Elecciones marroquíes 2007: una voz de aviso

La alta abstención y el voto nulo revelan que la población no ha visto en las elecciones ningún signo de cambio.

Bernabé López

La desmovilización observable en las elecciones del 7 de septiembre de 2007, en las que se abstuvo de participar el 63 % del censo electoral, debería interrogar a todos los estamentos de la clase política, sociedad civil y administración marroquí. Así lo reconoció el ministro del Interior, Chakib Benmusa, en su comparecencia oficial al día siguiente de los comicios. La cuestión clave es saber dónde y quién debe hacer de notario de las respuestas que den –si es que las van a dar– cada uno de los sectores implicados.

La precampaña electoral

Recapitulemos un poco sobre el largo proceso que ha llevado a estos resultados. Hace un año, nacía 2007 Daba (“2007 Ahora”), una ONG con el objetivo de movilizar a los jóvenes para hacerles participar en la cita electoral de 2007. Romper con la cultura negacionista era lo que movió a su creación a Nureddin Ayuch, un publicista brillante desde 1972, director de Kalima, una revista que en los años ochenta intentó movilizar a los jóvenes con reportajes incisivos pero que se estrelló contra la censura. “Hace años que los marroquíes han dado la espalda a la cosa pública –decía Ayuch– y este desinterés beneficia a los arribistas, a los mediocres y a los farsantes”.

En la dirección de la ONG se podían encontrar intelectuales, profesores, empresarios, responsables asociativos… El desinterés generalizado por la política justificaba tomar las vísperas con tiempo para, a lo largo de todo un año, recorrer la geografía marroquí con caravanas, folletos informativos, campañas de incitación al voto. Pero a la luz de los resultados, un descenso de la participación del 15% (que pasó del 52% al 37%), en lugar del incremento de 25 puntos que pretendían, el fracaso del proyecto ha sido demasiado evidente y obliga a dar una explicación de lo ocurrido.

En un país en el que los servicios de estadística tienen aún muchas insuficiencias, y en el que el documento nacional de identidad no está generalizado, las listas electorales no son establecidas automáticamente por la administración sino que son renovadas anualmente en función del interés ciudadano en inscribirse. Uno de los objetivos de 2007 Daba era naturalmente despertar el interés entre los marroquíes para que se inscribiesen en las listas, abiertas desde abril de 2007. Fue ahí donde tropezó con su primer fracaso.

El censo electoral potencial esperado por el Alto Comisariado del Plan (HCP) se situaba en 19.981.636 personas, mientras el censo electoral oficial finalmente hecho público en julio arrojó la cifra de 15.510.505 electores, quedando ausente casi un cuarto del cuerpo electoral potencial. La operación electoral comenzaba ya con un handicap importante que atestiguaba que el desinterés por votar no había sido vencido. Y eran precisamente las capas más jóvenes las que se iban a encontrar ausentes del censo, imposibilitados por tanto –de manera voluntaria– de votar.

Los porcentajes de los diferentes grupos de edad del cuerpo electoral publicados por el Ministerio del Interior, revelan que los ausentes se encontraban sobre todo entre los electores de 18 a 24 años. Tantos como 3.521.265 jóvenes que deberían estar en las listas electorales y al no estar se quedarían sin votar. Sumados al más de un 1,2 millones de ausentes de las listas entre los de 25 a 34 años, resulta que uno de cada cuatro marroquíes estaba fuera del censo electoral. Sin olvidar a los más de tres millones de marroquíes en la diáspora, ausentes también de estos comicios. La precampaña electoral presentó algunos avances respecto al pasado.

Por primera vez en la historia electoral marroquí todos los partidos candidatos, 33 en total, presentaron a tiempo programas, con mayor o menor envergadura o interés en función de la importancia, historia y arraigo de cada uno de ellos. El empleo se reveló como el tema de fondo más presente en los programas. Según datos oficiales los empleos creados anualmente se estimaban en unos 275.000, apenas suficientes para dar empleo a los 250.000 jóvenes que acceden al mercado de trabajo por primera vez cada año, y desde luego, incapaces de recuperar la bolsa de paro acumulada. De ahí que los principales partidos centrasen en la creación de empleo sus programas económicos.

Hasta dos millones de empleos en los cinco años de legislatura era lo que proponían la Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP), y el Partido del Progreso y del Socialismo (PPS). Más modesto en sus planteamientos se reveló el partido del Istiqlal (PI), el viejo partido nacionalista de la independencia, que prometía dar trabajo a 1,3 millones de marroquíes. A mitad de camino, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), islamista, se comprometía a crear 1,5 millones buscando dar la imagen de partido pragmático y no maximalista, intentando tranquilizar desde hacía tiempo a inversores y a la propia administración de ser un partido de gobierno. Sobre este partido pesaba la sombra de un sondeo realizado por un organismo americano hace unos años, según el cual obtendría el 47% de los votos.

