La escritura de la historia magrebí en femenino: entre la negación y la leyenda

Rajaa Berrada-Fathi

Université Hassan II Casablanca, Marruecos

La poética, como forma de creación artística que participa de la representación que nos hacemos de nosotros, mismos debe disociarse de los determinantes masculino/femenino para ser apreciada por su  « singularidad », una noción que no llegan a hacer las marcas de género. Esto es importante si consideramos la capacidad de la poética de influenciar el mundo, sus dinámicas y sus mutacioneLas mujeres que han hecho historia en el Magreb son bastante numerosas: desde la princesa fenicia Elisa, fundadora de Cartago, hasta las mujeres que combatieron en los movimientos de liberación nacional. Sin embargo, no hay rastro de ellas en las fuentes históricas, elaboradas por hombres. La leyenda y el mito llenan ese silencio, como en el caso de Kahena, la figura de la resistencia magrebí, tan reivindicada y recordada como puedan serlo algunos autores marroquíes, argelinos y tunecinos.


El 26 de agosto de 1970 unos grupos de mujeres decidieron colocar una ofrenda floral en una tumba, pero no en la del «soldado desconocido» sino en la de «la mujer desconocida»; su objetivo era denunciar la falta de reconocimiento de que son objeto las mujeres. Este hecho me marcó y despertó en mí una actitud vigilante respecto a la visión y el papel de la mujer; me atormenta también cada vez que abro un libro de historia de Marruecos, Argelia y Túnez, y me inspira el mismo deseo de depositar, a mi vez, una ofrenda floral en la tumba de la mujer magrebí desconocida, sepultada en los recovecos del olvido y entre los horrores del silencio. Esta anécdota tan significativa debe instruirnos sobre la labor que debemos llevar a cabo en lo que se refiere al reconocimiento de la «mujer magrebí desconocida», mientras hacemos una incursión en el pasado para exhumar figuras femeninas escondidas en el abismo de lo oculto.

Cabe señalar que las fuentes históricas que son objeto de referencias escritas son fijadas y definidas por hombres, quienes no han dejado ningún hueco para la mujer. Bien al contrario, dichas fuentes las han encerrado en relatos y discursos universales globalizadores, es decir, masculinos.

¿Quién se va a dedicar, en el Magreb, a llevar a cabo excavaciones arqueológicas y consultar los distintos escritos historiográficos para investigar la presencia, el papel y la participación de las mujeres en la construcción de la familia y la sociedad? ¿Qué papel desempeñan las mujeres en la historia? ¿De qué modo el relato histórico da cuenta de la vida de las mujeres en todos los ámbitos? El enfoque de género como herramienta y método de análisis que pone en cuestión los roles atribuidos culturalmente a lo masculino y lo femenino, que estudia los entornos y las representaciones de mujeres y hombres, nos permite formular varias preguntas sobre ese agujero blanco en lo que se refiere a la presencia de la mujer en la escritura de la historia considerada «normal».

Para responder a estas preguntas, me serviré del enfoque de género con el fin de reflexionar y criticar la historiografía que se considera bien construida desde el punto de vista científico y, así, identificar las relaciones entre hombres y mujeres, así como deconstruir las evidencias. Este enfoque me guiará en la búsqueda de las figuras emblemáticas de la historia del Magreb durante la fundación de Ifriqiya y el Estado musulmán, para abordar luego la historia de la colonización y proseguir mi investigación en el campo de la leyenda, que aprovecha las epopeyas de la literatura oral contadas por las mujeres, en las que las hazañas femeninas desempeñan un importante papel.

Para esta investigación o, mejor dicho, para esta búsqueda, me detendré en tres etapas:

  • La historia de ayer
  • La historia de hoy
  • Historias de mujeres en la historia: de la oralidad a la grafía

I. La historia de ayer

1.1. Elisa y la fundación de Cartago

En la antigüedad, África ​​designaba la región de Cartago correspondiente a la actual Túnez. África fue una provincia del Imperio Romano. Tras la conquista musulmana, esta palabra se conservó bajo la forma arabizada de Ifriqiya.

