La lucha contra la islamofobia en Cataluña: un reto para la convivencia

Moussa Bourekba

Investigador, Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB)

La islamofobia es un fenómeno basado en asignar a las personas una sola identidad, su fe musulmana, cuando la fe solo constituye una de las múltiples pertenencias que pueden conformar nuestra identidad. Aunque hunde sus raíces en largos siglos de historia y tiene un cariz global, la islamofobia ha experimentado un auge durante las últimas décadas en Europa, con motivo de la creciente visibilidad de la inmigración. Así, se han fomentado discursos que atribuyen al islam una serie de problemas, conflictos y situaciones que implican a personas de fe musulmana. En este sentido, es fundamental abordar la islamofobia mediante programas e iniciativas que presenten un enfoque holístico, como es el caso de las II Jornades Gatzara, celebradas en Barcelona del 17 al 21 de mayo de 2022.


El 18 de agosto de 2017, pocas horas después de la terrible masacre que se produjo en las Ramblas barcelonesas y pocas horas antes del atentado en Cambrils, la muy mediática tertuliana Carmen Lomana publicaba una serie de tuits que contrastaban con los mensajes de solidaridad con las víctimas y los llamamientos a la convivencia. El primer tuit decía: «Querría ver una manifestación de musulmanes en contra de los asesinos. ¿Dicen que son cuatro gatos, donde están el resto de los gatos?», mientras que el último concluía: «Cualquier persona que intente justificar lo que está ocurriendo no tiene mi respeto. Ninguna fobia. La única fobia es la de ellos a nosotros». Aquí se asume que, ante un atentado terrorista cometido por personas que se reclaman del islam, es normal que los musulmanes bajen a la calle para condenar los atentados. La pregunta clave aquí es saber si lo tienen que hacer como musulmanes o como ciudadanos; o como ciudadanos de fe musulmana, si es que ambas pertenencias no son mutuamente excluyentes. A partir del día 18 de agosto, desde Barcelona hasta Melilla, pasando por Madrid y Valencia, decenas de entidades musulmanas organizaron concentraciones de repulsa al terrorismo. Además, centenares de personas de fe musulmana se unieron a las numerosas concentraciones dentro y fuera de Cataluña para condenar el terrorismo. No lo hicieron necesariamente como personas musulmanas, sino como miembros de esta sociedad.

Es, precisamente, esta realidad la que uno puede obviar si alude exclusivamente a la fe de una persona para identificarla: le asigna una sola identidad, cuando la fe, como el origen étnico o el lugar de residencia, solo constituye una de las múltiples pertenencias que pueden conformar nuestra identidad. Ya sea consciente o latente, la islamofobia suele considerar que el islam —entendido como religión monolítica— es el principal parámetro que define la identidad de una persona musulmana, que explica su comportamiento y marca sus objetivos de vida (sean personales, profesionales, políticos, etc.). Por tanto, como ilustra el último tuit, la insistencia en la identidad religiosa de una persona permite establecer una dicotomía del nosotros versus ellos sin definir quiénes forman parte de nosotros y quiénes son ellos. En palabras del politólogo Vincent Geisser (2011; 419), la islamofobia es «un modo de pensamiento culturalista y esencialista, que asimila la pertenencia real o imaginaria al islam a una entidad globalizante y totalizante, y que suele recurrir a una argumentación de tipo antirracista y universalista para poner en evidencia el “retraso cultural” del islam y de los musulmanes».

Como vienen señalando diversas instituciones europeas y nacionales, se ha observado un incremento en los discursos islamófobos en Europa, pero también en las discriminaciones, en los delitos de odio y el uso de la violencia contra personas catalogadas como musulmanas. ¿Cómo entender este fenómeno? ¿Y cómo luchar contra él? El presente artículo trata de definir los principales rasgos de la islamofobia para poder caracterizar el fenómeno y poner en evidencia los retos que plantea para la convivencia.

