Ellas hacen cine árabe…

Henda Haouala Hamzaoui

Institut Supérieur des Arts Multimédias de La Manouba, Túnez

En el sector cinematográfico, como en todos los sectores, las mujeres árabes deben enfrentarse a una doble censura, la del régimen en primer lugar y la de los hombres después. De todos modos, desde del primer largometraje femenino de Aziza Amir hasta ahora, las cineastas árabes han sabido liberarse de estos límites haciendo del espacio cinematográfico un espacio de revuelta femenina.  


La mujer en el cine árabe es un tema que suele desatar pasiones y polémicas dada la posición que esta ocupa en el espacio cinematográfico, una posición por la que ha pagado un pesado tributo. Los prejuicios y los tópicos han empañado una imagen muy poco brillante entre un público masculino que durante largo tiempo se ha sentido cómodo con  ella.

¿Cómo hablar entonces del cine árabe en femenino? ¿Cómo presentarlo, dibujar su retrato y esbozar su evolución? De entrada ya se plantea una dificultad: ¿cómo podría resumir y definir este cine? La objetividad histórica atribuye el nacimiento del cine árabe femenino a la egipcia Aziza Amir, quien produjo y codirigió en 1927 Layla, su primer largometraje, e interpretó el papel protagonista. Luego llegaron otros nombres femeninos, como Béhija Hafedh, Assia Dagher, Fatma Rouchdi…

Estas mujeres desempeñaron cargos técnicos: producción, montaje, diseño de vestuario, etc. Hubo que esperar hasta la inauguración del Instituto de Cine de El Cairo, en la década de 1960, para que una nueva generación de mujeres egipcias ejerciera el oficio de la dirección cinematográfica. Por otra parte, en torno a los años posteriores a la independencia fue cuando varias cineastas árabes empezaron a rodar sus primeras películas con graves dificultades financieras, ya que el Estado era el que gestionaba la industria cinematográfica. Este control condicionó durante largo tiempo al cine de la región. En efecto, la producción de las cineastas árabes era sobre todo el reflejo del sistema político y social existente en la época. Algunas directoras lograron destacar y firmar interesantes obras, como por ejemplo Waha el Raheb (Siria), Fatma Skandrani (Túnez) y Nabiha Lotfi (Egipto). La pionera del cine magrebí fue la realizadora marroquí Farida Benlyazid, que acumuló todos los oficios relacionados con la cinematografía (fue primera directora, primera guionista y primera productora) y que, a través de sus películas, sobre todo la primera, Une porte sur le ciel, propuso una polémica imagen de la mujer frente al Islam, las tradiciones y la cultura árabe.

Otra generación de cineastas árabes dio que hablar durante la década de 1970: surgidas de la inmigración, encarnaron un nuevo cine árabe comprometido y politizado. Nacieron inmersas en distintos conflictos: Mai Masri, en el árabe-israelí; Assia Djebar, en la guerra de Argelia; Jocelyne Saab, Héni Srour y Randa Sabegh, en la del Líbano. Realizaron documentales sobre los conflictos de sus propios países y ejercieron una gran influencia en esa época, en la que las directoras cinematográficas expresaron, a través del objetivo de la cámara y sin miedo alguno, sus puntos de vista sobre cuestiones políticas de gran calado. Una toma de conciencia emancipadora alienta en la imagen de la mujer representada en el espacio cinematográfico árabe durante estos últimos años. Si la mujer está al mando de la cámara o controla la financiación de las películas árabes, es que nos hallamos frente a una nueva situación estética y sociopolítica de un símbolo icónico que tal vez –y digo tal vez– se ha visto traicionado en su representación. Si la mujer fue durante largo tiempo sinónimo de fragilidad y sumisión al hombre, las cineastas árabes la presentan ahora como desestabilizadora, causante de problemas, confusión y desasosiego. A través de esta posición, estas realizadoras parecen haber empezado a expresar una revuelta femenina, largo tiempo silenciada, amordazada, asfixiada incluso, por una tutela masculina que se imponía y afirmaba con dureza. Procedentes ellas mismas de una casta de mujeres sumisas y derrotadas, mutan irremisiblemente para convertirse en mujeres totalmente emancipadas y liberarse de ese espacio cinematográfico cerrado y estrangulado por la religión, pero también por las tradiciones que oprimen al personaje femenino y lo someten a «merecidos» castigos. Las problemáticas abordadas por estas cineastas árabes son las de la sexualidad, el velo y la exclusión. Temas que vuelven a encontrarse en Leila Habchi, que lo trata en Exil à domicile (1993), y en Yamina Benguigui, en su film Mémoires d’immigrés  (1998); ambas directoras han vivido la inmigración.

Tanto en La trace de Néjia Ben Mabrouk como en Le silence du Palais de Moufida Tlatli, el tema del confinamiento estructura por sí solo el espacio cinematográfico, en el que se encarna una identidad colectiva femenina que se opone, en todas estas películas, a una singularidad masculina. Pero ¿cómo romper ese silencio escénico? A primera vista, romper quiere decir atreverse. Pero ¿atreverse a qué en concreto? ¡Hegel sostenía que «hacerse preguntas es un acto violento»!