La historia de Cartago, que constituye el fundamento de la de África del Norte, se cuenta en un relato casi mítico, pero análogo en archivos distintos. Varias fuentes históricas coinciden en afirmar que una princesa fenicia llamada Elisa o Didon –en latín Dido– fundó Cartago, capital del imperio cartaginés, que se extendió desde el año 814 hasta el 146 aC.

Según varias referencias históricas, hasta el siglo X aC varios pueblos habitaban un territorio que corresponde al actual Líbano. Hablaban una lengua semítica similar al hebreo antiguo, llamada canaanita. Por su parte, los griegos daban a dicho pueblo la denominación de fenicios. Los fenicios vivían del comercio y contaban con importantes puertos. Su principal ciudad era Tiro, que fundó colonias y factorías en toda la cuenca mediterránea.

Según el poeta romano Virgilio, esta mujer, procedente de la aristocracia tiria, era hija de Belos, rey de Tiro, y hermana de Pigmalión. Elisa, que era la mayor, debía suceder a su difunto padre, pero su hermano, Pigmalión, se lo impidió y asesinó a su marido, Siqueo. Elisa fue objeto de una dura oposición y una constante persecución por parte del sumo sacerdote de Melkart. Elisa decidió abandonar Tiro escoltada por un numeroso séquito y emprendió un largo viaje: se detuvo en Chipre y Malta, pero eligió un sitio en el norte de África para instalarse definitivamente. Ella fue quien, hacia el año 814 aC, construyó Cartago, que significa Quart Hadash –la Ciudad Nueva– para su pueblo, el fenicio. Desarrolló una labor exploradora pero sobre todo de transmisora de civilizaciones, puesto que implantó la cultura de Tiro en un nuevo país, donde logró la fusión de Asia y África. Instituyó la monarquía fenicia, reconocida desde la antigüedad y de comprobado prestigio, y consiguió el mestizaje de dos culturas, dos religiones y dos estilos de vida.

Diferentes fuentes históricas nos ofrecen una serie de informaciones relativas a su reinado, pero de un modo disperso. Primero tuvo que casarse con uno de sus seguidores tirios de la familia Borca. A continuación, esta mujer pudo negociar el emplazamiento de la fundación de Cartago y las fronteras con las que delimitaría su territorio. Pidió permiso un rey bereber llamado Sifax para instalar su reino en el suyo. Sifax le concedió un terreno del tamaño de una piel de buey, oferta que la reina aceptó jugando con el sentido de las palabras: es decir, cortó la piel en tiras para delimitar con ellas el perímetro de Cartago. Por último, se habla de reuniones entre Elisa y hombres poderosos y otros reyes, como Hiarbas, monarca de los maxitanos. Los límites del territorio de la reina Elisa se fijaron mediante las negociaciones llevadas a cabo por los hermanos Filenos con la colonia griega de Cirene, la actual Libia.

El reinado de Elisa, según nos cuenta la historia, se caracterizó por un sistema de gobierno republicano, con un senado, un consejo de ancianos y dos sufetas, denominación dada a los magistrados supremos de Cartago. Elegidos todos los años, establecían las leyes y también velaban por su cumplimiento. La reina confió la autoridad militar a la Asamblea, compuesta por miembros elegidos y otros que se reclutaban entre las grandes familias fenicias.

Cartago se fue convirtiendo poco a poco en un verdadero imperio marítimo que dominaba el Mediterráneo occidental, donde fundó factorías y colonias en África, Sicilia, Cerdeña, las Islas Baleares y España, y tomó el control de antiguos asentamientos fenicios, como Lixus, Mogador, el puerto de Gadir y el de Útica en el norte de África. Gracias a la habilidad de los fenicios en el comercio y la navegación, Cartago dominó las labores agrícolas y posteriormente destacó en el trabajo de los metales, que consolidó la reputación que ya tenían sus talleres de cerámica y vidriería.

1.2. Kahena: la figura femenina de la resistencia

Los árabes procedentes del este entraron en el norte de África en el año 640 de nuestra era. Pero la conquista, que dio comienzo en el 667, se encontresconocido. Se llamaba Kahena,lailias fenicias importante papeló con una feroz resistencia por parte de númidas y mauritanos. Otro resistente, llamado Kusaila, encabezó un combate contra la penetración árabe del 682 al 686, logró hacerles retroceder e infligió una gran derrota al ejército del comandante Okba Innou Nafii, a quien al final logró matar.

