Geopolítica de Turquía después de las elecciones generales y legislativas de 2018

20 maig 2019 | | Espanyol

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Turquía ha experimentado profundos cambios políticos en los últimos años, que a su vez han tenido un papel determinante en su política exterior. Estos cambios se han producido en un contexto internacional de gran incertidumbre y progresivo incremento de tendencias autoritarias a nivel global.

El país cuenta con un rico pasado multi-partidista que ha sido testigo de diferente s posicionamientos ideológicos, jalonado por golpes de Estado que interrumpieron y afectaron significativamente su evolución política en el siglo pasado. Así, el golpe de estado de 1980, daría un giro determinante al curso político de décadas anteriores. Todos los partidos políticos fueron ilegaliza dos, cientos de miles de personas detenidas y la tortura y el maltrato se convirtieron en prácticas generalizadas. Una nueva Constitución fue aprobada en 1982 todavía bajo el mandato de la Junta Militar que lideraría el gobierno hasta las elecciones de 1983. Esta Constitución incluiría importantes restricciones a los derechos y libertades fundamentales. El estamento militar que lideraría el golpe promovería, muy particularmente, la persecución de los idearios de izquierda e impulsaría un cambio social a través de la promoción de valores nacionalistas y religiosos, conocido como síntesis turco-islámica, así como reprimiría con extrema crudeza las demandas identitarias kurdas.

La vuelta a las elecciones a partir de 1983 contribuiría a restablecer unas instituciones democráticas que, sin embargo, no pudieron desarrollarse plenamente, ya que la transición fue incompleta. La vuelta a la política de partidos, se conjugó con importantes cambios económicos y sociales amparados por una nueva política neoliberal que daría lugar a una creciente desigualdad social, pero al mismo tiempo interconectaría a Turquía con un escenario internacional cada vez más interconectado, que también contribuiría al germen y desarrollo de nuevos movimientos sociales. La década de los 80 fueron los años del primer ministro Turgut Özal, quien solicitaría por primera vez la entrada de Turquía con la CEE, al mismo tiempo que inauguraría un activismo inusitado en Oriente Medio para la política exterior turca y promovería a su vez, el acercamiento a las repúblicas ex soviéticas con las que Turquía comparte un legado cultural común a principios de la década de los 90 (Öktem, 2011).

Durante esta década, tuvieron lugar inestables coaliciones gubernamentales que, sin embargo, mantuvieron la prioridad de estrechar las relaciones con la UE (con la excepción del gobierno que dirigiría el primer ministro Necmettin Erbakan, que concluiría con un golpe de estado “postmoderno” en 1997), al mismo tiempo que se reivindicaría para Turquía una identidad tanto europea como asiática lo que confería al país un carácter excepcional en la esfera internacional (Yanik, 2009).

La luz verde del Consejo Europeo de Helsinki a la candidatura de Turquía a la UE impulsó que el gobierno tripartito del momento desplegara una hoja de ruta de reformas democratizadoras para promover la apertura de negociaciones con la UE. En este contexto, la llegada del AKP al poder en 2002, partido de origen islamista, escindido del ilegalizado Fazilet Partisi, se produjo entre la esperanza por el cambio prometido por los “renovadores”, que se auto-definían como demócratas-conservadores y se adherían a la candidatura turca a la adhesión europea y la desconfianza que generaba su el pasado religioso, su anterior discurso anti-occidental y la ambigüedad con la que se habían adherido a un régimen democrático, al que en ocasiones se habían referido como una vía instrumental para establecer un orden de felicidad “saadet nizamı”(Hale & Özbudun, 2010).

El AKP lograría dar lugar, sin embargo, a la apertura de las negociaciones de adhesión con la UE en 2005 en lo que Öniş (2015) caracteriza como la época dorada del AKP. Sus sucesivas mayorías absolutas, hasta las elecciones de 2015 le darían un papel predominante en el sistema del partidos y la permanencia en el poder de Recep Tayyip Erdoğan se ha consolidado con un giro autoritario del sistema que ha desarrollado un entorno económico clientelar, la expansión de asociaciones y ONG s islámicas en paralelo a la privatización de ámbitos del estado del bienestar y un férreo control de los medios de comunicación y del dominio del discurso político público (Somer, 2016).

