Diez años después de los movimientos revolucionarios que sacudieron la región MENA, las jóvenes de estos países se han convertido en punta de lanza de las transformaciones que afectan los fundamentos inamovibles de sus sociedades: el adultocentrismo y el patriarcalismo. Así, es interesante analizar cómo esas jóvenes, que participaron de lleno en los movimientos revolucionarios, han ido transformando el espacio social de un modo silencioso pero implacable. Así, muchas asumen de buen grado la lucha diaria para acomodar sus aspiraciones a los modelos modernos y tradicionales en torno al matrimonio o la trayectoria laboral. Todo ello las ha llevado a formular nuevos modos de sociabilidad que sus respectivas sociedades perciben como potenciales problemas y sinónimo de desestabilización; los cuales, a veces, transgreden las formas sociales hegemónicas para reclamar los derechos universales de las mujeres.
Durante el invierno y la primavera de 2010-2011, las imágenes de jóvenes tunecinas, egipcias y libias participando en las manifestaciones para derrocar a sus respectivos regímenes sorprendieron a muchos europeos. A diez años vista, surge la cuestión de si los episodios revolucionarios han comportado transformaciones fundamentales para las relaciones sociales y, en especial, para las jóvenes de la región. En estos procesos de cambio y transformación social, el género aparece, por una parte, como la dimensión más vulnerable de la ecuación mientras que, por otra, las jóvenes se convierten en punta de lanza de aquellas transformaciones que afectan a los fundamentos mismos de la inmovilidad estructural de sus sociedades: su adultocentrismo y su patriarcalismo. Se perfilan nuevas situaciones como la amenaza que suponen, para los derechos de las mujeres, las fuerzas conservadoras surgidas de los propios momentos revolucionarios o el actual debate sobre la diversidad de género y LGTBIQ+. Todas estas circunstancias nos sugieren la oportunidad de abordar las cuestiones sobre el género en esta región desde una mirada necesariamente transcontextual y generacional.
Nos interrogamos sobre las diversas modalidades de acción de las mujeres jóvenes y sus experiencias de género en la región arabo mediterránea. Nos interesa la noción de acción juvenil y el contexto de su potencial emancipatorio desde dos perspectivas diferentes: la que considera a la juventud como un peligro potencial para el orden social; y un segundo enfoque que valora a las jóvenes como agentes sociales involucradas en los procesos de innovación social y cultural, generadoras de beneficios sociales. Además, sin menoscabar la importancia decisiva de las instituciones, la resistencia a las transformaciones no proviene únicamente de los sistemas políticos, podríamos decir que su situación se retroalimenta de los reaccionarios y profundamente sexistas contextos sociales. De ahí que el análisis de las estrategias silenciosas, o no-movimientos sociales (Bayat, 2010),1 nos parezca del todo necesario a la hora de identificar aquellas transformaciones lideradas por las mujeres jóvenes.2
Transformar en silencio el espacio social
Después de los estallidos revolucionarios, podemos apreciar diversas estrategias silenciosas que han ayudado al constante, paulatino y lento cambio de las relaciones de género en estas sociedades. Para entender la significativa importancia de estos movimientos «silenciosos» y «silenciados» para la transformación social, es necesario expandir la noción de lo político más allá de las instituciones y procesos formales, como son las elecciones, los parlamentos y las constituciones hacia aquello que Rancière identificó como «lo político».3 Más allá de lo institucional, y de forma significativa, lo cierto es que las mujeres han estado presentes en gran número en protestas y manifestaciones callejeras, además de iniciar nuevas actividades en espacios públicos y virtuales desde antes de los sucesos de 2010-2011. Un buen ejemplo es el constante aumento de las jóvenes en los grados universitarios y como fuerza de trabajo que ha «normalizado» la presencia de las chicas en espacios antes de casi exclusividad masculina. Pese a todo, y más allá de la pretendida normalización del acceso a la educación y a la educación superior de las mujeres jóvenes, estas son, y con mucho, las más afectadas por la situación de precariedad laboral y de acceso socioeconómico. De ahí que hagamos referencia a nuevos ámbitos rompedores que transforman los espacios públicos. El interés es doble, pues se trata de unos ámbitos de reivindicación global, pero que, con todo, presentan retos específicos en la región para satisfacer las aspiraciones de igualdad entre los géneros.
