Elecciones y retorno de la violencia en Irak

Al Maliki asume un nuevo mandato afectado por la guerra civil siria y oscurecido por tensiones terroristas, religiosas y sectarias, el autoritarismo y la corrupción.

Ignacio Rupérez

El primer ministro Nuri Al Maliki y su coalición electoral, Estado de Derecho, ganaron las elecciones del 30 de abril en Irak, las terceras desde la invasión de Irak en marzo de 2003, y las primeras después de la retirada de las tropas de EE UU diciembre de 2011. Obtuvieron 92 escaños, muy lejos de la mayoría absoluta en un Parlamento de 328 escaños, pero con gran ventaja respecto a los partidos suníes, kurdos y chiíes contrarios a Al Maliki.

Se registró una participación del 62%, dos puntos menos que en 2010. Más de 100 partidos y 9.000 candidatos compitieron por obtener los votos de 21 millones de electores empadronados sobre una población de 33 millones. Llevará meses conocer la composición del nuevo gobierno, de negociación muy complicada a causa del mayor fraccionamiento parlamentario, así como por la incertidumbre de los resultados para la posición política de Al Maliki, incluso en su propio partido. Sin embargo, no puede excluirse que consiga un tercer mandato como primer ministro, eso sí, con muchas más dificultades que en las anteriores elecciones.

En esta legislatura, Al Maliki y su coalición chií Estado de Derecho se presentan ante un Consejo de Representantes más complicado de controlar, con una división y polarización acentuadas tanto en las filas de los partidos kurdos, suníes y chiíes, como en la opinión pública y el sentimiento de la nación en general. Durante los dos mandatos de Al Maliki, su gestión ha contribuido de manera notoria a esa llamativa caracterización de la vida política iraquí; determinada por la retirada de las tropas americanas, con la consecuente pérdida de influencia de Washington en los asuntos internos y, de manera especial, por las notables repercusiones de la guerra civil siria, la cual ha llevado a que terroristas y combatientes y más de 200.000 refugiados se trasladaran a Irak.

El supuesto hombre de Washington

Gracias al apoyo de EE UU, de sus soldados, diplomáticos y asesores, desde 2006 Al Maliki ha ido acumulando un inmenso poder, en especial en los sectores más sensibles de los ministerios del Interior, Seguridad, Defensa y Asuntos Exteriores. Con parecida ambigüedad y resultados de doble sentido, como si se tratara del único candidato o del menos malo, EE UU hizo de Al Maliki su hombre en Irak, como lo fue Hamid Karzai en Afganistán. En ambos casos, con resultados ambiguos y manifiesto descontento de EE UU en los últimos tiempos.

Gracias al apoyo de Washington, pero también de Teherán desde 2006, Al Maliki ha controlado de manera muy directa las fuerzas de seguridad, inteligencia y policía, así como numerosos resortes financieros, persiguiendo con obstinación a sus enemigos políticos, tanto chiíes como suníes, dentro y fuera de los tribunales, Con Al Maliki, Irak sigue reproduciendo en su población y su territorio el mapa sectario creado por la administración americana desde la invasión: con los kurdos establecidos como zona autónoma y alejada de Bagdad en su propia región, los chiíes como mayoría reconocida en las instituciones públicas, mediando la correlación estrecha entre la mayoría demográfica y la mayoría política con dominio de los partidos chiíes muy perceptible en la mitad sur del país; y con los suníes desorientados y resentidos por una política contra el partido Baaz y el régimen de Sadam Hussein que en realidad se confunde con una política sectaria contra la más importante minoría nacional, relegada hoy en la administración, el Parlamento, las Fuerzas Armadas y el gobierno.

La consecuente desafección suní tiene mucho que ver con el auge terrorista y la oposición al actual primer ministro, como se ha visto desde 2003 en la insurrección y la guerra civil, contra americanos y chiíes.

