Homosexualidad en el mundo árabe contemporáneo
Aunque poco conocida, existe una contracultura árabe ‘queer’ en favor de los derechos LGTB. Sin embargo, a veces la visibilidad puede ser contraproducente y es mejor el anonimato
Samar Habib
En los últimos años, la cuestión de la homosexualidad en el islam está de actualidad. La razón es que de la conjunción de ambos temas se puede obtener ventaja política tanto en los países de mayoría musulmana como en la retórica occidental sobre el islam y los musulmanes. En los primeros hemos sido testigos de cómo los políticos y funcionarios públicos utilizan la homosexualidad como instrumento bien para desviar la atención de las verdaderas crisis a las que se enfrenta el país, bien para construir un argumento contra el imperialismo occidental y la amenaza que éste supone para los valores culturales “islámicos”. Un caso ilustrativo es el del boicot de Omar Ramadán, delegado permanente de Egipto ante Naciones Unidas, al nombramiento por parte del Consejo de Derechos Humanos de la ONU de un investigador independiente para vigilar la persecución basada en la identidad de género y la orientación sexual. En 2016, Ramadán redactó una carta de protesta en nombre de Egipto y de otros países mayoritariamente musulmanes en la que afirmaba que el nombramiento atacaba los valores que él representaba. Del mismo modo, los políticos de Occidente usan el tema de la homosexualidad para demostrar que el islam no es compatible con los valores democráticos o la modernidad. Ambos bandos coinciden de manera implícita en que la homosexualidad y el islam son, en cierto modo, asuntos separados y diferentes, como si la sexualidad y la religión no hubiesen habitado el mismo continuo espaciotemporal desde tiempo inmemorial.
Naturalmente, las voces y movimientos musulmanes progresistas de todo el mundo han elaborado una respuesta a esta polaridad generalizada en un esfuerzo por desestabilizar el islamismo que está surgiendo en diversos grados, así como la islamofobia que se extiende sin control por Occidente. Tanto en Occidente como en los países de mayoría musulmana, asistimos a un aumento de las organizaciones a favor de los derechos de las minorías sexuales y de género. En Occidente, los musulmanes LGBT han adquirido visibilidad y han creado sus propios espacios sagrados, como las mezquitas inclusivas y los grupos y retiros musulmanes LGBT que existen en Canadá, EE UU, Sudáfrica, Reino Unido, y otros países de Europa y su periferia, como Turquía. Esta manera de organizarse también existe en el mundo árabe, aunque en su mayor parte sigue siendo clandestina, y con razón, ya que en la mayoría de los países árabes, la homosexualidad es delito. Tras el 11 de septiembre de 2001 empezaron a proliferar en el mundo árabe las organizaciones no gubernamentales, casi siempre financiadas por fundaciones filantrópicas occidentales, dedicadas a dar solución a la nueva brecha de desigualdad de desarrollo que representa el tema de la homosexualidad. Mientras que la igualdad de género, entendida como los “derechos de las mujeres”, ha sido una prioridad de los programas de desarrollo desde la década de los setenta, hasta hace poco las personas LGBT no habían sido reconocidas a escala internacional como ciudadanos expuestos a la violencia y a la persecución del Estado. La labor de ONG como Human Rights Watch, que en 2001 atrajo la atención internacional sobre la persecución de los homosexuales egipcios con el caso Cairo 52, así como la prohibición de la Unión Europea de la discriminación de personas por su orientación sexual en su Carta de Derechos Fundamentales, fueron seguidas una década después por la declaración por parte de Naciones Unidas y la administración Obama de que los derechos LGBT eran derechos humanos. Estos cambios tan rápidos ayudaron a hacer de los derechos de estas personas un asunto que trascendía las fronteras de cada país y afectaba a los derechos humanos, lo cual llamó la atención internacional sobre contextos nacionales en los cuales los homosexuales sufrían persecución y que, de otra manera, habrían permanecido ignorados.
