La temporada que George Orwell pasó en Marrakech en 1938 fue un fracaso debido a su incapacidad para comunicarse con los árabes, pese al aprecio que sentía por ellos. Aunque fue un hombre de izquierdas que se pasó la vida luchando contra los totalitarismos, dicha incapacidad se ha achacado al trasfondo racista de su naturaleza. Sin embargo, lo más probable es que Orwell, en realidad, estuviera desinformado y aislado. De ahí que no pudiera saber de la existencia de los simpatizantes de Abdelkrim Khattabi, líder del movimiento laico y progresista que se oponía al extremismo religioso local, por un lado, y a la ocupación francesa y española, por otro. Hoy en día, ciertamente, gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación, Orwell habría podido contactar con aquellos que luchaban por sus mismas ideas, y su estancia en Marrakech habría sido muy distinta.
George Orwell en Marrakech en 1938: la dificultad de ser turista en un país árabe
George Orwell (1903-1950), el célebre escritor inglés y amante de la democracia, estuvo en Marrakech y poca gente lo sabe.1 El conocido autor luchó toda su vida contra los fascistas, primero por la fuerza, alistado en las milicias del Frente Popular que luchaba contra Franco en España en 1936; y después, mediante el papel y la pluma, caricaturizando a los líderes totalitarios tanto en Rebelión en la granja, escrito en 1943, como en 1984, escrito tres años más tarde. Orwell pasó el invierno de 1938 en Marrakech siguiendo la recomendación de sus médicos, que le aconsejaron el clima seco de la ciudad para luchar contra la tuberculosis que padecía. De hecho, en Marrakech escribe su obra Subir a por aire, que publicó en 1939.2 Sin embargo, lo sorprendente en su caso, por el hecho de ser un hombre de izquierdas y militante por los derechos de las personas, es que, según constata él mismo, su viaje a Marrakech fue un fracaso debido a que no fue capaz de comunicarse con los árabes, pese a sentir aprecio por ellos: «Me gusta la gente árabe, son gente amable, pero no he podido establecer contacto con ellos porque hablan un tipo de francés “bastardo” y yo soy demasiado perezoso para aprender el árabe».3 Podríamos pensar directamente en un problema relacionado con la lengua, pues todos solemos tener dificultades de comunicación con los extranjeros. Y es cierto que en Marruecos, igual que nuestros hermanos sirios o saudíes de Oriente Medio, nos sentimos perdidos con respecto a los turistas que pasan por nuestras tierras. Porque nosotros tenemos el arte de poder hablar un gran repertorio de lenguas, mezclando el árabe con el francés, pero principalmente con el beréber, que a Orwell y muchos turistas les queda lejos de su ámbito de conocimiento.
Sin embargo, Orwell era demasiado perspicaz para reducir la dificultad de la comunicación a una cuestión de lengua, porque todos podemos ser capaces de generar intercambios de conocimiento profundo con los extranjeros, aunque tengamos problemas con la lengua. De hecho, es una cuestión de afinidad lo que facilita la comunicación. Los primeros musulmanes, deslumbrados ante la idea de una religión universal, principalmente los sufís del siglo viii, como el iraní Bistami (777-849), recomendaban viajar como un medio para el autoconocimiento, e insistían en lo siguiente: el intercambio es más fácil con un extranjero con quien se tiene afinidad que con un familiar cercano que no comparte nuestras ideas. «¡Dios mío! Cuánta gente cercana está lejos de nosotros. ¡Y cuántos extranjeros lejanos nos resultan muy cercanos!»4
Orwell sabía que el problema se situaba en un nivel diferente al de la lingüística. Se sorprendía ante su incapacidad de comunicarse con los habitantes de Marruecos, que en ese momento estaban doblemente colonizados por la Armada española, al norte, y por la francesa, al sur, y debían resistir en todas partes. Orwell era particularmente sensible a esta resistencia debido a que había nacido en 1903 en plena India colonial, en el pueblo de Mothiari, junto a la frontera con el Nepal, donde su padre trabajaba como agente del Departamento de Opio del Indian Civil Service.5
Orwell fue particularmente sensible a ese entorno en su juventud, porque en su edad adulta siempre se dedicó a defender la libertad. Cada línea que escribía era un golpe dirigido contra el totalitarismo, según él mismo declaró en el célebre texto «Por qué escribo», concebido como un testamento propio en 1946, cuatro años antes de su fallecimiento en Londres, en enero de 1950: «Cada línea de trabajo serio que he escrito desde 1936 ha estado dirigida a luchar directa o indirectamente contra el totalitarismo y por el socialismo democrático, de la forma en que yo lo entiendo».6
