La lucha por los derechos de las mujeres dentro y fuera de las redes

Mireia Faro Sarrats

Euromesco Comunications Officer

El décimo aniversario de la firma de la Convención de Estambul en 2021 sorprendió al mundo entero aún en medio de la pandemia de Covid-19, que había fraguado un escenario político muy complejo. El Covid-19 hizo tambalear las viejas estructuras de poder y puso al descubierto la falta de recursos humanitarios al situar a los grupos más vulnerables en una posición aún más vulnerable, que condujo a una serie de graves violaciones de los derechos humanos. Los derechos humanos siempre han estado al borde del olvido, sobre todo cuando se trata de reaccionar ante una crisis humanitaria internacional. Los derechos de las mujeres han sufrido la misma suerte, de modo que, a raíz de la pandemia, la violencia contra ellas se ha incrementado de manera drástica.[1]


La Convención de Estambul es un tratado sobre derechos humanos del Consejo de Europa para luchar contra la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica. El objetivo del tratado no solo es prevenir la violencia de género, sino también proteger a las víctimas y hallar modos de acabar con la impunidad de los perpetradores. En marzo de 2019, cuarenta y cinco países habían firmado la Convención, ratificando así su voluntad de lucha contra las violaciones de los derechos humanos. Entre ellos se encontraba Turquía, que, en 2012, había sido el primer país el ratificar el acuerdo, erigiéndose así en ejemplo a seguir. Ese acuerdo duró diez años en Turquía, hasta que, el 1 de julio de 2021, el gobierno del país decidió retirarse de la Convención de Estambul.

Bajo el lema «Nunca caminarás sola», muchas mujeres tomaron las calles tras conocer la decisión de Turquía, que se hizo pública dos meses antes de retirarse de la Convención. En la reunión internacional de Mujeres Periodistas y Comunicadoras del Mediterráneo, organizado por el Instituto Europeo del Mediterráneo (IEMed) y celebrado en Barcelona a principios de noviembre de ese año, la periodista turca Burcu Karakas, especialista en derechos humanos, y más concretamente en asuntos de género, expuso que la decisión turca tenía como fin «salvar la integridad de la familia, que se contempla como la representación más importante de la unidad social. Y el gobierno piensa que el concepto de familia está en declive».

Ser periodista no es fácil, sobre todo para las mujeres. Más de 2.100 mujeres periodistas han sido asesinadas en los últimos veinte años, y unas 400 han estado en prisión, acusadas, casi siempre, de delitos contra el Estado. Tal como muestran estos datos, el número de casos aumenta progresivamente cada año, como si retrocediéramos en la historia mundial en lugar de trabajar por una sociedad más justa e igualitaria. Los casos de violencia contra mujeres periodistas en Europa —ataques físicos, acoso legal, amenazas de violencia e intimidación, campañas organizadas en internet, desempleo y acoso sexual, entre muchos otros— salen a la luz de forma periódica. Sin embargo, el hecho de que estas acciones se hagan públicas o se condenen no solo significa que la violencia está aumentando, sino también que aparece más extensamente en la prensa y en internet. La violencia contra las mujeres siempre ha constituido una parte intrínseca de la sociedad, algo sistematizado. Aunque la violencia estructural no se ha erradicado, y ni siquiera nos hemos acercado a ese punto, lo cierto es que la revolución de las mujeres y su afán por cambiar la situación no dejan de crecer.

Las caras de la lucha

Fue John Galtung, sociólogo y matemático noruego, quien, en 1969, introdujo por primera vez el concepto de violencia estructural para referirse a «aquella violencia en que alguna estructura o institución social puede dañar a las personas, impidiéndoles satisfacer sus necesidades básicas».[2] Así, la llamada violencia estructural ha afectado a las mujeres en todos sus aspectos vitales: el trabajo, la salud, la riqueza o la educación, entre muchos otros. Aunque los datos existentes indican con claridad que hay un alto porcentaje de violencia de género en nuestras sociedades en todas sus formas, incluida la estructural, lo cierto es que faltan datos específicos.

Tal y como señalan los expertos, la violencia contra las mujeres en todas sus formas —física, psicológica, sexual, económica, etc.—es una epidemia global. Las mujeres deben hacer frente a numerosos desafíos a lo largo de su vida, desde la infancia a la adolescencia y la madurez.

