Humor gráfico político en Palestina
A pesar de la censura gubernamental y los tabúes sociales y religiosos, la caricatura es un elemento básico para reflejar ideales, criticar injusticias y ridiculizar al opresor.
Pedro Rojo
Las viñetas de humor político son un elemento básico en las sociedades del último medio siglo para reflejar ideales, situaciones idílicas, criticar injusticias y ridiculizar al opresor de los más desvalidos. Los dibujantes humorísticos suelen erigirse en la voz de los oprimidos y en la conciencia de la nación que representan, sobre todo en casos extremos como el del pueblo palestino. Expertos como Roger Fisher creen que el humor gráfico es “mejor vehículo para una irreverencia iconoclasta y una enconada sátira, que para santificar iconos patrióticos”.
También lo entienden así algunos caricaturistas palestinos como Baha Bujari, aunque la mayoría se reconocen como dibujantes comprometidos, asumiendo el papel de reforzar los símbolos nacionales, la historia de su pueblo y de denunciar las constantes injusticias sufridas a las que les somete Israel. De esta forma, crean mecanismos de evasión y resistencia social a través de unas viñetas con pocas dosis de humor pero repletas de amargura y dramatismo. Analistas del humor político como Victor Raskin o Charles Press resaltan, además de estos aspectos, la importancia de las viñetas políticas como vínculo de unión entre la sociedad anónima y sus líderes políticos más reconocidos.
Raskin divide los objetos de la sátira política en aquellos personalizados y los que cargan contra un colectivo o régimen político como entidad. El dibujante premio Pulitzer Patrick Oliphant defiende que las viñetas “necesitan de villanos”, pero a pesar de que los palestinos tienen en abundancia, la historia del humor político palestino comenzó afianzada en el segundo concepto de Raskin. Se optó por el objeto colectivo, para ir evolucionando hasta nuestros tiempos al primer concepto en el que las viñetas tienen como objeto a “villanos” concretos. Esta evolución no ha llegado a los personajes árabes ridiculizados, que en su mayoría siguen siendo abstractos o colectivos, por miedo a la censura. Hace décadas, tanto Israel, como el apoyo que recibe de Estados Unidos, eran representados como entes colectivos.
El precursor del humor gráfico palestino, Nayi al Ali, dibujaba a Israel en forma de soldado con la cruz de David en el casco, a los regímenes árabes como un hombre regordete y anodino, vestido a la occidental, o a EE UU en forma de retrete o como una botella de alcohol con las siglas USA. Sólo en casos puntuales utilizó caricaturas de Ronald Reagan, Isaac Shamir o una del asesinado presidente egipcio Anuar al Sadat sobre cuya lápida se puede leer: “Cayó defendiendo Camp David”, mientras varios líderes árabes le miran pensando: “Nosotros somos los siguientes”. Según va discurriendo el conflicto y la situación se vuelve más compleja, los dibujantes palestinos empiezan a diferenciar entre ejército israelí, políticos y personajes concretos como Ariel Sharon o George W. Bush. Sin duda este último ha sido el personaje más satirizado en los últimos años por los lápices palestinos. La creación de personajes es un tema crucial para muchos caricaturistas. No sólo en el lado opuesto, como blanco de sus dardos, sino para encarnar valores y situaciones propias.
El caso de las viñetas palestinas es también peculiar en este punto, pues la presencia del niño palestino Hándala, de Nayi al Ali, ha traspasado el ámbito del humor gráfico para convertirse en un símbolo de la lucha del pueblo palestino. A pesar de que su creador fue asesinado en su exilio de Londres en julio de 1987, Hándala sigue presente en Oriente Próximo y en la diáspora como símbolo en campañas políticas, en forma de llaveros, pegatinas, camisetas, pero sobre todo porque hoy siguen reproduciéndose sus viñetas, con la misma actualidad que hace varias décadas.