Nuestro interés se centra en la segunda figura de la resistencia, puesto que se trata de una mujer. Aún no se conoce su nombre exacto. La llamaban Kahena, Kahya, Dihya o Damya. En efecto, este elemento es objeto de numerosas interpretaciones ideológicas. Desde un punto de vista semántico, el apodo Kahina significaba bruja. Por lo tanto, algunos historiadores musulmanes, como Ibn Attir y Bayan, la describen como un personaje odioso. Pero probablemente el significado no es peyorativo, ya que este término originariamente se deriva del hebreo Cahen, Cohen, que significa sacerdotisa y ser puro. Esos mismos historiadores indican que su verdadero nombre sería Dihya. Asimismo, el apodo Damya, derivado del verbo tamazight edmy, significa «vidente», «profetisa». Dihya en tachawit significa «la hermosa». La solían llamar Reina Dyhia, Tadmyt, Tadmut: la hermosa Reina Gacela.

Ibn Jaldún, nuestra referencia histórica ineludible, es quien informa de su origen hebreo: «Entre los bereberes judíos existían los yaraua, una tribu que vivía en los Aurés y a la que pertenecía Kahena.» Este extremo se ve confirmado por el historiador y geógrafo francés Emile Félix Gauthier: «Los yarauas no son cristianos como los aurebas, sino judíos.» Anteriormente, Estrabón ya había afirmado en época romana que en el norte de África había numerosos judíos. Algunos de ellos fueron llegando por su cuenta a lo largo de los siglos junto con los fenicios, en la época de los cartagineses, en tanto que otros fueron deportados por Trajano tras enfrentarse a las legiones romanas en la Cirenaica. Así habían participado en la conversión de muchas tribus bereberes. Aparte de su religión, no se sabe casi nada sobre el origen de Kahena y no disponemos de elementos que nos permitan reconstruir su biografía. Ignoramos, por ejemplo, su fecha de nacimiento. Pero lo que es seguro es que es originaria de la tribu yaraua, una tribu zenata cuyo modo de vida era el pastoreo o el seminomadismo. Puede que fuera hija de Melag, rey de los Aurés. Según Ibn Jaldún, era una zenata de la rama de los badaghis o madaghis. Su genealogía sería la siguiente: Louwa el Grande, Nefzaouia, Banou Yattoufene y Walhassa Dihya.

No obstante, disponemos de algunos elementos históricos fiables. A continuación detallamos lo que en general aceptan los historiadores acerca de la biografía de Dihya: en su época, una guerra enfrenta a los musulmanes dirigidos por Hassan Ibn Numan y los cristianos bizantinos, que tratan de proteger sus posesiones en esta región y mantener el control sobre los amazighs que viven en ese territorio. Estos últimos también están divididos en cuanto a la conducta que deben seguir. La reina Dihya logra unirles gracias a su capacidad de persuasión y su gran inteligencia para luchar contra la penetración musulmana. El resultado no se hace esperar ya que, en el año 697, bajo su mando, aplastan al ejército de Ibn Numan. Este debe librar batalla cerca del uadi Nini, a 16 km de Ain El Bayda. Las tropas amazighs causan tantas víctimas que los árabes dieron a ese lugar el nombre de Nahr Al Bala, que significa «el río de los sufrimientos». Se dice que el río estaba rojo por la sangre de los guerreros árabes. Tras esa victoria, los amazighs persiguieron a los musulmanes y les obligaron a refugiarse en la fortaleza de Gabes. El califa Malik llamó entonces a sus tropas para que volvieran a Tripolitania, que corresponde al actual norte de Libia. Ibn Jaldún da en su versión extraños detalles sobre esta primera batalla. Afirma que los amazighs poseían camellos de combate. Si fuera verdad, ello apuntaría a alianzas contraídas con las tribus saharianas, pero no se ha podido confirmar. Este tipo de alianzas se conocen y reconocen en los siglos anteriores durante la lucha contra los bizantinos, pero no se han confirmado durante la penetración musulmana. Ibn Jaldún también indica que los amazighs capturaron a cuarenta musulmanes y les permitieron volver a su campamento, a excepción de Jaled, a quien la reina decidió adoptar.

