A pesar de los numerosos coloquios y encuestas sobre jóvenes que se llevan a cabo en los países del Norte, el Sur y el Este del Mediterráneo, todavía sigue vigente la frase que a finales de los años setenta enunció el sociólogo Pierre Bourdieu en una entrevista sobre los jóvenes y el primer empleo: “La jeunesse n’est qu’un mot”. Esta frase, convertida años más tarde en un artículo de rigor sociológico, ha hecho correr mucha tinta y ha provocado enfrentamientos teóricos entre los que intentan establecer una delimitación de la categoría “joven”. Aunque existe una corriente naturalista basada en las fases de la vida, la mayoría de los especialistas considera que la juventud es un artefacto estadístico que sirve para diferentes fines. Cuando hablamos de jóvenes, nos encontramos ante criterios cuantitativos (franjas de edad) y cualitativos (estado civil), y cada vez son más frecuentes los estudios que explotan ambas categorías. Bourdieu constataba que la existencia de diversos tipos de juventud dificulta la definición de una política pública. Los criterios cualitativos los encontramos desde siempre en el mundo de la antropología, con sus rituales y sus etapas liminares. Etapas que resistieron hasta los años sesenta del siglo pasado y que coexisten en comunidades donde las prácticas rituales marcan las clases de edad y sexo. Los estudios antropológicos revelan cómo la salida de la juventud y la entrada en la edad adulta son esencialmente sociales. Los estudios sociológicos, que creen incidir mejor en el paso a la sociedad moderna, no avanzan demasiado en las explicaciones. Talcott Parsons definía la youth culture o adolescencia como la “cultura de la irresponsabilidad”, frente a la de la responsabilidad, propia de los adultos. En este sentido, no se distanciaba demasiado de las definiciones características de las sociedades tradicionales con sus pautas marcadas. Hoy en día, sin embargo, la situación es compleja y las etapas son difíciles de definir, en parte debido a las profundas transformaciones sociales, como son el aumento de la escolarización, la dificultad de encontrar el primer empleo, el retraso en la edad del matrimonio, el cambio de valores y la variedad de estilos de vida que coexisten.
El Informe de 2007 sobre la Juventud Mundial de Naciones Unidas resume algunas de las principales tendencias globales en torno a los jóvenes del siguiente modo: «La revisión de las experiencias regionales sugiere que los jóvenes de todo el mundo se hallan en mejor posición que las pasadas generaciones de jóvenes para contribuir al desarrollo. Sin embargo, sigue habiendo demasiados que se enfrentan a barreras y restricciones derivadas de sus orígenes o del entorno social en que viven. Independientemente de su lugar de nacimiento o de su residencia actual, los jóvenes siguen experimentando un conjunto similar de dificultades que afectan a su saludable y oportuna transición a la adultez. Aparte de las cuestiones de salud, educación y empleo, los ámbitos tales como la lucha contra la pobreza y la disponibilidad de oportunidades para el trabajo voluntario y la mejora de las jóvenes y las niñas siguen planteando un desafío».
¿Qué entendemos por convertirse en adulto? Volviendo a las encuestas: en los países mediterráneos significa conseguir empleo, vivienda y pareja; en Francia, tener una posición social y profesional segura; en Reino Unido, independizarse económicamente; en Dinamarca, “encontrarse” a sí mismo. Un rasgo de la condición adulta o madura es que no se obtiene ni se consigue, sino que es atribuida o recibida. La sociedad contemporánea ensalza la imagen de la juventud, basada en criterios estéticos, al tiempo que precariza la situación de los jóvenes en tanto que individuos. Esta paradoja, ampliamente tratada por Andreu Domingo y Jordi Bayona en el presente número de Quaderns de la Mediterrània, es especialmente paradigmática en la cuenca mediterránea, donde la fractura entre las dos orillas resulta relevante para los estudios demográficos y las teorías del choque de civilizaciones. No obstante, el análisis prospectivo de factores como las migraciones o las tasas de fecundidad destaca la disminución del número de jóvenes que experimentará el área mediterránea en las próximas décadas, fenómeno cuyo alcance dependerá en último término del marco político y socioeconómico de cada país.
De los jóvenes puede decirse, en general, que a pesar de las diferencias coyunturales económicas y políticas, son hijos de una misma civilización: la civilización de los medios de comunicación y del consumo. Es evidente que el impacto cultural de la globalización difiere de un país a otro, e incluso en el seno de cada país. Por una parte, la globalización puede verse en las formas híbridas de música, moda y rebeldía contra la «tradición». Por otra, la globalización económica se refleja en las cifras de jóvenes en paro, o que no han podido utilizar sus títulos de una manera eficaz y se ven marginados al desempeñar profesiones inapropiadas, o que están plenamente ocupados en la obtención de sus necesidades básicas. Actualmente, esta situación aparece por igual en las dos riberas.