Y porque estamos ante un intelectual comprometido, acostumbrado a dolorosos ejercicios de autoanálisis e introspección, podemos entender por qué no comunicarse con los árabes le suponía un problema, y ello a pesar de que había llegado como turista a Marrakech muy enfermo. De hecho, en 1938, Orwell ya trató el problema de la relación entre el turismo y el compromiso político. Más que nunca, la globalización, es decir, la abolición de las fronteras entre los estados, nos condena a convertirnos en turistas, a menudo a nuestro pesar, y a pasar buena parte de nuestra vida viajando, ya sea por trabajo o por placer. De ahí la necesidad de comprender por nosotros mismos las reglas del juego en este ámbito, para no perder la oportunidad de comunicarnos con los extranjeros que el destino pone en nuestro camino, o por lo menos, darnos cuenta de que algo no encaja cuando estos no llegan a comunicarse con nosotros en este mundo globalizado. Pero ¿por dónde empezar? Personalmente, sugiero que nos quedemos un poco más con Orwell en el Marrakech de los años treinta para ver el desarrollo de sus pensamientos y dudas sobre las dificultades y los retos de la comunicación cuando nos aventuramos en un país extranjero. A ello cabe añadir el necesario compromiso político que nos impone la globalización, tal y como muestran las manifestaciones espontáneas en todo el mundo a partir del momento en que el presidente George Bush empezó a hablar de un posible bombardeo a Irak tras el ataque del 11 de septiembre de 2001.
El dilema de Orwell: turismo y activismo político
Orwell sufría una angina que a mí, personalmente, conseguiría desvincularme de cualquier actividad política. De ahí mi admiración por su empeño en descifrar el porqué de no poder comunicarse con los habitantes de Marrakech. Al principio, pensó que el problema estaría en su estatus de turista. Es cierto que solía viajar con frecuencia en el marco de misiones específicas, por ejemplo, cuando decidió regresar a Asia una vez finalizados sus estudios para trabajar como policía en Birmania, donde permaneció cinco años, entre 1922 y 1927; o cuando, en 1936, se alistó en las milicias del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) para luchar contra los fascistas en España, pero «este viaje [a Marrakech] es un hecho nuevo para mí, porque es la primera vez que me hallo bajo la condición de turista».7 Según la definición, un turista es, en principio, alguien que viaja a otro lugar para no hacer nada específico; y nada forzó a Orwell, a primera vista, a no comunicarse con los habitantes del país que visitaba. Añade, además, que podría haberse comunicado mejor de haber llegado con una misión militar precisa, como era el caso de muchos intelectuales de la época que se aprovechaban de los ejércitos coloniales para viajar: «El resultado es que es prácticamente imposible establecer contactos con los árabes. Y digo que si hubiera venido aquí con la ejecutiva de una expedición militar, habría tenido inmediatamente acceso a todas partes, pese a las dificultades con el lenguaje».8 La profesora Fouzia Rhissassi, una marroquí experta en literatura inglesa que escribió el magnífico texto «Orwell’s Marrakech», llegó a la conclusión de que, pese a ser un hombre de izquierdas, Orwell aún poseía un poso de racismo europeo en su interior: «Por muchas simpatías que le suscitaran los marroquíes en cuanto que desfavorecidos, no había duda de que, para Orwell, Inglaterra era la reina del mundo. Le costó fijarse en los detalles del carácter o la actitud de los marroquíes, actitudes que eran comunes en el norte de África e Inglaterra».9 Según ella, Orwell percibía la humanidad, a pesar de sus ideas vanguardistas, como un monopolio de los europeos: «La humanidad no posee una herencia común».10 No obstante, en mi opinión, las dificultades de comunicación de George Orwell no provienen de su racismo, sino que son, más bien, un problema tecnológico. En 1938 no había internet, ni en Londres ni en Marrakech, y el precio del acceso a los medios de comunicación, que eran los diarios, la radio o el teléfono, eran tan exorbitantes que solo los fascistas como Hitler podían permitírselos.
Es el precio que Orwell tuvo que pagar por su derecho a expresarse, comunicar sus ideas y hacer entender su voz, la cual afirmó que los enamorados de la democracia en los países del tercer mundo eran invisibles e inaudibles en 1938. Estoy convencida de que el pretendido racismo de muchos europeos, como veremos en el caso de Orwell, se debía, en realidad, a las dificultades para informarse. Es más, a pesar de su enfermedad, Orwell luchó para encontrar combatientes por la democracia de Marruecos.