Nayi al Ali, precursor del humor gráfico
Nayi al Ali (Naji al Ali en transcripción inglesa), nacido en 1936 en Galilea, se trasladó con su familia al campo de refugiados de Ain el Helua (Líbano) en 1948, huyendo de las tropas judías. Desde su infancia dibujaba de manera compulsiva personajes que casi siempre tenían como sujetos a los desarraigados refugiados palestinos. En una visita al campamento, el escritor Gassán Kanafani conoció su trabajo y decidió llevárselo para que trabajase en la revista kuwaití AlHurriya.
Desde entonces hasta su asesinato, su popularidad no dejó de crecer. Sus críticas demoledoras tanto a Israel como al aparato palestino de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), han dejado abierta la incógnita sobre la identidad de sus asesinos. Su marca de identidad es Hándala, un niño palestino pobre, descalzo y con ropa remendada, que sólo descruza sus brazos de la espalda que da al lector en contadas viñetas. Sólo en dos imágenes de 1987, inéditas hasta su publicación en 2008 en el libro Karikatir Nayi al Ali 1985-1987, se da la vuelta Hándala, acabando con la leyenda que circula por la calle árabe de que sólo se vería su cara cuando Palestina fuese libre.
Al Ali fue claro en su justificación sobre la elección de sus temas, como explica en el libro Al Hadiya lam tasil baad que recoge algunos de sus escritos: “Prefiero hablar de condiciones y actitudes sociales que de líderes y jefes”. Su compromiso con la causa palestina no dejó resquicios para una sonrisa o una viñeta cuyo humor no fuese destructivo. De hecho, su estilo particular se basa exclusivamente en el blanco y negro “para resaltar el sentido dramático, de forma que su contundencia descansa sobre la masa negra, siempre muy poderosa y bien compensada con el blanco, y no tanto en el trazo” opina el dibujante Javier Carbajo, segundo premio en el World Press Cartoon de 2009.
Es difícil ser categórico sobre una obra que su hijo estima en cerca de 12.000 viñetas, pero en la parte pública de sus caricaturas no hay respiro para las escenas que observa Hándala: niños fantasmagóricos con la boca abierta de hambre rodeados de ruinas, mujeres con las piernas heridas que intentan levantarse con unas muletas mientras llevan en el otro brazo a Hándala, complots de líderes árabes contra los palestinos, combatientes palestinos mutilados, división interna entre los políticos palestinos, el mapa de la Palestina histórica mermando con el paso de los años… Sólo las escenas de Hándala y otros niños tirando piedras a Israel, o las figuras de los resistentes palestinos dejan entrever un débil halo de esperanza en sus oscuros dibujos.
La determinante influencia de Nayi el Ali sobre los caricaturistas que le sucedieron puede explicar la profusión de personajes propios creados por dibujantes palestinos. Coetáneo a Al Ali, Baha Bujari (Baha Boukhari en transcripción inglesa) es considerado el otro gran fundador del humor gráfico palestino. Nacido en Jerusalén en 1944, ha publicado ininterrumpidamente a diario desde 1964 en los principales periódicos árabes como los palestinos Al Quds o Al Ayam donde aparecen sus dibujos desde 1995. Bujari usa los mismos trazos redondeados de Nayi al Ali, comunes en los años sesenta, para dar forma a sus personajes entre los que destaca Abu al Abed. Aunque el colorido de sus viñetas y la temática más social de las historias donde está involucrado este personaje marcan una clara distancia con Al Ali.
Abu al Abed busca una mejor situación económica para su familia entre las trabas de la ocupación, mientras que Al Ali dibuja siempre a su personaje masculino por excelencia, Al Zalame (palabra en dialecto palestino para hombre o compañero), en situaciones relacionadas con la lucha del pueblo palestino, ya sean positivas o negativas, pero rara vez en tareas domésticas o familiares. Bujari prefiere la personalización y las alegorías a la hora de criticar los desmanes de la ocupación. Siempre de una forma más sutil y menos descarnada, como muestra la viñeta en la que Abu el Abed comenta lo que le han dicho por teléfono, mientras él y su mujer, Um el Abed, ven cómo una escabadora derruye su casa: “Dicen que pongamos una queja al señor ministro”.
