La democracia no puede exportarse: cada país, cada sociedad, cada sistema político debe trazar su propio camino”

En su conferencia de clausura del seminario “Gobernabilidad en el Espacio Euromediterráneo. Retos de futuro”, el director general de Relaciones Exteriores de la Comisión Europea, Eneko Landáburu, abordó tres cuestiones recurrentes en torno al mundo mediterráneo de hoy: el cuándo, el dónde y el quién de la democracia y de su promoción en la región mediterránea. Ante la primera cuestión, el cuándo de la democracia en la región, Landáburu recordó que la democracia forma parte de la ecuación del desarrollo humano, por lo que resulta baladí debatir si la democracia debe preceder o seguir determinados grados de desarrollo económico.

Como ejemplo Marruecos, un país que arrastra considerables problemas de desarrollo humano pero que acaba de celebrar elecciones transparentes. Es, en definitiva, la muestra de que la transición democrática es un patrimonio importante, compartido por todos los ciudadanos y que constituye un innegable potencial de desarrollo para el futuro. Por otro lado (el dónde) está la concepción de que la democracia y los derechos humanos son principios de inspiración occidental, nacidos y crecidos en sociedades de tradición cristiana y, por consiguiente, no aplicables a otras culturas.

Ante tal afirmación, Landáburu argumentó que la democracia es una aspiración universal y que en el mundo musulmán la elección de sus líderes forma parte de una antigua tradición muy enraizada aunque, como en la historia europea, no siempre haya sido respetada. Tampoco es cierto que la democracia vaya estrechamente unida a la secularización de la sociedad, y como muestra de ello están varios países europeos profundamente democráticos que no son seculares. Así, considera que un Islam político democrático puede y debe estar presente en la construcción de las democracias mediterráneas.

En tercer lugar está el quién debe beneficiarse de la democracia, es decir, la “paradoja democrática”, si quienes no son demócratas tienen derecho a participar en el sistema de libertades. Ésta es una cuestión de gran actualidad, que todavía plantea dudas también en el contexto europeo (por ejemplo la representatividad política de ciertos grupos extremistas). En este sentido, extremistas de pretendido signo religioso se propugnan como alternativa política en sociedades donde hay un profundo déficit de legitimidad democrática.

Mientras, Europa pierde credibilidad a los ojos de muchos ciudadanos del sur del Mediterráneo, acusada de no defender con la firmeza deseable los principios de libertad y de democracia que inspiran su proyecto político de integración continental. Ante tal visión crítica, Landáburu argumenta que valores e intereses forman a veces un binomio de compleja articulación y que en ocasiones una cierta ética de responsabilidad ha mitigado la ética de las convicciones. Por ello, afirma que democracia y buen gobierno no pueden exportarse, sino que solo pueden importarse, de modo que el quién de la democracia deben ser los propios países. Cada país, cada sociedad, cada sistema político, cada tradición cultural, debe trazar su propio camino hacia la democracia. Así, pues, el futuro del Mediterráneo dependerá de lo que sus ciudadanos decidan, de las soluciones a los conflictos que perduran en Oriente Próximo y de las iniciativas de cooperación que se articulen y la energía política que se aplique en ellas.

Asimismo, conviene tener en cuenta que democracia son elecciones pero también instituciones. Instituciones que defiendan la imparcialidad del Estado, que garanticen los equilibrios de poder y promuevan la responsabilidad de los gobernantes ante sus electores. Finalmente, Landáburu hace hincapié en el hecho de que cuando se habla de gobernanza en las relaciones euromediterráneas, desde una perspectiva un tanto eurocéntrica, se tratan solo las cuestiones de democracia o de corrupción en los países del Sur.

Y, sin embargo, se evita abordar temas sensibles en los propios países europeos. Por ello, es evidente que no se podrá abordar la cuestión de la gobernanza en Europa sin preguntarnos de forma crítica cómo gestionamos los flujos migratorios y cómo tratamos a los emigrantes en nuestros países. Ante esta cuestión, la reunión ministerial en el Algarve, la primera sobre las migraciones en el ámbito euromediterráneo, es la ocasión para abordar seriamente el fenómeno migratorio desde una triple perspectiva: la lucha contra la emigración ilegal, la promoción de la inmigración legal y la emigración como factor de desarrollo.