Mis raíces familiares se encuentran en Carelia, en Finlandia Oriental, a orillas del mayor lago de Europa, el Ladoga, al que a veces se califica de mar. Ya en el siglo xi se produjeron contactos con Bizancio y el mundo eslavo, cuando los comerciantes y soldados carelios recorrieron las rutas fluviales rusas hacia el mar Negro y Constantinopla. Entre las tribus finesas, los carelios fueron los únicos que abrazaron la fe ortodoxa. La epopeya nacional finlandesa Kalevala, cuyos versos se recopilaron a partir de los cantos de las tierras de Carelia, contiene numerosas evidencias de dichos viajes y de la fe de la población local.
Como muchos otros pueblos de la región fronteriza, los carelios también han sufrido la maldición de toda frontera. Durante la segunda guerra mundial, Stalin quiso engullir mi país dentro de su reino. Sin embargo, Finlandia logró mantener su independencia, que había sido reconocida por Lenin el último día del año 1917. Pese a ello, como consecuencia de la guerra, la Unión Soviética se anexionó una gran parte de la Carelia finlandesa. Hasta 400.000 carelios —una décima parte de la población finesa de la época— hubieron de convertirse en refugiados, como mi padre.
Los carelios se establecieron en muchas partes de Finlandia de manera satisfactoria. No se erigió ningún campo de refugiados al estilo palestino. En algunos lugares, sin embargo, se consideraba que los refugiados ortodoxos carelios habían abrazado la fe rusa, y se les denominaba en finés «ryssänuskoinen», donde «ryssä» es un término peyorativo para designar a los rusos. Esta actitud ignoraba el hecho de que habían huido de una Unión Soviética que era atea. Hoy en día, en Finlandia, tanto la religión luterana (el 82 % de la población) como la ortodoxa (el 1 %) son oficiales.
En Finlandia hay muchísimo territorio: en un país del tamaño de Italia actualmente hay sólo 5,5 millones de habitantes, mientras que Italia cuenta con 58 millones. Finlandia no forma parte de Occidente ni de Oriente, sino que pertenece, en mucho mayor medida, al Norte. «Nórdico» puede connotar aquí al mismo tiempo vacío y amplitud, contraponiéndose de ese modo a «mediterráneo», que posiblemente connota abarrotamiento y densidad.
Durante seis décadas, la parte de Carelia que quedó en el lado equivocado de la frontera experimentó la suerte de sueños que con el tiempo se convierten en estereotipos. Cuando he tenido ocasión de conocer a refugiados palestinos y chipriotas, he observado cierta similitud en el modo en que se idealiza la nostalgia del hogar. La región natal adquiere un matiz dorado.
Tras la segunda guerra mundial, Finlandia se replegó en sí misma para lamerse las heridas sufridas en la guerra perdida. Paralelamente, trató de llevarse bien con el gran vecino oriental. Las novelas históricas, ampliamente traducidas, de nuestro escritor Mika Waltari (1908-1979) respondían a unas necesidades profundamente sentidas. No sólo ofrecían un refugio ante lo gris de la vida cotidiana, sino que también ensanchaban nuestro horizonte; un horizonte en que el sol, durante los oscuros meses de invierno, no tiene la fuerza suficiente para ascender hacia la esfera cultural mediterránea.
Las novelas de Waltari describían los antiguos mundos de Egipto, Roma, Bizancio y el islam, ofreciendo así un contraste con la tradición literaria por entonces predominante en Finlandia, que se limitaba a describir la vida campesina finesa. Los lectores pronto acogieron con entusiasmo las historias sobre egipcios, griegos, romanos, etruscos, turcos y judíos, por más que aquellas novelas se apartaran de la tradición.
Waltari obtuvo fama internacional con la historia de Sinuhé, ambientada en el antiguo Egipto y titulada precisamente Sinuhé el egipcio. La novela apareció en 1945, y posteriormente se traduciría a treinta lenguas. Luego seguirían, en 1948 y 1949, las novelas gemelas Vida del aventurero Mikael Karvajalka (traducida también como El aventurero) y Mikael el renegado. Estas dos novelas introdujeron la cultura islámica en la ficción finesa. En la primera de ellas, el personaje principal, Mikael, abandona la Finlandia medieval para viajar por toda Europa y acabar en la Constantinopla otomana del siglo xvi. Allí se convierte en consejero de uno de los grandes visires del sultán Solimán el Magnífico. El luterano Mikael Karvajalka se convierte, así, a la fe musulmana, y cambia su nombre por el de Hakim.