En una entrevista con una joven argelina de veinticinco años, observamos los importantes retos a los que se confronta la búsqueda de nuevos espacios, y la toma de conciencia del reto social al que se enfrenta ante un potencial cambio social, que la envíe a los márgenes sociales. A pesar de ello, nunca renunciaría a su vocación deportiva. Dice: «A veces me arrepiento de haber elegido trabajar en un campo en el que la sociedad no acepta que trabajen las mujeres, y otras veces me digo que debo hacer todo lo posible para ejercer mi trabajo, que amo, en un lugar donde no existe una cultura del deporte femenino, para aceptar el trabajo de la mujer en ese campo».
En otros ámbitos, las jóvenes están abriendo nuevas posibilidades que las autonomicen, como es el caso del acceso laboral al ámbito empresarial. Este contexto es ilustrativo de cómo, según su posicionamiento social, estas jóvenes deben luchar diariamente por acomodar sus acciones a los modelos modernos y tradicionales. En diferentes conversaciones con jóvenes emprendedoras en Rabat, estas se percibían a sí mismas como agentes de cambio social enfrentadas a una forma de vida más individualista, en contraste con la forma de vida más convencional de los «jóvenes marroquíes corrientes». Salma tiene veintidós años, nació en Rabat y vive en Agdal, un suburbio de clase media/alta, pero ha conseguido el permiso paterno para mudarse a Casablanca para vivir sola. Su padre es profesor de matemáticas. Estudia ingeniería, pero, al mismo tiempo, dirige una pequeña empresa relacionada con los filtros de purificación de agua. Es miembro de las asociaciones Enactus y Entrepreneur Café. Sin embargo, cierta resistencia de las instituciones sociales como la familia, especialmente hacia los planes de las jóvenes emprendedoras, supone un conflicto familiar motivado por el discurso dominante de género. La identificación con la emprendeduría, en todo caso, posibilita que estas jóvenes construyan sus propias representaciones, percepciones e ideas. Salma señala lo siguiente acerca del sentimiento de libertad que transforma su autopercepción: «Es una libertad, de algún modo. Soy libre para comunicarme de una manera específica, libre de mis viajes, movimientos… Siendo emprendedora, una puede construir su propia idea de las cosas, desarrollar competencias […]. Ser emprendedora significa realizar tus propios sueños, no los de otra persona».
Surge, así, un sentido de individualidad alejado de la socialización y los comportamientos esperados tradicionalmente para las mujeres jóvenes. De todos modos, la autopercepción como agentes de cambio social está implícita en esta frase: «Ahora tengo una misión en mi escuela: trato de cambiar a los estudiantes para que salgan de sus zonas de confort, estudio, exámenes o salario, trabajos […]. Hay una versión de mí misma antes de conocer el emprendimiento y otra versión después, incluso a nivel personal y en la forma en que percibo y considero las cosas». A pesar de todas las contradicciones e inseguridades que produce estar situadas en posiciones como las descritas, esta presencia activa en nuevos espacios públicos en el entorno público y laboral se ha revelado como un instrumento emancipatorio.
Matrimonio y emancipación social
Una de los dominios sociales donde la incidencia del cambio resulta más dramática para las mujeres jóvenes es el familiar y, en concreto, el matrimonio. El género, la clase social, el hogar, el capital cultural y el capital familiar —como fuente de respetabilidad, honradez, honor, etc.— condicionan las decisiones de los jóvenes árabes en su camino hacia la edad adulta. En la región, desde una perspectiva antropológica, la familia sigue intentando empujar a los jóvenes, especialmente a las mujeres, hacia el matrimonio como solución política, para preservar la respetabilidad y la honorabilidad familiar, que es su capital social. Al mismo tiempo, la creciente importancia de los amigos como grupo social en la búsqueda de esposa o esposo anuncia un cambio de tendencia en las acciones de las jóvenes en este aspecto vital de su camino a la edad adulta de acuerdo con las normas sociales. A pesar de la generalización de la obligación de casarse, intentan elegir por sí mismos a su pareja. Una elección independiente y autónoma es crucial cuando se trata de matrimonio para las jóvenes árabes. Debido a que el matrimonio es un paso socialmente normativo para alcanzar la madurez social, aparecen posturas diferenciadas entre chicas y chicos, determinadas por el modelo de género. Para los hombres jóvenes, «encontrar un cónyuge se vuelve fundamental para la trayectoria masculina [según la ortodoxia dominante] y el estatus de un hombre a los ojos de los demás. La heterosexualidad y el deseo de casarse de los hombres se dan por descontados», explica Ghannam sobre los niños de al-Zawiya al-Hamra, un barrio de bajos ingresos en El Cairo (Ghannam, 2013: 71).
