La Declaración de Marsella sobre la Unión por el Mediterráneo: lo dicho y lo necesario

Bichara Khader

Director del Centre d'Études et de Recherches sur le Monde Arabe Contemporain, Universidad Católica de Lovaina

Después de la Declaración de Marsella, la creación de la Unión por el Mediterráneo abre varias cuestiones sobre el futuro de los procesos de cooperación regional de los países miembros. Los procesos más importantes que hay que abordar son, en primer lugar, los referentes a la gestión de la movilidad humana en el Mediterráneo. A continuación, hay que asegurar la integración regional entre vecinos mediante la resolución de conflictos, particularmente en la cuestión Palestina —núcleo central de la cólera de árabes y de su resentimiento contra los países occidentales—. La educación es también un asunto prioritario cuya responsabilidad reside en los países del Sur, pero en el que la colaboración y el hermanamiento entre los centros educativos de ambas orillas son esenciales.   

Hagamos caso omiso de los primeros párrafos de la Declaración de Marsella sobre «la paz justa y global», sobre la visión de los «dos Estados que viven uno al lado del otro» y sobre la «hoja de ruta» y el «papel positivo desempeñado por la UE en el Cuarteto».[1] Se trata de una música de cámara muy hermosa, pero tan oída que ya nadie la escucha, ya que se halla completamente desfasada con respecto a una realidad que no tiene nada de armoniosa, y que se caracteriza por la negación permanente de los derechos, la colonización rastrera, la violencia desmesurada y la incapacidad por parte de la comunidad internacional para, simplemente, lograr que se respeten las resoluciones de Naciones Unidas y de la Corte Internacional de Justicia. Así pues, la Declaración no destaca precisamente por su originalidad acerca de la cuestión de la paz; sólo se limita a repetir lo dicho en la Declaración de Venecia de 1980 y en la de Barcelona de 1995.

En este artículo, nos interesa la Declaración de Marsella por cuanto se refiere a la puesta en marcha de la Unión por el Mediterráneo. A pesar de que los diplomáticos franceses no han escatimado esfuerzos para asegurar el éxito de la conferencia, su tarea se ha visto complicada por la obstrucción israelí y las rivalidades entre países para hacerse con la sede de la secretaría. Primero, Israel se opuso a la participación de la Liga de Estados Árabes en todas las reuniones de la UPM. Es bien conocida la tradicional hostilidad de Israel hacia el actual Secretario general de la Liga, Amr Mussa. Pero lo que más teme Israel es encontrarse constantemente en la brecha, y verse llamado al orden y acosado a preguntas por su incumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas. Pero ¿qué otra cosa cabría esperar si el conflicto todavía no está cerrado?

Respecto a la cuestión de la participación de la Liga, tanto Egipto, en su calidad de copresidente, como otros países árabes han dado pruebas de firmeza: un socio no puede ejercer su derecho de veto sobre la participación de la Liga de Estados Árabes por la sencilla razón de que la mayoría de los países del Sudeste mediterráneo son árabes, y porque la UPM necesitará la financiación de otros países árabes no ribereños, como los países del Golfo. Tanto los ministros europeos como otros socios coincidieron en este punto de vista. Aunque Israel ha acabado cediendo, lo cierto es que no ha salido mal parado de la conferencia de Marsella: un israelí será elegido secretario general adjunto. Pero en un intento de lograr un equilibrio, también un palestino ocupará el cargo de secretario general adjunto. Asimismo, se elegirán otros tres secretarios generales: un italiano, un griego y un maltés. De este modo, los ministros reunidos en Marsella han querido distribuir los papeles e implicar en el nuevo proyecto a todos los Estados europeos del Mediterráneo. Algunos han visto en ello una especie de «premio de consolación». Un punto de vista que no comparto, ya que los principales países afectados por los problemas y retos mediterráneos son, en primer lugar, los países ribereños. El error está en otra parte, ya que hubiera sido más juicioso escoger, por lo menos, a un secretario general adjunto procedente de Alemania o de otro país europeo no ribereño. En efecto, no se puede ampliar el perímetro de la UPM a todos los países de la UE y negar al mismo tiempo a los países europeos no ribereños una parte de su responsabilidad en la gestión, aunque tan sólo sea en el aspecto técnico, de los proyectos futuros.