Ello hacía que todos los medios de comunicación centrasen la observación de estas elecciones a través de su victoria y que incluso la administración tomase medidas para reducir esta hipotética victoria. El 5 de abril, el Boletín Oficial marroquí publicó un decreto reestructurando una serie de circunscripciones que afectaba particularmente a aquellos distritos en los que el PJD había obtenido dos escaños, bien reduciendo el número de escaños en juego (Casablanca) o modificando su composición, incorporando zonas de población rural a distritos antes exclusivamente urbanos (Tánger y otros barrios de Casablanca).

Las circunscripciones de Fez, Tetuán y Chauen, con fuerte implantación del partido islamista, también fueron retocadas con el objetivo de reducir su victoria. En línea con este objetivo hay que recordar que, como en anteriores elecciones, el mundo rural está sobrerrepresentado en relación con el mundo urbano. Circunscripciones como Ain Sebaa (Casablanca) o Tánger-Arcila, en que el PJD obtuvo en torno al 30% en 2002, revalidando su victoria en 2007, un diputado representa el doble de habitantes y electores que la media nacional. Sin embargo, un diputado de Tan Tan o de Figuig representa menos de la mitad de esa media. En esta perspectiva, estas elecciones se querían percibir por algunos como el enfrentamiento de dos modelos de sociedad.

El lema de campaña de la USFP, “¡Escoged vuestro Marruecos!”, evocaba, sin nombrarlos, dos Marruecos que se enfrentan, el de los socialistas y sus aliados de la Kutla democrática y el del partido islamista PJD. Ese era el análisis de un llamamiento “contra las fuerzas oscurantistas” que circuló en los días de la campaña electoral, redactado por el poeta y antiguo opositor de Hassan II, Abdellatif Laâbi. Pero no era eso, en realidad, lo que estaba en juego en estas elecciones.

Como dejó claro el rey Mohamed VI en el discurso del Trono a fines de julio, estas elecciones iban a ser, una vez más, las de la continuidad. Continuidad con el sistema político actual que aunque el monarca definía como “monarquía ciudadana”, no es sino una “monarquía actuante”, ejecutiva, con un rey guía y protector instalado en su papel de “Emir de los creyentes”. “Las elecciones –dijo– no ponen de ninguna manera en juego la identidad del Estado marroquí o los fundamentos de su régimen, es decir el Islam moderado y abierto, la monarquía constitucional, la unidad nacional, la integridad territorial y la democracia social”.

A juicio de Abdelali Benameur, fundador de la Asociación Alternatives, dos son las grandes corrientes políticas de la sociedad marroquí: de un lado, la “socioliberal”, integrada por partidos como la USFP, el PPS, el PSU y otros movimientos de la izquierda radical; y de otra, la “conservadora-religiosa”, hoy mayoritaria, de la que formaban parte un ala democrática, el Istiqlal y un ala a la búsqueda de su propia vía, el PJD, “desgraciadamente –según palabras de Benameur– atado al Estado islamista”. Pero ninguna de ellas cuestionaba propiamente el sistema, si bien algunos de sus integrantes se manifestaron claramente por la necesidad de un reforzamiento del sistema parlamentario. Junto a estas dos grandes corrientes hay una serie de partidos de conveniencia, sin una línea clara, animados por notables locales que usan sus etiquetas para salir elegidos.

La realidad es que estos partidos de notables, que siempre han instrumentalizado el “liberalismo” al servicio de la monarquía como principio de base, han llegado a convertirse en grupos de poder, con un clientelismo que cuenta a la hora de las elecciones, con verdaderos feudos difíciles de desbancar. Y que movilizan a ese amplio sector de indiferentes que ni imaginan que las elecciones pueden ser un medio de control de los gobernantes y no un mero trampolín de oportunistas a los que conviene apoyar para que no empeore su triste realidad cotidiana. Pero el panorama político marroquí es más complejo que esas tres corrientes.

La revista Le Journal hebdomadaire (julio 2007), jugando entre el humor y la política-ficción, distinguió al menos 15 tendencias o “tribus” en que se descompondría el espectro político marroquí: “Absolutistas” de derecha e izquierda, que sostienen al poder tal y como es, “Indecisos” entre si sirve de algo o no participar en los comicios, “Islamófilos”, cercanos a las formaciones islamistas, “Comprables”, dispuestos a dar su voto al mejor pagador, “Islamófobos”, erradicadores a ultranza, “Izquierdosos nostálgicos” de maoísmos de antaño, “Decepcionados de la USFP”, “Tradi-istiqlalianos”, clases medias nostálgicas de otro tiempo, “Berbero-maníacos”, etnicistas- nacionalistas de nuevo cuño, “Radicales o fanáticos”, proclives a justificar el terrorismo, “Cofrades”, o sufíes apolíticos, “Apóstoles del Cheij”, o sufíes politizados partidarios de Abdesalam Yassin (líder del movimiento islamista Justicia y Caridad, al margen de estas elecciones), “Despistados-versátiles” y “Pasotas”.