Este relato, lírico y muy bello, tampoco es demasiado fiable. No se entiende por qué los amazighs no tomaron a los musulmanes como rehenes, que era una práctica corriente en aquella época. Tras su dolorosa derrota, los musulmanes decidieron concentrar sus esfuerzos materiales y estratégicos en la guerra contra los cristianos bizantinos. En el año 695, los bizantinos reconquistan Cartago, pero solo permanecen allí tres años antes de ser expulsados definitivamente ​​en el 698. Ese mismo año Ibn Numan fundó Túnez. De hecho, los bizantinos se vieron obligados a irse, pues estaban preocupados por las tensiones existentes al norte de su imperio. En efecto, el espectacular crecimiento de los reinos cristianos europeos constituía para ellos una amenaza más grave que la penetración musulmana. Así pues, el reino de Dihya se convirtió en la única barrera para el avance de los musulmanes hacia Occidente, por lo que Hassan Ibn Numan reanudó la ofensiva contra los bereberes. Consciente de la fuerte resistencia con que iba a encontrarse, emprendió una conquista sistemática del país. En posesión de Cartago y la nueva ciudad de Túnez, por fin disponía de unas sólidas bases de retaguardia. Dihya se vio obligada entonces a aplicar una política de tierra quemada, que ofrecía una acogida desoladora a unos decepcionados musulmanes, si bien esta política de tierra quemada no se ha demostrado históricamente. Sin embargo, Ibn Numan sacó partido de dicha política puesto que el califa Abd el Malik le envió refuerzos en el año 702. Su ejército contaba entonces con 50.000 combatientes, y frente a una fuerza tal Dihya no tenía otra opción que esa política desesperada. Tras dos años de guerra, la batalla definitiva tuvo lugar en Tabarqua en el año 704. Dihya envió primero a sus dos hijos al campamento musulmán para proteger los intereses de su familia. Eso significa que, lejos de arredrarse, se posicionó como una dirigente guerrera que ponía por encima de todo el combate y se liberaba de cualquier lazo familiar. Es probable que supiera que tenía la guerra perdida…. pero, lejos de doblegarse, aceptó la muerte con un valor que suscita admiración.

Al final los musulmanes vencieron en la batalla de Tabarqua, pero no les resultó una victoria fácil. Los amazighs, aunque muy inferiores en número, les opusieron una feroz resistencia. Ibn Jaldún lo describe como un combate especialmente duro y afirma que los musulmanes se beneficiaron de una «intervención especial de Dios». Eso significa que los amazighs libraron un combate que, sin duda, causó muchas bajas entre las tropas musulmanas. Al final, capturaron y decapitaron a la reina Dihya en un lugar llamado Bir El Kahina (el pozo de Kahena). Según algunas fuentes, enviaron al califa Malik su cabeza, que luego arrojaron a un pozo, el cual a partir de entonces lleva su nombre.

Hassan Ibn Numan dio muestras de un gran respeto por el pueblo amazigh. Tras su victoria, no hizo prisioneros ni permitió el pillaje. De este modo y gracias, además, a la gran tolerancia mostrada y proclamada, pudo islamizar con mayor éxito a los amazighs, entre ellos los dos hijos de la reina, Ifran y Yezda. Algunos lo consideraron una traición por parte de estos últimos. Varios historiadores creen que este punto de vista es erróneo, ya que está claramente demostrado que se sumaron al campo contrario por orden de Dihya y que no participaron en la batalla de Tabarqua. La conversión fue un medio para conseguir un mando militar durante la conquista de Marruecos. Según algunos historiadores, Dihya tenía también un hijo adoptado llamado Jaled, un joven árabe hecho prisionero en la batalla del uadi Nini. Pero las fuentes no son unánimes en lo que se refiere a dicha adopción.