Además, como los secretarios generales adjuntos se harán cargo de los «dossieres temáticos», existe un riesgo evidente de que tengamos que enfrentarnos a «nombramientos políticos». Y eso es lo peor que puede suceder, porque lo que importa, en resumidas cuentas, es la competencia y no la filiación. Un secretario general adjunto maltés, por poner un ejemplo, no estará en la Secretaría para defender los intereses de Malta, sino que, una vez nombrado, se verá obligado a ponerse al servicio de la UPM y no al de su país de origen. Los ministros euromediterráneos tienen que estar muy atentos ante esta cuestión, ya que está en juego toda la credibilidad del dispositivo.

La cuestión del secretario general no es menos espinosa. Sabemos que debe proceder del Sur, pero las opciones no son demasiado numerosas. Marruecos ya cuenta con André Azoulay en calidad de presidente de la Fundación Anna Lindh, por lo que, actualmente, nadie apoyaría la candidatura de un secretario general marroquí. Argelia no es oficialmente candidata, aunque tenga todo el derecho de aspirar a serlo. Egipto ocupa la copresidencia, mientras que Jordania no es propiamente un país ribereño. Un secretario general libanés o sirio no recibiría ningún apoyo, ya que, en opinión del Estado de Israel, ambos países muestran una notoria hostilidad hacia este país por su denuncia de la ocupación. En cuanto a Israel y la Autoridad palestina, cada uno de ellos ha obtenido un cargo de secretario general adjunto. Así pues, quedan Turquía y Túnez; pero Turquía está preparando su adhesión a la UE, lo cual constituye un objetivo prioritario para el país. En lo que respecta a Túnez, todavía no ha digerido la negativa de la instalación de la sede de la Secretaría en su capital, que ha percibido como un signo de desaprobación, ya que considera que fue el primero en firmar el Acuerdo de Asociación y probablemente el primer alumno de la clase en términos de modernización económica. Pero como el mal humor no tiene por qué confundirse con una negativa categórica, Túnez sigue estando en liza.

La elección del secretario general y de los secretarios generales adjuntos se llevará a cabo durante 2009. Pero la cuestión de la sede es un tema zanjado: se instalará en Barcelona, en el Palacio de Pedralbes, un edificio catalogado como monumento. La candidatura de Barcelona se impuso después de la retirada de La Valletta, y las objeciones formuladas tanto en el Norte como en el Sur a la candidatura de Túnez. Pero a favor de Barcelona también concurrieron otros factores, a saber:

  • Todas las partes implicadas (la Generalitat de Cataluña, el Ayuntamiento, el Ministerio español de Asuntos Exteriores y el Instituto Europeo del Mediterráneo) prepararon un dossier impecable y actuaron en la misma sintonía.
  • El Gobierno de Cataluña ofreció un palacio magnífico para albergar la sede.
  • La candidatura de Barcelona tuvo, en la persona de Miguel Ángel Moratinos, a un abogado curtido y veterano.
  • Por último, como el Instituto europeo del Mediterráneo (IEMed) había hecho de Barcelona un trampolín y una encrucijada obligada de numerosas iniciativas y encuentros euromediterráneos, era natural, y casi «evidente», que la ciudad albergara la sede de la Secretaría general.

Una vez solucionadas las espinosas cuestiones de la participación, la arquitectura institucional y la sede, la Conferencia ministerial de Marsella ha podido encarrilar la UPM. A partir de ahora, el tren ya puede ponerse en marcha. Pero ¿hacia dónde, a qué velocidad, con qué pasajeros a bordo, y con qué tipo de carburante? Éstas serán las principales cuestiones que se plantearán en los meses venideros. Dichas cuestiones tratarán de la hoja de ruta de la UPM, la selección de los proyectos, los participantes, los operadores, la financiación, el control, la coordinación y la ejecución. Se ha puesto en marcha, por tanto, un nuevo proceso de cooperación regional. Esperemos que no haya más proceso que cooperación.

Sin embargo, sigue planteándose una cuestión importante: ¿Hacía falta una UPM para impulsar ciertos proyectos regionales como la descontaminación medioambiental o la energía solar? ¿Acaso este tema no incumbe en primer lugar al sector privado? Por otro lado, se sigue planteando otra cuestión igualmente  importante: a fuerza de insistir demasiado en la Unión de los proyectos, ¿no estaremos corriendo el riesgo de disociar el espacio económico del espacio humano?

