El Mediterráneo es un mar repleto de historias y leyendas, lleno de sabiduría de las distintas civilizaciones que lo han poblado a lo largo de los siglos. Griegos, romanos, fenicios o cartagineses han llevado a través del mar sus conocimientos y los han transmitido a los pueblos vecinos, y de estos encuentros e influencias han resultado tantos diálogos como guerras. El Mediterráneo, pues, es un mar que guarda lo mejor y lo peor de sus pueblos, la diversidad de las culturas que contemplan sus orillas. Es por ello necesario aprender de este pasado, desenterrar la memoria para poder seguir avanzando hacia el conocimiento del otro, así como la preservación de la identidad mediterránea.
Llegará la noche, se irá la luz a descansar, nos libraremos de la mentira en el sueño y respiraremos la paz de las cosas, el rumor del mar, la bondad de las horas. Miles de mundos poblarán nuestra imaginación y mil fantasmas nos visitarán. Entonces, tal vez, descendamos o caigamos en los abismos de lo desconocido que luego por la mañana olvidaremos. Así acabará un día y luego vendrán otros y otros en esa cadena absurda que nos marca el ritmo de nuestra alma solitaria, el canto del espíritu, los recuerdos, la imaginación, esa loca de la casa, al decir de Santa Teresa. Son los enigmas del mar Mediterráneo que, poblado de fantasmas, nos los devuelve hoy y nos indica el camino para que nos encontremos, hablemos, estrechemos brazos y deseos y caminemos juntos. El mar Mediterráneo, dos orillas y en medio una enorme lengua de agua que con sus inmensos labios se aproxima o aleja de mundos que deberían ser hermanos y no pelearse sino compartir una misma boca, esa misma lengua.
Mar cansado y necesitado de comprensión, repleto de historias y tristezas, de barcos hundidos, enterrados entre mundos de coral, algas y arena que esconden tragedias celosamente guardadas. Civilizaciones perdidas en el fondo, entre bancos de peces que se deslizan en tropel, casi asfixiados por la polución, y en lo alto, la claridad de un cielo radiante. De ese viejo Mediterráneo, de barba ondulada, que contempla la diversidad extraña, que nos propone acercarnos a él, que nos tienta para que nos bañemos en sus aguas y conozcamos sus pueblos.
Mar Mediterráneo que quiere ser camino, encuentro, esperanza y futuro y que veo ahora desde el avión, descendiendo a Barcelona. Un mar que, como a los niños, hay que proteger y cuidar. Pero yo me pregunto ¿quién puede entender los misterios de este mar, y de este cielo luminoso que lo cubre? ¿Por dónde reiniciarnos, amigo, en esta aventura tan antigua, de belleza, bondad, pobreza? ¿Cómo ayudarnos los mediterráneos? ¿Dónde recitar los versos que denuncien a aquellos que lo maltrataron o elogien a los que lo protegieron?
Tengo para mí la imagen de los acantilados, de las colinas domadas que miran al mar, repletas de pinos, romero, aulagas; de toda esa rica flora que las puebla y de las pequeñas playas con escasos bañistas. ¡El mar! Los puertos llenos de gente ansiosa o que busca el sosiego, vivir de otra manera, dialogar, recorrer el lomo de un monte, echarse boca arriba en la tierra y contemplar el cielo desde el suelo, saciar su hambre, gozar la luz sedienta de justicia, la paz posible y la necesidad de vivir en uno de los bordes de este mar, cerca de las higueras, las vides, los almendros en flor, y en torno a los rotundos algarrobos, duros como el pedernal.
Percibo junto al mar las voces de la vendedora, husmeo el olor de su pescado fresco, visión de esas imágenes pintadas mil veces en la imaginación colectiva de Jávea, Denia, Pego, Alfàs del Pi…, pueblos del Mediterráneo. Aspiro el azahar de los naranjos, el fresco perfume del limonero en flor, la tristeza por la ausencia del amigo que partió a un largo y definitivo viaje. Recuerdo el pasado, el sabor delicioso de las olivas machacadas, cortadas, enteras, negras o verdes, grandes y pequeñas, en adobo.
Recupero el perfume de olivos y naranjos que murmurarán su ansiedad por los colores verde, gris, negro, naranja, amarillo…, que nos devolverán la nostalgia de tanta gente ausente: sabios griegos, disciplinados romanos, astutos fenicios, cartagineses… Pueblos que fueron la cuna de civilizaciones que apostaron por el Mediterráneo, que decidieron hacer compañía al mar, plantar hijos, acuñar moneda, enterrar sueños o tal vez malgastar sangre, y a veces emponzoñar ideas, combatir el aburrimiento o enterrar la maldad.