En definitiva, llegamos a la conclusión de que la imagen de la mujer africana de este periodo es controvertida. En la época romana surgen, según fuentes documentales epigráficas, dos imágenes constantes e inquietantes. La primera es la de una mujer casta y virtuosa que desempeña los papeles de esposa, madre y ama de casa. En cuanto a la segunda imagen, que se desprende del discurso del pagano Apuleyo y del cristiano Tertuliano, revela más bien una mujer libertina y sumergida en el desenfreno. ¿Con cuál debemos quedarnos? ¿Cuál es la imagen de la mujer normal y corriente en la sociedad de esa época, dejando de lado las excepciones?

II. La historia de hoy

¿Cuál es la percepción de las mujeres en la historia que hoy se escribe? ¿Los movimientos nacionalistas han dado mayor visibilidad a las mujeres del Magreb en las diferentes historiografías? Algunos escritos han consagrado varias importantes figuras del pasado, como la argelina Fadhma N’Summer. Melha Benbahim ha cruzado unos documentos –un poema épico en lengua amazigh y unos relatos escritos por franceses– referidos a esta heroína de la resistencia de la Cabilia durante la conquista francesa, una heroína cuyo mito se perpetúa hoy a través de la poesía oral. En 1995 Fadhma N’Summer accedió al estatuto de miembro de la resistencia y sus restos se enterraron en la plaza de los Mártires de la Revolución.

Pero la historia oficial tarda en reconocer el papel de las mujeres en los movimientos de liberación nacional. Se necesita toda la determinación de los historiadores para devolverles la visibilidad necesaria para figurar en la historiografía. (Assia Benadada se emplea a fondo en ello al estudiar el movimiento nacional marroquí.)

El movimiento nacional y su organización, en general, y la guerra de Argelia, en particular, se han presentado siempre como una cosa de hombres. Hubo que esperar hasta la década 1980 para que unos estudios rompieran por primera vez el silencio sobre el papel que desempeñaron las mujeres. Sin embargo, los títulos sobre este tema eran escasos y se pueden contar con los dedos de una mano. Hubo que esperar hasta 1988, año en que Djamila Amrane presentó su tesis en la Universidad de Reims. Apareció en 1991 bajo el título Les femmes algériennes dans la guerre, en un libro editado por Plon, y a continuación llegó Femmes dans la guerre d’Algérie, publicado en 1996 por Karthala. Debe tenerse en cuenta que, para una parte de la sociedad, la independencia viene acompañada de un resurgimiento del tradicionalismo; «los antepasados ​​recrudecen la ferocidad», como tan acertadamente ha dicho Kateb Yacine. En cuanto a los progresistas, plantearon el problema de la igualdad a partir y en función de la legitimidad nacionalista exclusivamente y no de una base femenina específica.

La de Argelia ha sido una de las más largas –siete años y medio– y más violentas guerras de descolonización. Pocas fueron las argelinas que no estuvieron en contacto con la violencia durante ese período. Son numerosas las que resultaron golpeadas, violadas, torturadas, heridas o muertas. Mucho más numerosas aún fueron las que tuvieron que abandonar por la fuerza su pueblo, convertido en zona prohibida, para ser trasladadas a «centros de reagrupamiento» ubicados cerca de un cuartel y rodeados por una alambrada. Fueron también numerosas las que huyeron de los bombardeos y se refugiaron en campamentos marroquíes y tunecinos. La literatura en sus diferentes géneros –novelas, teatro y poesía– que se ha interesado por este periodo ha aportado historias edificantes sobre la contribución de las mujeres a los movimientos de independencia (a este respecto hay que leer a Kateb Yacine y A. Djebar). Y las memorias escritas por militares franceses han dado testimonio de manera implícita de la presencia y participación de las mujeres en la guerra.