Las organizaciones internacionales consideran que la violencia contra las mujeres está alcanzando unas cotas alarmantes,[3] mientras que los movimientos sociales cada vez tienen mayor presencia. Los casos, en efecto, aumentan, y cuantos más asesinatos se publican, más arrebatos de ira provocan. Cuando se asesina, se acosa o se abusa de una mujer, y el caso aparece en los medios y redes sociales, se produce una reacción masiva. Se trata, así, de una tendencia creciente y positiva en aras de condenar la violencia de género y el acoso, de hacerlos visibles. Dicha tendencia se debe, en parte, a la emergencia de las redes sociales, una herramienta que empodera a las mujeres para sentirse en comunidad y poder hablar y denunciar. Las contribuciones incluyen varias plataformas online que las activistas emplean como herramienta para difundir los mensajes de protesta contra la violencia de género: tuits, posts en Facebook, memes, fotos y perfiles, hashtags, iconos, lemas, etc. La presencia de las redes sociales en nuestras vidas es cada vez mayor, aunque la brecha digital sigue siendo muy amplia, por ejemplo, en la región MENA (Medio Oriente y Norte de África, en sus siglas en inglés), donde unos 63 millones de mujeres aún no tienen acceso a internet.[4] Ello impide a una parte de la población femenina sumarse a la nueva revolución y hacer oír sus voces. Por tanto, hay una parte de la sociedad que permanece silenciada en lo que se llama el «interior», la violencia doméstica oculta que nunca sale a la luz. ¿Qué ocurre con todas esa mujeres escondidas tras las cortinas de sus casas, temerosas de sus parejas, de sus vecinos, de la sociedad? ¿Y todas esas mujeres y niñas silenciadas a base de miedo y amenazas? La violencia contra las mujeres debería poder manejarse adecuadamente en todos los ámbitos, con especial hincapié en identificar ese tipo de violencia silenciada.

La parte «exterior» de la sociedad es la que tiene acceso a internet, sobre todo mujeres privilegiadas en algunos países, lo cual les permite alzar la voz para hacerse oír. Tenemos, pues, dos escenarios distintos, entre otros muchos, para comprender cómo debería manejarse la violencia doméstica: por una parte, tenemos ese tipo de violencia que, gracias a una serie de recursos, puede ser visible; por otra, tenemos la violencia de género oculta, cuyas trazas son muy difíciles de detectar, especialmente en algunos países, debido a la falta de recursos, ya sea porque las mujeres no tienen acceso a internet ni a líneas de denuncia, ya por la falta de información, o bien porque esas mujeres se encuentran en situaciones muy vulnerables (refugiadas, solicitantes de asilo, etc.).

No es necesario poner ejemplos que demuestren que no todas las mujeres tienen acceso a herramientas específicas que les permitan alzar la voz y hallar una vía de escape a la violencia. Las redes sociales y las plataformas digitales se han convertido en herramientas muy poderosas en el marco del activismo feminista, no solo a título individual, sino también para muchas organizaciones que trabajan por los derechos de las mujeres. Sin embargo, los datos son limitados porque la mayoría de los casos nunca se denuncian, lo cual significa que debemos aceptar lo que tenemos. Así, el análisis debe ser en función de la convicción de que una gran parte de la sociedad sufre violencia de género en silencio. Tras la decisión de Turquía, la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer de Naciones Unidas (CEDAW), declaró que «la adopción de semejante decisión en medio de la pandemia de Covid-19 ensancha la brecha que impide la protección de mujeres y niñas en una época en que la violencia de género contra las mujeres está creciendo y, por tanto, socava el sistema internacional de los derechos humanos, que trata de prevenir y proteger a las mujeres y niñas de esa violencia. Este acto sin precedentes no puede, ni debe, tener ninguna clase de justificación ni fundamento válidos».[5]

La Convención de Estambul supone una herramienta clave para la lucha por los derechos de las mujeres. El hecho de que Turquía retirara su adhesión da luz verde a los hombres para que golpeen y dañen a las mujeres, empleando todo tipo de violencia contra ellas con impunidad. Así, ello supone un paso atrás en la historia de la lucha de las mujeres en el país. La decisión fue la gota que colmó el vaso y desencadenó un fuerte movimiento de mujeres que salieron a las calles turcas para reclamar lo que les pertenece. Llenaron las calles del color de la bandera de la Convención para demostrar que el suyo era un movimiento fuerte, poderoso, unido y bien organizado. Más allá de los colores, las banderas y los gritos, había una profunda razón para estar allí: «No estás sola», lo cual puede parecer muy obvio, pero el poder de esas palabras supera cualquier intento de análisis, artículo, estadística o dato. Se trata, sencillamente, del sentimiento humano de pertenencia, de la sensación de que podemos ser comprendidas y liberadas, de que hay alguien ahí al lado. Las mujeres se congregaron en las calles gracias, en parte, a las campañas previas surgidas en las redes sociales.

