Coedición con Estudios de Política Exterior
Gran angular

Irán en transición

Nayereh Tohidi
Catedrática emérita en el departamento de Estudios de Género y Mujeres, Universidad del Estado de California, Northridge
Protesta contra el uso del velo en Teherán, julio de 1980. Kaveh Kazemi/Getty Images

El 15 de septiembre de 2022, Gina (nombre kurdo) o Mahsa (nombre por el que es más conocida) Amini, una mujer kurda de 22 años que vivía en Saqqez, en el Kurdistán iraní, fue detenida en Teherán por la policía de la moral por no llevar el cabello totalmente cubierto. Al día siguiente, su hermano la encontró en coma en el hospital Kasra. Su familia y las veteranas periodistas Niloofar Hamedi y Elahe Mohamadi hicieron pública la detención. Hamedi y Mohamadi publicaron fotos de la joven en el hospital y una entrevista con su familia. El artículo sobre los malos tratos sufridos por Mahsa, su coma y su posterior fallecimiento se hizo viral, y cente­nares de manifestantes se congregaron delante del hos­pital.

No es la primera vez que una mujer muere bajo cus­todia de la policía de la moral o en prisión. Este caso, sin embargo, era difícil de encubrir. En vez de ofrecer disculpas o presentar un plan para depurar respon­sabilidades, o de permitir una investigación forense independiente, como pedía la familia, las autoridades detuvieron a las dos periodistas por dar la noticia y las condenaron a cinco años de cárcel.

A fin de evitar una gran concentración, el gobierno intentó obligar a que el entierro en Saqqez fuese rápi­do. Pero la familia Amini desobedeció valientemente la orden, y al día siguiente miles de personas de diferen­tes ciudades del Kurdistán se unieron para las exequias. Los vídeos de la ceremonia se hicieron virales, en par­ticular la pancarta sobre la lápida que citaba las pala­bras de los padres de la joven: “Mahsa, no has muerto; tu nombre se convertirá en símbolo”. En el vídeo, miles de personas gritaban el nombre de Mahsa y el eslogan de resistencia kurdo: Gin, Giyan, Azadí (mujer, vida, li­bertad), que pronto se convirtió en el grito de guerra de los manifestantes de casi todas las ciudades de Irán y de las comunidades iraníes expatriadas de todo el mundo.

Fue un momento similar al que siguió a la muerte de George Floyd en Estados Unidos, salvo que, en Irán, en vez de ser una muestra patente del racismo sistémi­co presente en la estructura de la policía, constituyó una demostración flagrante del sexismo y la misoginia sistémicos de la ideología y las políticas del Estado is­lamista, en el que la policía de la moral ha funcionado como uno más de los muchos instrumentos de opresión y humillación. Por eso, las protestas pronto adquirieron las características de un levantamiento revolucionario, de una rebelión contra algo más que la obligatoriedad del hiyab que también llamaba a deponer todo el régi­men con eslóganes como “Abajo el dictador”, “Muerte a Jamenei”, y “No queremos la República Islámica”.

Las mujeres y los jóvenes, principales agentes del cambio

La imposición violenta del sexismo sistémico en todos los aspectos de la vida tiene un origen temprano, en los inicios de la República Islámica. Las primeras leyes del régimen del sha que el ayatolá Ruhollah Jomeini deci­dió anular fueron las reformas realizadas en 1967 y 1975 en aplicación de la Ley de Protección de la Familia, que restringían la poligamia y otras disposiciones relativas al matrimonio, el divorcio y la custodia de los hijos fa­ vorables a los hombres. El nuevo presidente también ordenó que se cesara a las juezas y afirmó que las muje­res, por su naturaleza, no son aptas para convertirse en administradoras de justicia o en líderes de un país.