III. Historias de las mujeres en la historia: de la oralidad a la grafía

Cuando se carece de material histórico (falta de grabados, inscripciones, escritos…) respecto a uno o más personajes importantes, en este caso el antepasado fundador, la leyenda llena rápidamente ese vacío. Tal es el caso de Elisa, cuyo nombre es en realidad un apodo que significa «la profetisa» y le otorga poderes sobrenaturales de adivina, que alimentarán la leyenda en torno a su existencia, tanto más cuanto que la historia no es unánime sobre los hechos de su vida, que tiene varias versiones. Elisa es un personaje histórico, ya que todos los libros y enciclopedias coinciden en reconocer su existencia. Según la Eneida de Virgilio, versión anacrónica de su existencia, se clava un puñal por despecho porque Eneas rechaza su amor y prefiere embarcarse hacia Italia para fundar Roma. Lo mismo pasa con la fundación de Cartago, unánimemente atribuida a la reina fenicia con una excepción. Y ello a pesar de las imprecisiones con respecto a la fecha exacta de la fundación, que sigue siendo dudosa. Por desgracia, el de Elisa no es un caso aislado. El de Kahena se le parece en mayor o menor grado. También es elocuente la pobreza de fuentes que se le atribuye en los relatos históricos (la investigación histórica se ha mostrado indiferente al respecto). Sin embargo, la literatura oral de los tres países del Magreb le concede un lugar importante en los relatos, pese a que estos se alimentan de fantasías y proyecciones de todo tipo. Como no podía ser de otro modo, esta situación ha engendrado el mito de esta mujer, de la que se recordará «la cabellera desplegada como las alas de un águila», la fuerza de carácter que la llevará a mantener sus convicciones hasta las últimas consecuencias y, por lo tanto, hasta la muerte en nombre de la identidad amazigh. Aunque se halle presente en la oralidad, Kahena lo está aún más en la memoria colectiva y, por eso, se convierte en la inspiradora de muchas creaciones artísticas y literarias. Tanto es así que hay editoriales, sobre todo tunecinas, títulos de revistas, grupos musicales y asociaciones amazighs y de mujeres que se han apropiado del nombre de Kahena.

Las literaturas magrebíes se han hecho eco a menudo de Kahena en varios escritos dedicados a ella. Jean Déjeux, en su estudio Femmes d’Algérie : Légendes, Histoire, insistía en esta figura de la resistencia heroica y su papel unificador del pueblo amazigh. Cabe señalar que este personaje histórico femenino ha sido objeto de varias transfiguraciones y ha aparecido a menudo en las literaturas magrebíes de expresión francesa de la segunda mitad del siglo.

Subrayo y recuerdo que se ha reivindicado y evocado a Kahena con la misma energía que a autores marroquíes, argelinos y tunecinos. Este hecho confirma que esta heroína es la magrebí por excelencia, ya que en la época en la que vivía no existían las fronteras entre esos países. Por lo tanto, cada uno de los pueblos de los tres países del Magreb la reivindica como propia.

Así, el escritor marroquí Mohamed Kheir-Eddine, en sus tres primeras obras –Agadir (1968), Corps négatif e Histoire d’un bon Dieu (1968)–, hace intervenir a Kahena como personaje, pero en situaciones contemporáneas. No obstante, esas intervenciones son breves y se presentan en forma de diálogo, de tal modo que se transmite un mensaje a través de ese personaje que ha entrado en la leyenda. En su primera novela, Mohamed Kheir-Eddine hace de ella una comunista. Su condición de mujer mítica le permite al autor hacerle pronunciar unas enérgicas palabras que pertenecen al heroísmo legendario. Kahena simboliza la resistencia y ​​su objetivo es atacar a la monarquía en la persona del monarca, a quien quiere eliminar. Cito: «Vuestras realezas cien veces prohibidas, vuestras danzas de eclipses, vuestras interrupciones en el galope de la sangre, vuestros crímenes. Vuestra fastuosidad sin basiliscos, sin verdadera fiesta.»

En Argelia, Kateb Yacine introduce en su novela Nedjma este mito fundador en la alegoría de Nedjma-Argelia-Resistencia, y Nabil Farès lo hace en Mémoire de l’Absent. Esta asociación alegórica remite a la leyenda popular de Kahena, que, según los distintos relatos, es la mujer que unificó a los amazighs, y organizó el pueblo y la lucha armada contra los invasores árabes. En 2003, Salim Bachi, un escritor argelino de renombre, publicó en Gallimard una novela titulada La Kahéna. En una entrevista realizada por Yassin Temlali para el periódico Bab-Med del 20 de junio de 2007, Salim Bachi defiende esta explotación de este personaje legendario.

¿Qué se ha hecho de la mitificación femenina en la actual historiografía?