La islamofobia contemporánea: un fenómeno recientemente caracterizado

Lejos de haber sido acuñado por los «integristas iraníes» en los años ochenta para censurar cualquier crítica de la religión musulmana, como sostienen algunos (Fourest y Verner, 2003), el concepto de islamofobia aparece por primera en 1910 (Bravo López, 2010). En aquel momento, un grupo de orientalistas franceses lo usaron para hacer referencia a una forma de hostilidad hacia el islam y los musulmanes en los territorios administrados por el imperio colonial francés. En la época contemporánea, este concepto volvió a surgir en Europa en los años ochenta. No se usa para aludir a la hostilidad contra las poblaciones musulmanas colonizadas, sino para caracterizar un fenómeno de rechazo y hostilidad que afecta específicamente a los musulmanes que viven en el Viejo Continente. En la Gran Bretaña de los años ochenta, varios sociólogos observan el auge del «racismo cultural», es decir, un racismo que identifica a los musulmanes como personas fundamentalmente distintas e inferiores en tanto que no son europeas, no son blancas y tienen otra cultura (Allen, 2010; Modood, 2000; Grosfoguel, 2014). En la década posterior, el think tank británico Runnymede Trust publica dos informes que marcan el reconocimiento de este concepto por actores no musulmanes. El segundo informe enumera una serie de ocho características que permiten identificar un discurso islamófobo (Runnymede Trust, 1997). Entre otras características, aparece la idea de que el islam es un bloque monolítico y estático y una religión inferior (no diferente), y que cualquier discurso en contra de los musulmanes es legítimo. Si bien esta definición no está exenta de críticas, ha marcado una primera etapa en el camino hacia el reconocimiento político de la islamofobia.

Estos primeros avances serán cruciales en el contexto  posterior a los atentados del 11 de septiembre  de 2001. En Europa, diversas iniciativas ven la luz  para hacer un seguimiento de la islamofobia en  pleno auge tras el 11-S (por ejemplo, el European  Monitoring Centre on Racism and Xenophobia,  incorporando la islamofobia como fenómeno a  seguir). En paralelo, la cuestión de la lucha contra  la islamofobia se impone en la agenda política de  la Unión Europea y de varios países europeos (Casa  Árabe, 2007). En este contexto, el Consejo de Europa  avanzó en 2004 una primera definición en la cual  considera que la islamofobia se corresponde con  «una forma de racismo y xenofobia manifestada  a través de la hostilidad, la exclusión, el rechazo y  el odio contra los musulmanes, sobre todo cuando  la población musulmana es una minoría, algo que  ocurre con mayor impacto en países occidentales».  Esta aproximación insiste en los temores y prejuicios  hacia el islam y los musulmanes y subraya que  la islamofobia, además de constituir una amenaza  para la convivencia, puede legitimar actitudes discriminatorias  y violaciones de los derechos humanos  (Ramberg, 2004).  Si bien el concepto de islamofobia es relativamente  reciente, su aparición responde a la necesidad  de caracterizar una serie de fenómenos que incluyen  la hostilidad, los estereotipos y las actitudes  de rechazo y discriminación hacia el islam y/o los  musulmanes. Sin embargo, tanto la complejidad de  los fenómenos que este concepto abarca, como la  diversidad de contextos a los cuales se aplica han ido  generando muchos debates en torno a su definición  y aplicabilidad. 

¿Islamofobia, racismo anti-musulmán, morofobia? Un mismo concepto para varias realidades

Si bien existía un relativo consenso acerca de que la islamofobia era un fenómeno cada vez más visible en Europa, este reconocimiento también ha ido generando varios debates científicos, legales y políticos sobre la relevancia de este concepto. Esto se debe principalmente a la multitud de procesos que pueden alimentar este fenómeno, como el racismo, el sexismo y la xenofobia (Rosón Lorente, 2012).

Un primer debate tiene que ver con el papel que juega la identidad religiosa en los mecanismos de rechazo y discriminación. Como hemos visto más arriba, varios sociólogos consideran que la islamofobia es, ante todo, la muestra de una forma de «racismo cultural» (Allen 2010; Meer and Modood, 2009; Werbner 2005). Su principal argumento es que es complejo determinar qué aspecto de la identidad (identidad étnica e identidad religiosa) es el objeto de una forma de rechazo u hostilidad. Así, estos autores sostienen que la islamofobia es una forma de racismo cultural, ya que «la identidad [de los musulmanes] está basada en el origen étnico de un individuo y no solo en la base de sus creencias» (Bravo López, 2010; 3). Siguiendo esta misma línea, Fred Halliday (1999) sostiene que es más adecuado hablar de «anti-musulmanismo» puesto que, desde su perspectiva, la islamofobia no se ejerce contra el islam como religión, sino contra los seguidores de esa religión. 