Orwell no era racista, estaba desinformado: nunca escuchó hablar del líder marroquí Abdelkrim Khattabi
En 1938, localizar a los marroquíes que albergaban un anhelo de democracia era imposible, pues ellos mismos no podían ofrecerse a los medios de comunicación para hacerse entender y dar a conocer su voz en el ámbito mundial. A pesar de sus tentativas por conectarse, Orwell llegó a la conclusión que «no hay ningún movimiento de resistencia antifrancés, desde mi punto de vista. En todo caso, ninguno que tenga una mínima importancia. Y en el caso de que hubiera un movimiento, sería, posiblemente, un movimiento nacionalista antes que socialista, debido a que la mayoría de la población aún vive en la época feudal».11 Esta evaluación que hace Orwell de la situación política de Marruecos de los años treinta es totalmente errónea: «Las crónicas desvelan los nombres de una treintena de caciques que dirigían la resistencia contra los franceses y los españoles entre los años 1900 y 1935», constata uno de los historiadores más meticulosos del Mediterráneo moderno, el marroquí Abdellah Laroui.12 Este estudioso demuestra, con argumentos sólidos, que al menos uno de estos caciques escapó del marco nacionalista y se posicionó férreamente en la lucha contra el totalitarismo. Se refiere a Abdelkrim Khattabi, nacido en 1882 y, por tanto, veinte años mayor que Orwell. Khattabi luchó para instaurar una república laica en el Rif en los años alrededor de 1920, porque sentía un horror particular por el extremismo religioso local, y tanto Francia como España combatieron contra él. Finalmente, ambos países lo forzaron a exiliarse y falleció en 1963.
Así pues, diez años antes de que Orwell fuera a España a tomar las armas contra el fascismo de Franco, Abdelkrim Khattabi se batió en lucha al otro lado del Mediterráneo, en las montañas del Rif, por la misma causa. Khattabi era un admirador de Kamal Ataturk, el líder turco que instauró la primera república laica en un país musulmán y dio a las mujeres el derecho al voto en 1924. Khattabi tenía dos enemigos: los ejércitos coloniales que ocupaban el país y el fanatismo religioso que corroía las instituciones locales. «Admiro la política que se instaura en Turquía. Los países musulmanes no podrán alcanzar la independencia sin la previa liberación del fanatismo religioso», explicaba.13 El sueño de Khattabi era una sociedad donde el individuo pudiera reflexionar y actuar libremente, y los gobernantes de España y Francia se sintieron amenazados por ese proyecto de nación árabe cuyas mentes pensaran sin cortapisas: «Contra veinte mil rifeños en armas, los franco españoles concentraron a ochocientos mil hombres apoyados por varias escuadrillas de aviación. Aplastados por la superioridad enemiga y sumisos ante un verdadero tormento de fuego, los rifeños tuvieron que capitular».14 Pero si Abdelkrim fue deportado por los vencedores a la isla de Reunión, que formaba parte del territorio de Francia, y tuvo que permanecer veinte años en el exilio antes de escapar a Egipto, los miles de partisanos y simpatizantes que lo apoyaron alimentaban su sueño cada día. El mismo año en que Orwell se alistó en las milicias del POUM, una delegación del mismo partido en Marruecos propuso su ayuda al Frente Popular en 1936, pero a condición de que, después de la victoria, se concediera la independencia al país. Condición que fue rechazada, según el historiador Abdelkrim Ghallab.15
Todo ello nos recuerda a Orwell y su incapacidad para reparar en los defensores de la democracia en el mundo árabe: ¿Era racista o estaba mal informado? No es tan importante la respuesta como la pregunta, pues nos ayuda a focalizar en lo esencial, que llamaré a partir de ahora el potencial magnífico del turismo civil: la oportunidad extraordinaria que tenemos, en los albores del siglo xxi, de poder fijarnos, por todos los rincones del mundo, en aquellos que luchan por las mismas ideas y tienen los mismos sueños de un planeta cuyos ciudadanos puedan tejer mil diálogos y donde los terroristas no tengan cabida. Los ciudadanos, a partir de ahora, deberemos bautizarnos como «cosmocívicos», en oposición a esos dos periodistas del diario inglés The Economist, John Micklethwait y Adrian Wooldridge, que los han bautizado con el nombre de «cosmócratas». Los cosmócratas, explican estos autores, son una clase de ricos que «operan a escala mundial», y por eso han escogido este nombre para identificarlos, debido a que el término cosmo significa universo, y el término crate, gobierno, en su raíz griega,16 que encontramos en los términos democracia (gobierno de demos, el pueblo) y aristocracia (gobierno de aristos, los mejores). Para asegurarse de que hemos comprendido el concepto de cosmócratas, Micklethwait y Wooldridge utilizan el enigma siguiente: «¿Cuál es la diferencia —ironiza un titular de The Guardian—entre Tanzania y Goldman Sachs? La diferencia es que los beneficios de Goldman Sachs (2,6 mil millones de dólares) se dividen entre 181 personas (los socios de la empresa), mientras que el presupuesto anual de Tanzania (2,2 mil millones de dólares) debe, en principio, beneficiar a toda la población del país, y repartirse entre 25 millones de tanzanos».17
En el Marruecos de 1938 que Orwell visitó, el teléfono era un monopolio de los cosmócratas del momento, es decir, la élite europea colonial que dominaba el país y sus aliados locales, principalmente los que ayudaban a matar la rebelión. Y es que, al retroceder al Marruecos de esa época, nos damos cuenta de la revolución prodigiosa que constituye, hoy en día, el acceso de los más desfavorecidos y los excluidos a la parabólica que los conecta a los satélites, al teléfono y al cibercafé donde pueden navegar por internet. En el Marruecos de 2004, con sus mejores parabólicas y cibercafés en los barrios periféricos, Orwell habría podido descubrir a los cosmocívicos y comunicarse fácilmente con los árabes.