Los jóvenes de edades comprendidas entre los 15 y los 24 años constituyen el mayor grupo de edad entre las poblaciones árabes del Mediterráneo, y también el grupo más castigado en cuanto a visibilidad y empleo. Las oportunidades de desarrollo personal de los jóvenes de estos países son muy limitadas, especialmente para las mujeres, debido sobre todo a las carencias sociales en educación y cultura. En el Mediterráneo europeo, los jóvenes entre 16 y 29 años constituyen también el grupo con un índice más alto de desempleo. Las revueltas que tuvieron lugar en Grecia en 2008 tienen mucho que ver con la precariedad en que se encuentran los jóvenes, incluso aquellos con un empleo. En España nunca había habido tantos titulados universitarios, pero tampoco un índice tan alto de abandono escolar. Para saber cómo piensan los jóvenes españoles y poder establecer una comparación de valores con los jóvenes europeos, Javier Elzo ha realizado en los últimos años varios estudios que permiten analizar estos valores basados en comportamientos, aspiraciones y sentimientos concretos. Estos datos permiten extraer conclusiones significativas acerca de los jóvenes españoles y sus coetáneos europeos como, por ejemplo, su mayor permisividad frente a comportamientos privados o la decantación general por el localismo frente al universalismo. Prosiguiendo con las encuestas, debemos destacar la llevada a cabo por la revista Babelmed, en la que jóvenes periodistas entrevistan a mujeres entre 20 y 30 años, y éstas hablan de sus expectativas en cuanto al amor, la vida en pareja, la sexualidad, la maternidad o el trabajo. Los resultados de esta investigación, realizada en nueve países mediterráneos (Argelia, Egipto, España, Francia, Italia, Líbano, Marruecos, Palestina y Turquía), presentan algunos elementos similares entre regiones en diversos puntos. Aun así, persiste una gran divergencia norte-sur sobre los sujetos considerados tabúes, como la sexualidad. Aunque el trabajo es sinónimo de independencia y las mediterráneas dan mucha importancia a mantener una independencia al menos económica, ésta puede relegarse a un segundo plano después de la maternidad. Siguiendo con la perspectiva de género, si al hablar de jóvenes las nuevas tecnologías son un referente obligado, la economista Cecilia Castaño apunta que el aumento sostenido del número de usuarios de ordenadores y de las conexiones a Internet parece indicar que la primera brecha digital – que se define en función del acceso a la tecnología- puede resolverse en el futuro. No obstante, advierte que la segunda brecha digital, relacionada con las habilidades necesarias para obtener todos los beneficios del acceso (digital literacy), afecta más a las mujeres que a los hombres, incluso entre las jóvenes.
En el debate que intentamos impulsar desde este dossier de Quaderns de la Mediterrània, dedicado a los jóvenes y el desafío mediterráneo, las voces y los temas son plurales, así como la forma de abordarlos. El especialista en educación Nader Fergany considera que, pese a los notables logros alcanzados en la expansión cuantitativa de la educación en los países árabes durante el siglo xx, el nivel educativo sigue siendo deficiente en el aspecto cualitativo. La razón principal de ello es el analfabetismo, en particular en las mujeres, debido a una educación básica no universal y a la exclusión selectiva de las niñas y los marginados de las ramas más elitistas y los niveles superiores. Fergany considera que la reforma educativa podría contribuir al desarrollo humano tanto a nivel individual como social, y advierte que se requiere gobernabilidad e iniciativa privada para llevar a cabo esta reforma, que constituye una tarea multidimensional e interactiva.