La parsimonia y la paciencia que transmite este personaje, personificada en el pitillo que cuelga irremediablemente de sus labios, no se altera ni en estas situaciones, y contrasta con la desesperación y la angustia que transmiten las imágenes de Al Ali. Pero quizá sea Abu Mahyub (Abu Mahjoob en inglés) el personaje árabe de humor de más éxito de los últimos años. Su creador Emad Hayach (Hajjaj en inglés), jordano pero nacido en Ramala en 1967, es más radical que Bujari al acotar a Abu Mahyub al ámbito social donde es objeto de todo tipo de calamidades y situaciones cómicas, más satíricas y corrosivas que las vivencias de Abu al Abed; en cambio nunca aparece involucrado en la faceta política de la creación de Hayach.
Esta dicotomía se puede apreciar en los dos periódicos en los que publica actualmente: Al Quds al Arabi, el diario internacional árabe más crítico con los líderes árabes, la comunidad internacional o la situación del pueblo palestino. Su director, el palestino Abdelbari Atuán, es una de las figuras más influyentes de los medios árabes y aunque, como reconoce Hayach, también tiene temas tabúes, existe más libertad para hacer humor político que en el diario jordano Al Gad, donde suelen tener más cabida las peripecias de Abu Mahyub. Un caso peculiar es el de Omaya Yuha (Joha en inglés) quien al principio de su carrera en 2001 creó a su personaje Abu Aid, influida por Nayi al Ali, pero, como cuenta en una conversación telefónica desde Gaza, enseguida se arrepintió: “Abu Aid empezó a limitarme, quería dibujar a cualquier persona, sin estar limitada a ningún personaje”.
Esa ha sido su constante desde entonces, con unos dibujos simples y contundentes, a la hora de mostrar las consecuencias de los bombardeos israelíes. Omaya Yuha reconoce que las duras condiciones que viven en Gaza y el haber perdido a sus dos maridos por culpa de la ocupación israelí ha tenido un efecto en su trabajo pero “antes ya dibujaba el sufrimiento de la gente (…), esta ocupación no tiene otra cara que la sangrienta, no quiere la paz, y mi canal para combatirla son las viñetas”. A medio camino entre Abu el Abed y Abu Mahyub se sitúa Abu Fayek, el personaje del joven dibujante Mohamed Sabaaneh (Yenín, 1979). Presente tanto en escenas cotidianas, donde denuncia las difíciles condiciones de vida de los palestinos, como también exalta la fuerza de los palestinos de a pie para salir adelante y sobrellevar su situación con ingenio y esfuerzo. Al mismo tiempo, Abu Fayek es objeto de la violencia de la ocupación o incluso es llevado a prisión.
Sabaaneh representa el éxito de una nueva generación de creadores que rompe con el estilo uniforme, simple y algo naif de sus predecesores. Además de una admiración sin tapujos por Nayi al Ali (en su página web hay una animación en la portada de Hándala sobre la que se lee “No ha muerto”), en su trabajo se percibe que es hijo de la era digital donde el diseño gráfico tiene peso en su obra, así como autores internacionales como Joe Sacco o movimientos pictóricos como el realismo soviético que usa en una viñeta sobre el último bombardeo a Gaza donde una madre palestina y su hijo alzan sus puños contra las bombas que caen del cielo.