En Marruecos, el teléfono del sultán Hassan I (1892) fue un monopolio de los ricos hasta 1990
A finales del siglo xix, las nuevas tecnologías de la comunicación empezaron a introducirse en Marruecos con el establecimiento del primer servicio postal moderno: «En 1892, el sultán Moulay Hassan I procedió a la instalación del servicio postal por primera vez en Marruecos. En cuanto a su texto reglamentario, el mariscal Lyautey —representante del gobierno francés en Marruecos— lo firmó en 1924. Con la independencia de Marruecos, se registraron 62.500 líneas telefónicas, pero solamente 14.000 para ciudadanos marroquíes, un porcentaje del 22,4%. El télex (fax) no tenía más que dos centrales, lo cual solo permitía la conexión de 106 abonados».18
De hecho, podríamos decir que durante un siglo, desde la época del sultán Hassan I hasta 1983, las cosas no evolucionaron demasiado en cuanto a los derechos de los ciudadanos relativos a la telefonía: «Hacia finales de 1983, Marruecos no contaba con más de 200.000 líneas telefónicas, y más de 50.000 estaban en un estado obsoleto […] Por otra parte, las centrales utilizaban la tecnología digital, que representaba una décima parte de la cantidad total de tecnología del momento. Esto último suponía nada más que dos centrales, que permitían la conexión de apenas 106 abonados».19 Los marroquíes de mi generación aún se acuerdan de esa época en que un teléfono en casa se consideraba un gran privilegio. Era necesario tener muchos enchufes, es decir, ¡traer a la prima de la cuñada del marido de la tía del director de la oficina principal de correos de Rabat! Y todos los teléfonos que existían en el país estaban concentrados en la zona de Casablanca y Rabat.20 El avance democrático de Marruecos resulta incomprensible si no tenemos en cuenta la democratización del acceso de las clases modestas y medias al teléfono fijo en un primer momento, y a los móviles en segundo, y aún más importante: «El número de abonados a teléfonos móviles se multiplicó por 116 veces, pasando de 3.194 abonados en 1992 a 369.174 a finales de 1999».21
Es irónico constatar que uno de los hombres que más ha contribuido a la aceleración de los procesos democráticos de Marruecos en los últimos años no es el líder de un partido político histórico, sino un proveedor de servicios de telecomunicaciones, es decir, el presidente de Maroc Telecom. Ha podido lograrlo a pesar de la privatización y la apertura del mercado nacional a la competencia con los genios —nótese la ironía— que vienen del extranjero para mantener su compañía como «el líder nacional y el operador preferido de los marroquíes». Con gran orgullo, en 2002 anunció que Maroc Telecom era el líder del mercado, «con más de 4,6 millones de clientes de móvil y un millón de clientes de línea fija».22
Lo cual nos recuerda a nuestro turista preferido, George Orwell. Imaginen su gozo en el Marrakech de los años treinta si los marroquíes que albergaban anhelos democráticos hubieran podido, también, albergar un pequeño teléfono móvil en el bolsillo, y el maravilloso invierno que el autor habría podido pasar en el Marrakech de 2004, cuando los cibercafés y las parabólicas pueblan los barrios más desfavorecidos y los pueblos más recónditos de los montes Atlas y el desierto.
