Energía nuclear en Oriente Medio: más cooperación en seguridad

Martin B. Malin

Desde hace más de una década, la energía nuclear en Oriente Medio parece lista para un importante crecimiento. La primera central nuclear construida por Irán en Bushehr, la primera de Oriente Medio, comenzó a producir electricidad en 2011. Según la Asociación Nuclear Mundial, Teherán tiene planes o propuestas de construir otros 11 reactores nucleares. Arabia Saudí ha anunciado planes para construir 16 reactores nucleares de aquí a 2040. Emiratos Árabes Unidos (EAU) tiene cuatro reactores nucleares en construcción, el primero de los cuales se espera que entre en funcionamiento a finales de año. Egipto, Turquía y Jordania están intentando desarrollar energía nuclear a su propio ritmo. La apariencia de actividad es impresionante.

Pero la energía nuclear en Oriente Medio no ha despegado como se había previsto y no es probable que crezca o se difunda con rapidez. La principal razón es el coste. Los altos costes de capital hacen que generar electricidad con un reactor nuclear sea más caro por kilovatio/hora que generarla con centrales de gas o de carbón.

Pero el coste no es el único obstáculo. Los riesgos de seguridad y de proliferación asociados con la energía nuclear son muy reales, en especial en Oriente Medio, donde crecen las reservas ciudadanas acerca de la tecnología en la región y en otras partes. Para superar los obstáculos a la energía nuclear en Oriente Medio harán falta grandes inversiones en tecnología, instituciones reguladoras, enseñanza y formación. Parte ya se ha conseguido. También se necesitará una cooperación regional sin precedentes. En las actuales circunstancias políticas, dicha cooperación sigue siendo una perspectiva lejana.

Seguridad

A raíz del accidente de Fukushima, los temores por la seguridad nuclear llegaron también a Oriente Medio. Bahréin, Omán y Kuwait abandonaron sus planes nucleares. Los gobiernos de Jordania y Egipto paralizaron su desarrollo nuclear ante la significativa oposición ciudadana, aunque en ambos casos los proyectos se retomaron.

Irán siguió adelante. Puso en funcionamiento su reactor de Bushehr y alcanzó su primera reacción nuclear sostenida solo dos meses después del terremoto de Fukushima.

Los países árabes del Golfo se opusieron al reactor de Bushehr alegando razones de seguridad (con independencia de la controversia más amplia en aquel momento acerca del programa iraní de enriquecimiento de uranio). Los temores no eran infundados. La construcción de la central se prolongó más de tres décadas, en tiempos de revolución y guerra, y es un híbrido de componentes alemanes, rusos e iraníes. Partes de la central estaban ya obsoletas antes de que su construcción hubiese concluido. La central se sitúa en una región sísmica especialmente activa y ha sido sacudida por terremotos importantes antes y después de alcanzar la masa crítica. En condiciones normales, un reactor como éste funcionaría al menos durante 40 años. En los últimos 40 años, ha habido siete terremotos de magnitud 6.0 o superior muy cerca de donde se asienta la central. Está diseñada para soportar un terremoto de magnitud 8.0. Un accidente importante en Bushehr podría posiblemente afectar a centros de población árabes al otro lado del Golfo. Las preocupaciones que rodean al reactor de Bushehr ilustran muy claramente cómo se entremezclan la política y la seguridad nuclear.

El gobierno de EAU ha encontrado menos oposición a su construcción nuclear, en parte porque ha hecho todo lo posible por asegurar a su población y a sus vecinos que está tomando todas las precauciones para garantizar que se trata de una operación segura. Abu Dabi adoptó una política de transparencia acerca de sus planes nucleares y firmó todas las convenciones internacionales que rigen la seguridad y la responsabilidad nucleares antes de embarcarse en la construcción de sus centrales. Irán, por el contrario, no ha firmado aún varias de las convenciones nucleares internacionales, incluida la Convención sobre Seguridad Nuclear, que exige a las partes establecer criterios de seguridad mínimos en las leyes nacionales, emprender evaluaciones de seguridad periódicas e informar de los resultados a otros miembros de la Convención. Irán es el único país del mundo con un importante programa nuclear que no pertenece a ella.

El almacenamiento y la gestión a largo plazo de residuos altamente radiactivos de forma sostenible desde el punto de vista ecológico es otro obstáculo para el crecimiento nuclear a gran escala en Oriente Medio, aunque todavía hay tiempo para encontrar soluciones. Depósitos geológicos profundos pueden ofrecer un cementerio estable para los residuos nucleares, pero estos proyectos de almacenamiento serían más viables si estuviesen disponibles para un grupo regional de países que se encargase también de gestionarlos. Por ahora apenas se han dado conversaciones en la región sobre el almacenamiento de los residuos nucleares.