Otro cambio político significativo, que dos años más tarde se convirtió en una nueva ley, fue la declaración por parte de Jomeini de que el velo era un mandato del islam y, por tanto, un requisito obligatorio del nuevo Estado islámico. El ayatolá consideraba que la libertad de elec­ción de la forma de vestir, así como cualquier otro estilo moderno de vestimenta para las mujeres, eran parte de la decadencia occidental. Estas declaraciones retrógradas y contrarias a las mujeres se hicieron tan solo unos días an­tes del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, que las iraníes laicas tenían intención de celebrar masivamente en público por primera vez en la historia del país.

Ante aquellas terribles proclamas de Jomeini, las mujeres decidieron convertir la celebración en una gran protesta coreando “No hicimos una revolución para re­troceder” o “La libertad no es occidental ni oriental, es mundial”. Alrededor de 50.000 mujeres, en su mayoría de clase media y de familias instruidas, apoyadas por unos cuantos hombres laicos progresistas, siguieron ma­nifestándose durante cinco días a pesar de las agresiones físicas y las burlas de los vigilantes islamistas. Las mu­jeres solo dejaron de protestar cuando el ala moderada del nuevo Estado retiró la obligatoriedad del hiyab, sin saber que se trataba solo de un gesto temporal y táctico de Jomeini y los partidarios de la línea dura. Sin embar­go, al cabo de un año, cuando en 1980 empezó la guerra Irán-Irak, las mujeres perdieron impulso y los misóginos belicistas ganaron el juego de poder durante 43 años. A pesar de ello, aquella histórica protesta presagió el flore­cimiento de una nueva ola feminista en Irán, en esta oca­sión bajo una teocracia misógina.

Al reivindicar su poder de actuación y su resistencia diaria, las mujeres no han permitido que las fuerzas de la misoginia y el patriarcado, islámicas o laicas, pongan en práctica sus planes sexistas. Como se ha argumen­tado en extensos trabajos de investigación de universi­tarias y activistas, el movimiento iraní por los derechos de la mujer, las formaciones feministas y la lucha de las mujeres por la igualdad de derechos, la emancipación y la liberación llevan en marcha cerca de 150 años. Em­pezaron con los casos individuales y esporádicos de protesta pública, como el de Tahirih (también conocida como Zarrintaj o Qurrat-ul-Ayn), una figura destacada del movimiento babista de reforma dentro del islam que se quitó el velo en público en 1848, seguidos entre 1906 y 1911 por los colectivos y las asociaciones semisecre­tas de mujeres durante el Movimiento Constitucional. Las luchas de las mujeres, con sus altibajos, continua­ron en el contexto de los procesos de modernización, autoritarios y dirigidos desde arriba, pero aun así más bien favorables a las mujeres, llevados a cabo por los dos monarcas de la dinastía Pahlavi (1925-1979).

Las nuevas mujeres modernas de clase media y tra­bajadora, urbanas e instruidas, que se han formado en el Irán contemporáneo, no se han sometido a los dictados hostiles del Estado clerical. Gracias a su capacidad de acción inteligente, valiente y creativa, y a su persisten­te presencia y participación social en muchos espacios tanto tradicionales como no, la tasa de alfabetización de las mujeres actualmente es de más del 85%. Es más, gracias a los procesos de globalización o “glocalización” y a la ayuda de las nuevas tecnologías, a lo que se suman las grandes comunidades, muy activas y con un alto nivel educativo, del exilio iraní, y la polinización cruzada de la conciencia de género y feminista entre iraníes de dentro y fuera del país, la condición actual de la mujer iraní es con­tradictoria más que de subordinación total. Por ejemplo, aunque las mujeres representan más del 55% de los estu­diantes universitarios, su tasa de desempleo es el doble que la de los hombres, y la tasa de participación femenina en la economía formal ronda el 16%, una de las más bajas del mundo e incluso de la región MENA (Tohidi, 2017).