La inseguridad de Al Maliki

Aunque Al Maliki conserva un sustancial apoyo procedente de la mayoría de la población chií y de los partidos pro-iraníes, su gestión ha suscitado críticas crecientes y ha generado tensiones de cambio, principalmente entre los chiíes nacionalistas del Consejo Supremo Islámico de Irak y los Sadristas (partidarios de Muqtada al Sadr, NdR), que pensaron que el partido Estado de Derecho obtendría menos escaños y que las otras dos formaciones chiíes podrían constituir una alternativa de gobierno, algo imposible dado que solo han reunido unos 70 escaños.

Incluso se rumoreó que en el seno del propio bloque Estado de Derecho ya habían comenzado las maniobras para encontrar sucesor. De momento, se prevén reajustes y divisiones en los partidos de base religiosa y étnica, lo que no significa su reconstitución superando tales criterios de afiliación y su establecimiento según la ciudadanía y la ideología política. Hasta ahora, y especialmente tras la aprobación de la Constitución en 2005, el gobierno en Irak ha funcionado gracias a un pacto implícito entre chiíes y kurdos, que ha garantizado cierta abstención de Bagdad en los asuntos kurdos y su progreso en el autogobierno, pero que ya no asegura en Erbil el apoyo al gobierno autónomo de los dos principales partidos kurdos, en especial del Partido Democrático del Kurdistán.

Con el segundo mandato de Al Maliki y la larga enfermedad del presidente de la República, el kurdo Yalal Talabani, se ha debilitado también su propio partido, la Unión Patriótica del Kurdistán. Este partido y el de Masud Barzani, el Partido Democrático del Kurdistán, en curso de remodelación y con importantes tensiones internas, han sido incapaces de negociar durante más de un año la formación de un gobierno autonómico, en una región mucho más segura y próspera que el resto de Irak pero afectada por la guerra civil siria, la rivalidad tradicional de los dos principales partidos kurdos y los problemas de los kurdos del otro lado de la frontera.

Olas desestabilizadoras

Quizás no resulta exagerado afirmar que Irak también participa en la guerra civil siria. Debido a las olas desestabilizadoras procedentes del país vecino, unidas a las tensiones religiosas y étnicas, la corrupción que no cesa, los abusos cometidos por las fuerzas de seguridad y la presencia muy activa de los yihadistas del Estado Islámico de Irak y Levante (ISIL), Irak vuelve a estar sumido en la violencia terrorista, que alcanza unos niveles de mortalidad y destrucción que recuerdan a los de 2006 y 2007, los peores años de la ocupación, especialmente en las provincias de Dyala y Salaheddin, Nínive y los alrededores de la ciudad de Mosul.

El ISIL y otras formaciones terroristas, que actúan a ambos lados de Siria e Irak, controlan una sustancial porción de territorio entre la frontera y los alrededores de Bagdad. En lo que va de año se cuentan en Irak 3.500 muertes violentas entre la población civil. Por doquier, antes y después de las elecciones, se han registrado en Irak numerosos atentados contra objetivos chiíes, que han propiciado el rearme y la respuesta de sus milicias y la reaparición de grupos suníes de carácter insurreccional contra las fuerzas de ocupación, con elementos baasistas que parecían haber desaparecido y que han hecho de Bagdad de nuevo una ciudad insegura.

Se han registrado sucesos trágicos en la localidad de Abu Ghraib, situada en las afueras de Bagdad, emplazamiento de la infame cárcel que escandalizó a la opinión pública internacional por el cruel tratamiento dispensado a los presos iraquíes; pero también del famoso zigurat de Akarkuf, que para los viajeros del siglo XIX se confundía con la Torre de Babel por su grandiosidad y su sorprendente buen estado de conservación. De alguna manera, en la campaña electoral iraquí también han participado los terroristas y ha planeado la presencia de los más de 200.000 refugiados sirios.