La situación actual provoca una paradoja matrimonial entre los jóvenes por diferentes motivos, según la clase social. En un grupo de discusión organizado en Argel, los jóvenes consideraban el matrimonio como un proyecto de vida posible, al que hay que dedicar tiempo y mucho esfuerzo para formar una familia. En el caso de las mujeres jóvenes, una argelina de veinticinco años comenta que «el matrimonio significa deshacerse de la autoridad de los padres y más libertad… para crear una familia, para completar la vida», ya que, como comenta una egipcia de veintinueve años que aún vive con sus padres, «no puedo tener independencia: vivir sola no es del todo una opción, va en contra de las normas culturales». Sin embargo, las jóvenes adaptan estos requerimientos a sus ideas en torno al marido ideal. Más que una obligación para estas jóvenes, en estos días, el matrimonio es una oportunidad: significa libertad, amor y autonomía. Continuamente, las jóvenes describen su lucha contra el control familiar valorando especialmente tres atributos principales: el amor, la libertad y la independencia económica. En palabras de una mujer de veinticinco años de una zona rural de Túnez: «No perseguiré a ningún hombre; primero debo encontrar a la persona que voy a amar […]. Quiero que sea […] bastante guapo […], pero no más hermoso que yo […], pero bastante guapo […]. Quiero que sea de verdad […] un hombre […]. Un hombre, no como los jóvenes de ahora, fútil […] [Se ríe]».
Así, los valores de la familia y el matrimonio son los más importantes, ya que constituyen una base fundamental para preservar el patriarcado y los roles de género. Sin embargo, este nuevo modelo de hombre se va imponiendo, solapadamente con nuevas maneras de entender el rol femenino, en el seno de las relaciones de pareja: «Las chicas piensan de otra manera que antes. Sé que me voy a casar, pero debo trabajar porque no puedo confiar totalmente en un hombre. El día que me deje, o no sé […] Soy independiente», señala una tunecina de veintisiete años.
Como vemos, el matrimonio se convierte en el inicio de una nueva vida. Adquirir autonomía y la propia emancipación es una razón clave para entender la preferencia de las mujeres jóvenes por casarse para terminar su transición a la edad adulta, pero, al mismo tiempo, quieren «encontrar un hombre que las respete y las ayude, para que puedan hacer todo lo que no pudieron hacer cuando vivían con sus padres», explica una joven argelina. Desde la perspectiva de los jóvenes, se sienten atrapados en un mundo en el que se les exige casarse para convertirse en adultos después de adquirir autonomía económica.
En este contexto, el divorcio —sobre todo cuando es promovido por la mujer— se interpreta como la manifestación de la propia autonomía, el resultado de una lucha individual y de autonomización familiar importantísima ante la carencia de derechos. Las dificultades por superar la desigualdad durante todo este proceso empiezan por manifestarse en el derecho limitado a la iniciación del procedimiento de separación. A pesar de las dificultades, o quizás por esta razón, estudios recientes apuntan a que, para gran parte de las mujeres, el resultado del divorcio acaba siendo una herramienta de resiliencia y empoderamiento (Mendoza, 2020). Esta podría ser una de las razones que explicaría por qué desde la Revolución de 2011, el divorcio en Egipto se ha incrementado en más de un 80%, es decir, una de cada cinco parejas se divorcia cada año, según datos oficiales.
