A finales del año pasado Estonia vivió dos acontecimientos de gran trascendencia, que han resultado cruciales en tanto que se cuestiona su asociación con los países del sur del Mediterráneo.
Por una parte, apareció la primera edición del Sagrado Corán, y el hecho de que el libro se agotara ya el primer día debería servir para mostrar el interés de los estonios por la cultura árabe. Seamos honestos: hasta ahora se han traducido muy pocos libros del árabe al estonio, y sólo un puñado de personas en este país hablan árabe. Incluso las famosas Mil y una noches se tradujeron al estonio a través del ruso.
Obviamente, sería muy prematuro suponer que la traducción del Sagrado Corán solventará todas las cuestiones que puedan plantearse en Estonia con respecto a la cultura árabe, pero sin duda sí puede considerarse como un inicio del diálogo con los países mediterráneos.
Por otra parte, Estonia, al igual que otros nueve estados de reciente incorporación a la Unión Europea, se unió al espacio Schengen en diciembre de 2007. Ello significa, sobre todo, dos cosas: en primer lugar, la abolición de los controles fronterizos, y, en segundo término, el hecho de que mentalmente Estonia haya extendido sus fronteras hasta el Mediterráneo y el Atlántico. Así, pues, la frontera más cercana para los estonios se encuentra ahora en la orilla sur del Mediterráneo.
De hecho, muchos estonios están ya familiarizados con algunos países árabes. Así, por ejemplo, en el aeropuerto de Tallin, aparte de las monedas europeas y el dólar estadounidense, se cambia también moneda egipcia. Ello se debe al hecho de que Egipto constituye el destino turístico más popular en invierno; y la broma, muy popular en la década de 1990, que preguntaba si quedaba un solo estonio que no hubiera estado en Finlandia, bien podría hoy extenderse a Egipto.
Así, es un hecho cotidiano que numerosos estonios poseen una serie de conocimientos que les pueden conducir a desarrollar un cierto interés, e incluso respeto, por los países del sur del Mediterráneo. El problema, no obstante, aparece en las discusiones políticas.
El gobierno estonio siempre ha respaldado la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea, especialmente en lo que se refiere a sus difíciles relaciones con el gran vecino oriental: Rusia. Estonia ha deseado constantemente una postura más unificada frente a Rusia por parte de la Unión Europea, y ha trabajado mucho en favor de ésta.
Resulta bastante inevitable, sin embargo, que Estonia no tenga un gran poder de decisión a la hora de discutir el uso de los recursos de la Unión Europea en los países mediterráneos. En consecuencia, carece de servicio exterior en dichos territorios, y tiene que depender de las embajadas extranjeras para tratar con ellos. Sólo recientemente Estonia ha establecido su propia delegación diplomática en El Cairo. A la luz de esta situación, la posible creación de un servicio exterior común para toda la Unión Europea prevista en el tratado de Lisboa tiene una gran trascendencia para Estonia.
Históricamente, ha habido numerosas razones que pueden explicar la ausencia de relaciones entre Estonia y los países del sur del Mediterráneo, así como la vaga experiencia oficial con ellos. Mientras Estonia formó parte de la Unión Soviética, en las universidades nacionales no se trataban ni las relaciones árabes ni las internacionales, y para estudiar esas materias había que ir a Moscú o a Leningrado. Asimismo, las relaciones internacionales se confinaban en la elite soviética, principalmente rusa, y difícilmente algún estonio tenía la oportunidad de tratar con países árabes.
Tras la reindependencia, en 1991, Estonia estaba ansiosa por unirse a organizaciones occidentales como la Unión Europea y la Organización del Tratado del Atlántico Norte, y lógicamente casi todos los recursos del país iban en esa dirección, de modo que apenas se prestó atención a los países del sur del Mediterráneo. Tras las denominadas «revoluciones de colores» de Georgia, en 2003, y Ucrania, en 2004, Estonia decidió respaldar el desarrollo de la democracia en dichos países compartiendo su propia experiencia con ellos; es decir, cómo aproximarse a las organizaciones occidentales, y cómo establecer un estado de derecho y una democracia liberal.
La gran cuestión ahora es si puede aplicarse la misma actividad a los países del sur del Mediterráneo. Se trata, además, de ver si la Unión Europea está dispuesta a adoptar tal postura y dejar que los nuevos estados miembros aporten su propia experiencia al sur del Mediterráneo. Asimismo, ¿está la propia Estonia preparada para tal acción? Dado que se trata de un país de 1,3 millones de habitantes, no puede desempeñar un papel tan importante como algunos de los grandes estados miembros de la Unión Europea en esa región. En consecuencia, además de encontrar su propio espacio en la política común de la Unión Europea, Estonia debe determinar exactamente los ámbitos en los que su experiencia puede resultar valiosa.
No obstante, está claro desde un primer momento que Estonia no puede aportar grandes cantidades de dinero a la región; por tanto, la ayuda o la cooperación han de centrarse en líneas de acción de asesoramiento y soporte antes que económicas. Por supuesto, los modelos georgiano o ucraniano no pueden copiarse íntegramente en el sur del Mediterráneo, pero creo que al menos merece la pena considerar la posibilidad de cooperación en distintos ámbitos como la legislación, los medios de comunicación, el control fronterizo y el buen gobierno. Evidentemente, hay muchos aspectos que dependen de los propios países del sur del Mediterráneo, de su disposición a aceptar esta cooperación. También es posible determinar conjuntamente, en colaboración con los países implicados, cuáles son los ámbitos en los que resulta más interesante trabajar desde ambos puntos de vista.
Existe, además, una gran ventaja para Estonia: debido a su historia, el país no ha sido nunca una potencia colonial, y, en consecuencia, no debería evocar emociones fuertes en los países del sur del Mediterráneo. Así, la recepción de diplomáticos, políticos, instituciones oficiales, etc., de Estonia en la región debería ser bastante positiva.
No obstante, el hecho de que Estonia haya enviado tropas a Afganistán e Irak podría plantear también algunos obstáculos en el sur del Mediterráneo. Su alianza con Estados Unidos también podría tener repercusiones negativas. Las diferencias entre los diversos países de la Unión Europea en sus relaciones con Estados Unidos constituyen también un obstáculo para encontrar un enfoque común con respecto al sur del Mediterráneo.
Resumiendo, pues: Estonia, como nuevo miembro de la Unión Europea, podría encontrarse tanto con ventajas como con desventajas en lo que se refiere a la región mediterránea. Obviamente, el éxito de los primeros pasos hacia la región no dependerá sólo de nuestro país. Sin embargo, Estonia se ha puesto en marcha, de modo que es posible que en los próximos años veamos un incremento de la cooperación entre nuestro país y la región mediterránea.