La inocencia de Mahsa y su brutal asesinato desen­cadenaron una explosión de rabia y frustración conteni­ das desde hacía mucho tiempo. La indignación del país se convirtió en un levantamiento no violento, sobre todo de jóvenes iraníes liderados por mujeres, que se propagó rápidamente. Pero algo así no pudo ocurrir de la noche a la mañana, ni ser consecuencia de un solo incidente. Los jóvenes de la generación Z (nacidos entre 1997 y 2012) han sido informados o inspirados directa o indirecta­mente por las tres generaciones de feministas de la histo­ria de Irán. Los 43 años de movimiento por los derechos de las mujeres y de concienciación feminista a través de la literatura, el periodismo, las artes, la poesía, la música, el cine, la desobediencia civil, la resistencia diaria y las cam­pañas contra las leyes discriminatorias les han dado una conciencia de su poder y una educación especiales.

El movimiento Mujer-Vida-Libertad es un punto de inflexión transformador e irreversible para la sociedad, la política y las relaciones de género en Irán

En qué se diferencia este levantamiento de las protestas anteriores

El movimiento Mujer-Vida-Libertad (WLF, por sus siglas en inglés) representa un punto de inflexión transforma­dor e irreversible para la sociedad, la política y las relacio­nes de género en Irán. Como indica su eslogan principal –Mujer, Vida, Libertad–, se trata de un movimiento so­cial revolucionario integral que plantea reivindicaciones relacionadas con los conflictos en torno a los sistemas de valores y los choques culturales, así como con la política, la economía, el género, la sexualidad, el origen étnico, la religión y las políticas de igualdad. El movimiento refleja un cambio en la subjetividad y la intersubjetividad de la mayoría de las personas que no solo niegan el régimen político teocrático y su sistema de valores, sino que tam­bién proponen una visión del mundo totalmente nueva. La visión del mundo del Estado gobernante se ha basado en una ideología totalitaria hostil y beligerante que refle­ja la instrumentalización de la fe y su conversión en una ideología de Estado, el islamismo, contradictoria con las realidades laicas del mundo moderno y con los intereses nacionales y las aspiraciones democráticas de la mayoría de la población de Irán y de fuera de sus fronteras. Por eso las autoridades han gobernado mediante la fuerza, junto con una sensación paranoica de inseguridad y la promoción constante de guerras sectarias hegemónicas, la mentalidad de martirio, la segregación por sexos y la somatofobia (especialmente contra el cuerpo y el cabello de las mujeres), el ascetismo, el duelo y la austeridad.

La visión del mundo que defiende el movimiento WLF y las reivindicaciones que expresa a través de sus eslóganes laicos y poéticos, su rico simbolismo, sus repre­sentaciones y sus productos artísticos, en particular los musicales, son manifestaciones de una contracultura que contrasta con la propagada impuesta por los gobernantes chiíes islamistas. Las actitudes de afirmación de la vida que insisten en la búsqueda de la libertad, la felicidad, la belleza, el amor, la amistad y la paz, la preocupación por la protección del medio ambiente, el respeto a las muje­res, la autonomía corporal, la libertad de elección, el plu­ralismo étnico y religioso, la diversidad de orientaciones sexuales, las costumbres y los valores culturales y éticos no tienen nada que ver con las del Estado islamista.

La canción Baraye (Por), compuesta por el joven cantante y compositor Shervin Hajipour, un estudiante de Ciencias Políticas en Mazandarán, se convirtió en un manifiesto precoz del movimiento WLF. Su letra está ins­pirada en los deseos expresados por los jóvenes activistas en los muros de las ciudades o en redes sociales como Twitter. No es de extrañar que esta canción encuentre eco en personas de toda condición en Irán y en todo el mundo. Hajipour la publicó en su cuenta de Instagram el 28 de septiembre de 2022, e inmediatamente se hizo viral con 40 millones de visitas en dos días. En conso­nancia con la misma represión contra la que clama en su canción, Hajipour fue detenido al día siguiente de su pu­blicación y obligado a retirarla. Sin embargo, debido a la presión nacional e internacional, y a que el régimen per­cibía que su detención contribuía a popularizar la can­ción y su mensaje, el 4 de octubre de 2022 fue liberado. La canción ganó el Grammy 2023 a la “canción con ma­yor repercusión del mundo para lograr el cambio social”.

