En nuestra opinión, abordar hoy la cuestión de la ciudadanía de las mujeres, especialmente desde una óptica que vaya más allá del contexto europeo, significa hablar y actuar partiendo de una perspectiva que, aun siendo parcial, concluye abordando cuestiones de gran alcance y que está relacionada, por una parte, con la definición de un nuevo concepto de ciudadanía particularmente complejo, que la atormentada historia de la Constitución europea no puede ignorar, y por otra, con el surgimiento de una sociedad civil planetaria constituida en los diferentes países por movimientos y asociaciones que, según la opinión de algunos, están estructurándose como una esfera pública mundial.
Todo ello permite tener un punto de vista diferente sobre el significado y la manera de actuar de las asociaciones de la sociedad civil, que, en muchos aspectos, ya no están necesariamente condicionadas por la cultura y las tradiciones de su país de origen. Así pues, se está creando una cierta discontinuidad con el pasado en la que se sitúa, según nuestra opinión, el proyecto sobre los derechos de ciudadanía de las mujeres, antes citado, llevado a cabo por el IMED – Istituto per il Mediterraneo, con el apoyo de la Comisión Europea. Una discontinuidad que permite la puesta en práctica de nuevas relaciones internacionales basadas no sólo en modalidades de cooperación descentralizadas, sino también en una sociedad civil con capacidad para conformar una mirada cosmopolita.
Crónica de un trabajo sobre la ciudadanía entre las dos orillas del Mediterráneo
Aunque el proyecto sobre los derechos de ciudadanía de las mujeres en el Magreb concernía sobre todo a la sociedad civil, de diferentes maneras y en diversos contextos políticos también ha permitido mantener un diálogo constante con las instituciones, dando así origen a un informe interactivo entre ambas esferas. La metodología de base del proyecto sería la misma en Argelia, Marruecos y Túnez, pero sin que se excluyeran las articulaciones y distinciones indispensables con el fin de adaptarse y responder a las especificidades locales. El proyecto se llevó a cabo en varias fases. La primera fase, que se remonta a la década de 1990, permitió entrar en contacto y conocerse mutuamente gracias a la realización de estudios y de trabajos de investigación (conducidos por expertas magrebíes en colaboración con las italianas) que pretendían aprehender de una manera más profunda la condición y las necesidades de las mujeres. Los resultados de dichos estudios e investigaciones permitirían definir acciones concretas, que apuntaban a la afirmación de una ciudadanía de pleno derecho para las mujeres, cuya consecución estaba prevista para la segunda fase. La segunda fase, «Acciones positivas para los derechos de ciudadanía de las mujeres y la igualdad de oportunidades en el Magreb», comenzó en 2001 y se concluyó en 2005.
El proyecto, de cerca de cuatro años de duración, se llevó a cabo en el marco de la Iniciativa europea para la democracia y los derechos del hombre del Programa MEDA para la Democracia «Proyectos 2000» de la Comisión Europea, bajo la égida del Departamento para la igualdad de oportunidades de la presidencia del Consejo de Ministros italiano. El trabajo realizado durante esos años con la red de socios abriría nuevos espacios y pondría en marcha actividades para trazar un itinerario de reconocimiento mutuo basado en el respeto de las diversidades, en un juego de interdependencia entre la igualdad y la diferencia de género. Partiendo de las necesidades de la vida cotidiana, no sólo se han identificado los ámbitos comunes en los tres países del Magreb y las intervenciones en la sociedad civil, sino también los espacios de negociación entre las asociaciones y las instituciones. Además, por el lado europeo, el proyecto permitió ampliar la perspectiva de las relaciones con la población emigrante proveniente del sur del Mediterráneo, facilitando un intercambio basado en la relación y el reconocimiento del otro.
Para llevar a cabo la red de partenariado procuramos mantener un contacto permanente gracias a la red Med Espace Femmes entre Argelia, Marruecos, Túnez e Italia, y, de un modo más general, entre ambas orillas del Mediterráneo, con la participación de asociaciones de mujeres españolas y francesas. Creamos así un espacio de diálogo, pero también un instrumento que permitía ejecutar acciones concretas, identificando los puntos comunes y aceptando —por cierto, después de vivas discusiones— nuestras diferentes maneras de ser y de actuar. El reconocimiento de los individuos en tanto fines y no como medios es la lógica no instrumental que ha presidido las relaciones entre los países de ambas orillas del Mediterráneo y la construcción de la red Med Espace Femmes.