Aunque está claro que la actual administración estadounidense ha revocado el breve apoyo de su predecesor, las consecuencias de esta internacionalización de las identidades y los derechos LGBT todavía se pueden sentir en la intensificación de las persecuciones en lugares como Egipto y, más recientemente, Chechenia. Se ha producido una reacción al esfuerzo conjunto por dar dimensión internacional a los derechos LGBT considerados como derechos humanos, particularmente en muchos países de mayoría musulmana cuyos gobiernos ponen especial interés en revisar su legislación o en aplicarla de manera más estricta y darle difusión pública.
Como ejemplo podemos citar la iniciativa puesta en marcha en 2011 por un grupo islamista para reformar la Constitución de Marruecos con el fin de definir como familia la formada por un hombre y una mujer, y defender el concepto de familias “desviadas” y “antinaturales”. Antes de la internacionalización de los derechos LGTB, esforzarse por definir así la familia habría sido inimaginable e innecesario. Se daba por descontado que el término se refería al constructo social nuclear heterosexual. Sin embargo, actualmente, las consecuencias de la retórica internacional se pueden observar precisamente en la manera en que los islamistas se sienten obligados a reaccionar. Otro ejemplo anterior nos lleva a Kuwait en 2007. Entonces se promulgó una vaga y perniciosa ley contra quienes vestían y se presentaban en público con la apariencia propia del “sexo opuesto”, en respuesta a la creciente visibilidad de las personas transexuales o de género atípico en el espacio público. La norma de 2007 desembocó en una oleada de detenciones, acosos y encarcelamientos seguidos por numerosos informes de Human Rights Watch.
Egipto tal vez sea el peor agresor en lo que a tender trampas y perseguir a los gais, o incluso a los meramente sospechosos de homosexualidad, se refiere. En ese país, el delirio perseguidor no solo ha provocado la detención y encarcelamiento de hombres efectivamente gais, sino a menudo también de otros que se encontraban por casualidad en el lugar y en el momento equivocados. Las detenciones de los Baños Ramsés en 2014 resultaron ser consecuencia de las despiadadas invenciones de la presentadora de televisión Mona Iraqi, preocupada sobre todo por ganar audiencia para su programa. Los detenidos fueron sometidos a los horribles “exámenes anales”, se determinó que eran inocentes y fueron puestos en libertad. La última vez, y quizá la más absurda, en que los homosexuales han servido como chivo expiatorio fue el concierto de Mashrou’ Leila de 2017, en el que algunos admiradores levantaron una bandera arco iris y fueron detenidos y llevados a prisión únicamente por eso. Lo descabellado de este último caso es verdaderamente preocupante, ya que ahora el Estado pretende castigar algo tan intangible como ondear una bandera.
Incluso en los países en los que la homosexualidad había vivido relativamente en calma y sin acoso, como Argelia, empezamos a observar incitaciones a la violencia, en particular contra los hombres gais y las mujeres transexuales, por parte de los medios de comunicación. Al Shuruqy An Nahar al Yadida,dos periódicos argelinos con una amplia circulación (más de un millón y unos 120.000 ejemplares respectivamente), han empezado a publicar titulares sensacionalistas según los cuales la policía ha pillado a “pervertidos sexuales” (es decir, gais) manteniendo relaciones en parques y lavabos públicos. Un activista pro derechos LGBT me contó que, entre agosto de 2010 y septiembre de 2011, se produjo una oleada de brutales asesinatos de hombres homosexuales y mujeres transexuales de los que los medios de comunicación no informaron y que la policía apenas investigó. En opinión del activista, las incitaciones contra los homosexuales por parte de los medios tienen que ver con los homicidios homófobos. Asimismo, me hizo saber que no fue posible contactar con la policía para pedir más información sobre los crímenes porque tal hecho podría bastar para convertirlo en sospechoso. Este activista forma parte de un movimiento comunitario clandestino, mientras que la red de personas LGBT actúa sin conocimiento de las autoridades, porque la homosexualidad sigue siendo ilegal en el código penal argelino. Estos asesinatos sin resolver rodearon el homicidio de un popular líder de la oposición política argelina al cual se dio mucha resonancia.
