Elecciones en Turquía: gana la estabilidad

El miedo provocado por la violencia, la incertidumbre económica y la agitación social han propiciado una nueva elección del AKP, en el gobierno desde hace trece años.

Soli Özel

El 28 de noviembre, el decano del colegio de abogados de Diyarbakir fue asesinado de un disparo que entró por la nuca y salió por el ojo izquierdo, frente a una histórica mezquita donde apelaba a todos los implicados en la violencia a no superar los límites. Tahir Elçi, un abogado kurdo nacido en la pequeña ciudad de Cizre, escenario de un toque de queda violento e inquietante que se prolongó durante nueve días en septiembre, era, a todas luces, un hombre de gran integridad y un firme defensor de la paz.

Se oponía enérgicamente a la violencia del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), que aterrorizaba a los kurdos de la región, con la misma rotundidad con la que plantó cara a la brutalidad de las fuerzas de seguridad del Estado durante sus operaciones para limpiar la zona de combatientes del PKK y milicianos en potencia. Era conocido por ser un hombre comprometido con la ley y los derechos humanos, y por su persecución obstinada de los asesinatos sin resolver de la década de los noventa. A la sazón, las fuerzas de seguridad turcas asesinaron a miles de kurdos, y ni uno solo de los crímenes se resolvió. Elçi se hizo cargo de muchos de esos casos y otras violaciones de los derechos humanos, los llevó ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y los ganó.

Últimamente estaba sufriendo un intenso ataque mediático y social por parte de los círculos progubernamentales y nacionalistas debido a un comentario, sacado de contexto, en una intervención en directo para la televisión, donde afirmaba que “el PKK no es una organización terrorista”. A día de hoy, su asesinato sigue sin resolver y la moción para una investigación parlamentaria fue rechazada por los votos del partido en el poder, el AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo), y el nacionalista MHP (Partido de Acción Nacionalista).

Las reacciones a la muerte de Elçi, un demócrata con credenciales pacifistas, vuelve a subrayar hasta qué punto la sociedad turca está dividida por lo que se refiere al problema kurdo, aún sangriento. Tampoco en esta ocasión los diferentes electorados que constituyen el cuerpo político turco han podido ponerse de acuerdo ante esta acción criminal, como tampoco lo hicieron cuando un grupo de estudiantes de izquierdas fue víctima de un ataque terrorista en la ciudad de Suruç, el pasado julio. Este atentado suicida a manos de un terrorista del grupo Estado Islámico (EI), nacido en Turquía, desató una serie de acontecimientos que sumieron al país en una peligrosa espiral de escalada de la violencia, toques de queda, ataques terroristas y francotiradores.

La masacre de Suruç también representó un punto de inflexión en la incipiente campaña electoral turca. Contribuyó a crear una atmósfera de gran peligro, miedo e incertidumbre. La violencia que surgió a raíz del ataque, cuando el PKK decidió intensificar el conflicto militar, vino como anillo al dedo al AKP y al presidente Recep Tayyip Erdogan.

Anteriormente, Erdogan había forzado unas nuevas elecciones solo porque no le gustaron los resultados de las celebradas el 7 de junio, donde el AKP perdió la mayoría parlamentaria, lo que implicaba el final de sus aspiraciones a convertirse en el líder de un sistema presidencial ilimitado. La causa principal de esa derrota relativa del AKP fue el éxito cosechado por el HDP (Partido Democrático de los Pueblos).

El HDP es un partido político surgido del movimiento político que representa las aspiraciones del pueblo kurdo, pero que también intentó ampliar su atractivo para los turcos liberales y de izquierdas con sus mensajes cosmopolitas. Corrió un riesgo al concurrir a las elecciones como un partido político en lugar de presentar candidatos independientes, como había hecho en las anteriores elecciones para eludir el injusto umbral electoral turco del 10%.

Sin embargo, el HDP no solo consiguió un éxito que pocos podían imaginarse, al lograr un 13,2% de los votos ganándose a los kurdos conservadores, hasta entonces leales al AKP, sino que lo hizo prometiendo que no permitiría que Erdogan fuera presidente. A juzgar por sus declaraciones tras el 7 de junio, los principales dirigentes del AKP consideraban al HDP responsable de sus problemas, y estaban listos para atacar al partido y a su popular líder, Selahattin Demirtas, vinculándolos con el terrorismo.