El cambio constitucional aprobado en el referéndum de 2017, cuyos resultados fueron contestados tanto dentro como fuera del país por las irregularidades cometidas en el recuento de votos, daría lugar a un nuevo sistema presidencialista, que concentra en la actualidad todo el poder ejecutivo en el presidente turco, al que se le añaden nuevos poderes legislativos, y una gran discrecionalidad en el nombramiento de cargos públicos que afectan de manera determinante, también al sector judicial. Si bien el Parlamento incrementa su número de escaños hasta 600 su capacidad de controlar al gobierno ha sido significativamente mermada bajo el nuevo sistema.

El nuevo sistema presidencialista entró plenamente en vigor tras las elecciones generales y presidenciales de junio de 2018, que mantuvieron en la presidencia a Tayyip Erdoğan, al mismo tiempo que se constataba una pérdida electoral para el AKP en el Parlamento, quien conseguiría la mayoría absoluta de la mano de un partido ultra-nacionalista, el MHP.

La política exterior del AKP

La política exterior del AKP ha ido evolucionando de manera notable moldeada por profundos cambios internos y externos. En sus primeras épocas, si bien se quiso conferir un papel clave a Turquía en la esfera internacional, éste estaría anclado por la perspectiva de adhesión a la UE y se pondría en marcha a través de una ambiciosa política de interlocución que llevaría al gobierno de Ankara a lanzar estrategias de mediación entre Siria e Israel o entre Fatah y Hamas entre otros.

El discurso geopolítico, a su vez, dará un giro de tuerca a la identidad híbrida europea y asiática que se había defendido en la década de los 90 para reivindicar abiertamente una identidad islámica (sunní), heredera del legado histórico y geográfico del Imperio Otomano, lo que redundaría en potenciar una activa política exterior en Oriente Medio. Tras las primaveras árabes y los trascendentales cambios políticos a los que darán lugar, Erdo an dejaría de lado la política de mediación y tomará partido en los conflictos que sacudirán las dinámicas regionales. Junto al poder blando, se han desarrollado instrumentos de poder duro que incluyen la participación militar en la guerra de Siria o el establecimiento de bases militares en Qatar, Somalia y Sudán. Esta activa política exterior, que tiene una visión no sólo regional, como se puede constatar por ejemplo en la expansión de la Agencia Turca de Cooperación, TIKA en América Latina, ha ido acompañada de un creciente discurso anti-occidental por parte del presidente turco y de sectores de su partido, el AKP, equilibrada por las declaraciones en el entorno de Exteriores que aseveran la vocación europeísta y trasatlántica del país.

En relación a la UE, a día de hoy, sin embargo, en el año 2019, tras 14 años de negociaciones de adhesión, sólo se ha procedido a abrir 16 de los 35 capítulos que han de ser abordados, de los cuales sólo uno se ha cerrado provisionalmente. El estancamiento constante en las negociaciones de adhesión y el retroceso democrático en Turquía han perjudicado notablemente sus relaciones.

Desde algunos Estados miembros, a los que se han sumado diferentes voces dentro de las instituciones europeas, se ha solicitado concluir con las negociaciones de adhesión y promover otras vías de colaboración.

Frente a ello, se encuentran los defensores de mantener el marco de las negociaciones de adhesión, ya que permite dotar a las relaciones de cierta estabilidad y previsibilidad, con un país socio tan clave como Turquía.

Su importancia estratégica quedó, de hecho, de nuevo, de manera patente con la crisis de los refugiados desatada en 2015 que dio lugar a la firma de un acuerdo entre los países de la UE y Ankara con el objeto de frenar la llegada de refugiados a los estados miembros. Posteriormente se ha extendido la percepción de que la tibia respuesta hacia el giro autoritario del régimen turco y las purgas que han afectado a amplios sectores de la población, especialmente tras el intento de golpe de estado que tuvo lugar en 2016 está condicionada por el mantenimiento de este acuerdo.