La víctima era un profesor universitario llamado Ahmad Kerroumi, un conocido personaje público, ampliamente respetado por la comunidad de su país debido a su activismo político en un partido argelino que exige reformas democráticas. A raíz de la muerte de una afiliada del partido se produjeron importantes disturbios entre la población, que presionó al gobierno para que diese respuestas. Dos semanas después, la investigación policial llegó a la conclusión de que la mujer había sido asesinada por dos individuos que pretendían robarle y que no se había tratado de un asesinato político. Al poco tiempo, el propio Kerroumi fue hallado muerto en la sede del partido. Nadie fue culpado del crimen, así que sus estudiantes y sus partidarios acusaron al gobierno de asesinato político. La indignación, alimentada ya por las manifestaciones de cada sábado contra el régimen, aumentó. Al cabo de unos días, An Nahar publicó en portada un titular que afirmaba que Kerroumi había sido asesinado por su amante gay, que había sido detenido y juzgado. Según el periódico, en el juicio se presentó como testigos a más de 40 hombres que declararon haber mantenido relaciones sexuales con Kerroumi. Asimismo, se reveló que en el lugar del crimen se había encontrado el preservativo de su amante. La historia acabó con el apoyo popular a Kerroumi, al que hasta entonces se conocía como un respetado líder político y un hombre de familia, lo cual actuó como un freno eficaz para los esfuerzos políticos de la oposición.
El wahabismo y sus redes
La situación no siempre fue así, ni tampoco tan mala. En la segunda mitad del siglo XX, el mundo musulmán ha cambiado mucho. En la década de los ochenta asistimos al resurgir del uso del velo, una práctica relativamente olvidada en gran parte del mundo árabe desarrollado a raíz de los movimientos a favor de los derechos de las mujeres que alcanzaron su punto álgido en el Egipto de los años veinte. Con esto no quiero decir que el velo en sí mismo sea un signo de opresión, pero su obligatoriedad sí lo es, ya que el Corán no contiene ningún versículo que respalde esta visión. Así, por ejemplo, es evidente que en la década de los setenta en Afganistán, India, Indonesia, Bangladesh, Pakistán, Egipto, Marruecos o Túnez, no era tan habitual que las mujeres musulmanas llevasen velo. Además, en algunos casos se lo ponían como hacía Benazir Bhutto, es decir, como una costumbre cultural. Basta con ver las películas egipcias de las décadas de los sesenta y setenta para encontrar personajes que bailan al son de “Like a Sex Machine”, de James Brown, beben whisky en bares, y tienen relaciones sexuales fuera del matrimonio. Por supuesto, todo esto seguía siendo tabú en la sociedad, y el patriarcado seguía dominando, pero entonces la variante más común del islam era menos austera.
La riqueza descubierta en Arabia Saudí de la noche a la mañana a mediados de los años treinta acabó por contribuir al resurgir del wahabismo, y es en él donde encontramos las interpretaciones más descabelladas de los versículos coránicos para obligar a las mujeres a llevar velo. Fue el wahabismo, por una parte, y el éxito de la revolución iraní de 1979, por otra, lo que determinó que a mediados de la década de los ochenta el mundo islámico experimentase una restauración doctrinal. Por supuesto, esto tuvo repercusiones no solo para los homosexuales, sino también para los derechos de las mujeres. El imperialismo occidental tampoco es de demasiada ayuda, si bien no se le puede atribuir toda la responsabilidad del ascenso del islamismo como respuesta a sus ocupaciones militares, sus imposiciones y sus políticas colonialistas. El imperialismo ha creado la necesidad de resistencia, y la resistencia suele aparecer desacertadamente en forma de guerra cultural, algo así como “nosotros” contra “ellos”. Si Occidente tolera a los homosexuales (lo cual, ciertamente, no es verdad del todo), el mundo islámico debe entonces rechazarlos, y si Occidente intenta llevar homosexuales al mundo musulmán, los musulmanes deben impedir que este peligro se infiltre entre ellos. Precisamente ésta fue la trágica lógica detrás de la oleada de asesinatos cometidos en Irak en 2009, y de nuevo en 2012, por parte de una