Un vínculo mítico, la permanencia de la violencia, el uso de figuras como Yugurta o Kahena; personalidades que anuncian la nación argelina. Eternas y rebeldes, estas figuras persiguen aún nuestra psique y le sirven de fundamento. Con estos ejemplos, quiero poner en guardia contra cualquier manipulación de la memoria. Por supuesto, son mitos contemporáneos que han nacido en torno a la construcción nacional. Eran necesarios antes de la Guerra de Independencia y durante la misma, pero después tenían que haberse incorporado a los libros de historia.

En Túnez, a menudo se ha asociado a Kahena con la literatura judía, y de ahí la existencia de una editorial especializada. La légende de la Kahéna dans la littérature judéo-tunisienne de langue française, de Moncif Khemiri, publicada por la Facultad de Letras de Manouba.

En resumen, Kahena sigue siendo una fuente de inspiración para varias obras esencialmente amazighs, lo que pone de relieve el simbolismo de esta figura femenina. Y la falta de consistencia de las fuentes históricas ha favorecido la gran estima que en general le tienen los magrebíes.

En conclusión

El silencio, la oscuridad y la insignificancia caracterizan la impronta de las mujeres en el ámbito público y en el privado, y demuestran las dificultades para elaborar un relato memorial sobre ellas. Invisibles en el espacio público, considerado durante mucho tiempo como el único digno de tener en cuenta en la narración de la historia, las mujeres también han sido invisibles en esta escritura memorial. Las huellas que han dejado en el ámbito privado han ido a parar al patrimonio colectivo que lleva el nombre de los hombres, ya que las mujeres no transmiten el suyo. Es mas: la denegación, la confiscación y la leyenda caracterizan la actitud de los historiadores en cuanto al papel asignado a las mujeres en los diferentes relatos históricos. Denegación –que, en un principio, designa la negativa por parte de un juez a hacer justicia a alguien, a ser justo, equitativo con alguien– y confiscación –que significa adjudicar algo al fisco debido a un delito o incumplimiento de la ley y las normas– son palabras fuertes tomadas del lenguaje jurídico. Nos remiten a delitos, discriminaciones y restricción de la igualdad entre los componentes del grupo. Estos dos términos indican que el derecho de las mujeres a participar en el relato histórico se viola, aunque de una manera implícita, con el pretexto de que su presencia se sobreentiende en un discurso globalizador llamado universal. Queda la leyenda, que aparece en el título de este artículo, expresada por la literatura oral, a menudo popular, en la que se mezcla lo real y lo maravilloso, y que cubre la existencia de las mujeres con un tupido velo de incertidumbre sobrenatural e intemporal.

Yo diría que la historia, en general, y la del Magreb, en particular, han negado el papel de las mujeres, a las que no conceden ningún reconocimiento. Más nocivo aún es su silencio, que las ha sepultado y las ha envuelto en un discurso narrado por el hombre. Por lo tanto, las mujeres tienen la sensación de no pertenecer a la historia. De alguna manera se sienten ajenas al relato histórico. Les han confiscado la historia, y las generaciones venideras tienen y tendrán dificultades para reconocerse e identificarse en una genealogía; en otras palabras, las mujeres se han quedado huérfanas de su propia historia, por lo que tienen que inventarse una memoria colectiva femenina que parta de los orígenes y se encuentre en sintonía con el desarrollo de la sociedad a lo largo del tiempo y con la evolución del espacio.

La denegación, la confiscación y la leyenda son, sin duda, procedimientos para despojar a las mujeres de su patrimonio memorial y confinarlas en la oralidad que siempre se les ha legado, pero que aún sigue sujeta a los avatares de la transmisión, por lo que ese patrimonio se desintegra, se debilita por la erosión del tiempo y se regenera recurriendo al imaginario. Sin embargo, es innegable que los escritos son los que definen las fechas, los puntos de referencia y la continuidad cronológica que garantizan la fijación en el espacio y el tiempo desde el punto de vista social y antropológico, y los que garantizan el camino hacia el futuro.

Como tan bien dijo Bertolt Brecht, ¡no se puede hacer tabla rasa del pasado! No, con el pasado construimos el futuro, tanto para los hombres como para las mujeres.