Ante una situación social y legal que no refleja la realidad de la evolución entre la relación de género en las familias, el matrimonio resulta una fotografía fija en el entramado normativo y social. Las mujeres jóvenes están siendo las promotoras de esta revolución silenciosa, forzando a su favor la oportunidad que pueden ofrecer las fórmulas tradicionales de relaciones informales — como el matrimonio urfi, que se realiza sin contrato oficial—. Todo ello ha abierto un debate en sociedades como la egipcia, uno de los países con mayor ratio de divorcios, y en la que el derecho de las mujeres y el ejercicio de las libertades individuales van de la mano.
Nuevos espacios de expresión y frontera
La generación de mujeres jóvenes que vivieron las revoluciones árabes, así como las nuevas generaciones de jóvenes en el sur y este del Mediterráneo, se enfrentan a un conjunto único de desafíos sociales y culturales a medida que pasan de la adolescencia a la adultez temprana. Uno de los más fundamentales lo conforma, sin lugar a dudas, su condición de nativas digitales. Expuestas a las mismas influencias globales y los mismos problemas, la juventud de estos países pertenece ya a una generación global, conectada, en línea y activa en las redes sociales. Sin embargo, existen diferentes condicionantes para la universalización de la digitalización social.
Un primer condicionante es la brecha digital. Alrededor del 66% de las personas en general y el 73% de los jóvenes en los estados árabes fueron usuarios de internet en 2020. Se calcula que la región tendrá 160 millones de usuarios digitales potenciales en 2025, sin embargo, la brecha digital de género sigue siendo la más grande en el mundo, siendo las mujeres un 12% menos propensas que los hombres a usar internet. Alrededor de 63 millones de mujeres en la región MENA no utilizan internet móvil (Farley, 2021).
A pesar de esta brecha, las mujeres jóvenes han formulado nuevos modos de sociabilidad, mediante expresiones que hasta la fecha son percibidas en sus respectivas sociedades como potenciales problemas y sinónimo de desestabilización. Influencers, tiktokers, gays y lesbianas son objeto de crítica social e incluso de las autoridades. Mientras esto ocurre, los jóvenes y las jóvenes constituyen espacios, uniendo las posibilidades de lo global y lo local, unos espacios que son a la vez físicos y simbólicos, que los dotan de medios de subsistencia, de prácticas culturales propias, de escenarios para la disrupción política, de adscripción identitaria y que les sirven para reclamar su dignidad individual —karama— (Sánchez-García y Aubarell, 2021).
Nos parece relevante enfocar esta reflexión en el marco de la perspectiva post digital, entendida como la dimensión sociopolítica del uso de los medios digitales (Hurley, 2021). Desde esta perspectiva, lo que aquí nos interesa es remarcar la acción y el empoderamiento de las jóvenes a través de las redes sociales como espacio de emancipación subjetiva e individual. Y cómo, por lo tanto, más allá de entender la incidencia transformadora a partir de contenidos de implicación social —o precisamente, a pesar de no tenerlos—, este uso digital propio es percibido socialmente como transgresión moral y, en muchos casos, perseguido penalmente. Es aquí donde situamos las nuevas transgresiones de género.
Del mismo modo que hablábamos de brecha digital, la posición de marginación de las jóvenes en relación con la cultura no impide su compromiso y participación en actividades y prácticas culturales informales, muy arraigadas en los entornos locales. Dependiendo de sus diferentes antecedentes de capital social, los grupos de jóvenes mujeres encuentran formas y espacios innovadores y creativos para producir y distribuir bienes culturales innovadores como arte callejero, obras de teatro, cine, música, etc.
Radjika es una artista callejera que vivió de la beneficencia y se formó en el Escuela Nacional de Circo, lo que le permitió viajar a Europa y Turquía. Es hija de una familia desestructurada fruto de un divorcio; su padre fuma, bebe y alquila habitaciones para sobrevivir. En el momento que perdió a su madre por una enfermedad grave, fue expulsada a la calle. No tuvo oportunidad de vivir su niñez a causa de la lucha diaria para comer, pagar el alquiler. Radjika es una constante buscadora de oportunidades para realizar su plan de vida. Ahora puede acoger a su propio padre en su casa, trabaja en una sede de la Escuela Nacional de Circo y puede considerarse libre y emancipada. Expresa el cambio de esta manera: «Cuando entré en el circo, exploté y descubrí mi cuerpo femenino. En la calle era como un chico, trabajando y haciendo cosas duras […]. El circo me dio esta libertad de movimiento de mi cuerpo, y me solté; cuanto más entrenaba, más aliviada me sentía de mi problema familiar. Y descubrí que podía volar sola».