milicia chií, que tuvo como blanco a los “hombres” atípicos desde el punto de vista del género, y a los que no vestían según el uso convencional. Los milicianos advirtieron el fenómeno en zonas que con el régimen de Saddam Hussein habían sido ciudades cosmopolitas y que de repente cayeron bajo su control, e interpretaron que significaba que las fuerzas de ocupación estadounidenses habían traído esa “plaga” con ellas, así que llevaron a cabo las purgas con el fin de restaurar su visión de la normalidad islámica. Los combatientes del grupo Estado Islámico también saltaron a los titulares internacionales en 2011, 2015 y 2016, cuando capturaron y ejecutaron a hombres acusados de sodomía, arrojándolos desde un tejado, una forma de castigo que ni siquiera puede calificarse de medieval, ya que el Irak del siglo IX bullía de despreocupados sodomitas que a menudo ocupaban puestos de prestigio y poder en la corte abasí. En los últimos 30 años hemos asistido a la wahabización de gran parte del mundo musulmán. La amplitud del alcance cultural de Arabia Saudí a través de la televisión por satélite (como señala Sahar Amer) y de la financiación de numerosos programas culturales e instituciones islámicas en todo el mundo, asegura que la interpretación del Corán y la aplicación del islam en la vida diaria estén fuertemente influidas por la escuela de pensamiento de ese país, que tiene poco más de 300 años. Incluso en la propia Arabia Saudí no existe un consenso monolítico o unánime sobre la homosexualidad, aunque los estudiosos que, como Salman al Odeh, sostienen que castigarla no tiene justificación en el Corán, son rechazados, si no directamente perseguidos.
Si bien el wahabismo ha contribuido en gran medida a difundir una ideología muy concreta en lo que a la interpretación del Corán y a la vida en el islam se refiere, los musulmanes de todo el mundo siguen practicando su fe de maneras muy diferentes. Pongamos por caso los zawaya sufíes de Túnez y Marruecos, entre los cuales en teoría se podrían celebrar matrimonios entre personas del mismo sexo, o el islam netamente feminista de los hui de China, o los miembros musulmanes del Parlamento alemán que en 2017 votaron unánimemente a favor del matrimonio homosexual. Por eso es crucial que resistamos a la colonización wahabí de nuestras mentes, que produce la impresión errónea de que el islam es el wahabismo y el wahabismo es el islam. Esta tarea de “desaprender” o “desmontar” la visión de que el islam es irreconciliable con el género y la diversidad sexual la están llevando a cabo los propios musulmanes a su ritmo y a su manera.
Tenemos una tendencia voyerista a querer conocer el activismo LGBT en Oriente Medio y Norte de África. Queremos un inventario, queremos nombres, queremos historias y queremos ejemplos. Pero en muchas ocasiones, ha quedado demostrado que nuestra curiosidad hace un flaco servicio al propósito de influir verdaderamente en el cambio social. Cuanto más se considere que las organizaciones LGBT de la sociedad civil están impulsadas por Occidente o son una imposición extranjera, menos probable es que sean capaces de producir el efecto que buscan de manera orgánica, sutil, y en concordancia con los contextos nacionales y culturales particulares. Haríamos bien en dar a la revolución social lenta que está teniendo lugar en el mundo árabe, y que nunca ha dejado de existir, el espacio y el tiempo en la sombra que necesita para prosperar. En ocasiones perturbamos, interrumpimos el ritmo natural a consecuencia de nuestra mirada. En el mundo árabe existe una contracultura árabe queer, viva y floreciente, que está realizando una gran labor de transformación de acuerdo con sus propios criterios y a sus diversas maneras. Sin embargo, a veces, la visibilidad puede ser contraproducente y es aconsejable el anonimato. Los activistas LGBT occidentales están captando el argumento, que les llega desde sus compañeros en el mundo árabe, de que las estrategias de resistencia pueden diferir de un contexto nacional y cultural a otro. Si las políticas de visibilidad han funcionado para los derechos LGBT occidentales, los activistas del mundo árabe nos dicen que, para ellos, no es la estrategia óptima. Al menos por ahora.