Irán: la incógnita de las elecciones presidenciales

La crisis económica, que ha desatado críticas al gobierno, entre reformistas y conservadores, y las expectativas respecto a Obama, marcan la precampaña electoral.

Luciano Zaccara

El 30 aniversario de la Revolución Islámica, conmemorado en Irán en febrero, ha encontrado a la población iraní más preocupada por el futuro cercano que por el balance de estas tres décadas de gobierno republicano. La crisis económica en la que se encuentra el país, sumada al descontento respecto a la actual gestión presidencial y las expectativas que han generado tanto la llegada de Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos como también quién será elegido próximo presidente iraní el 12 de junio, son los principales asuntos de discusión en la sociedad iraní en estos momentos. La mala situación económica ha desatado críticas respecto a la gestión del presidente Mahmud Ahmadineyad, no sólo entre los reformistas, sino entre cada vez más miembros del propio sector conservador y miembros del establishment religioso, la élite política del país. La caída del precio del petróleo en el último año ha agravado la delicada situación de los ingresos de la población, que ha visto crecer la inflación de manera descontrolada al mismo tiempo que el gobierno continúa estudiando la eliminación de ciertos subsidios a productos básicos para reducir el déficit del Estado.

Opciones ante las elecciones presidenciales

La clase política demuestra una desunión y una crisis pocas veces vista en estos 30 años de vida republicana. Con las elecciones presidenciales muy cerca, aún no hay atisbo de proyectos, posiciones o candidaturas comunes tanto entre reformistas como conservadores, y tampoco se podría aventurar el nombre de un probable ganador. En estas primeras etapas de precampaña presidencial sólo se ha hablado de posibles candidaturas y de algunas cuestiones generales, pero ni los candidatos ni sus partidos han hecho referencia clara a medidas políticas o económicas propuestas en caso de ser elegidos. Las opciones frente a una posible candidatura a la reelección de Ahmadineyad –aún no anunciada– son numerosas. Entre los reformistas, los más renombrados siguen siendo: Mohamed Jatamí, Mir Hussein Musavi, Mehdi Karrubi y Abollah Nuri. Mehdi Karrubi, líder del grupo reformista “Etemade Melli” (confianza nacional), fue el primero en presentar su candidatura oficial, indeclinable hasta el momento, lo que generó malestar entre los demás reformistas que esperaban la decisión de Jatamí respecto a su candidatura. Muchos iraníes consideran que Jatamí sería el único que podría derrotar a Ahmadineyad sin que exista posibilidad de resultados sorpresivos en su contra.

Finalmente Jatamí anunció el 8 de febrero su candidatura presidencial. La decisión ha sido tomada según él, ante la petición de los reformistas que necesitaban un candidato único para enfrentarse a los conservadores. El bloqueo que sufrió durante sus anteriores mandatos ha hecho que Jatamí centre sus demandas, al frente de la Fundación “Baran”, en las funciones y atribuciones presidenciales, la capacidad de desarrollar un programa de gobierno y la no superposición de autoridades en los campos políticos y económicos. Para él, la interferencia de las facciones en la política iraní, el peso de las fuerzas militares y paramilitares y de las instituciones no electivas sobre todo el sistema político es “el” impedimento para el normal desarrollo de las instituciones electivas. Sin la garantía de que puede ejercer la presidencia con normalidad, Jatamí no presentaría su candidatura. A mediados de enero, Jatamí empezó a hablar de forma directa sobre su posible candidatura, admitiendo que él o Mir Hussein Musavi serían los candidatos de un frente reformista unido.

Musavi no ocupa por el momento ningún cargo en la estructura de poder en Irán. Sin embargo, se le ha concedido el derecho a formar parte del Consejo de Discernimiento por haber sido primer ministro entre 1981 y 1989, antes de la reforma constitucional de 1989. El anuncio de Jatamí daría por concluido ese debate al interior del reformismo, quedando a la espera de la decisión del otro gran representante reformista, Mehdi Karrubi, ante la posibilidad de llevar un candidato único para hacer frente a los conservadores. candidatura de Jatamí añadiría un ingrediente de incertidumbre y de emoción pocas veces visto en unas elecciones presidenciales. Aunque aún es muy pronto porque el registro de candidaturas se abre apenas un par de meses antes de las elecciones, es posible afirmar que Ahmadineyad no sería el candidato de consenso entre los conservadores, sino que otros dos le disputarían con fuerza su candidatura para un frente conservador unido: Bagher Qalibaf y Alí Lariyani.