El 7 de junio el veredicto del electorado turco fue claro e inequívoco: se presentaba una buena oportunidad para acabar con el control monopólico del AKP, que había gobernado el país durante 13 años. Erdogan se negó a aceptar ese veredicto; con varios movimientos estratégicos y astutos, aprovechando la completa ineptitud y falta de objetivos de los partidos de la oposición, logró llevar al país a unas nuevas elecciones. Analizándolo retrospectivamente, resulta evidente que, mientras preparaba el terreno para los nuevos comicios, Erdogan puso en marcha unos mecanismos estratégicos y políticos muy bien calibrados para recuperar a los votantes que el AKP había perdido en junio. Decidió asustar al país, asegurando que sin una mayoría absoluta del AKP la estabilidad no sería más que un sueño lejano, y con ella, los objetivos de paz, tranquilidad y crecimiento económico.

En una campaña meticulosamente estudiada para los comicios del 1 de noviembre, paralela a la del primer ministro Ahmet Davutoglu, el presidente Erdogan no hizo hincapié en el sistema presidencial, como en las anteriores elecciones, sino que se centró en la importancia de la estabilidad y la necesidad de vencer al terrorismo. La máquina de propaganda del AKP difundió sistemáticamente el mensaje de que, en caso de negar al partido los suficientes escaños para gobernar por su cuenta, el electorado abriría la caja de Pandora.

En resumidas cuentas, amenazaron a la ciudadanía con el caos y a los votantes del AKP con la posibilidad de perder lo ganado durante los últimos 13 años. De hecho, un sondeo llevado a cabo tras las elecciones por la firma demoscópica Metropoll reveló que los electores desencantados del AKP que no votaron en junio regresaron masivamente a las urnas. El sondeo también subrayó el atractivo de la estabilidad, pues todos los partidos perdieron apoyos en favor del AKP, contribuyendo así a darle una victoria inesperada y aplastante con el 49,5% de los votos.

No obstante, el tema clave de la campaña del AKP, que también contribuyó a allanar el camino para la implosión del partido ultranacionalista MHP, fue el recurso a un nacionalismo burdo. Dicho discurso nacionalista, y la intensificación de la guerra contra el PKK tras la masacre de Suruç, ayudó al AKP a recuperar las circunscripciones que antes había cedido al MHP por haber intentado alcanzar la paz con los kurdos. Para las elecciones de junio, Erdogan ya había dado marcha atrás en el acercamiento a los kurdos que él mismo había protagonizado, considerado uno de los mayores logros de su etapa en el poder. Tras el 7 de junio, Erdogan intensificó sus ataques al HDP y a su líder; cada acción terrorista cometida por el PKK mermaba aún más las posibilidades del partido y mancillaba notablemente la imagen de Selahattin Demirtas, que intentó, ya tarde, distanciar a su partido del terrorismo del PKK.

Sin duda, el PKK vio con malos ojos el auge y protagonismo del ala civil del Movimiento Político Kurdo, que lo eclipsaba. Así pues, tanto el partido dirigente como el PKK estaban interesados en socavar el atractivo político del HDP, una vez tomada la decisión de repetir las elecciones.

El sondeo postelectoral de Metropoll también muestra que la mayoría de los kurdos conservadores que desertaron del AKP para votar al HDP en junio decidieron abstenerse en las segundas elecciones, como protesta a la escalada de la violencia del PKK y a sus declaraciones impopulares de autonomía, que desataron la ira del Estado turco contra unos civiles inocentes convertidos en daños colaterales de la guerra.

El EI ataca en Ankara

Por tanto, la táctica del miedo del AKP ha funcionado. Sin embargo, hasta bien entrada la campaña, casi todos los sondeos predecían que los resultados del 1 de noviembre serían los mismos que los del 7 de junio. Paradójicamente, el ataque terrorista más sangriento de la historia de Turquía, que se produjo el 10 de octubre en la capital, Ankara, y se cobró 103 vidas, benefició al AKP.

Ese día, dos terroristas entrenados por el EI que estaban en la lista de personas vigiladas por los servicios de inteligencia y seguridad turcos se volaron en pedazos con unos segundos de diferencia al comienzo de una manifestación pacífica organizada por los sindicatos, las asociaciones y el HDP.