La novela El ángel sombrío, publicada en 1952, describía cómo el reinado bizantino, de mil cien años de antigüedad, se veía aplastado entre Oriente y Occidente, mientras vivía sus últimos momentos a uno y otro lado del Bósforo.
En la novela El etrusco. La leyenda de los inmortales, publicada en 1955, el personaje principal primero lucha en las guerras de formación de los países mediterráneos, y luego vuelve finalmente a sus raíces en la antigua Etruria. La novela S.P.Q.R. El senador de Roma (traducida también como Senador de Roma), que resultaría ser la última de Waltari, describe la vida del senador Minuto en la Roma de los emperadores, incluido Nerón. Waltari siguió recopilando materiales para otra novela sobre la destrucción de la Orden de los Caballeros Templarios en Tierra Santa, pero el agotamiento puso fin a su obra.
Al final de la militarizada década de 1930, el escritor todavía se sentía atraído por la Alemania entonces en auge, como ocurriría a muchos otros intelectuales de la época. Sin embargo, Finlandia perdió la guerra de 1941-1944 después de haberse unido a los alemanes contra la Unión Soviética.
La guerra ejerció una fuerte influencia en la mente del escritor. El patriota pasó a convertirse en ciudadano del mundo. Durante la guerra había ensalzado las virtudes militares mientras colaboraba con la unidad de propaganda, pero tras el conflicto perdió su fe en las verdades absolutas. Aunque tendía a ser pesimista, en la actualidad se le podría describir como un escéptico tolerante, defensor de los valores humanos universales.
Desde la publicación de Sinuhé el egipcio, el escritor reflexionó sobre el carácter invariable de los individuos humanos en el transcurso de la historia. El médico Sinuhé había comprado un esclavo, Kaptah, que quería hacerse rico, mientras que el señor de la guerra Horemheb estaba sediento de poder; ambos estaban dispuestos a hacer daño a otras personas para tener éxito en su empresa. ¿Es así como serán siempre las cosas? —se pregunta Waltari—. ¿Tras el idealismo vendrán siempre el realismo y el fomento de los propios intereses egoístas? ¿Acaso los humanos no cambian con el tiempo?
Mika Waltari, nuestro escritor más internacional —nacido hace un centenar de años—, produjo una enorme cantidad de obras: novelas, relatos breves, poesía, obras teatrales, guiones de cine y seriales radiofónicos. También escribió varios cientos de artículos periodísticos y reseñas de libros.
En el hogar de mi infancia, en Helsinki, había estanterías llenas de obras de Waltari. La novela El etrusco me fascinó especialmente con su mágico mundo mediterráneo. De pequeño tuve ocasión de explorar las sombrías tumbas etruscas cuando nuestra familia pasó un año en las Colli Albani, al sur de Roma. Los anfiteatros excavados en las laderas de piedra caliza de las colinas y los trozos de mármol que acabaron en los bolsillos de mis pantalones cortos rezumaban historia. Abajo, en el valle del Tíber, brillaba la Ciudad Eterna, y a lo lejos se llegaba a divisar el puerto etrusco de Ostia, a orillas del mar Tirreno.
El croata Predrag Matvejevic, autor del libro Mediteranski brevijar,[1] publicado en 1987, cree que nosotros los nórdicos no sólo nos sentimos atraídos hacia el Mediterráneo por el clima cálido y la intensa luz, sino también por una especie de espíritu mediterráneo o cierta fe en el Sur. Obviamente, anhelamos el sol y la luz durante los muchos meses de oscuridad ártica, cuando tenemos que añadir vitamina D a la leche para poder sobrevivir hasta la primavera. Todo el que, viajará cual ave migratoria a las costas del Mediterráneo, hacia el refugio del sol.