La dialéctica entre igualdad y diferencia, que constituye el pilar de las acciones positivas del proyecto, es la misma que se halla en la base de las relaciones entre Europa y el Magreb, unas relaciones caracterizadas por un intercambio entre iguales y sin jerarquías preconstituidas en vistas a comparar tanto las semejanzas como las diferencias, y a aprender unos de otros. Entre los resultados más importantes destaca la creación de tres casas de la mujer, en Constantina, Tánger y Túnez.
Se trata de espacios administrados por las asociaciones y los sindicatos que colaboran en el proyecto, abiertos a otras asociaciones y a las mujeres; son unos lugares «plurales» de encuentro, es decir, unos espacios de libertad destinados a las mujeres y a sus allegados, unos lugares para la alfabetización jurídica, la defensa de las mujeres víctimas de violencia, y al mismo tiempo centros de documentación para las estudiantes. Las principales actividades que se llevan a cabo en dichas casas van desde la apertura de oficinas de información para la asistencia jurídica y psicológica a las actividades de información y de sensibilización sobre los derechos de las mujeres, pasando por la organización de debates públicos sobre la ciudadanía y actividades de formación sobre los derechos. Además, se han materializado varios proyectos piloto, como emisiones de radio en Argelia, representaciones teatrales en Argelia y en Marruecos y un vídeo documental en Túnez. Se trata de acciones y «productos» destinados a una población femenina de condición socioeconómica, edad y nivel de educación diversos, así como de instrumentos susceptibles de ser difundidos y multiplicados con vistas a informar y sensibilizar a las mujeres, incluyendo a las que carecen, en gran parte o por completo, de formación, y sin descuidar los efectos positivos que puedan ejercer sobre el componente masculino de la población.
También se ha hecho mucho en el ámbito de la comunicación, aunque todavía queden muchas cosas pendientes. Ciertamente, se trata de un paso indispensable porque, como es bien sabido, todo lo que hoy no se halla en situación de comunicar, desaparece; es decir, no existe. Por lo tanto, el proceso que se ha iniciado no debe detenerse, sobre todo en una época como la nuestra, en la que resulta evidente que existe un vínculo entre los contenidos y métodos de la comunicación y la democracia. En especial sueño con un newsletter periódico y con un sitio web (www.medespacefemmes.net), como lugares puntuales de debate de la situación, a partir de las transformaciones tanto positivas como negativas que está sufriendo la condición de las mujeres.
A escala transnacional, la organización de cursos y seminarios de formación sobre temas específicos, en Argelia, Marruecos, Túnez e Italia, dirigidos especialmente a las mujeres jóvenes, ha constituido otra faceta importante del proyecto, que ha permitido reforzar el diálogo entre los países socios y propiciar el intercambio entre generaciones. La actividad de formación se presenta ilustrada en un kit, publicado en árabe y en francés, que pretende ofrecer un modelo de formación de fácil difusión y reproducción. Se trata de un instrumento flexible y abierto que propone una metodología y un recorrido sobre diversas cuestiones vinculadas a los derechos de ciudadanía de las mujeres. El kit ofrece ideas que, aunque sólo se hayan testado entre las mujeres del Magreb, igualmente pueden proponerse en vistas a la formación de las mujeres de la otra orilla del Mediterráneo.
Por una vez se trata de una evolución a la inversa; es decir, del Sur hacia el Norte.2 No es un hecho casual el que la formación, y el conjunto del proyecto, se haya dirigido a las mujeres jóvenes, ya que son ellas las que el día de mañana tendrán que encargarse del relevo y actuar en favor de los derechos de las mujeres en un contexto cada vez más difícil debido a la renuencia de la cultura patriarcal en sus diversas modalidades, la cual a menudo está aliada con las fuerzas conservadoras, que a su vez se hallan vinculadas al integrismo religioso.