Nada ilustra mejor este riesgo que el tema del control de la inmigración. En efecto, al criminalizar las formas irregulares de circulación (denominadas inmigración clandestina) y en su afán de solicitar que los países mediterráneos actúen como agentes de policía auxiliares, el proyecto de la Unión por el Mediterráneo deja de lado la cuestión humana. O aún peor, la transforma en un problema, eludiendo así lo que Bensaad llama «la principal necesidad: gestionar el Mediterráneo como un espacio humano común».[2] Por consiguiente, la primera y verdadera obra de la UPM debería ser  «la gestión de la movilidad humana en el Mediterráneo», como recuerda una Carta Abierta de un grupo de eminentes personalidades entre las que se cuentan Romano Prodi, ex presidente de la Comisión, Chris Patten, antiguo comisario, y Fathallah Oualalou, ex ministro marroquí:  «Los países del Norte deben comprender que esta cuestión es esencial para los países del Sur, donde se ven muy mal las trabas a la circulación con destino a Europa, mientras que las nuevas políticas de emigración selecta los privan de sus élites. ¿Cómo hablar de Unión a poblaciones a las que no se permite salir de su país? Dichas poblaciones necesitan poder moverse, ya que sin ello la integración regional seguiría siendo una ficción».[3]

El proyecto de informe de la Comisión de Asuntos Exteriores del Parlamento Europeo del 10 de septiembre de 2008, vuelve a incidir sobre la espinosa cuestión de la movilidad, subrayando la inquietud del Parlamento europeo «frente a la tendencia dominante en los Estados miembros, que favorecen una visión en términos de seguridad de las políticas mediterráneas y, especialmente, de la gestión del fenómeno de la inmigración».[4] Es evidente que el tema de la «gestión de la seguridad» de la inmigración no sólo suscita la irritación de los parlamentarios europeos, sino también, y sobre todo, la de las sociedades civiles euromediterráneas. Así pues, no es casualidad que  la Declaración final del Foro Civil Euromed de Marsella lo haya convertido en la piedra angular de las reivindicaciones de las sociedades civiles, ya que el título de la Declaración del Foro Civil es, precisamente, «Circular y vivir juntos en el espacio mediterráneo».[5] Los participantes del Foro Civil señalan la «realidad tangible de la inmigración», que se ha convertido en un fenómeno mundial, alentado por «la globalización de los intercambios» y «el crecimiento de los medios de transporte», mientras que en el Mediterráneo «a millones de personas […] se les impone una residencia y se les impide circular». Incluso los refugiados, se asombra la Declaración, ven cómo «se les niega la realidad de sus sufrimientos y son tratados como «defraudadores»». Con semejantes políticas, continúa diciendo la Declaración,  se «construyen muros», tanto en sentido literal como figurado. Hace falta, pues, una política europea que tenga en cuenta el espacio humano en el Mediterráneo y que «integre la circulación de las personas como el corolario de un desarrollo común y un intercambio entre sociedades». La circulación humana en el Mediterráneo debería ser la prioridad de cualquier política euromediterránea, sobre todo porque «en las sociedades mediterráneas la movilidad de las personas se halla inscrita en la memoria».

La resolución de los conflictos debe ser la segunda prioridad. La integración regional, entre vecinos, exige que la región se libere de todo aquello que constituya una traba para el trabajo en equipo y la circulación de bienes, servicios, capitales y personas. La UE ya no puede seguir contentándose con proferir buenas intenciones, ya no puede seguir limitándose a formular deseos piadosos, o simplemente a enviar a toda prisa fuerzas de intervención al Líbano, o fuerzas policiales a Rafah o a otros lugares. Debe tomar la iniciativa y, una vez instalado el nuevo presidente de Estados Unidos, convocar, junto con el Cuarteto, una conferencia de paz sobre Oriente Próximo, basada el Plan de Paz árabe cuya audacia, realismo y generosidad reconoce todo el mundo (a excepción de Israel). Se trata de algo de suma urgencia, y más ahora que el sueño de Annapolis se ha evaporado.

