío todavía en uso.

Cuna de las tres religiones monoteístas reveladas

Muy presentes en los libros profanos, la bebida y la comida también aparecen en los libros sagrados: la Biblia, los Evangelios y el Corán. Es lógico, ya que el Mediterráneo es también la cuna de las tres religiones monoteístas reveladas: el judaísmo, el cristianismo y el islam. Ciertamente, el islam nació en Arabia, pero Mahoma, que era guía de caravanas, descubrió el cristianismo sobre todo en Siria. Y también desde dicho país se extendió el islam por el Mediterráneo.

Las relaciones entre los monoteísmos implican muchas paradojas. Por ejemplo, si bien los «sumos sacerdotes» judíos fueron quienes acusaron a Jesús de blasfemia, fue Poncio Pilato, gobernador romano de Judea, quien ordenó a sus soldados que lo crucificaran. No obstante, los Padres de la Iglesia culparon a todo el pueblo judío y lo acusaron de deicidio. La tradición aún perdura y contribuye a alimentar el antisemitismo. Hubo que esperar al concilio Vaticano ii (1962-1965) para ponerle fin. Juan Pablo ii, el primer Papa en visitar una sinagoga y orar en ella, en Roma, el 13 de abril de 1986, declaró: «El antisemitismo no tiene ninguna justificación y es absolutamente condenable».

Paradoja también en el cristianismo. Es una religión de amor y, sin embargo, durante los primeros siglos los cristianos se enfrentaron entre sí y se escindieron según distintas herejías. Mencionemos sobre todo el arrianismo, así llamado por el nombre del sacerdote alejandrino Arrio, quien hacia el año 320 cuestionó la Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) y negó la naturaleza divina de Cristo.

Además, Roma impondrá su dominio a lo largo de los siglos. La ruptura con las iglesias de Oriente se consuma con el gran cisma de 1054, cuando el papa León ix y el patriarca de Constantinopla Cerulario se excomulgan mutuamente. Enfrentados al Occidente católico, sometido a la autoridad de la Santa Sede, los orientales se agrupan según sus etnias, y cada una de ellas elige a su patriarca. Una vez más habrá que esperar al Vaticano ii para comenzar la reconciliación. El concilio defiende el diálogo con los ortodoxos para promover la unidad de los cristianos. Los resultados son alentadores: la Iglesia Rusa es la única que, de momento, ha rechazado la mano tendida.

Finalmente, paradoja entre cristiandad e islam. En el imaginario cristiano, el islam se impuso por la guerra. No obstante, como demuestran grandes historiadores, como André Miquel, la conquista no se llevó a cabo solo con las armas. Muchos cristianos, desasosegados y debilitados por las querellas bizantinas y los cismas, se vieron seducidos por el mensaje sencillo y claro del islam. Un mensaje que se resume en la profesión de fe que, pronunciada tres veces, es también la fórmula de la conversión: «No hay más Dios que Dios y Mahoma es su profeta». Si bien es cierto que hubo califas intolerantes, justo es admitir que, durante siglos, gracias al sistema de protección de la dhimma, era mejor ser judío y cristiano en tierras del islam que judío y musulmán en tierras cristianas. La situación se revierte a mediados del siglo xx con el auge del islamismo.

Tampoco podemos ignorar las ocho cruzadas que, de 1096 a 1270, se llevaron a cabo para liberar Jerusalén, ocupada en el año 638 por los musulmanes. Las cruzadas dejaron una impronta en la mentalidad de ambas orillas –sobre todo en la meridional– visible aún en nuestros días. Los manuales escolares de los países árabes las denuncian y califican de «nueva cruzada» la colonización del siglo xix. El movimiento Al Qaeda («la Base») de Osama bin Laden, autor de atentados como el del 11 de septiembre de 2001, trata a los occidentales de «cruzados». No obstante, también en este ámbito el Vaticano ha desempeñado un papel fundamental al preconizar el diálogo entre el islam y el cristianismo. En mayo de 2001, Juan Pablo ii fue también el primer Papa en visitar una mezquita, la de los Omeyas en Damasco, y orar en ella.