Simbología, temas y censura
La simbología, importante para todo caricaturista, es llevada al extremo en el caso de los palestinos. Al Ali marcó una profunda impronta en este sentido que ha sido mantenida por sus compañeros. La kufiya palestina que cubre la cabeza de los hombres está presente entre otros en Abu Mahyub, el vestido tradicional de las campesinas que viste Fátima (el personaje femenino de Al Ali) es también la vestimenta de Um al Abed, la llave que simboliza el derecho al retorno de los refugiados palestinos forma parte de la firma de Omaya Yuha, la bandera palestina, la figura del combatiente palestino, el AK-47 como símbolo de resistencia, el mapa de la Palestina histórica, entre otros símbolos forman parte del proceso de abstracción de los sentimientos, señas de identidad, ideas y principios que conforman la conciencia del pueblo palestino y que con su aparición repetida en sus dibujos, los caricaturistas palestinos asumen el papel de afianzarlos.
La forma de abordar los temas también es variada y ha evolucionado con el tiempo. Emad Hayach reconoce que muchos de sus lectores dicen estar cansados de la política, que Palestina está perdida por lo menos para esta generación, y que mejor concentrarse en sobrevivir el día a día. Por eso, los caricaturistas palestinos actuales alternan los campos social y político. Más allá de utilizar a Israel y EE UU como “villanos”, los caricaturistas palestinos no han cejado en su empeño de criticar tanto a los líderes árabes como a los propios palestinos. Desde el mencionado hombre regordete de Al Ali hasta el personaje Abu Arab de Bujari (que usa para ridiculizar a los líderes árabes), el mismo Abu Fayed o los árabes con cara de tontorrones de Omaya Yuha, la crítica ha sido demoledora, pero siempre en abstracto. El peso de la censura árabe les obliga a dibujar sin poder personalizar.
Esta presión llega tanto de los gobiernos como de los medios, que también tienen unas líneas rojas conocidas por los dibujantes, quienes, ya sea consciente o inconscientemente, practican la autocensura. La solución para ese tipo de viñetas suelen ser las páginas web personales de los dibujantes, donde muchos de ellos tienen un apartado para viñetas censuradas. La división palestina de Gaza y Cisjordania también ha tenido su efecto en el humor gráfico. Las viñetas de Yuha que acompañaban a las de Mohamed Saabaneh en el periódico de Ramala Al Hayat al Yadida dejaron de publicarse al acusarla de ser afín a Hamás. En una viñeta censurada de Baha Bujari aparece Abu el Abed mirando por unos prismáticos, mientras su mujer ve en la televisión las noticias sobre la Conferencia Internacional de Gaza.
La evolución de la situación internacional tras el 11-S está haciendo aparecer otro tipo de censura más peligrosa por su anonimidad. La tensión entre Occidente y el islam y la mal entendida y peor ejecutada “guerra contra el terrorismo” es percibida por muchos musulmanes de a pie como una guerra contra el islam. El cambio de presidencia en Washington sin que la práctica política en este aspecto haya cambiado más que en la vertiente dialéctica, no ha ayudado a relajar la susceptibilidad religiosa del mundo árabe.
Pero esta susceptibilidad no sólo se dirige hacia Occidente, sino que también ejerce una presión anónima, difícil de combatir, en forma de correos electrónicos o mensajes amenazadores a las redacciones, por ejemplo de cristianos ofendidos porque se use el símbolo de la cruz para representar el sufrimiento, como ha ocurrido de forma reiterada desde los tiempos de Nayi al Ali, o como cuenta Emad Hayach, la presión que ha recibido recientemente para que cambie de nombre al compañero de Abu Mahyub, llamado desde hace años Abu Mohamed, porque es indecoroso usar el nombre del Profeta en una viñeta. Si bien es cierto, como asegura Joe Szabo, que la caricatura “es quizá el único medio que ha competido con éxito con la televisión, al menos cuando hablamos de eficacia comunicativa y provocación intelectual de la mente”, en el caso palestino, y en el árabe en general, podemos estar ante la cercenación de las alas creativas de sus dibujantes si se tienen que atener a los límites de la censura gubernamental, los tabúes sociales y lo religiosamente correcto.