Las negociaciones indirectas entre Israel y Siria, la tregua entre Hamas e Israel, y la momentánea calma en el frente libanés parecen ofrecer ciertos resquicios de oportunidad. Hay que aprovechar el momento para acabar con un conflicto que no sólo emponzoña la región, sino que conforma la relación entre Europa y los árabes. No está en juego únicamente la seguridad de la zona, sino también la del Mediterráneo y Europa. La Carta Abierta antes citada lo afirma sin rodeos: «Los que amenazan a Europa no son los pobres, sino los humillados, los excluidos del derecho y el desarrollo». Ahora bien, el asedio a Gaza, la prosecución de la colonización de Cisjordania y de los Altos del Golán, así como la construcción de un muro de 700 kilómetros que desgarra a Palestina, no sólo constituyen una «negativa de justicia», como subraya la Declaración del Foro Civil Euromed, sino que empañan la imagen de Israel en el mundo, y arrojan un mar de dudas sobre la coherencia, la credibilidad y la eficacia de la política exterior común de la propia Unión Europea, tal como revelan las discusiones en el seno de la UE respecto a la concesión a Israel de una «ampliación de su estatuto», a pesar de la oposición de los actores de las sociedades civiles euromediterráneas.

La cuestión no resuelta de Palestina forma parte del meollo de la ira de los árabes y de su resentimiento hacia los países occidentales, en especial Estados Unidos. Incluso se halla instrumentalizada por parte de grupos radicales en su lucha contra Occidente. Por tanto, es muy urgente evitar que la situación se pudra aún más, y elaborar un reglamento duradero y lo menos injusto posible. Es evidente que la solución del conflicto arabo-israelí no logrará, por sí sola y como por milagro, sanear todas las ciénagas del fundamentalismo y el radicalismo. Pero seguramente contribuiría a ello si se esforzara en reducir el atractivo de los movimientos radicales y su capacidad de reclutamiento, y en apaciguar las relaciones entre árabes y europeos, y entre sociedades musulmanas y occidentales. Indirectamente, la solución a este gran conflicto produciría un noble efecto demostrativo que podría poner en marcha un círculo virtuoso, ayudar a solucionar otros problemas menos espinosos, como, por ejemplo, los de Chipre y el Sahara Occidental, y sacar la cuestión iraquí del atolladero en que se halla.

Aunque me haya centrado en destacar dos acciones prioritarias para la UPM (la gestión humana de la movilidad y la resolución de los conflictos), ello no significa en absoluto que esté minimizando la importancia de la acción educativa. Pero considero que esta cuestión depende esencialmente de la responsabilidad de los países del Sur. A decir verdad, aunque tanto en el Magreb como en el Mashreq se han llevado a cabo notables progresos tanto en el plano de los índices de escolarización como en el de la alfabetización de los adultos, la situación entre los diferentes países sigue siendo muy contrastada, por lo que es necesario realizar esfuerzos suplementarios[6] para reducir los índices de analfabetismo (especialmente en Marruecos y Egipto), avanzar en la educación de las mujeres, mejorar el nivel de la enseñanza, ofrecer una formación que cubra las necesidades del mercado y elevar la calidad de la enseñanza y la investigación.

A este respecto, es una buena noticia que en la Declaración de Marsella mencione la cuestión de la educación y la investigación. Eslovenia se presentó como candidata para albergar una «Universidad euromediterránea», hecho que ya se vio avalado por la Declaración de la Cumbre de París del 13 de julio de 2008. Se trataría sobre todo de potenciar una red de universidades asociadas cuya inauguración tuvo lugar en Piran, Eslovenia, el 9 de junio de 2008 (Euro-Mediterranean University, EMUNI). Es una buena idea, especialmente porque Eslovenia cuenta con una tradición universitaria muy arraigada. A título meramente indicativo, recordemos que fue un esloveno el primero en traducir el Corán al latín hacia el siglo xi.