En este sentido, no podemos dejar de mencionar el revuelo causado por el discurso pronunciado por Benedicto xvi el 12 de septiembre de 2001 en la Universidad de Ratisbona. Desde luego, el Papa cometió un error al mencionar el islam y la violencia, pero expresó su arrepentimiento. No obstante, el pasaje cuestionado representa solo un pequeño fragmento de su intervención, que seguramente no han leído quienes la han criticado con mayor vehemencia. Precisamente, el Papa afirmaba: «¿Cómo llegaremos a ser capaces de un verdadero diálogo entre culturas y religiones: un diálogo que necesitamos urgentemente?» Triste paradoja: son los cristianos de Oriente los más afectados por este malentendido.

Paradójicamente, las guerras de religión no impidieron los intercambios. Gracias a las expediciones, los cruzados descubrieron un universo del que no tenían ni idea, así como el buen vivir de los orientales: higiene, comodidad y buenos alimentos. Les gustó tanto que muchos de ellos se establecieron en Oriente y adoptaron las costumbres locales. Los demás se trajeron un botín que distaba de ser despreciable. Fijémonos, si no, en esta lista, que no es exhaustiva: el diván, el sofá, el colchón, tejidos como el satén y la muselina; especies hortícolas como la berenjena, el espárrago, el pepinillo, la chalota; deliciosas frutas como el albaricoque y el plátano, que no fue valorado por los europeos hasta el siglo xix. Durante el sitio de Antioquía (1098), masticaban caña de azúcar y luego descubrieron el azúcar cande (sukkar qandi) y golosinas como los caramelos, las peladillas y el turrón. Pregunta: ¿cuántos gourmets lo saben?

Otra paradoja: desde que existe y pese a las guerras, el Mediterráneo es el mar de todos los mestizajes, humanos y culturales. Por ejemplo, la civilización europea se basa en un triple legado: el grecorromano (influido por Egipto, Fenicia y Oriente), el judeocristiano y –tenemos una lamentable tendencia a olvidarlo– el arabomusulmán. Este es el primer milagro. El segundo: más allá de las mezclas, cada uno de los pueblos ribereños ha sabido conservar su identidad. Una identidad que, a lo largo de los siglos, ya no es exactamente la misma ni otra muy distinta. Al fin y al cabo, el ciudadano italiano del Quattrocento no es el de la Antigüedad ni el de la Edad Media, y el actual no puede confundirse con sus antepasados ​​ni con otros ciudadanos mediterráneos en una situación análoga.

Las aportaciones científicas

Hay una realidad histórica fundamental que, paradójicamente, es ignorada por la mayor parte de los árabes contemporáneos y demasiado a menudo ocultada por los europeos: desde el siglo viii hasta el xiii e incluso hasta el xv, la civilización musulmana fue la vanguardia de la modernidad. Si en la antigüedad hubo un «milagro griego», también hubo –y lo afirmo rotundamente– un «milagro árabe» en la Alta Edad Media: el de los sabios y pensadores que, aun siendo persas, como Avicena, judíos como Maimónides, y andaluces como Averroes, decidieron escribir sus obras en árabe. Exploraron todos los campos del saber: la astronomía, las matemáticas, la física, la química, la medicina, la botánica, la filosofía, la geografía, la arquitectura y la historia. A título de ejemplo, el álgebra la inventó el árabe Al-Juarismi (780-850) y el primer hospital se fundó en Bagdad en el siglo ix. Sin todas estas aportaciones, el Renacimiento europeo no habría sido lo que fue o habría llegado más tarde.

Europa impuso su influencia cuando ya había comenzado la decadencia árabe, que duró hasta la Nahda (Renacimiento) del siglo xix. Esta surgió tras la expedición de Bonaparte (1798-1801) acompañado de 167 sabios, que desempeñaron un papel decisivo. La Nahda se inicia bajo Mohamed Ali (1805-1848), fundador del Egipto moderno, prosiguió con sus sucesores, pero tuvo dificultades para sobrevivir a la colonización británica de 1882. No obstante, cabe mencionar grandes figuras, como Naguib Mahfouz (1911-2006), el único escritor árabe que ha recibido el premio Nobel de literatura, un premio que también merecía Taha Hussein (1889-1973). Citemos igualmente a Hoda Chaarawi, quien, a principios del siglo xx, fue la primera en quitarse el velo, junto con miles de mujeres, en un espacio público y se atrevió a reivindicar los derechos de la mujer en la sociedad patriarcal egipcia.