Aspectos interseccionales del movimiento WLF

La multidimensionalidad de este movimiento surge de su carácter interseccional, reflejado en su figura princi­pal desde el punto de vista simbólico y espiritual: Ma­hsa/Gina Amini, una musulmana joven, kurda y suní. Cada uno de los aspectos de su identidad pone de relieve factores como el género y la sexualidad, la edad y la ge­neración, el origen étnico y la religión, todos ellos bases principales de la discriminación sujetas a capas de opre­sión por parte de la teocracia chií gobernante. La trágica muerte de Mahsa causada por los permanentes patro­nes cotidianos de invasión violenta de la autonomía cor­poral y la dignidad humana de la mujer se convirtió en una clara muestra de la íntima conexión entre sexismo, obligatoriedad del hiyab, falta de libertad de elección, y humillación de todo el país, tanto de hombres como de mujeres, lo que provocó una indignación nacional unita­ria. Por primera vez en la historia de Irán, e incluso de Oriente Medio y el norte de África, miles de hombres to­maron las calles en apoyo de los derechos y la libertad de las mujeres, coreando “Mujer, vida, libertad”.

Para fomentar la desconfianza y la división en el movimiento, el régimen de Teherán ha intentado acu­sar de separatismo a activistas del Kurdistán y Balu­chistán, dos de las provincias étnicas más activas en las revueltas. Pero hasta el momento, el sentimiento de solidaridad nacional entre los distintos grupos étnicos y religiosos ha traído presagios esperanzadores. Algunos de los eslóganes del movimiento WLF son “Desde Kur­distán hasta Teherán continúan las agresiones contra las mujeres”, “En todo Kurdistán y Azerbaiyán, la gente ha perdido la paciencia”, “Los azerbaiyanos están alerta y apoyan a Kurdistán”, “Kurdos, baluchíes y azeríes uni­dos por la libertad y la igualdad”.

Existen numerosos estudios sobre la preocupación por la discriminación por motivos étnicos, así como por los patrones de centralización hegemónica del gobierno y de distribución desigual e injusta del poder y de los re­cursos económicos, que ha producido grandes brechas de desarrollo entre el centro y la periferia tanto durante los 54 años de la era Pahlavi como en la República Islá­mica (Tohidi, 2009, y Kamran Matin, 2022). Por fortu­na, muchos integrantes del movimiento WLF defienden un enfoque interseccional, inclusivo y pluralista, y tienen en cuenta los agravios por motivos étnicos, así como ciertas cuestiones (hasta ahora) desatendidas, como las relacionadas con las minorías sexuales LGBTQ+.

Fortalezas y debilidades del movimiento WLF

Hay quien ha descrito el movimiento como una iniciativa de origen local, espontánea, sin líderes y sin partido, y lo ha calificado de revolución no ideológica. Algunos aspec­tos de su orientación radical, especialmente las influen­cias contradictorias de las televisiones por satélite diri­gidas por las comunidades iraníes en el exilio, han sido objeto de debates y controversia. Algunos consideran que esta falta de centralización y jerarquía es una ventaja, y que se ha diseñado estratégicamente para la República Islámica, un régimen que nunca ha dudado en reprimir y detener a los líderes de la oposición. Sin embargo, es difícil negar los peligros a largo plazo que la ausencia de liderazgo tiene para un movimiento, como la falta de co­hesión, estrategia y coordinación que permitan disponer de una hoja de ruta y una visión claras de futuro.

Por eso, a pesar de las muchas simpatías, de la soli­daridad moral y práctica y del apoyo a los manifestantes por parte de diferentes grupos étnicos y de trabajadores de diferentes sectores, las convocatorias de huelga han recibido como respuesta una acción colectiva limitada. Muchos no se arriesgaron a unirse a las manifestaciones o a hacer huelga más que unos días, en un gesto simbóli­co. La carga económica que supone el encarcelamiento de quien sostiene a una familia no es un sacrificio des­preciable, especialmente cuando no se sabe quién está a la cabeza de las protestas ni qué alternativa es capaz de hacer realidad el movimiento.