El activismo digital, ¿nuevo paradigma para el cambio?

El activismo digital ha contribuido al desarrollo de un nuevo vocabulario y de nuevos marcos que recogen las experiencias cotidianas de los individuos de todo el mundo. El activismo digital es un modo de despertar la conciencia tanto individual como colectiva.[6] Casi siempre, los casos conocidos en el panorama de los medios sobre violencia de género empiezan con un caso individual, y la secuencia va de lo individual a lo general. De manera similar, los casos individuales aparecidos en los medios y las redes sociales crecen de una manera muy rápida, de modo que, a partir de un solo caso, puede desencadenarse un movimiento que implique a millones de personas o usuarios. Ello sirve como espacio para añadir información extra no oficial que planta cara a los gobiernos y las autoridades nacionales, las cuales, en muchos casos, tratan de esconderse o ignorar el asunto. Hay ejemplos de blogueras y activistas en países como Nigeria, que han creado plataformas de ayuda a la verificación de información en casos de violencia de género mediante hashtags. Una enorme comunidad de blogueras y activistas refuerza la visibilidad de cada uno de los casos, para convertirlos en un problema que afecta a toda la sociedad. #FindHinyUmoren es una campaña creada por activistas en Nigeria a partir del caso de una joven que desapareció cuando iba de camino al trabajo. La campaña tuvo tres etapas: en la primera, el hashtag se empleó para crear un movimiento y compartir imágenes que ayudaran a encontrar a la joven; en la segunda, cuando esta apareció muerta, el hashtag se empleó para buscar información sobre el agresor; y en la tercera y última, el hashtag cambió para convertirse en un movimiento de protesta contra la gestión del gobierno y reclamar justicia para la víctima.

Las mujeres y las organizaciones por los derechos de las mujeres que pueden ser activas en las redes y usarlas como herramienta de organización de campañas de protesta pueden desencadenar cambios muy efectivos. Pero su poder no solo procede de ahí, sino también de las calles, lo cual nos lleva, de nuevo, a la diferencia mencionada más arriba entre el «interior» y el «exterior». Hay muchas mujeres que tienen acceso a internet, pero también hay un alto porcentaje que aún no lo tiene. Las jóvenes generaciones son un ejemplo perfecto. Son muy activas en internet, especialmente las mujeres que tienen oportunidad de ir a la universidad, porque así pueden alzar sus voces y crear una comunidad abierta a otras mujeres que quieran unirse.

Este nuevo escenario es el resultado de muchos años de luchas silenciosas y un fuerte sentimiento de impotencia. El uso de estas tecnologías, que ya no son tan nuevas, ha mostrado claramente una salida para que las mujeres y las víctimas de la violencia de género y de los abusos de los derechos humanos puedan reclamar justicia o, al menos, apoyo. Cada campaña tiene un alcance distinto, que depende del propósito y los objetivos, pero también de las características del caso. Sin embargo, la mayoría comparten un patrón común que va de lo individual a lo general, lo que significa empezar con un caso específico y terminar con un aspecto mediático, algo con lo que la gente pueda sentirse identificada. Así, cuando una campaña llega a ese punto, significa que una comunidad entera, desde distintos puntos geográficos, está detrás. En una entrevista de 2021, la periodista turca Burcu Karakas señaló: «Las redes sociales no pueden controlarse. O se cierran por completo o se acepta lo que ocurre. En el caso de Turquía, como en muchos otros países donde hay investigaciones en curso que no parecen transparentes, enseguida vemos que una enorme comunidad de mujeres empieza a organizar campañas en las redes sociales, para poner el foco en el caso. Los asesinatos, las violaciones y la violencia psicológica ocurren todos los días, y esa comunidad [de mujeres] nunca se cansa de reclamar justicia».