A partir del siglo xv, Europa se hizo con el dominio del Mediterráneo y su aportación ha sido considerable en numerosos ámbitos, desde el Renacimiento hasta el siglo xvi, y luego sobre todo con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, la Revolución Industrial, y los descubrimientos tecnológicos y científicos de los siglos xix y xx.

El PNUD, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, elabora desde 2002 los Arab Human Development Reports (AHDRs). Gracias a dichos informes, nos damos cuenta de los progresos conseguidos por los países árabes en las últimas décadas. En 2010, por ejemplo, la mitad de los diez países que más habían progresado en el mundo eran árabes (Marruecos, Argelia, Túnez, Arabia Saudí y Omán). Los índices de escolarización han pasado del 78,8% de 1999 al 88,4% de 2012, muy cerca del 89,1% de la media mundial. También se han registrado progresos en la educación superior, en la que el número de inscritos ha aumentado en un 200% entre 1970 y 2003. De todos modos, el índice de inscripciones universitarias es solo del 23,7% (muy cercano al de 2002), y la educación en general dispone de pocos recursos. Por otra parte, la renta media anual de las familias árabes ha caído (ha pasado de los 4.600 dólares de 2008 a 4.100 en 2012), mientras que la de las familias más ricas ha crecido, lo que se traduce en un aumento de las desigualdades. A todo ello hay que añadir la creciente tasa de desempleo, sobre todo entre los jóvenes graduados, ya que la región árabe es, en conjunto, donde este fenómeno se presenta más acusado (el 29% frente al 13% de 2013). Todo ello comportará en el futuro un problema cada vez más grave si no se logra una creación masiva de puestos de trabajo (60 millones durante la próxima década, que, muy probablemente, no procederán del sector público tradicional), ya que para entonces se prevé un aumento considerable del número de jóvenes y trabajadores potenciales 

Paradojas de un mar y sus orillas

El nombre del Mediterráneo es relativamente reciente. En la Antigüedad, se utilizaban diferentes términos para designar la cuenca. El geógrafo griego Estrabón (58 a.C.-25 d.C.) fue el primero en hablar de «Nuestro Mar», que se convierte en el Mare Nostrum de los romanos. No olvidemos que es la única época histórica en la que la unidad del Mediterráneo fue una realidad, impuesta, eso sí, por la fuerza de la autoridad de Roma. Hasta la Edad Media no aparece el adjetivo mediterráneo, que significa «en medio de las tierras». En el siglo xvi, Jacques Amyot, célebre humanista, utiliza el término mar mediterráneo, pero hasta finales del siglo xvii la palabra Mediterráneo no se convierte en sustantivo y nombre propio. En el siglo xviii, exactamente en 1737, la palabra aparece por fin en un mapa. A partir de entonces se impone en las lenguas latinas y en inglés. Los árabes lo llaman Bahr al abiad al moutawassat, el mar Blanco del Medio, y los turcos, Ak Deniz, el mar Blanco, en oposición a Kara Deniz, el mar Negro.

Paradójicamente, casi siempre se evocan dos orillas, la norte y la sur, por lo general para oponerlas o incluso estereotiparlas. Pero este mar es un mosaico de pueblos con sus lenguas, dialectos, tradiciones, regímenes políticos y distintas evoluciones. Sin embargo, como he demostrado, también hay intercambios, mestizajes, influencias recíprocas y un sentimiento común de pertenencia a este mar.

En mi opinión, en realidad hay seis orillas:

  • la orilla este, euroasiática, es la antigua Asia Menor griega y bizantina, hoy Turquía, el único país musulmán que ha proclamado el laicismo (1923);
  • la orilla este, asiática, cuna de hebreos y fenicios, comprende cinco países: Siria, Líbano, Jordania, Palestina e Israel; es predominantemente arabomusulmana con minorías cristianas y judías y etnias no árabes (armenios, drusos, kurdos, etc.);
  • la orilla sureste africana, la de Egipto, el estado-nación más antiguo del planeta, centro del mundo árabe entre el Mashreq y el Magreb;
  • la orilla suroeste, la del Magreb, de Libia a Marruecos y la Mauritania atlántica, con una antigua base bereber islamizada y arabizada;
  • la orilla noroeste o Arco Latino, formada por las «hermanas latinas» (el Portugal atlántico, España, Francia e Italia) de mayoría católica;
  • la orilla noreste, por último, es la de los Balcanes y Grecia, donde prevalece la religión ortodoxa, con católicos y musulmanes.