Protección

La tecnología puede resolver en parte el problema de la seguridad. En Fukushima, la naturaleza conspiró para producir un improbable (aunque no totalmente impredecible) conjunto de acontecimientos –un terremoto y un tsunami– de efecto devastador. Los reactores en construcción y planeados en Oriente Medio hoy son inherentemente más seguros que los de generaciones anteriores, incluidas las unidades de Fukushima. Operadores conscientes de la seguridad, manejando reactores con características de seguridad más pasivas, y vigilados por reguladores independientes, pueden reducir el riesgo de accidente grave a un nivel muy bajo. Mucho más difícil es diseñar protecciones frente a adversarios inteligentes –terroristas– decididos a provocar un suceso similar al de Fukushima, en especial si quienes atacan desde fuera de la central disponen de uno o más colaboradores en el interior en el momento del ataque.

El terrorismo y los sabotajes relacionados con centrales nucleares no son tan raros. En Sudáfrica, en 1982, un empleado introdujo subrepticiamente explosivos en una central en avanzado estado de construcción y los colocó sobre el vaso de presión del reactor, causando daños por valor de decenas de millones de dólares. En 1994, las autoridades lituanas se vieron obligadas a cerrar un reactor nuclear como respuesta a tres amenazas sucesivas de sabotaje. En 2014, el reactor Doel-4 en Bélgica sufrió un sabotaje –se vació intencionadamente el lubricante de una bomba, lo que destruyó la turbina del reactor, causando daños valorados entre 100 y 200 millones de dólares– aunque el perpetrador no puso en peligro las operaciones nucleares de la central. Son solo tres ejemplos entre muchos. Los saboteadores han aprovechado también la ciber-vulnerabilidad de las centrales nucleares, e Irán no es la única víctima de dichos ataques. En el futuro, los terroristas u otros gobiernos podrían emplear herramientas cibernéticas como parte de un ataque coordinado para causar una importante fuga radiactiva.

Las instalaciones nucleares son también atractivas como objetivos militares. En regiones en las que las crisis bélicas y militares constituyen una posibilidad remota, estas preocupaciones carecen relativamente de importancia. Oriente Medio no disfruta de ese lujo: desde la Segunda Guerra mundial, todos los ataques militares conocidos contra una instalación nuclear se han producido allí. Tanto Irán como Israel bombardearon la central nuclear de Osiraq, en Irak; Israel la destruyó en 1981. Irak bombardeó el emplazamiento de la central de Bushehr varias veces durante la guerra Irán-Irak, en los años ochenta. Estados Unidos bombardeó varias instalaciones nucleares iraquíes en la década de los noventa. Y en 2007, Israel bombardeó un reactor que Siria estaba a punto de concluir de manera encubierta. Incluso hoy, los planes para atacar instalaciones nucleares iraníes siguen, sin duda, esperando en más de uno de los cuarteles generales. Y no existe ningún foro de discusión regional sobre protección de centrales nucleares frente a atentados y ataques bélicos o sobre otras cuestiones de seguridad regional.

No proliferación

Estos bombardeos fueron en su mayor parte contraproducentes. En casi todos los casos, no solo no ralentizaron sino que incentivaron los esfuerzos por adquirir armamento nuclear (aunque los expertos no se ponen de acuerdo en esto). No obstante, los atacantes temían, por lo general de forma justificada, que las instalaciones nucleares que estaban bombardeando estuviesen conectadas a proyectos para producir armamento nuclear. Reactores de agua ligera como los que funcionan en Irán y el que se está construyendo en EAU no plantean por sí mismos un riesgo significativo de proliferación de armamento nuclear. Otra cosa son las fábricas que producen el combustible nuclear que alimenta las centrales. El combustible de uranio poco enriquecido para las centrales de energía nuclear es fácil de obtener en el mercado comercial. Cuando los países construyen plantas de enriquecimiento de uranio o instalaciones de reprocesamiento (para separar el plutonio del combustible nuclear irradiado), se genera una enorme responsabilidad a la hora de garantizar a los vecinos sunos objetivos pacíficos, puesto que estas instalaciones utilizan las mismas tecnologías que las que se emplean para producir los núcleos fisibles de las armas nucleares.

Hasta ahora, en Oriente Medio, solo EAU se ha comprometido de antemano –como parte de su política nacional y su acuerdo de cooperación nuclear con Estados Unidos– a no emprender actividades de enriquecimiento de uranio ni de reprocesamiento del combustible gastado. Turquía, Arabia Saudí, Egipto y Jordania se han negado a establecer compromisos similares. Y, por supuesto, Irán luchó con tenacidad para conservar lo que considera un derecho atribuido por el Tratado de No Proliferación Nuclear (TPN) a desarrollar su propia capacidad de enriquecimiento de uranio (aunque ha declarado su intención de no adquirir capacidad de reprocesamiento durante un periodo de 25 años).