Aquel insuperable hombre mediterráneo llamado Albert Camus posiblemente experimentó un éxtasis parecido ante las ruinas romanas de Tipasa, en Argelia: «Adoro esta vida extática. El sol, el mar, mi corazón que bulle de juventud, mi cuerpo que sabe a sal, y este vasto escenario donde ternura y esplendor se unen mientras el amarillo se funde con el azul», declaraba con entusiasmo el autor de El extranjero en sus Nupcias.
Mientras realizaba un viaje periodístico por Argelia a finales de la década de 1990, quise ver la Tipasa de Camus. Para ello tuve que viajar desde Argel sentado entre dos guardias de seguridad en un convoy formado por dos vehículos militares, ya que podía haber barricadas de «terroristas» dispuestos a robarme y rebanarme el cuello.
El Mediterráneo está sangrando constantemente. Este mar de color turquesa es también una inmensa tumba marina. Hace un par de años en las islas Canarias, y el otoño pasado en Malta, tuve ocasión de presenciar cómo los guardacostas rescataban del mar a unos inmigrantes ilegales que habían zarpado de África. No hay vuelos turísticos de África al Mediterráneo.
Sin embargo, en el caos de Somalia a comienzos de la década de 1990, hubo algunos aviones que despegaron rumbo a Moscú. Luego los somalíes continuaban en tren a través de nuestra frontera oriental. Dado que por entones yo trabajaba como agente de información del Consejo de Refugiados Finlandés, fui testigo de cómo miles de refugiados musulmanes africanos llegaban a nuestro país por primera vez en toda la historia de Finlandia. Ambas civilizaciones chocaron cuando un policía luterano preguntó a un hombre somalí por qué tenía dos esposas. Las mujeres somalíes le aseguraron que ambas amaban al mismo hombre.
Los somalíes, actualmente una comunidad de varios miles de personas, se han integrado en la sociedad finesa con ciertas dificultades. Sólo unos cuantos han podido regresar a su caótica tierra natal. Actualmente funciona una congregación musulmana en coexistencia pacífica con las parroquias luterana y ortodoxa. Asimismo, nuestra pequeña iglesia ortodoxa está creciendo debido al constante incremento del número de rusos que están emigrando a Finlandia. En la actualidad hay alrededor de 40.000 personas en nuestro país que hablan el ruso como lengua materna.
Cuando Finlandia se incorporó a la Unión Europea, en 1995, nuestra larga frontera oriental de 1.340 kilómetros se convirtió también en una de las fronteras exteriores de la Unión. Para cruzar dicha frontera, yo mismo, como hijo de refugiado carelio, todavía necesito un visado, al igual que les ocurre a los rusos que quieren entrar en mi país. Sin embargo, hoy en día más de seis millones de personas cruzan cada año la frontera ruso-finlandesa. Las pasadas Navidades, la cola de camiones con rumbo a San Petersburgo que se formó en la frontera oriental alcanzó un nuevo récord: más de 70 kilómetros.
Por razones históricas, no puede decirse que las relaciones entre los fineses y los rusos sean muy cordiales. Todavía hay fronteras mentales que nos separan. Muchos fineses no pueden olvidar el sangriento dialogo armado, en condiciones de más de treinta grados bajo cero, con soldados ataviados con camuflaje blanco sobre la nieve. Ven al vecino oriental como un eterno enemigo que los obliga a estar siempre preparados para defenderse. Sin embargo, uno no puede hacer nada con la geografía, y eso es algo que la mayoría de los fineses entienden.
Pero ¿qué hay del Mediterráneo, donde la religión ortodoxa bizantina, el judaísmo y el islam influyeron en el nacimiento de la moderna Europa? La cultura de este mar también produjo, para nuestra vergüenza, los terroristas suicidas de Madrid en marzo de 2004 y los coches bomba de Argelia en abril de 2007. Hay personas que temen que el Mediterráneo europeo esté amenazado por un estado islámico basado en la sharía, del mismo modo que antaño lo estuvo por el comunismo soviético; otros creen que es Israel, con el apoyo de Estados Unidos, el que amenaza a todos los demás. Homo res sacra homini; ¡si realmente los humanos fueran sagrados los unos para los otros…!
Notas
[1] Editado en castellano con el título de Breviario mediterráneo, Barcelona, Anagrama, 1991.