De ser así, ¿cómo determinar que un caso supuesto de islamofobia no esconde, en realidad, un racismo antiárabe, antimagrebí o antimusulmán? Estas perspectivas demuestran que la islamofobia es también una forma de racismo: asigna a las personas musulmanas ciertas características religiosas y culturales con el fin de «denigrarlos, marginalizarlos, discriminarlos o exigir de ellos que se asimilen y así tratarlos como ciudadanos de segunda clase» (Modood, 2018). 

Una segunda categoría de debates se centra en la dimensión religiosa de este fenómeno. Al poner en evidencia la intolerancia religiosa que contempla la islamofobia, autores como Geisser (2003) y Werbner (2005) sostienen que la islamofobia no solo abarca una forma de intolerancia, sino que también da pie a discursos e, in fine, a medidas que validan el rechazo de esta religión en la esfera pública en su sentido más amplio. Por tanto, la islamofobia no hace únicamente referencia al «miedo a» (fobia), sino que también conlleva actitudes restrictivas o prohibitivas hacia ciertas prácticas religiosas. Desde esta perspectiva, la islamofobia es también una forma de intolerancia religiosa institucionalizada que puede implicar ciertos procesos de exclusión: las leyes para prohibir el velo de ciertos espacios, los permisos de construcción de mezquitas denegados o la negativa de algunos comedores escolares a ofrecer menús halal o vegetarianos son algunos ejemplos.

En resumidas cuentas, el concepto de islamofobia es relativamente reciente en el mundo académico y político. La complejidad de los fenómenos que abarca (racismo, intolerancia religiosa, etc.) ha generado una multitud de debates en torno a su definición. Más allá de estos debates, hemos constatado las principales características de la islamofobia:

• Se caracteriza por el odio, la hostilidad, los prejuicios o el rechazo hacia individuos e instituciones categorizados como musulmanes.

• Acarrea consecuencias como actos de discriminación, el uso o la legitimación del uso de la violencia o determinados procesos de exclusión.

• Puede ser ejercido por personas, movimientos, organizaciones e instituciones.

• Puede incluir otros procesos — o combinarse con ellos— de racialización o alterización como el racismo, la morofobia, el sexismo y la aporofobia.  


Un fenómeno contemporáneo con profundas raíces históricas 

Si bien la islamofobia es un fenómeno global y contemporáneo, sus manifestaciones son locales y sus raíces son también históricas. En esta sección, haremos hincapié en dos dimensiones del fenómeno: su dimensión histórica y su dimensión contemporánea. Las raíces históricas de la islamofobia en Europa se hallan en la multitud de conflictos y dinámicas de poder que opusieron la religión musulmana a la religión católica. Esto incluye episodios como la presencia musulmana en la península ibérica (Al-Ándalus) y la competición geopolítica entre el Imperio otomano y diversos imperios europeos. Gema Martín Muñoz sostiene que tanto la expulsión de musulmanes y judíos de Al-Ándalus como el descubrimiento de América llevaron los europeos a fomentar una identidad europea que niega la contribución del pensamiento islámico al desarrollo del pensamiento y de la identidad europeos; lo cual alimentó «la concepción de dos universos aislados y sin un patrimonio común» (Martín Muñoz, 2014; 38).

Asimismo, la colonización de países mayoritariamente musulmanes en los siglos  XIX y XX contribuyó al imaginario colectivo islamófobo. Justificada en nombre de una «misión civilizadora», la colonización permitió (re)activar la dicotomía entre civilización y barbarie, popularizar conceptos como el de «razas inferiores» y difundir la idea de que los musulmanes (colonizados) constituyen una especie de «quinta columna» capaz de subvertir el orden público por sus ideas y prácticas religiosas (Triaud, 2006). En el contexto español, el historiador Eloy Martín Corrales (2004) demuestra como los prejuicios ya usados ocho siglos atrás (el moro fanático, perezoso, cortacabezas, etc.) se reactivan en favor de la agenda política del momento, por ejemplo, durante la guerra civil (Dieste, 1997).