La decisión eslovena ha dado lugar a imitaciones, ya que Marruecos anunció la creación, en Fez, de otra Universidad Euromediterránea mencionada en la Declaración de Marsella. Pero aunque todas estas acciones están bien encaminadas, es preciso evitar a toda costa un escollo importante: la multiplicación de redes de universidades Euromed. Por lo menos ya existen dos en Italia, y en Tarragona se impulsó otro Foro interuniversitario en 2006. Por muy útiles que sean, estas redes carecen a menudo de los suficientes medios financieros para impulsar las cooperaciones científicas. Mi propuesta es muy distinta, ya que consiste en crear, en diferentes países, «Colegios de Excelencia Euromed». Cada país participante podría albergar un colegio especializado en un campo determinado de probado prestigio. Dichos colegios ya existen bajo otras denominaciones (centros, institutos o laboratorios). Así, Montpellier y Zaragoza pueden muy bien, partiendo de una larga tradición, desarrollar un gran colegio de estudios agrónomos euromediterráneos. Malta podría albergar un colegio de formación marítima y derecho marítimo, así como un colegio de formación diplomática (que ya existe, la Mediterranean Academy of Diplomatic Studies, MEDAC), y convertirse en «un centro educativo en lengua inglesa». Italia podría perfectamente crear otros colegios de excelencia sobre la herencia cultural, las bellas artes, el diseño, etc. España podría acoger otros colegios en ámbitos en los que posee un valor añadido ya reconocido. En este sentido, ESADE y otros institutos españoles de administración pública y gestión de empresas gozan de una gran reputación a nivel europeo. Por otra parte, en Granada existe la Escuela Euroárabe de Negocios y sigue habiendo un embrión de Universidad euroárabe.

A este nivel, la contribución de la UPM puede ser necesaria e incluso urgente. No se trata sólo de crear una Universidad euromediterránea, sino de multiplicar los hermanamientos entre escuelas, universidades, laboratorios, centros especializados en investigación y grandes escuelas. Todos estos colegios deben tener una etiqueta que los distinga; por ejemplo, La Valetta Euro-Mediterranean College, Fez Euro-Mediterranean College o Beirut Euro-Mediterranean College. Pero para ello se necesita conseguir la homologación de títulos, la facilitación de la movilidad por parte de los estudiantes, investigadores y profesores, la concesión de becas de perfeccionamiento, la promoción de programas de intercambio y la creación de bibliotecas especializadas.

Estas propuestas no pretenden ser, de ningún modo, «alternativas» a los grandes proyectos del Mediterráneo, sino más bien el «biocarburante» destinado a humanizar las relaciones Norte-Sur para responder a las exigencias que implica la convivencia. Más que una descontaminación medioambiental, necesitamos sobre todo una descontaminación mental. Así, y al revés de lo que afirman los agoreros, la UPM puede abrir un nuevo capítulo en las relaciones euromediterráneas y hasta en las euro-árabes. Pero más allá de la cuestión de la selección de proyectos prioritarios y de su financiación, lo primero que hay que movilizar es la voluntad política para superar los rencores heredados del pasado, y acabar con las quejas y lamentaciones del presente a fin de construir un futuro compartido. Las generaciones jóvenes del Sur del Mediterráneo, en especial las árabes, no han conocido el colonialismo ni las luchas de liberación nacional (a excepción del caso palestino). Estos jóvenes reclaman apertura y comprensión antes que arrepentimiento o venganza. Creo que ha llegado la hora de crear más puentes, para multiplicar los intercambios entre los actores de las sociedades civiles, y no de cerrar con candado las fronteras y erigir muros cada vez más altos. Ésa es la tarea a la que la UPM debe consagrarse; la historia lo exige, la geografía lo impone y el futuro lo reclama.

Notas

[1] UE, Naciones Unidas, Rusia y Estados Unidos.

[2] Ali Benssad : «Pour les européens, s’agit-il de s’ouvrir au Sud ou de le contenir?», Le Monde, 11 de julio de 2008.

[3] El texto de la Carta ha sido redactado por Akram Belkaid y Erik Orsenna, y firmado por una veintena de personalidades, Le Monde, 11 de julio de 2008.

[4] Ponente Pasqualina Napoletano: Projet de Rapport sur les relations entre l’Union européenne et les pays méditerranéens (2008/2231[INI])

[5] Foro Civil Euromed, Marsella 31 de octubre – 2 de noviembre de 2008.

[6] United Nations and the Arab League: The millennium development goals in the Arab Region 2007: a youth lens,  ESCWA, Beirut, 2007