Citaré algunos ejemplos para ilustrar lo que acabo de decir. Los autores de la Grecia clásica reconocían su deuda para con el Egipto faraónico en varias ámbitos, como las múltiples aportaciones de las pirámides. Se puede decir, asimismo, que los templos griegos a escala humana son hijos de los gigantescos templos de Luxor y Karnak. Otro ejemplo bastante paradójico: la mayoría de nuestros jóvenes ignoran que en el siglo xii a.C. los fenicios inventaron el primer sistema de escritura alfabética que inspiró el alfabeto hebreo, el arameo, el griego, el latín, el cirílico y el árabe.

Paradojas contemporáneas: el esplendor atractivo y la contaminación repulsiva. En efecto, el Mediterráneo es la primera región turística del mundo (35%) debido a la belleza de sus monumentos y paisajes. Gracias también a su buen vivir y la hospitalidad de sus habitantes. Las zonas costeras, las más visitadas, acogerán, en 2025, 312 millones de turistas frente a los 175 millones del 2000, con todas las consecuencias que ello conlleva. Es cierto que se toman medidas para promover un «turismo sostenible» y respetuoso con el medio ambiente, pero son insuficientes.

A este respecto, hago referencia a los análisis y proyecciones del Plan Bleu. En 1500, la región contaba con tres ciudades con más de 100.000 habitantes de las veinte que había en el mundo. En 1950, diez de ellas superaban el millón, y en 1995 veintinueve. Se prevé que, en 2025, la cuenca albergará un total de 523 millones de habitantes, 243 millones de los cuales serán población urbana en los países del este y el sur y 135 en los del norte. La población litoral permanente llegará previsiblemente a 108 millones de personas en el este y el sur, y 68 millones en el norte. De los 46.000 km de costa, 15.000 están urbanizados o «irremediablemente estropeados» y se prevé que 4.000 lo estén en el año 2025, acrecentando la pérdida de tierras agrícolas de calidad y la contaminación telúrica y marina. Las principales causas de la urbanización son la demografía, el éxodo rural, el abandono de numerosas regiones montañosas, la industrialización –sobre todo en el este y el sur–, el turismo y la llegada de jubilados del norte seducidos por la suavidad del clima. Una de las graves consecuencias de todo ello es el fuerte aumento del consumo de agua. Resultado: la escasez de agua dulce en la cuenca y en las islas es un desafío estratégico.

Dado que, gracias al canal de Suez, no hay que rodear África, este mar casi cerrado se ha convertido en un espacio de intensa navegación: en total, representa el 30% del tráfico marítimo mundial y el 23% del transporte petrolero. Consecuencia: vertidos contaminantes –como la descarga de aguas de lastre, que está prohibida–, aguas residuales, domésticas y urbanas –en un 70% sin tratar–, aguas industriales no reciclables, productos químicos, metales pesados ​​(plomo, mercurio), sustancias de origen agrícola (pesticidas, fertilizantes), residuos plásticos, latas, botellas y desechos flotantes. Los efectos negativos sobre la flora y la fauna submarina son considerables. 

Las tentativas de aproximación

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, ha habido, en el norte y el sur, tentativas de aproximación y diálogo que se pueden considerar como etapas preparatorias del Partenariado Euromediterráneo. Dichas tentativas, lógicas, normales y útiles, presentan, no obstante, varias paradojas.

Poco después de su creación en 1958, la Comunidad Europea puso en marcha la política mediterránea global, PMG, basada en la cooperación con los PTM, los países terceros mediterráneos. Por su parte, la Liga Árabe, fundada en 1945, apoyó el DEA, o Diálogo Euroárabe. Iniciado en 1974, tras la crisis petrolera provocada por la guerra árabe-israelí de 1973, no sobrevivió a las divisiones entre los países árabes causadas por la Guerra del Golfo, declarada en 1991 por Estados Unidos contra el Irak de Saddam Hussein, que había ocupado Kuwait.

