Fallos de la diplomacia argelina
La falta de acciones por parte de Argelia en la crisis libia, refugiada en la noción de no injerencia, pone de manifiesto el problema de gobernanza del país.
Lakhdar Benchiba
El pasado 15 de noviembre de 2011, en Doha, al margen del Foro de Países Exportadores de Gas, el presidente argelino, Abdelaziz Buteflika, se reunía en dos ocasiones con Mustafá Abdelyalil, presidente del Consejo Nacional de Transición (CNT) libio, en presencia de Sheij Hamad bin Jalifa al Thani, el emir de Qatar. En los periódicos argelinos, la “foto que mata”, con la imagen de los tres hombres, ha sido objeto de una lectura cruda y simple: hay dos vencedores y un vencido. Para la diplomacia argelina, la crisis libia ha sido agotadora. Ha puesto de manifiesto su debilitamiento. Y sus retrasos políticos…
Dos de los participantes en la cumbre tripartita de Doha tenían motivos para la satisfacción. Abdelyalil, responsable del CNT, producto de la rebelión libia, saboreaba una revancha de una Argelia que había esperado hasta el último momento para reconocerlo oficialmente. Dicha rebelión había sido implacable con el gobierno argelino, al que acusaba de apoyar al régimen del coronel Muamar Gadafi, y de apostar por su “resistencia”. El segundo vencedor es, cómo no, Qatar, transformado en actor hiperactivo de la crisis libia y… ahora siria. El Qatar que puso a Al Yazira al servicio de la revuelta libia ejerce hoy una influencia hegemónica, desproporcionada para su tamaño, en la Liga Árabe.
Al organizar esta cumbre de la “reconciliación”, Qatar acentuaba su imagen de actor político insoslayable en el mundo árabe. Frente a estos dos ganadores, el presidente Buteflika, que encarnó, en los años setenta, bajo el régimen de Huari Bumedián, una diplomacia tercermundista bastante dinámica, palidecía. Oficialmente, Argelia reconoció al CNT el 22 de septiembre de 2011, mucho después de los países vecinos, y el encuentro de Doha no tenía nada de “mediación”. Este reconocimiento del CNT no llegó hasta después del de la Unión Africana (UA), el 19 de septiembre. Vale la pena tenerlo en cuenta, puesto que Argelia se apoyó en la gestión de la UA, cuya actuación en el contencioso libio fue un fracaso absoluto. Los acontecimientos superaban constantemente a la organización continental.
Se encontró marginada al suspender la Liga Árabe a Libia y dar luz verde a la intervención de la OTAN al amparo de la ONU (resolución 1973), para proteger a la población civil. Tras el encuentro en la cumbre de Doha, las autoridades argelinas se afanaron en restarle importancia. El 16 de noviembre –un día después de la cita–, el portavoz de Asuntos Exteriores, Amar Belani, desde Facebook, se dedicó a responder a los “interrogantes y preguntas” de la prensa argelina “acerca de la ‘mediación’ o los ‘buenos oficios’ de Qatar en relación con los dos encuentros tripartitos acaecidos al margen del Foro de los Países Exportadores de Gas, entre el presidente, Buteflika; el presidente del CNT, Abdelyalil, y el emir de Qatar, Sheij Hamad bin Jalifa al Thani”.
La primera respuesta se refería a la forma: “Esta clase de encuentros celebrados al margen de las reuniones multilaterales es absolutamente natural a nivel de jefes de Estado, y no requiere mediación alguna”. Y sobre el fondo, según Belani, la entrevista “se inscribe en el orden natural de las cosas y en la lógica del proceso iniciado el 22 de septiembre, cuando oficializamos nuestras relaciones con las nuevas autoridades libias en la estela de la decisión de la UA”. Asimismo, recordó que Argelia había entablado “contactos oficiosos con el CNT en marzo de 2011, y que, desde el 22 de septiembre, los contactos oficiales con las autoridades libias son permanentes a nivel de altos responsables y a través de las cancillerías de ambos países”.
Los principios fundadores, a examen
Sin embargo, no todo es tan sencillo. La diplomacia argelina ha mantenido en todo momento, desde que estalló la crisis libia hasta la caída del régimen de Gadafi, una postura defensiva. “A falta de intervenir desde el principio apoyando a la población frente a las amenazas aterradoras de Gadafi, Argelia se limitó a adoptar una postura meramente pasiva. La famosa diplomacia argelina se redujo a verlas venir y recibir las amonestaciones de los rebeldes”, puede leerse en el semanario electrónico La Nation.
La diplomacia argelina tenía fama de saber mostrarse “realista”. Entonces, ¿cómo es que se ha mostrado desfasada, balbuciente, incapaz de darse cuenta enseguida de que la suerte del régimen de Gadafi quedaba sellada desde el momento en que una resolución del Consejo de Seguridad daba cobertura jurídica a una intervención militar exterior? En el caso libio, los “principios fundadores” de la diplomacia argelina pasaron por un duro examen. Los más evidentes eran las nociones de “no injerencia” en los asuntos internos de los demás y el respeto a la soberanía de los Estados, antepuestos sin cesar para dar a conocer la negativa oficial a tomar partido.