Si bien es histórica, esta dicotomía del nosotros versus ellos sigue siendo alimentada por determinados discursos políticos, académicos y mediáticos que hacen del islam la principal variable explicativa para entender el pasado y el devenir de las sociedades musulmanas (Grosfoguel, 2014). Es más, esta dicotomía se usa cada vez más para diferenciar a miembros de una misma sociedad, como ocurre en varios países europeos. Como bien recuerda Nasr Hamid (2014; 14), la visión orientalista del mundo arabo musulmán ha contagiado a la opinión pública hasta tal punto que «no hay diferenciación entre si son musulmanes practicantes o no, aunque los musulmanes, ya sea en Europa o en Estados Unidos, no son un grupo homogéneo». Esto genera problemas de identidad, dificulta el sentimiento de pertenencia a una sociedad en la que los llamados jóvenes de «segunda y tercera generación» han nacido y crecido, y alimenta dinámicas de exclusión social, por no hablar del sentimiento de humillación o menosprecio que muchos experimentan. En el contexto contemporáneo, uno de los primeros factores que explica el auge de la islamofobia en Europa está relacionado con la creciente visibilidad de la inmigración. Con la llegada de inmigrantes al Viejo Continente, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, se han ido fomentando discursos que insisten en el carácter invasivo de dicha inmigración y en los peligros que esta supone para las sociedades europeas (Liogier, 2012).

El asentamiento de esas poblaciones en Europa se tradujo en una creciente visibilidad de sus prácticas y costumbres religiosas (prendas religiosas, comida halal, construcción de oratorios, etc.), (1) que ha ido dando pie a que se atribuyan al islam una serie de problemas, conflictos y situaciones que implican a personas de fe musulmana. Esta culturalización de ciertos problemas sociales, económicos y políticos permite interpretar cualquiera de estas situaciones como el reflejo de una supuesta incompatibilidad de valores entre unos «valores occidentales» —poco o nunca definidos— y unos «valores islámicos» que, por ejemplo, van en contra de la igualdad de género (velo), en contra de la convivencia (menús halal), en contra de la libertad de expresión (asunto de las caricaturas) o en contra del secularismo (signos religiosos, construcción de minaretes, etc.) (Bourekba, 2018). En este contexto, los discursos islamófobos y las decisiones institucionales que pueden derivar de ellos justifican el rechazo de las demandas formuladas por personas musulmanas en nombre de la necesidad de salvaguardar los valores de igualdad, libertad y convivencia. Ya sea pasiva —no dar respuesta a una demanda de la comunidad musulmana— o activa —rechazar la demanda de menús halal en las escuelas—, esta islamofobia institucional insiste en el carácter religioso de una demanda y recurre a argumentos basados en los valores para justificarse (Stop Als Fenòmens Islamòfobs, 2021; 16).

La creciente visibilidad del islam en Europa también dio pie a teorías conspiradoras que reactivan el mito de la «quinta columna», cuyo objetivo es alterar los valores, la composición sociodemográfica y las culturas europeos. Por ejemplo, la teoría de la islamización sostiene que el asentamiento de poblaciones musulmanas en Europa forma parte de un proyecto de islamización del continente y que las demandas de dicha población —como la construcción de oratorios o el derecho a vestir como uno quiere— son pruebas de esta voluntad (Liogier, 2012; Sanders, 2013). Asimismo, la teoría de la gran sustitución, ideada por el escritor francés Renaud Camus, sostiene que las poblaciones que emigraron a Europa acabarán sustituyendo a las poblaciones autóctonas europeas mediante unas tasas de fecundidad más altas que las de los «autóctonos».