Reflexiones sobre los futuros resultados y perspectivas
El proyecto, que integra las estrategias nacionales, regionales y transnacionales, se ha esforzado por aumentar la conciencia y la capacidad crítica de la sociedad civil en su conjunto, partiendo del punto de vista de las mujeres, de una perspectiva «sexuada» de la democracia y el desarrollo. Este resultado pertenece en primer lugar a las mujeres, pero debe llegar a todos los actores sociales. Las acciones aquí esbozadas se han llevado a cabo en una perspectiva de empowerment global de las mujeres, partiendo de los derechos de ciudadanía. En este proyecto, a las mujeres no se las ve como objetos, sino como sujetos que pasan de estar en una situación de exclusión a ejercer un papel de protagonistas, y que se esfuerzan por ejercer su influencia en favor del desarrollo democrático de sus respectivos países.
El método se ha orientado hacia una «política activa de los derechos humanos», procurando que dichos derechos se materialicen y se integren en la vida cotidiana en vistas a dar respuestas a las necesidades diarias, tanto materiales como espirituales. Unas necesidades sobre las que los sujetos (las mujeres) deben tomar conciencia antes de ser capaces de expresarlas y negociarlas tanto en la esfera pública como en la esfera privada, a través de acciones colectivas e individuales, y a escala local, nacional y transnacional. El hecho de haber reconocido, valorizado y puesto en evidencia las capacidades y las potencialidades de la población femenina ha significado dejar atrás el paradigma de la debilidad, que remite, inevitablemente, a políticas limitadas a la protección, para poner el acento en la mezcla de fuerza y debilidad que caracteriza la vida de las mujeres, así como en las potencialidades que éstas saben expresar. Concretamente, se han producido cambios en el ámbito de los derechos de las mujeres, en especial en Marruecos (nueva ley sobre el derecho de la familia), y posteriormente —aunque de otra forma— en Argelia.
Son procesos a cuya puesta en marcha también han contribuido las acciones impulsadas por nuestros socios, aunque no sean más que un granito de arena. Ciertamente, existen situaciones difíciles en las que la vivacidad y los requerimientos de las asociaciones de mujeres no se ven acogidos como sería deseable por parte de las instituciones. La relación entre el «movimiento» de las mujeres y el desarrollo de los procesos democráticos se da en todos los países, tanto en el Magreb como en Italia, y es compleja y no lineal. Hay una influencia e interacción mutuas, porque en realidad el «movimiento» de las mujeres no puede vivir aislado de las dinámicas sociales y políticas, incluidas las políticas internacionales. Gracias a las diversas acciones llevadas a cabo, se ha podido pasar de la esfera privada a una esfera pública, un lugar de confluencia de las diferentes necesidades y experiencias. En efecto, muchas mujeres, confrontando sus ideas y tomando la palabra, han socializado sus necesidades y sus problemas personales, sentando las bases para la acción colectiva y el paso de la dependencia a la autonomía.
Todo ello lleva a una capacidad para afirmarse dentro de la familia, una actitud que se entrecruza de manera sinérgica con la presencia en la esfera política, social y económica, de modo que los diferentes aspectos se apoyan y se refuerzan mutuamente. Es innegable que, para sustraerse del poder de la cultura patriarcal, desgraciadamente todavía demasiado arraigada en los países mediterráneos, creando nuevas relaciones con los hombres a partir de posiciones de libertad y de una fuerza de negociación más poderosa, hace falta que las mujeres sean independientes, es decir, que estén liberadas de la urgencia de satisfacer las necesidades materiales más elementales. Sólo así podremos emprender un recorrido, por difícil y accidentado que sea, en el que la fuerza femenina y la «libertad multidimensional» tengan vía libre. Sin embargo, es muy cierto que los derechos de las mujeres y su papel en la sociedad y la política nunca se adquieren de una vez por todas.
Y también lo es que esos derechos son los indicadores de la extensión efectiva de los procesos democráticos y participativos. Basta con pensar en Europa, y en particular en Italia, donde dicho proceso no es lineal, sino más bien un progreso zigzagueante, en el que los avances que se logran se van alternando con paradas y retrocesos en cuanto a la obtención de un poder verdaderamente equilibrado para ambos sexos, tanto en la política como en la sociedad. Así pues, es importante que las mujeres reivindiquen, en un trayecto de empowerment, el derecho a hablar y a actuar en su propio nombre, sin dejar que el otro, lo masculino, lo haga en su lugar, pero al mismo tiempo sin negarlo, en una dialéctica de intercambio mutuo que también debería caracterizar la relación entre las orillas norte y sur del Mediterráneo. En el proyecto «Acciones positivas», el tema de los derechos de ciudadanía de las mujeres jamás se abordó en vistas a «exportar» al Magreb unas reglas ya constituidas y definidas.