Esta preocupación por la “no injerencia” en los asuntos de otro, como pusieron de manifiesto los rotativos argelinos, se vuelve mera retórica al tratarse de un conflicto en un país vecino con el que Argelia comparte 982 kilómetros de frontera. La cuestión no estaba exenta de argumentos relativos a la seguridad –una dimensión hoy determinante en la política exterior argelina–, suficientes para posicionarse a favor de la rebelión y cerrar el capítulo Gadafi, con quien las relaciones nunca fueron fáciles. La imposibilidad de entablar un diálogo con los hombres del CNT –muchos de sus miembros proceden del régimen y ninguno es extraño para los responsables argelinos– parecía algo totalmente inexplicable.
Algunos periódicos, ante la pusilanimidad de la postura argelina, han cuestionado la competencia diplomática del ministro de Asuntos Exteriores, Murad Medelci. El motivo es muy sencillo. Al considerarse Buteflika el “diplomático” por excelencia del país, no dejaba margen a un jefe de la diplomacia que se vio relegado a ejercer la función de mero representante.
Un problema de gobernanza
En la práctica, la falta de actuación de la diplomacia argelina en el contencioso libio revela el mismo problema de gobernanza con el que tropieza, por ejemplo, la economía del país. Una falta de visión clara y una gestión del día a día a veces con adaptaciones tardías que parecen cambios bruscos. Al empeorar la salud de Buteflika y mermarse su capacidad reactiva, la centralización de la capacidad decisoria en la presidencia de la república pasó a ser paralizadora. La lentitud de la diplomacia argelina a la hora de adaptarse a la situación libia lo pone claramente de manifiesto: no hubo acciones por parte de Argel; tan solo reacciones frente a los acontecimientos que se desarrollaban en el terreno.
Abdelaziz Rahabi, diplomático antes que ministro y que acabó fulminantemente destituido por Buteflika, declaraba en una entrevista publicada en agosto en el diario Al Watan, que este balbuceo de la diplomacia argelina no afecta únicamente al contencioso libio: “No es solo cosa de Libia. Tampoco acompañamos las revueltas pacíficas de Túnez y Egipto, que revelan el grado de convergencia de las ideas de libertad y dignidad existente en los pueblos de nuestra región. Un país no gobernado por sus instituciones y sus élites no está preparado para comprender y gestionar esta repentina aceleración de la historia, ni dentro ni fuera de sus fronteras.
Nuestros dirigentes aguardan y anhelan secretamente que estas experiencias fracasen y así se conviertan, para el pueblo argelino, en ejemplo a no imitar”. Ahora bien, la razón de esta parálisis diplomática tampoco se reduce al “modo de funcionar” propio del presidente Buteflika. En realidad, este no hace sino exacerbar una tendencia enraizada en el sistema argelino, consistente en dejar de apelar a los grandes valores de la revolución argelina y posicionarse en la arena internacional en función de un prisma basado en la seguridad y en el papel a desempeñar en materia de lucha contra el terrorismo. Una dimensión de la diplomacia del país que pasó a ser definitoria tras los atentados de 2001, que dieron un respiro al régimen. Hay quien dice que hoy la política exterior argelina se reduce “al petróleo y a AQMI” (Al Qaeda del Magreb Islámico).
Una ‘solidaridad natural entre regímenes’
Abdelhamid Mehri, exministro del gobierno provisional de la república argelina en tiempos de la revolución y diplomático, subrayó, nada más estallar la revolución libia, el hecho de que la diplomacia de su país ya no expresaba los valores de la revolución argelina. Su diagnóstico también se basaba en la actitud timorata de la Argelia oficial frente a los cambios en Túnez y en el resto del mundo árabe. “Debemos apoyar de forma inequívoca los movimientos de cambio en el mundo árabe, hay que denunciar el uso de los ejércitos. No veo cómo construir la Unión del Gran Magreb con Gadafi”.
En una entrevista publicada en La Nation, Mehri explicaba claramente la actitud de su gobierno. “La postura de Argelia con respecto al problema libio es bastante confusa. Para empezar, existe una solidaridad natural entre los regímenes; no nos atrevemos a cuestionar un régimen árabe, porque son nuestros semejantes. Además, en uno de sus discursos, Gadafi declaró que Argelia había utilizado su ejército para doblegar a sus integristas, por lo que nos sentíamos inhibidos en ese terreno. Y, por último, se está minimizando la ola que invade el mundo árabe, y eso es un error de cálculo. Al final, puede que el ganador no sea quien nosotros creemos”.
