El velo no lo tapa todo

“Desde siempre las mujeres han protegido sus encantos de la lubricidad masculina”.

Lotfi Akalay, periodista, Marruecos

Ayer me encontré con tu mujer. Por primera vez, se negó a darme unos besos, lo cual me sorprendió, y cuando le tendí la mano, evitó dármela. Me sentí como un imbécil.

– Es normal, desde hace dos días, ha decidido cubrirse la cabeza con un pañuelo.

– ¿Y tú qué piensas? – Digo que hace bien. Por mi parte, he decidido dejarme crecer la barba.

– ¿Así que vosotros dos os habéis convertido en una pareja B.T.?

– ¿B.T.? ¿Y eso qué es?

– Quiero decir Barba-Toldo.

– Eso es.

– Deduzco que a una pareja se la llama integrista cuando la mujer oculta su vellosidad mientras que el hombre exhibe la suya.

– Ahora somos una pareja feliz.

– Feliz y en piloso estado.

– No se bromea con las convicciones de los demás. Creía que eras más tolerante.

– No tengo nada en contra de un pañuelo, pero lo que lleva tu mujer es un velo. ¿Por qué razón los partidarios del velo prefieren hablar de pañuelo?

– Velo, pañuelo, da lo mismo.

– ¡Pues no! Hay una diferencia muy clara; cuando los integristas toman el poder, la libertad no se pone el pañuelo.

– Deja de ser sarcástico, no se bromea con estas cosas. Es algo sagrado.

– No sé quién dijo que el humor es el enemigo de lo sagrado.

– Debió de ser un infiel de los de tu calaña.

– No veo qué tienen de sagrado un hombre barbudo y una mujer bajo un toldo.

– La apariencia no es nada, lo que cuenta es la espiritualidad vivida desde el interior.

– Si la apariencia no es nada, ¿por qué tiene que ocultar la mujer la suya?

– Una mujer debe hacerse respetar, tiene el deber de proteger su feminidad de la mirada de los hombres.

– Pero muestra sin vergüenza la totalidad de su rostro que te cito en desorden: hueso frontal con todos los pelos que crecen en él, pestañas como un tejado en punta, nariz y aletas, labios, lengua, papilas gustativas, comisuras, pómulos, incluso los saltones, párpados, ojos, iris, humor acuoso, cristalino, conjuntiva, células cónicas y de barra a tutiplén, dermis, epidermis, capa córnea, mejillas, cejas con arcadas ciliares y todo, mandíbulas, incisivos, caninos, premolares, maxilares, inferior y superior, a elegir o los dos a la vez, encías, hasta incluyendo las amígdalas y la campanilla cuando se sorprende a su propietaria bostezando, por no hablar de una multitud de músculos faciales y demás pecas con que la naturaleza le haya generosa o escasamente provisto, de modo que el espectador travieso y libidinoso- festivo no sabe ya adónde mirar. Hay que elegir: ¿el sex-appeal o el rostro?

– Es verdad que la ley realiza concesiones, autoriza a dejar a la vista de los hombres todos estos atributos carnales que acabas de enumerar. Pero el pelo no.

– ¿Por qué?

– Porque es así.

– Ésa no es una respuesta. Con los “así” uno puede poner Kabul en el mimo saco. Si no quieres que tu mujer enseñe el pelo, ¿por qué no lleva una peluca?

– ¡Ni hablar! La peluca podría volverla más atractiva, que es lo contrario de lo que se pretende.

– Dicho de otro modo, para ti una verdadera musulmana es una musulmana visualmente fea.

– Puede, pero no para su marido. Tiene la obligación de esconder aquello que podría provocar un deseo animal en los hombres.

– Si sigo tu razonamiento, la cara de una mujer no provoca ningún deseo, ¿es así? Sólo el pelo atrae las miradas indecentes. Es una visión de peluquero de señoras.

– No es algo nuevo, desde siempre y en todas partes, las mujeres han protegido sus encantos de la lubricidad masculina.

– ¡Metes a todos los hombres en el mismo saco, habla por ti! A propósito de saco, ya que estamos, la manera más segura de evitar que la mujer sea víctima de la supuesta concupiscencia de los del Eje del Macho sería imponerle el burka afgano, ¿no es así? O, mejor aún, encerrarla en una casa que no tenga ninguna abertura al exterior. Hasta que se demuestre lo contrario, a eso se le llama una cárcel.

– Deja de negar lo evidente: cuando un varón, desviado o no, mira a una hembra, el deseo aumenta en él de forma inexorable.

– Sin embargo, ayer me encontré con tu abuela y ningún deseo soliviantó mi universo emocional.

– Es normal, mi abuela tiene ya más de 80 años.

– ¡Entonces que no se quite el velo! Sentiría por primera vez en su vida el soplo voluptuoso del viento en su cabello. A menos que, con su gran compasión, tu abuelo haya instalado un ventilador en su tocador.

– Te digo que no se bromea con estas cosas y te repito que todos los hombres tienen en su mirada una voluntad mórbida de concupiscencia insaciable.

– Suponiendo que fuera así, sería entonces culpa de los hombres, ya que las mujeres tienen que rehuir su mirada.

– ¡Bien, empiezas a comprender!

– Entonces vayamos hasta el final: si las mujeres no tienen la culpa, ¿por qué no sacarle los ojos a todo hombre pillado en flagrante delito de lubricidad visual?

– ¡Qué tontería!

– ¡En absoluto! La ceguera solucionaría definitivamente el problema. Imagínate: en el entorno femenino, las mujeres se pasearían por todas partes en minifalda, con el pelo al viento y un amplio escote, mientras que en el mundo de los hombres habría ciegos hasta donde alcanzase la vista.

– Es demasiado, me voy. Llegará un día en el que deberás responder de tantas insensateces blasfemas.

– Espera, no he acabado; desde un punto de vista estrictamente económico, tal proliferación de invidentes daría un impulso fantástico a las gafas de sol y a los bastones blancos, por no hablar de los perros guía y, por tanto, a una ola sin precedentes en la creación de empleo entre los fabricantes de gafas, las carpinterías y las perreras. Se acabaría el paro.

– ¡Divagas!

– Escucha como sigue: si el paro desciende, poco a poco todos los hombres se pondrán a trabajar, las terrazas de los cafés quedarán desiertas, y por tanto, los extranjeros, y sobre todo las extranjeras, podrán sentarse en ellas sin tener que soportar la promiscuidad, el atosigamiento y la mirada fija de los clientes ociosos. Asistiremos a un boom turístico que, a su vez, creará miles de empleos. ¿Quién da más?

– Por tanto, reconoces que la introducción del rigor en las costumbres llevará al país a la prosperidad. Es lo que no me canso de predicar.

– No será necesario un “Marcuse de Sade”, será la revolución asexual, ya no habrá pecadores, ya que no habrá estímulos. Que den trabajo a los integristas y así no tendrán tiempo de pensar.

– Eso es algo sobre lo que vale la pena reflexionar. Tendrán cosas más importantes que hacer.

– Sabía que terminaríamos entendiéndonos.