El atentado de Ankara se pareció, en su concepción y ejecución, al ataque de Suruç, en el que murieron 34 personas. Conviene señalar que, inmediatamente después de Suruç, Turquía permitió usar la base aérea de Incirlik a las fuerzas de la coalición que bombardean las posiciones del EI en Siria e Irak. Ankara se granjeó así la ira de la organización, a pesar de que las Fuerzas Aéreas Turcas apenas atacaban las posiciones del EI y solían centrarse en los bastiones del PKK en el norte de Irak.

Si el EI fuese responsable del atentado de Ankara, el panorama de la seguridad turca cambiaría drásticamente. El incidente significa, por un lado, que ahora el EI libra sus batallas contra su némesis en Irak y Siria –es decir, los kurdos– en territorio turco. El PKK y su afiliado en Siria, el PYD, son las únicas fuerzas militares que luchan contra el EI y suelen derrotarlo.

Sin embargo, lo más importante es que los atentados de Suruç y Ankara señalan un grave fallo de inteligencia y seguridad. La mayoría de los testigos afirman que la presencia policial era escasa y las medidas de seguridad laxas. Además, el fiasco en la inteligencia no se limita a estos ataques terroristas. Los medios turcos ya habían informado sobre la presencia de redes yihadistas y de reclutamiento dentro de Turquía. Se indicaron los lugares donde se reunían; se identificó a los líderes por nombre y trayectoria. El EI se estaba organizando en el país, difundiendo sus opiniones y reclutando con éxito a sectores alienados de la población suní. Sin embargo, no se tomó ninguna medida concreta para atajar el problema.

La masacre de Ankara fue, sin duda, un punto de inflexión, pero tal y como muchos analistas esperaban, el gobierno afirmó que la matanza era consecuencia de la colaboración del PKK con el EI y otras organizaciones terroristas menores; lo definió como una acción “cóctel”. Por poco probable que fuese dicha tesis, parece que, con la ayuda de los medios de comunicación, sirvió para que la ciudadanía creyese que el país estaba sufriendo un ataque conjunto.

Así que los electores, en lugar de culpar al gobierno por no ofrecer la seguridad adecuada, se creyeron el argumento de que la ausencia de un gobierno mayoritario hacía a Turquía vulnerable ante las manipulaciones de unas fuerzas siniestras y, a juzgar por los resultados de noviembre, volcaron su apoyo en el AKP. Así las cosas, las consecuencias de la masacre de Ankara fueron igual de dramáticas que el atentado en sí, por lo que indican sobre Turquía y la sociedad turca. El primer ministro no visitó el lugar para dejar flores hasta que los embajadores europeos lo hicieron. Pero lo más alarmante fue el abucheo de los aficionados durante el minuto de silencio por las víctimas antes de un partido de la selección nacional de fútbol en la ciudad de Konya. Aquello supuso una nueva demostración de que el pueblo turco ha perdido su sentimiento de pertenencia común. Las fisuras en la sociedad son demasiado profundas; la polarización ha ido demasiado lejos y el respeto está del todo ausente. Como apuntaba el profesor Umut Özkirimli tras la matanza de Ankara, “la rabia que enfrenta a una mitad de la sociedad con la otra mitad es demasiado intensa; las divisiones que recorren los diferentes grupos étnicos, religiosos o ideológicos son demasiado profundas para ocultarlas”.

Las elecciones no han acabado con los combates entre el PKK y las fuerzas de seguridad turcas en el sudeste del país. El PKK no se rinde y el ejército está decidido a erradicar la organización sin reparar demasiado en los derechos humanos, los juicios justos, el Estado de derecho y las vidas de los civiles. Elçi fue asesinado en Diyarbakir mientras esta atmósfera reina en la región, y Turquía se aleja del orden democrático liberal en todos los planos, empezando por la libertad de expresión y de los medios de comunicación.

Al equiparar la estabilidad con el gobierno de partido único, el electorado dio al AKP un nuevo mandato para dirigir el país. El miedo provocado por la violencia, la incertidumbre económica y la agitación social propició esa elección. Pero los resultados de los comicios dan a entender que un poder abrumador en el Parlamento quizá no baste para lograr la tan ansiada estabilidad durante mucho tiempo, habida cuenta de que las fallas étnicas, sectarias y laico/religiosas de Turquía están activas, y hasta ahora el partido del gobierno no ve la necesidad de aplacar a quienes temen sus ambiciones y sus proyectos para un cambio de régimen.