En estas estrategias, la relación con el grupo de pares es la clave para entender las acciones y los procederes de los jóvenes de la región. Además, no podemos olvidar que las jóvenes árabes contemporáneas se ven afectadas por la influencia de las culturas globales. Así, se enfrentan a formas de socialización completamente nuevas, donde no encuentran prototipos en las generaciones anteriores. Después de 2011, ha venido apareciendo lo que algunos autores llaman Generación M (Janmohamed, 2016). Se trata de una nueva generación que intenta combinar la fe con el mundo global del siglo xxi. Como sus homólogas de otras sociedades, realizan prácticas y actividades y tienen aspiraciones relacionadas con todo aquello asociado a la edad juvenil. Se trata de jóvenes, generalmente de clases acomodadas, que podemos encontrar por todos los nuevos centros comerciales construidos en los últimos años en las principales ciudades arabo mediterráneas. Vestidas a la moda halal, se consagran a la tecnología y piensan que pueden hacer de sí mismas, de sus comunidades y del mundo un lugar mejor. Son un grupo de jóvenes expertas en tecnología, auto empoderadas, que cree que su identidad abarca tanto la fe como la modernidad. Este fuerte sentido de identidad religiosa se exhibe en todos los aspectos de sus vidas. Así, conciben el consumo halal como una forma de practicar la religión o eligen cuidadosamente sus destinos vacacionales, convirtiendo sus elecciones como consumidoras en una manifestación de sus valores. Afianzan tanto su identidad como musulmanas como su lugar en el mundo moderno, donde el consumo es un factor clave en la autodefinición identitaria.
Conclusiones finales
Las jóvenes de la región MENA son hijas de la globalización, de las cuales destaca su capacidad de conocer y apropiarse de las oportunidades que ofrece la sociedad contemporánea, incorporando e inventando nuevas prácticas sociales arraigadas en sus discursos culturales. Pero, al mismo tiempo, los cambios en las condiciones estructurales impactan fuertemente en sus aspiraciones, expectativas y oportunidades para planificar trayectorias futuras, generando diversas situaciones de desorientación y dificultad para resolver sus problemas. Aun así, están estableciendo prácticas que utilizan todo tipo de artefactos para su propio beneficio. Son capaces de activar discursos y prácticas que muchas veces transgreden las formas sociales hegemónicas, precisamente porque actúan a través de una acción disruptiva. En su quehacer cotidiano, las jóvenes aprovechan su posición social y activan sus capacidades para reivindicar su derecho a «ser jóvenes». Este es el significado del término débrouillage, utilizado por las jóvenes tunecinas que puede traducirse como «arreglárselas». Como señala Bayat (2010, p. 115), las jóvenes árabes están «operando en condiciones simultáneas únicas de represión y oportunidad» y, por lo tanto, exigen su condición de jóvenes mujeres (su juventud). Escapar de los procesos de marginación política, económica, educativa y cultural las coloca en una lucha que tiene como blanco las instituciones sociales más próximas.
Esta situación actual justifica la necesidad de avanzar hacia una perspectiva centrada en la acción de la juventud en la región en sus propios términos. Están, implícitamente, reclamando el derecho a ser jóvenes, oscilando entre lo tradicional y lo moderno, la familia y el grupo de iguales, lo informal y lo formal, el deseo de ser joven y el interés por ser adulto. En esta juventud continua, ubicua, inextricable y enredada, las mujeres van construyendo su propia forma de afrontar los desafíos actuales. Es decir, están produciendo culturas a través de una nueva acción juvenil, en un proceso dialéctico de articulación social con las culturas adultas y las instituciones sociales, incluidas las culturas de los padres y de los jóvenes, que reflejan la distribución del poder cultural en el nivel más amplio de la sociedad. En conclusión, la experiencia que adquieren las jóvenes, especialmente en el contexto de espacios no institucionales, es el testimonio de la emergencia de una acción juvenil femenina para resolver las dificultades de acceso y apropiación de los dispositivos culturales próximos y de reclamación de derechos universales, cada vez más extendidos por el planeta.