De musas a creadoras

Joumana Haddad

Escritora

Desde la propia experiencia de ser mujer en el Líbano, la escritora Joumana Haddad nos muestra cómo los roles patriarcales están instaurados y tienen una proyección común en todo el mundo. Estos roles suponen para la mujer una serie de prototipos de belleza ideales, roles pasivos y dependencias innecesarias que se inmiscuyen en todas las áreas de la vida de una mujer. Ante dicho ataque global al colectivo de la mujer, Haddad reclama el empoderamiento femenino mediante una toma de decisiones activa y una revolución a la hora de habitar y aceptar el propio cuerpo. El texto resulta, así, toda una declaración de intenciones que defiende la libertad de vivir en lugar de condenarse a una vida en tanto que objeto para el hombre. 


Voy a empezar con un pequeño dato: En la autopista que transcurre entre mi casa y mi oficina en Beirut, se pueden encontrar 21 carteles publicitarios anunciando novedades sobre coches y partidos políticos y 56 que muestran a mujeres casi desnudas vendiendo diferentes tipos de productos –desde joyas a gafas de sol, desde televisiones a destornilladores‒. Las mujeres ahí representadas están vendiendo dichos productos con sus pechos, culos, muslos y labios sexys. Incluso el servicio de limpieza de la ciudad de Beirut confía en las piernas largas y bonitas de una mujer para promover su imagen.  

Entonces, como mujer que soy, ¿cuál es mi valor en la sociedad y la cultura? ¿Qué soy yo? La respuesta: soy un objeto. Soy un cuerpo. Soy la destreza para atraer la mirada del hombre. Soy la habilidad para ser querida, deseada, apetecible. Soy la capacidad para prestar atención a mi apariencia. Soy mi voluntad de ser observada. Soy lo que puedo llegar a hacer con mi cuerpo, mi único «activo de valor» en la vida. Soy una «cosa». Una cosa, sí; un juguete; un juguete deshumanizado usado para promover otras cosas en un mundo con un gran mercado homogéneo. 

Estoy sin lugar a dudas exponiendo un hecho evidente cuando me refiero a que la objetivación de la mujer ha llegado a su punto álgido en Líbano. Desde chicas vestidas de manera provocativa, bailando de manera eminentemente sexual en programas de televisión y vídeos musicales, a fotografías de atractivos e inalcanzables cuerpos en las llamadas «revistas de mujeres» (muchas de las cuales tienen un gran parecido con la revista Playboy), estamos inundados de dañosas incitaciones que priorizan el aspecto en lugar del ser; es decir, parecer/aparentar en lugar de existir. Ser la musa en lugar de ser la creadora. 

La evaluación de la mujer como objeto es un invento patriarcal. Con fabricaciones de cuerpos ideales que representan un ideal inalcanzable para la mujer y en un mundo industrializado que otorga mucha más importancia a la apariencia que antes, el resultado es que hay más presión que nunca para que la mujer permanezca joven, guapa, delgada y sexy. En cambio, no se pone tanto énfasis en el talento, la capacidad y las competencias de las mujeres. 

Como consecuencia del sistema patriarcal y sexista instaurado, la confianza de la mujer en sí misma se basa meramente en las miradas que atrae en lugar de la inteligencia o el talento que posea. Por ello, la silicona y el botox se erigen como curas milagrosas para la infelicidad y la depresión. 

Como consecuencia del sistema patriarcal y sexista instaurado, muchas mujeres están perdidas en el caos de trastornos alimenticios y cirugía estética, tratando de rescatar lo que aún les queda de su propia autoestima después de compararse con las figuras que ven en los anuncios publicitarios, las revistas, las películas y los programas de televisión.  

Como consecuencia del sistema patriarcal y sexista instaurado, las mujeres se reducen a la mera condición de objetos que deben ser conquistados, premios de los que alardear, juguetes de los que abusar y, en el mejor de los casos, musas para inspirar a hombres. 

Como consecuencia del sistema patriarcal y sexista instaurado, existe la creencia generalizada de que el género masculino es superior al femenino: el hombre crea y la mujer sólo existe para satisfacer su imaginación y provocarla. 

Esta perniciosa guerra de larga duración contra la creatividad de las mujeres no se mantiene tan solo con las aportaciones de hombres del patriarcado, sino también a través de las inseguridades y los lavados de cerebro que han sufrido muchas mujeres. En una cultura predominantemente visual donde la publicidad y la televisión están omnipresentes, la polución sexista es imposible de evitar, y las mujeres también se intoxican con ella, de modo que abusan voluntariamente de sus cuerpos para poder erigirse en el ideal que perciben a través de los medios de comunicación de masas. Un ideal que las enseña cómo actuar, vestir y aparentar para llegar a ser deseables. 

Conozco a muchas mujeres que están convencidas de que los hombres tienen más talento que las mujeres, y que los escritores, artistas, pensadores e incluso doctores hombres son más brillantes y dignos de confianza que las mujeres. Este arraigado cliché persuade a las mujeres de que simplemente son «costillas», una parte pequeña de la identidad masculina. Las convencen de que son solo cosas y accesorios, y los hombres son sus evaluadores/superiores. No estoy diciendo que no haya nada malo en ser musa de un artista, pero ¿es eso lo que nosotras, las mujeres, somos? ¿No hemos tenido ya suficiente con ello hasta ahora? ¿No es ahora momento para desatar nuestra propia creatividad? ¿Cuándo llegará el momento en que las mujeres dejarán de ser trofeos para convertirse en ganadoras? ¿Cuándo dejarán de ser objetos para ser sujetos, actoras, con un papel activo? ¿Cuándo comenzarán a usar sus ojos para ver, en lugar de contentarse con ser observadas? ¿Cuándo empezarán a usar su talento para narrar sus propias historias en lugar de tener a otra persona que narre por ellas? 

Obviamente, el número de mujeres árabes escritoras y artistas crece día tras día, pues cada vez más mujeres están encontrando el poder para romper tabús y expresar en voz alta lo que consideren pertinente, así como para decidir ser quienes quieran ser. Sin embargo, su número es aún mucho más reducido que el de los artistas y escritores hombres. Por otra parte, el trabajo de estas escritoras y artistas se suele desvalorizar y desconsiderado respecto al de los hombres. 

En esta época, la vida se ha convertido en un sinónimo de actuación teatral, y es momento que nosotras, las mujeres, nos acordemos de que solo cuando tomemos el destino con nuestras manos y nos hagamos dueñas de nuestros cuerpos, vidas y voces, es cuando realmente empezaremos a existir.