Mientras que las consecuencias negativas de la globalización constituyen un motivo de consternación en la región árabe, las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) representan también, como mecanismo global, una mezcla de reto y oportunidad, tal como apuntan en sus artículos la socióloga Azza Karam y el politólogo Mohammed Ibahrine. Según estos especialistas, el reto principal es para los gobiernos que afrontan las rápidas transformaciones de las sociedades con un gran flujo de información sociopolítica y material. El teléfono móvil no es sólo un objeto de comunicación personal; en los países árabes, es también un dispositivo personal multifuncional. Los móviles equipados con nuevas características modernas como acceso a Internet, cámaras y reproductores MP3 se han hecho muy populares, especialmente entre los adolescentes, los cuales han desempeñado un papel muy activo a la hora de adoptar los servicios de comunicación móvil multifuncionales y apropiarse de ellos. Ibahrine se pregunta si esta difusión no estará provocando cambios sociales y políticos relacionados con la comunicación y, para argumentarlo, explica cómo los teléfonos móviles pueden convertirse en herramienta de movilización social, al igual que ocurre en los países europeos. Según Karam, la masiva afluencia de información a través de los medios de comunicación de masas también representa un desafío para los jóvenes, ya que los deja «atrapados entre dos mundos» (las condiciones reales en las que viven, en algunos casos, están lejos de lo que ven, oyen y llegan a esperar). Estos retos se reflejan en los valores, hábitos y comportamientos de los jóvenes en particular, y también influyen en su producción lingüística, artística e intelectual. Todo ello, a su vez, causa estragos en las instituciones dedicadas a la educación social, de modo que algunos han pasado a percibir la cultura globalizada como una amenaza directa a la identidad de los jóvenes y su sentido de pertenencia. Esta «amenaza» se hace más significativa a medida que disminuyen los niveles educativos y económicos.
A modo de recomendación, Sylvie Floris afirma que la juventud actual, al ser muy plural, presenta unas fracturas que, a fin de evitar conflictos, solamente pueden repararse a través de los vínculos de la interculturalidad, que permiten conocerse mejor. En este sentido, arguye que los gobiernos deben apoyar las redes asociativas, la promoción de la educación y el uso de Internet, principal actividad de ocio que fomenta aspectos fundamentales de la interculturalidad ya que los jóvenes, al usarla, comparten, intercambian y «actúan conjuntamente». Las voces de los jóvenes comprometidos en el mundo asociativo euromediterráneo son críticos con éste, pero lo consideran muy necesario: así, Xavier Baró formula una conexión entre el asociacionismo y el desarrollo de la ciudadanía desde la perspectiva de las organizaciones y el trabajo juvenil. Aun cuando reconoce que hay importantes diferencias entre las distintas realidades del área euromediterránea, resalta algunos elementos comunes que se aprecian en el desarrollo de estrategias de cooperación entre las entidades de jóvenes. Esta cooperación incluye elementos de encuentro, intercambio y formación entre líderes juveniles y educadores de estas organizaciones, así como la promoción de redes que puedan crear consejos de juventud libres y democráticos. Filippo Fabbrica manifiesta que muchos jóvenes artistas mediterráneos están llevando a cabo actualmente proyectos artísticos con fines sociales, demostrando así que las necesidades creativas pueden asumir de manera eficaz responsabilidades sociales, especialmente en las áreas más desfavorecidas y con los grupos más vulnerables. Mouhammadi Benbouzid, por su parte, considera que los diferentes programas de colaboración entre la Unión Europea y los países del sur del Mediterráneo siempre han otorgado una prioridad absoluta a la educación y la integración de los jóvenes en la vida social y económica de la región. Así, desde la constitución del Foro Mediterráneo de la Juventud en 1998, se han venido realizando una serie de progresos bastante importantes que han permitido que los jóvenes de ambas orillas tengan la posibilidad de desarrollar sus expectativas y mejorar sus posibilidades de acción social. No obstante, es preciso ir más allá. Para una mejor transparencia y una mejor escucha, es sumamente necesario construir una política de diálogo con los países socios del Partenariado euromediterráneo y con la sociedad civil, pero contando también con las organizaciones de jóvenes en la elaboración de los programas y los planes nacionales de cara a su puesta en marcha en el marco de la Política Europea de Vecindad y de la colaboración euromediterránea. Para propiciar este diálogo, el IEMed y la Fundación Anna Lindh organizaron en 2008 el Primer Concurso internacional de cuentos y relatos “Un mar de palabras”, cuyos finalistas publicamos en este número.
Para finalizar, completamos esta edición de Quaderns de la Mediterrània con varios artículos que nos introducen en los desafíos que acompañarán la etapa de la Unión por el Mediterráneo, así como dos entrevistas que señalan la necesaria vinculación con el mediterráneo de los países nórdicos y, concretamente, de la presidencia europea de Suecia durante el segundo semestre de 2009. Asimismo, cabe destacar los testimonios y reflexiones de dos reconocidos escritores, el palestino Mourid Barghouti y el israelí de origen sefardí A.B. Yehoshúa. Memorias, desencuentros, pero siempre con el objetivo de hallar nuevas estrategias compartidas.