Y ahora, ¿qué?

Parece que las calles vuelven a estar, al menos temporal­mente, bajo el control de las fuerzas de seguridad arma­das del régimen islamista. Parece que el movimiento ha superado la primera fase de su apasionante y revolucio­nario surgimiento. Ahora es el momento de la reflexión, la autoevaluación y la creación de coaliciones dentro y fuera de Irán. A pesar de los obstáculos, la articulación de estatutos específicos, la formación de líderes y las ho­jas de ruta son inevitablemente los siguientes pasos, si el movimiento quiere crear un cambio duradero.

El grado de apoyo moral y político nacionale e inter­nacional no tiene precedentes. La respuesta ha llegado desde la sociedad civil y las organizaciones de derechos humanos, así como de personalidades, atletas, periodis­tas, escritores, artistas y miembros de la academia. Diver­sos gobiernos y autoridades también han ejercido pre­sión, emitido condenas e impuesto sanciones contra la brutal represión de la población por parte del régimen de Teherán. La más destacadas han sido la paralización de las negociaciones nucleares, la condena de Irán por parte de Naciones Unidas y su expulsión de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer, y la creación de una comisión de determinación de los hechos para inves­tigar las violaciones de los derechos humanos en Irán.

Por ahora no hay pruebas fehacientes de una fractu­ra o una división considerable dentro de las fuerzas ar­madas de represión al servicio del régimen, pero se han observado signos graduales y crecientes de decepción y distanciamiento en varios grupos y personalidades influyentes. Varias declaraciones han condenado con contundencia las políticas inmorales, el aumento de la corrupción, la mala gestión económica, el maltrato a los presos políticos y la ejecución de manifestantes, y ha ha­bido algunas peticiones de dimisión del líder supremo.

Una de las divisiones internas que podría tener consecuencias ha sido la declaración de Sayid Moha­med Jatami, expresidente reformista de Irán, que ad­mite la incapacidad del régimen de reformarse y, por tanto, la imposibilidad de cambios positivos a través de la reforma. La otra declaración de oposición más con­tundente llegó de Mir-Hosein Musavi, ex primer mi­nistro nombrado por Jomeini. Durante las elecciones presidenciales amañadas de 2009, Musavi fue “derro­tado” por Mahmud Ahmadineyad, lo cual dio lugar al Movimiento Verde. El entonces candidato y su mujer, Zahra Rahnavard, llevan 12 años bajo arresto domi­ciliario por liderar el movimiento. Ahora piden la des­titución no violenta del régimen mediante un referén­dum, elecciones libres y una nueva Constitución que conduzcan a una transición pacífica hacia un gobierno democrático y laico.

Otro importante opositor dentro del régimen es Ab­dulhamid Ismailzahi, un destacado clérigo suní, líder de los baluchíes de la provincia de Sistán y Baluchistán. Durante la oración de cada viernes en Zahedán hay pro­testas contra el régimen y el derramamiento de sangre causado por las fuerzas de seguridad. Ismailzahi lleva cinco meses solicitando un referéndum nacional y una profunda reforma estructural.

A pesar de las críticas a muchos niveles, el régimen de Teherán finge tener confianza y está decidido a re­sistir a todas las voces de la oposición y a las amenazas del interior y del exterior. Parece confiar en parte en el apoyo de Rusia y sus proxies armados de Irak, Siria y Líbano en caso de un levantamiento de más enver­gadura. En todo el mundo se observa con inquietud el actual punto muerto. Nada es seguro, excepto que se puede considerar improbable que el régimen sea capaz de responder de forma satisfactoria a las demandas de la población. También es improbable que la población otorgue su confianza o su aceptación a un régimen cuya legitimidad se ha deteriorado con el tiempo y, que en los recientes acontecimientos se ha presentado como irre­mediablemente brutal y corrupto./

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