El miedo a la proliferación de armamento nuclear en Oriente Medio está estrechamente relacionado con la problemática historia de programas de armamento nuclear en la región. Supuestamente Israel, que no ha firmado el TPN, adquirió armas nucleares a finales de la década de los sesenta. Irak, Irán, Siria y Libia sí han firmado el tratado, y se han comprometido a no adquirir armas nucleares. Pero según el Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA) y otras evaluaciones gubernamentales, estos países intentaron no obstante obtenerlas. Durante décadas, todos los Estados de la región han respaldado supuestamente las resoluciones de la Asamblea General de Naciones Unidas para exigir la creación en Oriente Medio de una zona libre de armamento nuclear y otras armas de destrucción masiva así como de sus vehículos de lanzamiento. Pero el avance hacia ese objetivo se ha visto frustrado casi en todo momento por los principales actores. Israel insiste en la paz con sus vecinos y en el reconocimiento diplomático como condición para el inicio de negociaciones para el desarme, y los países árabes e Irán responden que el desarme israelí debería preceder a las negociaciones regionales de paz. El callejón sin salida político que persiste desde los años setenta infectará los preparativos para la próxima conferencia de revisión del TPN en 2020, en la que se celebrará el 50º aniversario de la entrada en vigor del tratado.

Bases para el crecimiento

En Oriente Medio es imposible separar la política de la tecnología para desarrollar la energía nuclear. Hacer que el crecimiento y la difusión de la energía nuclear sean políticamente aceptables –tanto para la población de los países en los que se está produciendo como para los gobiernos de los países vecinos– exigirá un compromiso compartido de seguridad y no proliferación. Exigirá también algo de autocontrol, y mucha cooperación. Los tres escasean por desgracia actualmente en Oriente Medio y en todo el mundo.

Los gobiernos de la región podrían esforzarse más por demostrar su compromiso de establecer unas bases sólidas para la energía nuclear respaldando y consolidando instituciones reguladoras independientes, así como otros organismos eficaces para el control de la exportación y la aplicación de leyes que impidan el comercio ilícito de tecnología nuclear y de doble uso. Los líderes deben mantener también un compromiso con la continua mejora de la seguridad nuclear. Todas las instalaciones nucleares deberían estar diseñadas para protegerse al menos contra un grupo pequeño de atacantes externos que trabajen en colaboración con alguien del interior. Las instalaciones más amenazadas deberían disponer de mayor protección. Construir fuertes culturas de seguridad y protección en las organizaciones responsables de manejar instalaciones nucleares exige también atención constante.

Una forma de demostrar el compromiso con un desarrollo nuclear seguro y pacífico es firmar y aplicar los tratados internacionales pertinentes, como la Convención sobre Seguridad Nuclear, la Convención (enmendada) sobre la Protección Física de los Materiales Nucleares, la Convención Internacional para la Supresión de Actos de Terrorismo Nuclear, y el Protocolo Adicional de Salvaguardias del OIEA. Ninguno de estos tratados y convenciones ha sido aplicado universalmente en Oriente Medio.

La energía nuclear crecerá y se expandirá con menos tensión y conflicto en la región si los Estados se abstienen de manera demostrable de llevar a cabo actividades nacionales de enriquecimiento o reprocesamiento. Irán, que ya dispone de instalaciones de enriquecimiento en su territorio, debería comprometerse de manera permanente a producir uranio poco enriquecido y revitalizar su propuesta de convertir la instalación de Natanz, y cualquier otra futura, en explotaciones multinacionales. Todos los Estados deberían abstenerse de construir instalaciones de reprocesamiento. La experiencia internacional con dichas instalaciones demuestra claramente que son, en general, poco rentables, inseguras, difíciles de proteger frente a la proliferación y peligrosas para el medio ambiente.

Por último, los anteriores compromisos y limitaciones deberían perseguirse de manera conjunta. Una zona libre de armas de destrucción masiva en Oriente Medio es un objetivo importante pero lejano. Mientras se avanza hacia su establecimiento, hay muchas medidas que los Estados podrían adoptar para aumentar la cooperación y la transparencia, y para reducir las oportunidades de tergiversación respecto a las intenciones nucleares de cada uno. La cooperación en el fortalecimiento de la seguridad y la protección nucleares mediante talleres regionales y revisión por pares de las disposiciones ya en vigor, conversaciones sobre la gestión regional de los residuos nucleares, y la creación de organismos de respuesta coordinada a los desastres que desarrollen maniobras en escenarios de accidente y terrorismo nucleares, serían un buen punto de partida. Incluso antes de alcanzar un tratado de zona libre de armas de destrucción masiva, los Estados podrían acordar una prohibición regional de la producción de uranio altamente enriquecido y plutonio.

Paso a paso, es posible imaginar una cooperación en Oriente Medio de modo que la energía nuclear se considere una fuente de energía segura, protegida, pacífica y sostenible desde el punto de vista medioambiental. Pero mientras no se tomen en serio esas medidas, mientras no haya mecanismos para el diálogo sobre seguridad y resolución de conflictos, es difícil imaginar que la energía nuclear se utilice en la región en una escala significativa.