Introducción

Maria-Àngels Roque

Directora de Quaderns de la Mediterrània

La política de vecindad diseñada recientemente por la Comisión Europea para relanzar el Partenariado Euromediterráneo ha coincidido con importantes propuestas de diálogo, en las que el reconocimiento cultural ha ido adquiriendo mayor protagonismo en los tres últimos años.

Con anterioridad, se solía creer que liberalizar los mercados conduciría a una mayor democratización, gracias a las posibilidades económicas que ello ofrecería a los ciudadanos. En parte es así, pero los conflictos en la región mediterránea y su entorno no han cesado, y parece que cada grupo quiera reafirmar unas fronteras políticas o religiosas idealizadas, al tiempo que la globalización, la desterritorialización comunitaria y la poliidentidad representan el nuevo paradigma sociológico.

Entre las iniciativas surgidas en estos últimos años destacan el Grupo de Sabios, la Fundación Euromediterránea Anna Lindh para el Diálogo entre Culturas, ubicada en Alejandría, y la Alianza de Civilizaciones; propuestas políticas que secundan algunas de las voces y de las actividades que ya habían surgido de la sociedad civil mucho antes y que siguen siendo una importante base para el diálogo.

Con el dossier «Fronteras y diálogo en el Mediterráneo», Quaderns de la Mediterrània contribuye al debate. Este trabajo es fruto de diferentes encuentros y de las aportaciones realizadas en el marco del Instituto Europeo del Mediterráneo por significativos especialistas laicos y religiosos, que han reflexionado a partir de la historia, la cultura y la política sobre el porqué de las dificultades por las que atraviesa actualmente el diálogo.

A lo largo de la historia, el espacio mediterráneo ha constituido alternativamente un lugar de unión y de enfrentamiento entre las poblaciones de sus riberas. El Mare Nostrum de Roma se convirtió —tras su victoria sobre Cartago— en escenario de las conquistas árabes, de las Cruzadas, de la expansión otomana y de la colonización europea. Tras los procesos de independencia el panorama se pacificó, pero persisten factores de tensión, e incluso conflictos todavía abiertos, como el de Israel y Palestina y el de Chipre, por no hablar de las convulsiones dramáticas de la antigua Yugoslavia, la guerra civil argelina, la guerra y ocupación de Irak, el terrorismo, etc. Todos estos conflictos han tenido importantes consecuencias para el conjunto de las sociedades mediterráneas y sirven de guía de lectura para numerosas situaciones, también de tensión, en las sociedades de la Europa occidental.

Pero, paralelamente, incluso en los períodos más violentos los flujos de intercambios constantes han atravesado y modelado estos espacios: hombres y mujeres, mercancías e ideas han viajado, pese a los numerosos obstáculos. Hoy en día, estos flujos han adquirido una dimensión inesperada: a la sedentarización de millones de inmigrantes de la orilla sur del Mediterráneo en los países del Norte responde la penetración cultural, comercial, lingüística y televisiva de la orilla europea en las costas meridionales y orientales de la cuenca mediterránea; también cabe destacar el nacimiento de importantes cadenas de comunicación en Oriente Próximo. Este universo nuevo e informal, que responde más a la expansión de las sociedades que a las políticas estatales, se encuentra también en la intersección de viejos conjuntos: la Unión Europea y los mundos judío, árabe, turco y eslavo: todos ellos tienen su lógica y sus intereses particulares, su cultura propia, combinada con otras en la trama religiosa que constituyen el cristianismo —protestante, católico u ortodoxo— y el islam —suní o chií. Además, el espacio mediterráneo está sometido, como el resto del mundo, a los complejos flujos culturales, económicos y políticos de la globalización en general, tal como hemos manifestado.

La aguda crisis que atraviesa Oriente Próximo a principios de este nuevo siglo, así como sus repercusiones en todo el universo mediterráneo y de la Europa occidental, plantea la necesidad de analizar y comprender la manera en que se articulan los flujos de intercambio y las líneas de conflicto a partir de las que se entrecruzan fronteras políticas y religiosas, en un momento en que, más que nunca, los habitantes de la cuenca mediterránea se encuentran abocados a vivir juntos y a construir un mismo espacio de civilización.

Las cruzadas, Al-Ándalus, Jerusalén, Constantinopla, Estambul… Las narraciones de la historia de la cuenca mediterránea han sido aprovechadas por los ideólogos de toda clase para justificar políticas de dominación, de exclusión, de poder. ¿Cómo repensar la historia de los intercambios y de los conflictos en este universo a fin de intentar comprender el estado presente de las relaciones entre sus habitantes, y la carga simbólica que nutre sus interacciones para lo mejor y lo peor?

Pero ¿los conflictos son principalmente —por no decir exclusivamente— culturales o religiosos, o debemos considerar que, en el fondo, nos hallamos ante un vocabulario de la identidad y del resentimiento que explica tensiones y aspiraciones de intensa naturaleza social, económica y política? ¿Cuál es la incidencia de dichos factores en los conflictos más significativos que ha conocido recientemente el espacio mediterráneo o que todavía perviven en él? Y, ¿hasta qué punto todo esto es pertinente? Si un espacio se define por la intensidad de sus intercambios internos, ¿de qué calibre y de qué naturaleza son estos intercambios en el Mediterráneo? ¿Qué transformaciones se han introducido en las riberas del Norte y el Sur, del Este y el Oeste? ¿Estas transformaciones amenazan los equilibrios demográficos establecidos, o se pueden integrar en la perspectiva de una civilización mediterránea del futuro? ¿Qué valores y qué identidad se reclaman hoy en día para una Europa que se encuentra en el centro de un mundo cada vez más globalizado?