El recuerdo de Orwell, enfermo y solitario, en una habitación de hotel de Marrakech, me ha inspirado el libro Les Sinbads marocains: voyage dans le Maroc civique,23 donde trato de compartir con los extranjeros y mis compatriotas que pasan sus vacaciones en casa lo que más me gusta y, sobre todo, lo que más me hace reír en Marruecos cuando me convierto en turista. Intento, en lo posible —Alá es testigo de ello— dejar de lado el tono académico sofocante, y resaltar la información pertinente, llenando el texto de descripciones históricas de mis guías favoritos, es decir, de Bakri, Idrissi, Ibn Jaldún y León el Africano.
Notas
1. Biografía de George Orwell, en línea: http://www.K1.com/Orwell/Index.cgi/about/biography.html. Este texto forma parte del libro Les Sinbads marocains. Voyage dans le Maroc civique, que la autora publicó en Rabat, Éditions Marsam, 2004.
2. Ibid.
3. Sonia Orwell y Ian Angus (eds.), The collected Essays, Journalism and Letters of George Orwell, Harmondsworth, Penguin, 1970, vol. 1, p. 407.
4. Bistami, Shatabat as-Sufiya, estrofa que traduzco personalmente [de F.Mernissi], introducida y comentada por Abder-Rahman Badawi, Wekalat al-Matbou’at, Kuwait, fecha no indicada, p.85. Hay una traducción anterior a Mernissi del tunecino Mehdeb en Les dits de Bistami, Fayard, París, 1989.
5. Biografía de George Orwell, op. cit.
6. Cita tomada del artículo de Rhodri Williams «Essays: Orwell’s Political Messages», publicado en línea en la web: https://k-1.com/Orwell/site/opinion/essays/rhodi.html.
7. Sonia Orwell y Ian Angus (eds.), The Collected Essays, Journalism and Letters of George Orwell, op.cit, p. 407.
8. Sonia Orwell y Ian Angus, (eds). The Collected Essays, Journalism and Letters of George Orwell, op.cit, p. 309.
9. Fouzia Ghissassi, «Orwell’s Marrakech», Hespéris-Tamuda, vol. xxxiv, 1996, p.186. Esta revista es una de las mejores del género, ya consagrado, del estudio de Marruecos, tanto en el plano histórico como social, publicada por la Facultad de Letras y Ciencias Sociales de Rabat, Universidad Mohammed v.
10. Fouzia Ghissassi, op.cit., pp. 159-191.
11. Sonia Orwell y Ian Angus (eds.), The Collected Essays, Journalism and Letters of George Orwell, op. cit, p. 389.
12. Abdellah Laroui, Les origines sociales et culturelles du nationalisme marocain: 1030-1912, París, François Maspero, 1977, p. 424.
13. Al Manar, tomo xxvii, núm. 8, 1926, p. 632; citado por Abdellah Laroui en Les origines sociales et culturelles du nationalisme marocain: 1830-1912, París, François Maspero, 1977, p. 427, nota 14.
14. Abdalaziz Amine, Brahim Boutaleb, Jean Brignon, Guy Maritnent, Bernard Rosenberger y Michel Terrasse, «La guerre du Rif», en Histoire du Maroc, obra colectiva publicada simultáneamente en París y Casablanca.
15. Abdelkrim Ghallab, «La coalition du Nord dans sa lutte contre les espagnols», en L’histoire du mouvement nationaliste au Maroc [Tarikh al Jaraka al Wataniya], Matba’at ar-Rissala, Rabat, 1987, p. 182.
16. John Micklethwait y Adrian Wooldridge, «A global ruling class», en A Future Perfect: The Essentials of Globalization, Nueva York, Crown, p. 228.
17. Ibid., p. 285.
18. Véase Le secteur de télécommunications au Maroc, Revue d’information de la Banque Marocaine du Commerce Extérieur, núm. 274, p. 5.
19. Ibid
20. Según la dirección regional de Maroc Télécom, en el total nacional de líneas telefónicas predominaba el eje Rabat- Casablanca, donde se concentraba el 54,6% de las líneas. La región de Casablanca concentraba el 29,1% de las líneas, seguida por Rabat, con el 25,5%, Fez, con el 14,3% y Marrakech, con el 8,9%. Véase Le secteur des télécommunications au Maroc, op.cit., p. 6.
21. Le secteur des télécommunications au Maroc, op. cit., p. 5.
22. «L’interview du Président», en Rapport annuel 2002, Maroc Télécom, p. 4.
23. Fatema Mernissi, Les Sinbads marocains: voyage dans le Maroc civique, Rabat, Éditions Marsam, 2004.