Con el objeto de impulsar las vías de colaboración también se ha planteado la modernización de la Unión Aduanera, establecida en 1996, consecuencia del acuerdo de Asociación firmado en 1963 entre Ankara y Bruselas. Sin embargo, el debate sobre si aplicar el condicionamiento político o no a la misma también ha impedido avanzar en este ámbito.

Las relaciones con Estados Unidos, a su vez están sometidas a graves tensiones, limadas en parte por la relación personal entre el presidente turco y el estadounidense, Donald Trump. A las crisis originadas entre ambos países por la negativa de extraditar al líder religioso, Fetullah Gülen, a quien el gobierno turco acusó de haber llevado a cabo el intento de golpe de estado que tuvo lugar en 2016, se une el apoyo que Washington ha dado a las fuerzas militares kurdas en Siria (YPG), percibidas desde Ankara como una amenaza existencial, por el potencial que tendrían de establecer un área autónoma kurda en el norte de Siria. A ello se sumó la detención en Turquía del Pastor Andrew Brunson en el verano de 2018 lo que dio lugar a que Estados Unidos doblara los impuestos aduaneros al aluminio y acero turco, medida que dañó una ya de por sí afectada economía turca. El factor inminente que sin embargo está a punto de hacer colisionar a los dos países con consecuencias imprevisibles es la compra por parte de Turquía de los misiles anti-aéreos S-400 provenientes de Rusia, que tanto Estados Unidos como sus aliados de la OTAN consideran incompatibles con la nueva generación de aviones de combate F-35, en cuya producción internacional participa Turquía. El despliegue de estas baterías de misiles en suelo turco con inteligencia rusa, declaran sus socios transatlánticos, sería incompatible, por motivos de seguridad, con la inter-operatividad desarrollada por la tecnología sensible compartida por los países miembros de la OTAN. De hecho, Estados Unidos ha parado recientemente la venta de partes del avión de combate F-35 a Turquía.

El acercamiento a Rusia de Turquía, auspiciado por cuestiones estructurales como la proximidad geográfica o por importantes relaciones económicas (Rusia provee el 53% de gas natural que consume Turquía, entre otras cuestiones) se ha visto favorecido por las relaciones bilaterales entre Vladimir Putin y Tayyip Erdoğan que llegaron a encontrarse en persona en siete ocasiones en 2018 y por el propio proceso de Astana auspiciado por Rusia, Irán y Turquía, con el objetivo de canalizar el fin del conflicto sirio. En este proceso, Turquía también ha 4 buscado el apoyo de Moscú y Teherán para llevar a cabo una política de contención y debilitamiento de las YPG en las zonas fronterizas del país vecino. Turquía, hasta el momento, ha sido capaz de mantener su posición en la Alianza Trasatlántica y estrechar sus relaciones con Rusia, pero la incógnita que se cierne sobre los próximos meses plantea si la presidencia de Erdogan va encaminada a un punto de no retorno, que situaría al país en una posición internacional completamente diferente a la mantenida durante décadas.

Referencias

HALE, W. & ÖZBUDUN, E. Islamism, Democracy and Liberalism in Turkey: The Case of the AKP. London and New York: Routledge, 2010.

ÖKTEM, K. Angry Nation: Turkey Since 1989. Canadá, Fernwood Publishing, 2011.

ÖNIş, Z. “Monopolising the Centre: The AKP and the Uncertain Path of Turkish Democracy”. International Spectator, 50(2), 2015, 22-41.

SOMER, M. “Understanding Turkey’s democratic breakdown: old vs. new and indigenous vs. global authoritarianism”. Southeast European and Black Sea Studies, 16:4, 2016, 481-503,

YANIK, L. “The Metamorphosis of Metaphors of Vision: “Bridging” Turkey’s Location, Role and Identity after the End of the Cold War”. Geopolitics, 14(3), 2009, 531-549.