La reciente ruptura del frente conservador en el Parlamento por parte de los partidarios de Ahmadineyad ante la probable candidatura de Mohamed Reza Bahonar confirman esta hipótesis. Estos tres son los nombres que más se han repetido en los últimos meses. Incluso Lariyani, que había anunciado que no se presentaría, también se oye como un posible candidato del sector conservador. Otro factor a tener en cuenta, quizás el más importante, para la decisión de presentar un candidato conservador único, radica en las reiteradas críticas que los máximos representantes religiosos iraníes han hecho sobre la gestión económica y de política exterior de Ahmadineyad, lo que podría ser considerado por Jamenei para retirar su apoyo a la reelección del actual presidente.

Los grandes ayatolás Makarem Shirazi, Nuri Hamedani y Safi Golpayegani, cercanos a la administración, han vertido sus críticas concretas sobre el manejo de la economía, mientras que otros han ido mucho más allá, criticando incluso transitivamente a la cúpula clerical iraní y al mismo Jamenei. Estos grandes ayatolás críticos serían Ali Montazeri, Sanei, Mousavi, Ardebili, Bayat, Shiraziyoon y otros “apolíticos” como Vahid Khorasani, Behjat y Shabiri Zanjani.

Irán y EE UU tras la elección de Obama

Una de las cuestiones fundamentales en las agendas de la política exterior iraní y de la nueva administración es la relación bilateral entre EE UU e Irán. Con relaciones rotas desde noviembre de 1979, Irán sigue siendo la espina clavada de todas las administraciones desde Jimmy Carter hasta nuestros días. De la misma manera, EE UU sigue siendo una cuestión espinosa a tratar entre los políticos iraníes. Si bien se han dado señales en los últimos años, con conversaciones indirectas y necesarias para tratar temas puntuales en relación con Irak, se ven pocos indicios de una normalización de relaciones entre ambos países, a pesar de los “nuevos aires” que pueda traer la administración de Obama.

A pesar de las primeras declaraciones de la nueva secretaria de Estado, Hillary Clinton, respecto a la necesidad de una “nueva diplomacia” hacia Irán, no se prevén grandes cambios. Para que esto ocurra, tendría que verse una reducción de la presión que EE UU ejerce sobre Irán a través de Naciones Unidas y el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) y de las sanciones unilaterales que aplica desde 1979. Pero Obama no está en condiciones de cambiar una línea básica de la política exterior de su país en Oriente Próximo que se ha mantenido desde 1980 hasta la actualidad, sin que no cambie antes la situación interna iraní o al menos no lo haga el estilo diplomático que ha desempeñado Ahmadineyad desde su llegada al poder en 2005.

Cabe recordar que incluso durante los ocho años de mandato de su predecesor, el reformista Jatamí, EE UU no rebajó ni varió su política exterior hacia Irán, incluyéndolo en enero de 2002 dentro del “eje del mal”. Tampoco se prevén grandes cambios en la política exterior de Irán hacia EE UU, al menos mientras haya una continuidad en el control de los principales órganos que toman decisiones en política exterior por parte de los conservadores en Irán. Más allá de las cartas o declaraciones de Ahmadineyad respecto a una posible conversación directa con su interlocutor, las condiciones que se establecen –petición de disculpas previas de EE UU– parecen ser las del que no quiere que se cumplan. Sin embargo, esto no debe hacernos prever un posible enfrentamiento o un empeoramiento de la tensión existente.

Las dos situaciones que enfrentan en estos momentos a ambos son la presencia tanto de EE UU como de Irán en el vecino Irak y el contencioso nuclear. Tras la llegada de Obama, la retirada de Irak podría convertirse en una oportunidad para que ambos gobiernos negocien el mantenimiento de un statu quo regional en el que se reconozca a Irán un protagonismo que reclama desde hace décadas y que podría favorecer la resolución o al menos una negociación menos tensa del contencioso nuclear. Sin embargo, ambos gobiernos parecen estar esperando a las elecciones de junio, el iraní para negociar con el apoyo de su población, el americano para tener un interlocutor más dispuesto a la negociación.