Más bien se trató de un paso que, consciente de los límites de los derechos en Occidente, se ha esforzado por identificar junto a los socios la durabilidad de los derechos de las mujeres en ese contexto específico, de contemplarlos bajo una nueva óptica y volverlos a definir, conjugándolos con una exigencia de justicia social dentro del actual proceso de universalización. Por ese motivo se ha considerado importante pasar a una acción en el plano del desarrollo económico combinándola de manera sinérgica con las actividades de información y de sensibilización sobre los derechos.
Eso ha permitido revalorizar otras capacidades femeninas a menudo silenciadas, que, aunque se utilizaban, no estaban reconocidas en la esfera económica. No se trata de construir recursos económicos en tanto tales, ni de crear un trabajo cualquiera, sino de dar valor, por un lado, a las habilidades de las mujeres (incluyendo también la esfera reproductiva) y, por otro, de tomar en consideración a los individuos en su globalidad y su complejidad. El crecimiento económico de las mujeres no debe hacerse en detrimento de su apertura en la esfera particular y familiar, oponiendo el trabajo a los sentimientos, sino según un modelo armonioso que hasta sería positivo para los hombres.
Crear puentes y ocasiones de alianza entre el Norte y el Sur, pero también volver a impulsar las relaciones Sur-Sur, es decir, entre los países del Magreb, así como la cooperación entre los organismos de la sociedad civil y las instituciones en cada país, significa trabajar en torno a problemas comunes y transversales, desde la perspectiva de una lucha contra cualquier forma de integrismo. La experiencia adquirida confirma que, para construir un intercambio verdadero y paritario, es necesario conjugar al mismo tiempo aceptación, valorización, confrontación y capacidad crítica sobre uno mismo y sobre los «otros».
Una colaboración eficaz podría crear oportunidades para un conocimiento mutuo y más profundo entre los llamados países de proximidad (manteniendo intercambios constantes), a través de empresas económicas comunes, de iniciativas culturales, y de intercambios entre asociaciones y gobiernos locales, en vistas a acabar completamente con los estereotipos y los prejuicios recíprocos Deberíamos convertir la diferencia entre las experiencias de las mujeres de los diversos países en un espacio de comunicación y de una mayor toma de conciencia, de modo que el intercambio con lo que llegue «de la otra parte» favorezca las potencialidades y la creatividad. Hoy, las demandas que surgen en la relación con «otros» países están poniendo en evidencia ciertas contradicciones de «nuestra» Europa.
Un espacio que nos obliga a repensar juntos la ciudadanía y las reglas de vivir en común, la relación entre lo local, lo nacional y lo supranacional, sin ofrecer un cuerpo ya definido de normas a las que otros pueblos se verían forzados a adherirse. Si deseamos fomentar la creación de acciones «reticulares» entre ambas orillas del Mediterráneo, debemos, por un lado, hacer un esfuerzo para comprender a las mujeres de otros países y hacernos entender por ellas y, por otro, ofrecerles todas las oportunidades posibles para sacar a la luz —a veces redescubrir— y dar valor a la historia y la actualidad de las mujeres del Magreb, y captar los significados específicos de sus prácticas sin estereotipos y prejuicios de ninguna clase.
No se trata «de ayudar» a las mujeres de la otra orilla, sino de confrontar nuestras ideas en condiciones de reciprocidad, y de iniciar trayectos comunes para sacar de las sombras la presencia —preciosa— de las mujeres en la economía, la sociedad y la política. Tenemos que concebir las relaciones interculturales en términos de influencias entrecruzadas en las que cada medio «étnico y cultural» exprese y haga irradiar su propio saber, ignorando las fronteras. Hoy más que nunca hay que crear nuevas vías de comunicación fuera de los estados-nación, los poderes de la globalización económica y los integrismos religiosos. De este modo, acabaríamos con la oposición entre el respeto de los principios universales y el respeto de las diferencias, dando paso a un universalismo de las diferencias que podría marcar la nueva ciudadanía europea.