La creación de un espacio euromediterráneo es esencial para lograr una región más unida y cohesionada que nos permita afrontar, en mejores condiciones, los posibles desafíos que deparan a esta región euromediterránea en construcción. Son grandes los retos propuestos por la Unión Europea para un futuro ya no tan lejano: paz, democratización, transición social y demográfica, modernización, empleo, desarrollo sostenible, seguridad colectiva. El camino recorrido hasta ahora, desde el Proceso de Barcelona y la Política de Vecindad hasta la Unión por el Mediterráneo, nos ofrece una visión global del interés permanente de Europa por el Mediterráneo y por la orilla sur del continente europeo.
El lector me permitirá hacer un ejercicio de política-ficción: Barcelona, año 2018. Se celebra el décimo aniversario de la creación de la Unión para el Mediterráneo. Los jefes de Estado de la región se reúnen para hacer balance de una cooperación que comenzó allá por 1995 en la ciudad que alberga la Secretaría de la Unión. Es la quinta cumbre desde París en 2008. Hay críticas, hay quejas, pero hay coincidencias y una valoración positiva de los progresos alcanzados, de las instituciones comunes creadas, del trabajo hecho, de lo mucho que queda por hacer. Desde 2008 se han registrado cambios importantes: después de arduas negociaciones, un acuerdo justo y permanente ha sido alcanzado en Medio Oriente. Este acuerdo ha dado paso a un reforzamiento de la cooperación regional entre los socios euromediterráneos. Las inversiones han aumentado notablemente en los países del sur del Mediterráneo. Los acuerdos de libre cambio han permitido crear la zona de libre comercio más grande del planeta. Las fronteras entre todos los socios están al fin abiertas. Los índices de desarrollo humano en la región muestran una clara mejoría; la pobreza disminuye, el empleo aumenta. El crecimiento económico y la transición demográfica han permitido una mejora de los niveles de vida en el Magreb y en el Próximo Oriente y la transición democrática ha permitido un aumento de la participación política. La amenaza del extremismo y del terrorismo se diluye. Las instituciones de la Unión por el Mediterráneo y una política europea de vecindad proactiva han ayudado a alcanzar niveles de convergencia altos. Se ha conseguido un marco multilateral que incluye un sistema de seguridad colectiva. Hay, por último, una renovada ambición para alcanzar mayores cotas de integración regional.
Éste sería un balance incompleto que la Comisión y cuantos intervienen e intervendrán en la Unión por el Mediterráneo querrían hacer dentro de diez años. Ésta es la visión de un Mediterráneo en busca de un futuro común. Es, sin duda, un ejercicio de política-ficción; nada comparable, sin embargo, al ejercicio de visión y ambición política que osaron realizar los padres del proyecto europeo en los años cincuenta, después de una guerra desoladora y de la destrucción física y moral del continente.
Hoy, unos meses después de la cumbre de París y la reunión de Marsella de los ministros de asuntos exteriores de la región, aún nos falta perspectiva. Dentro de algunos años podremos hacer un balance cabal y exacto de la importancia del año 2008 en la construcción de un espacio euromediterráneo. La Unión para el Mediterráneo ha nacido. Lo ha hecho como evolución del Proceso de Barcelona. Esto constituye un paso muy importante hacia una cooperación euromediterránea más profunda, pero para que se pueda hacer un balance positivo en 2018 harán falta varios ingredientes y dosis importantes de voluntad y determinación política.