Estas teorías contribuyen a la vez a la islamofobia consciente y a la islamofobia inconsciente (o latente) «ya que no se trata de discriminación, sino de protección y autodefensa ante el peligro que encarnan los musulmanes» (Martín Muñoz, 2014; 43). Son teorías que legitiman la necesidad de protegerse ante la supuesta islamización de la sociedad y pueden llegar a justificar el uso de la violencia en respuesta al peligro que representan los musulmanes. Desde esta perspectiva, Geisser argumenta que la islamofobia es un «neo-racismo anti-musulmán» que resulta de un «imaginario heterófobo que considera que es más o menos legítimo dar respuesta a una “violencia primera”, la de individuos y grupos musulmanes, cuyo proyecto secreto sería subvertir nuestro sistema de valores» (Geisser, 2011). 

Por otra parte, el terrorismo yihadista ha dado un verdadero empujón a ciertos discursos, actitudes y medidas islamófobos. De hecho, no se puede entender el auge de la islamofobia en el siglo xxi en Europa sin tener en cuenta el impacto del terrorismo. Los atentados terroristas de cariz yihadista permiten fomentar discursos según los cuales los musulmanes europeos —como miembros de una comunidad monolítica— practican una religión visceralmente violenta y fundamentalmente opuesta a la convivencia. Siguiendo la perspectiva de la gran sustitución, estos atentados serían la muestra de que los musulmanes europeos son, en realidad, los caballos de Troya de un plan de islamización de Europa. De ahí los repuntes de ataques islamófobos observados en varias ciudades europeas tras un atentado yihadista.

Además, la amenaza terrorista ha justificado el despliegue de medidas discriminatorias cuyo fin es vigilar a los musulmanes y los espacios en los que interactúan: mezquitas, imames, empleados e incluso alumnos en las escuelas se encuentran bajo sospecha. Como consecuencia de ello, la agenda de la integración y la inclusión se ha visto eclipsada por la agenda antiterrorista, que privilegia la seguridad. A este respecto, numerosos estudios pusieron de relieve las múltiples relaciones entre la lucha antiterrorista y la implementación de medidas discriminatorias implícita o explícitamente islamófobas (Abbas y Awan, 2015; Kundnani, 2009).

Por último, los medios de comunicación y las redes sociales juegan un papel evidente a la hora de facilitar la circulación y difusión de los discursos hostiles al islam y a los musulmanes. Ambos tipos de plataformas pueden servir de caja de resonancia para los discursos islamófobos y, así, ser partícipes de unas dinámicas de difusión de prejuicios que llevan a la criminalización de los colectivos musulmanes o a la justificación de medidas discriminatorias en contra de estos (Awan, 2016). Por ejemplo, el Observatorio de la Islamofobia en los Medios considera que los medios de comunicación españoles participan en el fomento de un clima de islamofobia en tanto en cuanto tratan el islam y/o a los musulmanes como si fuesen una entidad homogénea; los relacionan con el terrorismo y usan el islam como factor explicativo de prácticas culturales. Las redes sociales plantean todavía más retos: plataformas como Facebook, Twitter, Instagram o TikTok ofrecen toda una serie de características; que modifican el escenario de creación y distribución de la información y permiten a ciertos usuarios emplearlos como herramientas al servicio del discurso del odio.

En definitiva, la islamofobia es un fenómeno cuya existencia resulta de un conjunto y una combinación de factores históricos y de fenómenos contemporáneos. Si bien existen debates teóricos respecto a la relevancia del concepto, en la realidad este se traduce por estereotipos, dinámicas de exclusión y rechazo, discriminación e incluso violencia contra personas según su pertenencia real o supuesta al islam. Ante este escenario, son cada vez más las voces que reclaman la implementación de programas, iniciativas y estrategias destinadas a abordar la islamofobia de forma holística.

Ante esta situación, hace falta generar espacios donde encontrarnos. Es un reto social y político inaudible. Proyectos de barrio, de ciudad, en que personas, entidades, comunidades diversas se encuentren y generen experiencias compartidas en positivo. En este sentido, ejemplos como las II Jornades Gatzara (2) nos brindan una oportunidad imprescindible de encuentro.

Notas

1.-Según el Estudio Demográfico de la Población Musulmana, elaborado por la Unión de Comunidades Islámicas de España (UCIDE) y por el Observatorio Andalusí, Cataluña es la comunidad autónoma española con más musulmanes (564.055 de un total de 2.091.656).

2.- www.jornadesgatzara.org

Bibliografía

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