Israel gira a la derecha

No importa si gobierna el centro, la izquierda o la derecha, el panorama político no está preparado para el cambio radical que necesita el país, la región y el mundo.

Gideon Levy

Israel dijo Sí a la derecha en las elecciones al 18º Knesset [Parlamento]. Una campaña electoral muy vaga y vacía para unas elecciones innecesarias, celebradas con dos años de antelación, llevó a la clara conclusión de que la sociedad israelí avanza progresivamente hacia un consenso nacionalista, militarista e incluso racista. Los resultados de los comicios no pillaron por sorpresa a nadie y tampoco revelaron nada nuevo, pero el espejo que estas elecciones han puesto frente a la sociedad israelí muestra una imagen muy clara. “Izquierda” y “derecha” son unos conceptos muy engañosos en el diálogo israelí.

Ehud Barak, el líder del Partido Laborista, que se supone es un partido de izquierdas y del “bando de la paz”, fue el máximo responsable de la guerra más brutal que Israel ha iniciado jamás: la guerra contra Gaza de hace dos meses. Tzipi Livni y su partido Kadima, considerado de centro, son responsables de dos guerras en dos años. Ambas eran innecesarias y ambas fueron muy crueles. El partido del ala derecha, el Likud, dirigido por Benjamín Netanyahu, no estaba en el gobierno que comenzó esas dos guerras, la de Gaza y la declarada a Hezbolá en Líbano en 2006. Durante el periodo en que Netanyahu fue primer ministro no hubo ni una sola guerra y, por otra parte, fue el último primer ministro israelí que puso en marcha un acuerdo con los palestinos, el acuerdo de Hebrón.

Dicho de otro modo, la izquierda en Israel no es realmente la izquierda, el centro no siempre está en el centro y la derecha es en realidad la corriente ideológica principal. Esto era así hasta estas elecciones y es todavía más cierto ahora, a la vista de sus resultados. Dicho esto, existe un hecho muy claro: Israel se ha quedado prácticamente sin izquierda. Tres partidos árabes, uno de ellos árabe-judío, obtuvieron en conjunto 11 escaños en la Knesset. Podrían considerarse partidos por la paz o partidos antiocupación, pero están deslegitimados y no participan realmente en el juego político. Meretz, partido verdaderamente socialdemócrata y a favor de la paz dentro del consenso sionista, fue aplastado en las elecciones y obtuvo sólo tres escaños, su peor resultado hasta entonces.

El Laborista, con la pretensión de ser socialdemócrata y estar en favor de la paz, el partido dominante que había construido este Estado y gobernó durante los primeros 29 años, cosechó también sus peores resultados hasta la fecha, sólo 13 escaños, dos menos que el de extrema derecha Yisrael Beiteinu, liderado por Avigdor Lieberman. Los resultados obtenidos por Yisrael Beiteinu reflejan mejor que ninguno la tendencia de la opinión pública israelí. Este partido, encabezado por un inmigrante ruso basado en su personalidad agresiva, debe sus 15 escaños al sentimiento popular de odio hacia los árabes, el racismo, el miedo y el nacionalismo.

Esos sentimientos fueron ciertamente la tónica de esta campaña electoral, y constituyen el pensamiento más auténtico de la opinión pública israelí. Más fuerte que nunca, Lieberman, el Jörg Haider israelí, tiene ahora el poder de decidir quién será el próximo primer ministro de Israel. El hecho de que haya una investigación criminal en su contra y que su hija y algunos de sus compañeros fueran arrestados pocas semanas antes de las elecciones sólo ha servido para aumentar todavía más su poder político. En el momento de escribir estas líneas todavía no está claro qué gobierno tendrá Israel en los próximos años. ¿Será un gobierno de derechas basado en una coalición entre Netanyahu y Lieberman y los ultraortodoxos? ¿Será un gobierno liderado por Netanyahu pero con Kadima como principal socio, con o sin Lieberman y con o sin los ortodoxos? Estas preguntas encontrarán respuesta en las próximas semanas.

El sistema político israelí es capaz de crear una situación en la que pocas horas después del cierre de los colegios electorales y del recuento de los votos haya dos candidatos que puedan cantar victoria, dos candidatos que puedan declarar que van a ser el próximo primer ministro, y los dos tener razón. Esto es lo que sucedió la noche del 10 de febrero. Al menos en dos sedes, la de Kadima y la del Likud, la gente cantaba y bailaba. La mañana siguiente, con la resaca, se dieron cuenta de que ninguno de esos partidos había ganado realmente. El único vencedor de estas elecciones es Lieberman, e incluso más que él, lo que él representa. ¿Pero de verdad importa todo esto? ¿Es realmente trascendental si Netanyahu o Livni se convierten en el próximo primer ministro de Israel? ¿Es crucial el que se describa al nuevo ejecutivo como un gobierno “de derechas” o “de centro-derecha”? ¿Cuáles son exactamente las diferencias?