Ninguna –o casi ninguna– de estas “tribus” se identifica con un partido determinado, pero todas ellas dan idea, pese a que la revista las definía en clave de humor, de que no solo el panorama político de los partidos se encuentra segmentado y atomizado, como han vuelto a demostrar los resultados de estas elecciones, sino que quien lo está ante todo es la propia sociedad marroquí. Una característica de estas elecciones ha sido la enorme competitividad que han suscitado entre la clase política, que contrasta con el desinterés masivo de la sociedad. Se llegó a hablar de “circunscripciones de la muerte”, aquellas en donde los partidos pretendían enfrentarse “a degüello” para defender viejos feudos o desbancar de los mismos a sus tradicionales ocupantes: Rabat y Casablanca reunían varias de estas circunscripciones. Se llegó a crear lo que se podría definir como el pánico escénico de algunos líderes, temerosos de presentarse por miedo a ser desbancados.

El caso más llamativo fue el del líder socialista Mohamed El Yazghi, al que querían privar de su escaño varios excorreligionarios escindidos de su partido y que se retiró de la liza. En medio de toda esta danza de candidaturas, en la que algunos partidos como el Istiqlal confiaron para la selección de las listas a sus secciones locales, evitando malestar entre sus filas y renuncias, como en el caso de la USFP o el PPS, irrumpió con su dimisión, a primeros de agosto, Fuad Ali Himma, ministro delegado para Asuntos de Seguridad en Interior, consejero próximo al rey, considerado como el número dos del régimen, para presentarse en su región de origen, Rehamna, como independiente. La noticia suscitó todo tipo de rumores y especulaciones ante el temor de que pudiera ser una maniobra real para colocarlo al frente del futuro gobierno.

La campaña electoral tuvo lugar entre el 25 de agosto y la víspera de las elecciones. Poco interés suscitó entre el electorado, poco dispuesto a acudir a los mítines y recibiendo en muchos casos de manera indiferente e incluso airada a candidatos y repartidores de propaganda. Aunque no hubo incidentes mayores, el dinero fue el gran protagonista. De ahí que los principales partidos buscasen sobre todo candidatos adinerados para sufragar la campaña. Constructores, terratenientes e incluso en algunos casos personas vinculadas a diversos tráficos ilícitos no faltaron entre los cabezas de listas de todos los partidos con aspiraciones al gobierno.

Una figura que ha cobrado cuerpo en estas elecciones ha sido el revendedor de votos, individuo que por su cuenta o –en algún caso– la de alguna asociación, ofrecía al mejor postor bloques considerables de tarjetas de elector mediante una cantidad considerable para ser repartida entre el revendedor y los propietarios de las tarjetas. El Estado, pretendiendo ser neutral en esta campaña, no ha encontrado instrumentos para enfrentarse a esta plaga.

Los resultados

Los resultados han sido en consecuencia con todo este proceso. Lo más llamativo ha sido la abstención más alta de la historia de Marruecos, fruto de la falta de presión del Estado y sus agentes sobre la población, unido a que ésta no ha visto en las elecciones ningún signo ilusionante de cambio (en ninguna dirección). Pero aún hay más. Uno de cada cinco de los escasos votantes fue blanco o nulo. Los votos nulos doblaban al del partido más votado en las circunscripciones locales y triplicaban los de la lista nacional para elegir 30 parlamentarios.

El voto nulo es un mal estructural en la historia electoral marroquí, pues desde hace una década supera el millón de votantes. No se trata tanto de votos anulados por errores sino en gran medida de votos con tachones intencionados o escritos contrarios a los comicios. En un primer momento, los datos aportados por el Ministerio del Interior se limitaron al recuento global de escaños obtenidos por cada partido y a los porcentajes (redondeados) de participación y voto nulo. Finalmente, una semana más tarde, el Ministerio colgó en su web los datos completos por circunscripciones con los resultados obtenidos por cada partido.

Era un paso positivo con respecto a 2002, ya que entonces no se publicaron nunca oficialmente. Queda claro que el primer partido en votos en ambos cómputos (local y nacional) es el PJD, aunque con tan solo 7.000 votos más en las listas locales y con 65.000 más en la nacional (femenina) con respecto al siguiente partido, el Istiqlal, vencedor en escaños. Eso es un producto normal de los efectos del sistema electoral y del diseño de las circunscripciones. Pero lo que llama la atención es el descenso en número de votos de todos los partidos. Unos 100.000 votos en el caso del PJD, del Istiqlal y del RNI, unos 450.000 en el caso de la USFP y, lo más espectacular, más de medio millón de votos en el caso del MP. No hay duda de que el aumento de la abstención ha favorecido este descenso generalizado.

En las dos semanas posteriores a las elecciones el monarca consultó a las diferentes formaciones políticas para elegir entre ellas el candidato a primer ministro. Todas las quinielas iban hacia alguno de los jóvenes ministros del Istiqlal, en sintonía con la generación del rey: Karim Ghallab, Adil Duiri o Taufiq Hjira. Pero se resolvieron el 19 de septiembre con el anuncio del nombramiento del líder del partido vencedor en escaños, Abbas el Fassi. La impresión más generalizada fue que se apostaba por el pasado, por el mantenimiento del patriarcalismo en el sistema. En ningún caso por el futuro, por la renovación, por lo que esperaba la mayoría de la población, es decir, un primer ministro joven. Pudiera ser una lección más sin sacar de los resultados de las elecciones.