De todos modos, el activismo digital tiene un lado oscuro. Es evidente que ha empoderado a mujeres a lo largo y ancho de todo el mundo, y es una herramienta de cambio positivo porque ha creado una comunidad solidaria y comprensiva, pero, si bien se ha reformulado el viejo concepto del cuarto poder y los medios de comunicación tradicionales se han visto remplazados a la hora de enfrentarse al poder y los gobiernos, todo ello también ha mostrado efectos negativos. Así, el activismo digital se ha convertido en «un vehículo de voyerismo global con una audiencia, los ciudadanos digitales, que observa, comenta y emite juicios que incitan a los prejuicios, el odio y la violencia».[7] El activismo digital ha crecido de la mano de los trols, el ciberodio y el ciberacoso, y la lucha por los derechos de las mujeres se ha topado con diversos obstáculos que incluyen amenazas, odio, insultos y discriminación, entre otros. Estos movimientos y campañas en internet han tenido que enfrentarse al odio antifeminista y la persistente intimidación. Y aunque los gobiernos han creado leyes y políticas para regular el ciberacoso, lo cierto es que las redes sociales no pueden controlarse.

El antiguo concepto del activismo y el odio ha mutado, hoy en día, al ámbito de la red. Reconocer la importancia del papel de estos nuevos actores como una herramienta en línea para luchar por los derechos humanos debería considerarse una prioridad, sobre todo cuando esas herramientas son, también, un arma para reclamar justicia, enfrentarse al poder y crear y construir una comunidad solidaria y comprensiva, así como luchar contra el cibercrimen.

Las redes sociales desempeñan un papel crucial en la promoción de un movimiento, la difusión de un mensaje por el mundo y la llegada a una mayor audiencia, y así deben seguir. Deben ser capaces de seguir construyendo comunidades que apoyen esos movimientos, que puedan protestar y alzar la voz y muestren la solidaridad entre sociedades diversas. Las redes sociales deben contemplarse como una herramienta para enfrentarse al poder y conectar a la gente con intereses y objetivos comunes más allá de las fronteras, y no deben ser una herramienta de desinformación y un acervo de odio y discriminación.

«La violencia siempre ha estado ahí. No va a desaparecer, y sabemos que al gobierno turco no le importa, ni a los ministros ni a la policía. Pero eso no significa que vayamos a quedarnos con los brazos cruzados, de modo que seguimos luchando», me dijo Burcu Karakas. Y sí, eso es lo que hacemos, seguir luchando.

Notes

[1] https://www.coe.int/en/web/portal/-/covid-19-pandemic-tackling-the-dramatic-increase-in-cases-of-violence-againstwomen#:~:text=Back-,COVID%2D19%20pandemic%3A%20tackling%20the%20dramatic%20increase%20in,cases%20of%20violence%20against%20women&text=Since%20the%20outbreak%20of%20the,Council%20of%20Europe%20member%20states

[2] Andrew Dilts, Yves Winter, Thomas Biebricher, Eric Vance Johnson, Antonio Y. Vázquez-Arroyo and Joan Cocks, “Revisiting Johan Galtung’s Concept of Structural Violence”, New Political Science, 2012, 34, 2, e191-e227, DOI: 10.1080/07393148.2012.714959

[3] Naciones Unidas, “Remarks on International Day for the Elimination of Violence against Women”, 2017, https://www.un.org/sg/en/content/sg/speeches/2017-11-22/elimination-violence-against-women-remarks

[4] Alexander Farley and Manuel Langendorf, “COVID-19 and Internet Accessibility in the MENA Region: Maximizing digital skills and connectivity for economic recovery”, Wilson Center, https://www.wilsoncenter.org/sites/default/files/media/uploads/documents/MEP_211129_OCC%2040%20v4.pdf

[5] https://www.ohchr.org/sites/default/files/Documents/HRBodies/CEDAW/Statements/Statement_Turkey_30.06.2021.doc

[6] Rachel Loney-Howes, Kaitlynn Mendes, Diana Fernández Romero, Bianca Fileborn and Sonia Núñez Puente, “Digital footprints of #MeToo”, Feminist Media Studies, 2021, DOI: 10.1080/14680777.2021.1886142

[7] Sunita Toor, “Digital activism: empowering women, creating change and demanding human rights”, OpenGlobalRights, 2020, https://www.openglobalrights.org/digital-activism-empowering-women-creating-change-and-demanding-human-rights/