Estas dos alternativas de gobierno empezarán inmediatamente con la reanudación del “proceso de paz”; intentarán hacerse una foto con el presidente palestino Mahmud Abbas, con el egipcio Hosni Mubarak y con el rey Abdalá de Jordania; ambas candidaturas harán todo lo posible por agradar a la nueva administración de Washington con declaraciones moderadas sobre la necesidad de conseguir la paz tan pronto como sea posible, y en ambos casos estas declaraciones no serán más que una trágica continuación de la farsa que ya dura 16 años en esta parte del mundo que no deja de sangrar. Dieciséis años de negociaciones y planes de paz, acuerdos de paz y fotos, conferencias de paz y proyectos de pacificación sólo han conducido a un aumento de la ocupación israelí, que se vuelve cada vez más cruel, y a más guerras y derramamiento de sangre.

En todos esos años del “proceso de paz”, liderado por los jefes de Estado israelíes de izquierdas, de derechas y de centro, la frecuencia de las guerras en Oriente Próximo no ha hecho más que aumentar. Si antes teníamos una guerra cada siete u ocho años, ahora tenemos una cada dos años. Si antes teníamos una guerra por gobierno, ahora, por primera vez en la historia de Oriente Próximo, tenemos un gobierno con dos guerras a sus espaldas, un gobierno que ni siquiera pudo agotar la legislatura y que tuvo que dimitir a los dos años y medio. Livni y Netanyahu continuarán en esta línea; puede que haya algunas diferencias en su retórica, pero no en sus actos. Los israelíes continuarán reforzando el proyecto de los asentamientos, que en la actualidad incluye ya a cientos de miles de colonos. Israel seguirá hablando de paz mientras construye asentamientos.

Con Livni o Netanyahu en el poder es improbable que se evacúe a los colonos por el bien de la paz. El mayor enemigo de Israel es la ocupación. La derecha y la izquierda lo saben, pero no hacen nada para ponerle fin. Sin medidas concretas y prácticas dirigidas a poner punto final a la ocupación en Cisjordania y Gaza, todas las negociaciones de paz serán sólo palabras vacías, y por eso ni siquiera las diferencias en la retórica de Livni y de Netanyahu cambian en algo las cosas. El mundo observaba las elecciones en Israel con especial interés y expectativas. Cualquier lector de periódicos o espectador de televisión europeo sabe más de Kadima y de Yisrael Beiteinu que de los partidos políticos del país vecino. Pero esto no deja de ser mucho ruido y pocas nueces: hasta que el mundo no se decida a intervenir de manera más activa en la región más peligrosa y volátil del mundo, Oriente Próximo, los cambios no llegarán.

El ruedo político de Israel no está maduro para imponer un cambio de rumbo, algo crucial en primer lugar para Israel, pero también para la región y para el mundo entero. Ningún partido, ni ningún líder político actual tiene la valentía, la firmeza, la visión, la ambición, la capacidad y el poder político para liderar un cambio sustancial. El Barack Obama israelí no ha nacido todavía y ni siquiera el propio Barack Obama ha demostrado hasta la fecha que vaya a responder a las altas expectativas que ha generado, en especial en Oriente Próximo. Hasta que Israel no cree a su propio Obama o Nelson Mandela o al menos un Frederik W. De Klerk estamos condenados a seguir en este callejón sin salida, que sólo llevará a más de lo mismo; más asentamientos, más negociaciones de paz, más violaciones de los derechos humanos del pueblo palestino, más terror, más guerras y más derramamiento de sangre. Entretanto, las nuevas generaciones van creciendo entre el río Jordán y el Mediterráneo; una nueva generación palestina que nunca ha conocido a un israelí que no vaya armado.

Esta generación no ha conocido a un solo israelí que los trate como seres humanos, que no disparase, ladrase, diese órdenes, demoliese, humillase, arrestase y matase. Por el otro lado, hay una nueva generación de israelíes que nunca ha visto a un palestino cara a cara. El estereotipo que se está extendiendo gracias a los medios de comunicación israelíes es sólo uno: el de los palestinos como terroristas, autores de atentados suicidas, demonios y responsables de apuñalamientos, pertenecientes a un pueblo que lo único que quiere es empujar a los israelíes al océano. Éste es un fenómeno muy nuevo, ya que hasta hace 20 años ambos pueblos se mezclaban mucho más. Esas dos generaciones, los israelíes y los palestinos, llevarán al poder a la siguiente generación de líderes. Y puede que éstos sean más peligrosos que los de la generación actual.