En los albores de la revolución libia, la opinión argelina, ofendida por el discurso de Gadafi en el que prometía liquidar a los rebeldes zengua, dar bdar (“calle por calle, casa por casa), apoyó con fuerza la rebelión libia. Los ancianos, que, al igual que Mehri, no olvidan el gran apoyo de los libios a la revolución argelina, hubieran querido que el Estado mostrara su simpatía y solidaridad, en lugar de refugiarse en la noción de no injerencia. En cualquier caso, al abstenerse de posicionarse contra el líder libio y sus amenazas, luego la diplomacia argelina ya no pudo actuar. Quedó igual de marginada que la UA, a la que se arrimó para demostrar que no estaba aislada.
La rebelión libia, con el apoyo de los occidentales y del canal Al Yazira, consiguió poner constantemente a la diplomacia argelina a la defensiva, al acusar sin pruebas al país vecino de escoltar a mercenarios y armas en beneficio del régimen libio. Con su demora en reconocer al CNT y la acogida el 29 de agosto de cuatro miembros de la familia de Gadafi (su esposa Safia, acompañada de Mohamed, Aníbal y Aicha), Argelia se granjeó uno de los ataques más vehementes por parte de los rebeldes libios. Un portavoz militar de la rebelión, el coronel Ahmed Omar Bani, llegó incluso a declarar que los dirigentes del país vecino “tendrían que responder algún día de su actitud”.
La evolución de la opinión pública argelina
Tras una simpatía inicial generalizada hacia los insurgentes, la opinión pública se fue dividiendo a medida que evolucionaba el conflicto. El punto de divergencia clave fue la intervención de la OTAN. La actuación de la diplomacia argelina, considerada débil, acentuó dichas divergencias, por lo general nada frecuentes sobre un asunto de política exterior. Según un sondeo organizado por el sitio web maghrebemergent.info, cerca del 37% de los internautas participantes tenían una opinión negativa acerca de la política de Argel con respecto a Trípoli.
Esta traducía una solidaridad entre regímenes según un 19,4% y un “debilitamiento de la diplomacia argelina” en opinión de un 17,7%. En cambio, el 34,6% de los encuestados consideraba que la postura de Argelia era fruto del principio de no injerencia, y el 28,3% veía en ella un rechazo a una intervención de la OTAN y Francia en la región. Sumadas, estas dos respuestas representan un 62,9%, el porcentaje de los encuestados que, en principio, compartiría la postura oficial. En realidad, no parece que la postura oficial haya coincidido nunca con la opinión pública y su evolución.
Debe puntualizarse que ese 28,3% que detecta en la política argelina un rechazo a la intervención de la OTAN y Francia expresa, por encima de todo, la postura de los sondeados. Argel apeló públicamente al principio de no injerencia para justificar un proceder que parecía inclinarse a favor de Gadafi y contra la rebelión; pero en ningún momento se atrevió a criticar abiertamente la intervención de la OTAN y Francia. Al contrario: la diplomacia argelina se ciñó a un discurso muy formalista acerca del respeto a las resoluciones de la ONU sobre el país vecino. Era incapaz de plasmar, ni tan siquiera a nivel de mero discurso, la oposición, real, de gran parte de la ciudadanía a la intervención de la OTAN.
En definitiva, la diplomacia argelina discrepaba del resto de Estados de la región magrebí que, con una actitud realista, tomaron nota enseguida de que la intervención de la OTAN bajo el paraguas de la ONU era el principio del fin del régimen de Gadafi. Asimismo, según evolucionaba el conflicto, gobierno y opinión pública tomaban distintas sendas.
Vuelve la cuestión de la seguridad
La Argelia oficial, siempre con la lengua fuera y rezagada en cuanto al contencioso libio, intenta aferrarse a la seguridad, que se está convirtiendo en el argumento principal de política exterior. En efecto, la crisis libia ha desencadenado una dispersión de las armas de los arsenales libios que incrementa la preocupación por la seguridad en el Sahel. Es el tema dominante tras el fin del clan Gadafi. Y así la Argelia oficial vuelve a un terreno conocido, sobre el que ya había llamado la atención, sin que la escucharan, al estallar el conflicto. Abdelaziz Rahabi lamenta que la diplomacia se centre en el punto de vista de la seguridad.
En su opinión, la tendencia a convertir la lucha antiterrorista en el fundamento principal de la política exterior es una evolución “peligrosa”. El periodista y ensayista Akram Belkaïd, por su parte, resume el proceder, considerado poco pragmático, de Argelia. En agosto, antes de que se reconociera el CNT, el escritor apuntaba que la actitud oficial “es en primer lugar sintomática de un país estancado, cuya diplomacia está paralizada por las luchas de clan por la sucesión de Buteflika. Además, parte del poder argelino está convencido de que los islamistas se han infiltrado en el CNT. Por último, este régimen es hostil a toda idea de cambio, democratización o revolución, y aún menos por medio de la violencia”.
El caso libio ha puesto sobre el tapete el debilitamiento de la diplomacia argelina, que llevaba demasiado tiempo nutriéndose del capital derivado de la revolución. La preeminencia de la seguridad en esta política es también la otra cara de una revisión política interna que se hace esperar.