El dossier «Fronteras y diálogo en el Mediterráneo», junto con otras secciones de este número de Quaderns de la Mediterrània, intenta responder, desde el libre albedrío de los autores, a estas y otras preguntas. Avanzaremos algunos elementos en esta presentación. Los historiadores, filósofos, teólogos y juristas han sido quienes han contribuido y contribuyen, cada uno con sus mecanismos de expresión, sus riquezas emocionales, su capacidad de análisis y de crítica, a la construcción de una memoria «histórica». Esta memoria «histórica» se encuentra a caballo entre lo que Mohamed Arkoun denomina la mitohistoria y la mitoideología. La historia y la percepción de los hechos tienen un poder de evocación real. Así, la metáfora sobre las Cruzadas forma parte de la agenda política mundial actual, no como un episodio de la historia medieval, sino de forma vívida, ya que ha sido refrendada por los desmanes del colonialismo y la soberbia de las visiones no contrastadas.

Desde un punto de vista geográfico, las fronteras que delimitan a Europa por el Este son ante todo históricas y culturales. El núcleo de Europa, esa Europa que ha vivido los momentos históricos que han forjado su identidad (la Europa de Carlomagno, del Renacimiento, de las Luces, de la Revolución Industrial…), ha dejado fuera del imaginario del «nosotros» tanto al Este como al Sudeste, amplios espacios que pasaron a formar parte de los imperios Ruso y Otomano.

En la actualidad, la creciente expansión de la Unión Europea hacia el Sudeste y, en particular, hacia Turquía, saca a la luz los problemas de la integración de estos antiguos territorios imperiales, con su legado, sus retos y sus diferencias heredadas del pasado. Pero algunos analistas, sin olvidar que el proceso hacia la adhesión será largo y espinoso, también ofrecen visiones positivas sobre la posibilidad de cerrar con éxito este proyecto de carácter multicultural.

El colonialismo y la descolonización, el Estado y el nacionalismo representan ejes fundamentales de la contemporaneidad, junto con la democracia y el progreso material. Jordi Casassas, desde una perspectiva historicista, señala que el conocimiento no estereotipado de las experiencias más cercanas puede ser un instrumento útil para entender las dinámicas que han servido de pauta para la convivencia colectiva, por lo menos durante los últimos cincuenta años. En este sentido, Joseph Maïla, con una visión más antropológica, cree que en Europa y el mundo arabomusulmán existe, en principio, una dialéctica similar, pero con polaridades inversas. Si, por un lado, en el mundo arabomusulmán la comunidad responde de manera sensible, pero se vive en la escisión y en la desunión, por otro, en Europa, se vive en la unión, pero aún no se ha creado una verdadera comunidad. Mirar hacia Europa, para el mundo arabomusulmán, es como contemplar su inercia en el espejo del Otro.

Desarrollar cierta sensibilidad ante las injusticias históricas que impiden el progreso político es tan importante como desestimar esos agravios tan antiguos (como las batallas o los territorios perdidos en una época tan lejana como la Edad Media) que resultan irrelevantes para el actual debate político, salvo en el caso de la mitología ultranacionalista o sectaria. Pero, al mismo tiempo, la politóloga Claire Spencer considera que las violaciones de los derechos humanos en las últimas décadas no pueden ignorarse cuando son cometidas por los propios autóctonos. Ni tampoco puede descartarse el legado de la propia historia colonial europea en la región sin una reevaluación previa, dado que las estructuras institucionales —tanto económicas como culturales— del Mediterráneo siguen reflejando actualmente la influencia colonial.

¿Son locales las culturas? La apropiación y la manifestación de una cultura específica se efectúan a partir de un territorio concreto, pero no se puede obviar que las culturas no permanecen estáticas y cada día son más plurales, por lo que se dan mutaciones de valores y también nuevas aspiraciones por parte de los individuos que habitan ese territorio.

Como manifiesta Jean Daniel, entre un fatalismo resignado frente a una globalización esencialmente económica y las dobleces identitarias de la exclusión, el único medio para que todos puedan construir un futuro común creativo consiste en que intenten conducir juntos la evolución. Para eso tienen que darse dos condiciones al mismo tiempo: por una parte, se debe buscar en el diálogo con el otro la fuente de nuevos puntos de referencia para uno mismo y, por otra, es necesario compartir con todos la ambición de construir una «civilización común» más allá de la diversidad legítima de las culturas heredadas. Una civilización común fija su horizonte en lo universal y, por lo tanto, en la igualdad, en tanto que el diálogo se alimenta de la diversidad y, en consecuencia, del gusto por la diferencia.

Los conflictos consumen mucha energía; sin embargo, a menudo sirven para motivar los cambios que adaptan las sociedades y los recursos a una nueva realidad. La contemporaneidad de las culturas es asistir a sus propias mutaciones.

En este número dedicado a las fronteras y al diálogo hemos querido hacer visible la presencia de las mujeres en la migración. Pero también hemos procurado darles voz y mostrar su pensamiento, analizando los relatos que ofrecen las escritoras. En sus voces podemos encontrar elementos universales de la condición humana, aspectos que, sin duda, propician el diálogo intercultural.