También cabe mencionar el Acuerdo de los 5+5 (las «hermanas latinas»: Portugal, España, Francia, Italia y Malta, y los «hermanos magrebíes»: Libia, Túnez, Argelia, Marruecos y Mauritania). Comenzado en 1989, se interrumpió en 1991, al igual que el DEA. No obstante, las reuniones ministeriales se reanudaron alternativamente en el norte y el sur con el nombre de Diálogo de los 5+5.

La política mediterránea de Europa ha pasado por varias etapas. A principios de 1990, un informe interno de la Comisión recuerda, una vez más, «la importancia estratégica del Mediterráneo» para la Unión Europea. En junio del mismo año, se adopta la política mediterránea renovada. En esa ocasión, el Consejo de Ministros «reitera su convicción de que la proximidad geográfica y la intensidad de las relaciones de cualquier tipo hacen de la estabilidad y la prosperidad de los Países Terceros Mediterráneos unos elementos esenciales para la propia Comunidad». Luego concluye: «La agravación del desequilibrio económico y social entre la Comunidad y los PTM a causa de sus respectivas evoluciones sería difícilmente controlable. En términos generales, está en juego la seguridad de la Comunidad ».

En diciembre de 1994, la Unión Europea hace un balance crítico de la Política Mediterránea Renovada (PMR). Llega a la conclusión de que, paradójicamente, la PMR no ha innovado sino que sigue siendo una herencia del pasado. Principal reproche: aplica una política tradicional de cooperación en lugar de proponer un proyecto global ambicioso. Europa toma conciencia de que no puede construirse sin entablar una relación especial con sus vecinos del este y el sur. Estos análisis alientan la elaboración del concepto absolutamente innovador de «partenariado». Este último implica la cooperación multilateral y da pie a preparar, de acuerdo con los PTM, la Conferencia Euromediterránea de Barcelona (27-28 de noviembre de 1995).

El Proceso de Barcelona propuso una política de partenariado muy importante en aquella época, así como la Cumbre Euromediterránea de Barcelona +10 o la Política Europea de Vecindad. Todas esas iniciativas desembocaron en la creación, en 2008, de la Unión por el Mediterráneo, que durante los diez (o casi) últimos años ha dado su apoyo a proyectos de cooperación regional para contribuir a la paz, la estabilidad y la seguridad de la región.

Los distintos conflictos que, a lo largo de los años, han azotado a ambas orillas, sobre todo el conflicto entre palestinos e israelíes y las guerras de Siria, Libia e Irak, han supuesto un freno para la voluntad de progreso económico y entendimiento entre los pueblos que dio origen a la Unión por el Mediterráneo.

Conclusión

En este artículo he expresado deseos y críticas. Mediterráneo por mis raíces y «mediterraneísta» por vocación, sigo siendo optimista pese a todo. No serlo me llevaría a tirar la toalla y abandonar la lucha. Mediterraneísta es un neologismo que he acuñado para designar a los especialistas del Mediterráneo, así como a los militantes, con la esperanza de que finalmente se incorpore en los diccionarios, al igual que africanista y americanista.

En conclusión, me gustaría expresar, una vez más, un deseo que me es muy preciado: que Ulises y Simbad, los dos grandes marinos presentes en nuestros imaginarios colectivos, aprendan por fin a navegar juntos para que el Mare Nostrum se convierta un día en Mater Nostra. Ese deseo empezó a hacerse realidad gracias al Proceso de Barcelona, que reunió a ambos en el mismo barco. Pero aún queda mucho que hacer para lograr que naveguen realmente juntos a fin de que el Mediterráneo se convierta en un lago de paz y prosperidad compartida. A la globalización y la teoría del «choque de civilizaciones» debemos contraponer la filosofía del diálogo de civilizaciones y culturas que prevaleció en el Mediterráneo. Una filosofía que debe convertirse en la cuna del futuro de un Mediterráneo reconciliado consigo mismo y de nuevo innovador.