Espejos enterrados que reflejaron sus imágenes, dulcificaron las guerras, apagaron el odio. Espejos que reprodujeron las borracheras más absurdas, las miradas más claras, los destellos mejores. Espejos que debemos desenterrar para mirarnos en ellos nuevamente y ver nuestro pasado y recuperar la memoria, la historia que debe ayudarnos a seguir. Y mientras tanto, los vencedores de torneos murmurarán todavía altivos por el laurel recibido y escucharemos de nuevo el clamor de los héroes de tantas batallas y leeremos las obras de los filósofos griegos, sus aporías y principios. Volverán a presentarse Tales, Anaximandro, Anaxímenes, Protágoras, Gorgias, Empédocles, Pitágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles. Volvemos a disfrutar de las obras de Aristófanes y Menandro, de los trágicos y cómicos que nos instruyen y divierten con sus obras. Pericles gobierna, es el siglo V, y la sociedad ama su esplendor. Es el tiempo del hombre embriagado de poder y triunfos, rey del pensamiento, orgulloso de haber llegado donde ha llegado.
El Mediterráneo está en alza, ha logrado una de sus cimas. “Todo fluye, todo cambia. Nada permanece. Nadie se baña dos veces en el mismo río”, había pontificado Heráclito de Éfeso, y en su Perifiseos añadiría: “El fuego es el padre de todas las cosas, tanto de las que son como de las que no son”. Y mientras, Parménides elucubraba entorno al ser e Hipócrates establecía los principios de la medicina que muchos médicos ostentan hoy con orgullo en sus despachos.
Pero el amor por el Mediterráneo debe seguir e intensificarse y tener como referencia aquello que Khrisna Murti nos proponía: “La libertad total, reto esencial del hombre”. Porque nadie es dueño de toda la verdad, ni de la libertad, sino que ambas cosas son principios a los que no se puede renunciar porque ellas hacen posible el diálogo entre los hombres. Si uno se cree en posesión de toda la verdad, juzgará a los otros como equivocados, pero si por el contrario, nadie se cree en posesión de la verdad total, todo se podrá discutir y se hablará con el otro, que también posee parte de la verdad. Entretanto, el agua salada del mar, turbia a veces, limpia otras, con algas, densa, esperándonos, recuerdo de los que la probaron. Agua de Marruecos, Argelia, Túnez, Libia, Egipto, Palestina, Israel, Líbano, Siria, Chipre, Turquía, Grecia, Italia, Francia, España… países del Mediterráneo, Norte o Sur que necesitan calmar su sed. Agua que es metáfora y bautismo de distintos pensamientos. Agua decidida, que derrama su historia sobre nuestras cabezas, que deja que nuestros brazos jueguen con ella, que advierte a nuestro cuerpo de cualquier peligro como en otros tiempos, cuando se creía que el Mediterráneo estaba invadido por monstruos. Mare Tenebrorum. Mare Nostrum.
Mar en el que se bañan mahometanos, cristianos, judíos, calvinistas, luteranos, ortodoxos, heterodoxos, maronitas, coptos… mujeres y hombres. De vez en cuando, este mar enfadado elige a uno de ellos y se lo traga, como ese monstruoso Saturno que devoraba a sus hijos y provocaba el llanto compasivo de las plegarias y peticiones, y a veces acababa devolviendo el cadáver exangüe a sus playas. Un cuerpo a la deriva, roto, doblegado, vencido. Mar de piedad y calor, despiadado contemplador de inmensos ojos, que comprueba la estupidez humana, la falta de diálogo. Mar que nos sorprende a veces con su severidad y placidez en noches claras de estío, cuando la luna llena nos muestra la distancia de los pueblos mediterráneos o su cercanía. La inmensidad del mar, del agua, del día, del hombre.
Pequeñez del individuo, del egoísta, del insensato, del prepotente. Motivación del grandioso, del que tiende la mano sin importarle que la otra sea árabe, cristiana, atea, católica, musulmana, pobre o rica, fea o grandiosa. Diálogo y monólogo posible. Cultura unida por las raíces de sus pueblos y por la comunicación entre ellos. Mar Mediterráneo, camino para encontrar al otro, para conocer su identidad, aprender sus diferencias, contemplar su cultura y vivirla. Mar Mediterráneo que traduce y refuerza la tarea de los jóvenes, que ayuda a vivir en tolerancia y en mentalidades distintas. Mar Mediterráneo, música con olor, sabor, color a mar incoloro. Mar Mediterráneo, identidad y diversidad de pueblos y culturas, todas ellas posibles a la vez. Mar, biblioteca para aprender del agua y de su riqueza, extraerla del fondo, del intercambio. Mar de unidad y pluralidad. De respeto que preserva y promueve las culturas y al mismo tiempo las mantiene. Mar Mediterráneo, creación probable de un Dios desconocido. Mar Mediterráneo del final de un día.