En Et maintenant, on va où ?  (Premio del Jurado Ecuménico del último Festival de Cannes de 2011, en la sección «Un certain regard», y Premio del Público en el Festival Internacional de Cine de Toronto de 2011), de Nadine Labaki, no aparece ninguna mujer que se muestre sumisa ante los hombres. La directora presenta a unas mujeres que se las ingenian para provocar el acercamiento de hombres de una misma sociedad pero de diferentes confesiones religiosas para inducirles a evitar la confrontación, a evitar la guerra.

Anne Marie Jacir encarna esta nueva generación de directoras cinematográficas, reconocidas y premiadas en festivales de gran renombre (Abu Dhabi, Venecia y Cannes), que abren el cine árabe a nuevas perspectivas. Su último largometraje, When I saw you, pone de manifiesto un cine surgido de un nuevo tipo de mujer: una madre que cría sola a su hijo en un campamento de refugiados palestinos en 1968 y sigue el itinerario de un niño soñador y atípico, distinto de los demás, hasta a reunirse con él en un campamento de guerrilleros palestinos que se preparan para liberar Jerusalén y los territorios ocupados. Una vez más, la mujer árabe representada en la pantalla se libera de una imagen que se la ha impuesto y se muestra como un personaje activo que va evolucionando. Ahora, de la feminidad se desprende una nueva consideración secreta que reaviva unos valores humanos universales.

Farida Benlyazid, movida siempre por la defensa de los valores humanos y políticamente comprometida, sigue realizando films identitarios y personales que reducen la brecha que separa al Estado de la cultura.

En la actualidad, las revoluciones árabes ofrecen al cinema una reflexión sobre una industria que ha funcionado mucho tiempo supeditada a la mecánica del miedo y en la que lo no dicho se consideraba una diversión. El nuevo leitmotiv es el de una inteligencia, una nueva mirada y una nueva forma, todo ello referido al mundo, a la condición de la mujer árabe, que siempre ha sido controvertida y aún lo es, y a ese mañana todavía borroso de los países árabes posrevolucionarios.

Las cineastas árabes han subrayado aún más su carácter innovador  a través sobre todo de una serie de películas «sociales revolucionarias». Sin lugar a dudas, tenían algo que decir transgrediendo antiguos códigos religiosos y políticos para hablarnos de una realidad que durante largo tiempo se ha mantenido oculta. Si los films árabes quieren contar el mundo árabe, es necesario que los cineastas, ya sean hombres o mujeres, se liberen de la tensión de lo real que se cierne sobre ellos. El espectador tiene que ver, entender y reflexionar, no sobre lo que ya sabe sino sobre lo que podría ayudarle a descubrir y aprender. Las realizadoras deben entender que esta era es una magnífica ocasión para satisfacer ese deseo de contradicción de los espectadores, de fluctuación del relato entre la imagen y la realidad. Solo de este modo se liberará el cine árabe de los tabúes nacidos de la historia.

Estas realizadoras no son las únicas cineastas árabes que han adoptado esta actitud, y la lista sigue creciendo desde hace algo más de 30 años, cuando se introdujeron en todos los sectores –producción, realización, distribución, explotación–, desempeñando un papel en clara y constante evolución. Tras un periodo de 40 años, la mujer se ha situado ahora detrás de la cámara, cuando no ocupa un cargo de responsabilidad que requiere la toma de decisiones estéticas, sociológicas y culturales.

Estas mujeres, punta de lanza en la defensa de la condición jurídica y social de la mujer en los países árabes, ocupan en la actualidad el ámbito cinematográfico para convertirlo en un espacio de reivindicación y protesta contra los sufrimientos y la opresión, pero también para transformarlo en portavoz de todas las esperanzas.

No es de extrañar que les dediquen festivales. El festival cinematográfico Doha Tribeca, un evento anual organizado por el Doha Film Institute (DFI), es muy revelador sobre el espectacular ascenso del peso de las mujeres en el cine árabe.

En efecto, en la cuarta edición del festival cinematográfico Doha Tribeca, en la sección «Arab Film» se proyectaron once películas de realizadoras árabes, además de los seis largometrajes programados en las categorías  «Contemporary World Cinema» y «Special Screenings», y de los seis últimos incluidos en una sección que rendía homenaje al cine argelino.

En la competición dedicada al cine árabe, Egipto presenta tres títulos realizados por mujeres; el Líbano, dos documentales: Embers, de Tamara Stepanyan, y The Lebanese Rocket Society, codirigida por Joana Hadji Thomas y Khalil Joreige. Cabe mencionar, además, tres cortometrajes realizados por mujeres: Lemrayet, de Nadia Rais; Ismail, de Nora Alsharif y, por último,  The Wall, de Odette Makhlouf Mouarkech, que describe la vida cotidiana en Beirut durante la guerra civil.

Así pues, el cine de cada uno de los países árabes aporta su sorprendente particularidad en relación con todos los demás, como por ejemplo la figura del padre, el confinamiento, el poder, la libertad, etc. Las mujeres árabes toman hoy la palabra para expresar unos valores que son universales, pero que tienen también una gran singularidad propia del mundo árabe.