Los sucesos de Faluya y Ramadi

Pero los argumentos que sostienen que Irak puede llegar a participar en la guerra civil siria se basan sobre todo en los sucesos registrados en las ciudades de Faluya y Ramadi, en la desértica provincia de Anbar, mayoritariamente suní y contigua a Siria, con sólidas estructuras tribales y muy religiosa. Especialmente en Faluya ya tuvieron lugar repetidos enfrentamientos sangrientos entre insurgentes y las fuerzas americanas. Los registrados este año, en progresión continuada desde diciembre de 2012, han alcanzado tal nivel que EE UU, y también el Irán aliado de Al Maliki, se han visto obligados a reanudar el envío de material militar a las fuerzas iraquíes para una lucha que comprende la participación de elementos tribales, el ISIL y otros grupos terroristas e insurgentes, que constituyen entre todas los ingredientes para una guerra de baja intensidad.

Las batallas en ambas ciudades y la inseguridad en la provincia de Anbar evidenciarían, al menos, que los iraquíes no pueden ausentarse de la guerra civil siria, y tienen dificultades para esquivarla. Para ello, para unificar fuerzas contra Al Qaeda como enemigo común, se repite la aparente paradoja de que americanos e iraníes puedan converger en prestar ayuda al gobierno de Al Maliki, lo que, finalmente, favorecerá la única solución que tradicionalmente ha servido para controlar el país en momentos críticos: la negociación con las tribus.

Presentes a uno y otro lado de las fronteras, con lazos ancestrales de religión, costumbres, negocios y parentesco, menudean las combinaciones y las hipótesis sobre las eventuales alteraciones territoriales y se barajan las posibilidades de los suníes en Siria e Irak para el día después de la guerra. La guerra civil ha contribuido a que sirios e iraquíes descubran que forman parte de un mismo país, entre el Tigris y el Éufrates, artificialmente partido por la colonización occidental, con la hipótesis de la revisión del Pacto Sykes-Picot.

El pasado reaparece en Irak

La frontera de los dos países no puede hoy asegurarse sin la cooperación de esas tribus trasnacionales que se proyectan también hacia Líbano, Jordania y Arabia Saudí, que han dispuesto durante siglos de armas y libertad de movimientos, de sus propias leyes, costumbres y formas de vida, en flujo y reflujo hacia los respectivos gobiernos según la fortaleza de estos y la calidad de su trato; y, en general, con frías o malas relaciones con el gobierno de Bagdad.

No hay unanimidad entre las tribus de Irak en cuanto al apoyo a Bagdad frente a los combatientes al luchar contra Al Maliki también creen que lo hacen contra Al Assad,los chiíes y aliados de Irán. Por tanto, el pasado reaparece de nuevo en Irak, como con los británicos y la monarquía hachemí, Saddam Hussein, Al Jafari, Al Maliki y los americanos. Es un grave error separarse de las tribus, eje esencial para la gobernabilidad del país, especialmente en las provincias. En definitiva, se alinean muchos elementos de fraccionamiento y anarquía, incompetencia gubernamental y agresividad política por parte de Al Maliki y su entorno.

Se prevé un futuro complicado en Irak, que pasa por nuevas elecciones generales sin tampoco haber superado los traumas recientes de la invasión y la ocupación, la destrucción de su Estado y de sus Fuerzas Armadas, con la consagración de la división sectaria en la población, y en su política, consecuentemente como pauta para la organización política, e incluso para la territorial. A este déficit, ni mucho menos cubierto, se unen el abuso autoritario y excluyente propio de los años de Al Maliki como primer ministro, así como las ilusiones desestabilizadoras y revanchistas de suníes y chiíes iraquíes, inclinados a la violencia de manera recurrente.

Ambos sitúan en el desenlace de la guerra civil siria sus ilusiones, identificándose respectivamente en contra y a favor de Bashar al Assad, tentados tal vez a desarrollar en Irak una guerra civil similar y conseguir con la eficacia eventual de las armas lo que, al menos hasta ahora, no han conseguido ni con las urnas ni con elS gobierno de Al Maliki.