Recientemente una personalidad política evocaba en un discurso a Jean Monnet y recordaba que el gran político francés decía que él había preferido en su vida política hacer algo antes que ser alguien. La Comisión ha optado también por hacer algo antes que ser alguien en el Mediterráneo. Para ello, ha actuado a través de dos grandes instrumentos: el instrumento político y jurídico de los Acuerdos de Asociación, y más tarde de política de vecindad y planes de acción; y el instrumento financiero de la cooperación. No voy a extenderme en un ejercicio de comunicación, por otra parte legítimo, en enumerar lo conseguido desde 1995 con estos dos instrumentos. No voy a referirme a la red de Acuerdos de Asociación concluidos, a la puesta en marcha de la zona de libre cambio euromediterránea o a los más de siete mil millones de euros comprometidos en la cooperación bilateral y regional. Pero sí creo indispensable hacer referencia a la evolución de las políticas mediterráneas de Europa en los últimos trece años para ofrecer una visión global del interés permanente de Europa por el Mediterráneo y por la vecindad sur del continente europeo.
En 1995, el proceso de Barcelona inauguraba una nueva etapa de las relaciones euro-mediterráneas. Tres grandes prioridades estaban en la agenda de los países que adoptaron la declaración de Barcelona. Primero, establecer un marco bilateral estable y permanente, contractual y equilibrado, entre los países del sur y Europa. El resultado: los Acuerdos de Asociación. Segundo, promover la modernización económica a través la conclusión de acuerdos de libre cambio formando parte de los acuerdos de asociación. Tercero, establecer un marco de colaboración multilateral entre todos los países de la región incluyendo Israel y la Autoridad Palestina. Es decir, un marco para trabajar en favor de la paz en Medio Oriente y promover la integración económica regional.
Nueve años más tarde, en 2004, ante la práctica finalización del proceso de negociación y conclusión de los Acuerdos de Asociación, y ante la culminación del proceso de ampliación de los nuevos diez estados miembros de la Unión Europea incluyendo dos socios mediterráneos (Chipre y Malta), la Comisión lanza la Política de Vecindad. Se trata de reforzar los lazos bilaterales y acordar una agenda común de aproximación, de modernización y reformas para los países que rodean la Unión Europea, desde Marruecos hasta Ucrania. Con esta iniciativa, acogida y adoptada por siete de los nueve socios mediterráneos (sin incluir a Turquía, para quien la Política de Vecindad no se aplica puesto que es candidata a la adhesión a la Unión Europea) y por cinco de los seis países del Este, la Política de Vecindad se convierte, de facto, en el marco bilateral de relación, y el proceso de Barcelona se erige en el marco principal de relaciones multilaterales euromediterráneas.
Finalmente, en 2008, la cumbre de París constituye un nuevo intento, una nueva iniciativa para revitalizar las relaciones multilaterales. El objetivo: dotar al partenariado con nuevas instituciones de gobernación compartida, e identificar grandes proyectos de cooperación regional. Ello se ha conseguido preservando todo el acervo del proceso de Barcelona y confirmando la validez de sus tres capítulos de cooperación: el diálogo político, la cooperación económica y la dimensión social y cultural.
¿Alguien podría afirmar, a la vista de lo que precede, que Europa no se interesa en el Mediterráneo? Tres grandes iniciativas en trece años: Proceso de Barcelona, Política de Vecindad y Unión por el Mediterráneo. Tres instrumentos de financiación: MEDA I, MEDA II e Instrumento de Vecindad. Dos cumbres: Barcelona 2005 y París 2008, así como decenas de reuniones ministeriales sectoriales y de ministros de asuntos exteriores.
Si en 2018 el balance se acerca al ejercicio de política-ficción con el que iniciaba este resumen, no cabe duda de que todos podrán sentirse satisfechos. Los retos en los próximos años son enormes: paz, democratización, transición social y demográfica, modernización económica, empleo, desarrollo sostenible; sin olvidar la necesidad de vencer los prejuicios de una confrontación cultural pronosticada por quienes parecen desearla. Estoy seguro de que Europa no desfallecerá en su voluntad de aproximar y aproximarse al Mediterráneo. Forma parte de sus intereses estratégicos; forma parte de su presente y todavía más de su futuro. Una Europa más unida, más cohesionada estará sin duda en mejores condiciones para abordar, junto a sus socios mediterráneos, los retos compartidos de esa región euromediterránea en construcción.