El statu quo libio-yemení en el invierno 2012-13
A pesar de las aspiraciones de estabilidad y unidad nacional, los dos países viven una cierta balcanización regional, con reivindicaciones de territorios “mudos” durante las dictaduras.
Jesús Gil Fuensanta, Ariel José James, Alejandro Lorca
Tras la Primavera Árabe, en Libia y Yemen se instalaron en el poder nuevos miembros de la élite dirigente árabe, formados en Estados Unidos o bajo una clara influencia norteamericana. Los actuales mandos de ambos países, que vivieron unas guerras civiles casi simultáneas en 2011, son semejantes y presentan declaradas aspiraciones “de estabilidad y unidad nacional” según palabras vertidas en los medios occidentales (BBC, AFP, Reuters, entre otros). Sin embargo, en los dos países se produce en la actualidad una cierta balcanización regional, con reivindicaciones de territorios habitualmente “mudos” durante las largas dictaduras de sus antiguos gobernantes.
Regionalismo y tribalismo en Libia
Muchos grupos abogan en el interior de Libia por una secesión de territorios, y desde la primavera de 2012 hay intentos de autonomía política en la Cirenaica: en Bengasi unos 3.000 líderes tribales y militares de la Cirenaica proclamaron la autonomía del este petrolero del resto del país y Ahmed al Zubair al Senussi fue elegido jefe del Consejo de Gobierno de la Cirenaica, ante lo que el entonces presidente del Consejo Nacional de Transición (CNT), Mustafá Abdul Yalil, afirmó rápidamente que se trataba de un “complot extranjero”.
Tras la caída de Muamar Gadafi, el tráfico ilícito de armas, drogas, personas o patrimonio está en manos de diversas milicias, a diferencia de “la centralización” del pasado u ocultamiento de tales procedimientos. Son pocas las milicias, que actúan sin mezclarse en estos tráficos: la brigada de mártires del 17 de febrero, la mayor del este del país, y financiada por el Ministerio de Defensa, escapa a esas pretensiones, mientras que por el lado occidental destacan Zintan (consejo militar de los revolucionarios de Al Zintan) o la brigada Sadun al Suwayli, con fuerte presencia en Misrata.
Existen además zonas que permanecen tan fieles a la era Gadafi como antes de su caída, como son los dos bastiones tradicionales de la era del coronel: Sirte, cuna natal del derrocado gobernante, y sede de su tribu Gadafa, y Banu Walid, corazón de la tribu Warfalla; éstas eran habituales nutrientes de los cuerpos de seguridad del “Estado libio del coronel”, junto a los Magarha, pero marginadas en el esquema actual de poder. Las tribus libias están en un proceso de reestructuración y deben aceptar que la riqueza petrolera del país, para nada desdeñable, no puede organizarse, canalizarse y distribuirse en ausencia de un Estado de Derecho. Pero los miembros tribales que conforman las milicias de Zawiya, Misrata o Bengasi quieren ahora más cuotas de poder en Trípoli que las detentadas durante la era Gadafi. Aducen para ello su activo papel en la guerra civil, aunque detrás está el interés por controlar los recursos energéticos, los territorios que acogen las refinerías o las zonas de paso.
El regionalismo y la posibilidad de una fractura étnica y territorial de Libia es el principal temor de las cabezas del gobierno actual, empezando por el primer ministro interino, Mustafa Abu Shagur, así como de intelectuales y líderes políticos de otros países musulmanes del norte de África. Pero no solo se produjeron conflictos políticos o regionales en el verano de 2011, también algunos marcadamente étnicos tras la guerra civil de Libia. La guerra desestabilizó toda la zona, especialmente a partir de marzo y abril de 2011. Fuerzas militares chadianas enviadas por su presidente, Idris Deby, lucharon a favor del régimen de Gadafi y ayudaron a la reconquista momentánea para el coronel de las ciudades estratégicas de Ras Lanuf y Brega. Estos hechos sirvieron como acicate para posteriores operaciones represivas, por parte de las milicias antigadafistas, contra miembros del pueblo tebu, la principal etnia nómada de las montañas Tibesti, al norte de Chad, y con fuerte presencia en Libia.
La ironía es que los tebu luchaban contra Gadafi y tuvieron un papel destacado en la campaña de Fezzan de 2011. Hay que recordar que la minoría tebu ha sufrido discriminación por parte de todos los gobiernos libios a lo largo del siglo XX. En el propio Chad contemporáneo, gobernado por una tribu rival (Zaghawa), los tebu se encuentran relegados a una vida seminomáda, a pesar de haber proporcionado algunas de las figuras más importantes de la independencia del país. A esto se une que los bereberes libios reclaman sus derechos desde otoño de 2011. Una vez derribado el régimen de Gadafi, la comunidad amazigh (que oscila entre un número indeterminado de 25.000 a 150.000) solicitaba no ser excluida del CNT, pero el gobierno del primer ministro interino de noviembre de 2011, Abdurrahim el Keib no los incluyó en los puestos clave. La insurrección tuareg entre Libia y Malí, iniciada a finales de septiembre de 2011, cuando ya había caído Trípoli, comenzaba con grupos armados incontrolados del suroeste de Libia que continuaban supuestamente luchando por la causa de Gadafi.
Tras el acuerdo de paz del 1 de octubre de 2011 con las tribus arabizadas, los nómadas tuareg no entregaron las armas. El conflicto de inmediato se desplazó a partir del 17 de enero de 2012 al vecino Malí, un Estado estructuralmente débil, en manos de políticos amenazados por la cúpula militar. El 22 de marzo fue derrocado el presidente maliense, instaurándose una Junta Militar dirigida por el capitán Amadu Sanogo. Nuevamente el detonante de la crisis política fue la crisis alimentaria que sufren 13 millones de personas en el Sahel. Semanas después se creó el nuevo Estado independiente de Azawad, con signo salafista, en el norte del antiguo Malí. Un nuevo punto de inflexión peligroso para el Magreb se fraguó un año después, el 13 de septiembre de 2012, con la crisis de la embajada libia, que luego se extendió a más de 20 países musulmanes, como una llamada a la indignación por la exhibición en YouTube de una película muy mediocre (que incluso insulta a los filmes Z de bajo presupuesto), titulada Inocencia de los musulmanes, que difamaba la figura del profeta Mahoma.
Los consulados y embajadas de Estados Unidos fueron sitiados por miles de manifestantes en Túnez, Gaza, El Cairo, Teherán, Bagdad, Basora, Sanaá, Jartum, Karachi o Dacca. Los Marines ocuparon las sedes diplomáticas de Bengasi y de las capitales de Yemen y Sudán, mientras los drones fueron desplegados en Libia. El presidente libio, Mohamed el Magarief, suní moderado nativo de Bengasi, se colocó de inmediato bajo las órdenes de Washington, pero acusando públicamente a Al Qaeda; mientras, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, exigió a los líderes árabes que trazasen la línea de apoyo o desafección a los valores de EE UU.
Problemas secesionistas en Yemen
En Yemen, el antiguo vicepresidente, el general Abdo Rabbuh Mansur Al Hadi, tomó el poder, no solo con la aprobación del Consejo de la Shura (máximo órgano de decisión nacional, formado por jeques, líderes de los clanes y señores de la guerra), sino también de EE UU, y por ende Occidente. Las elecciones presidenciales recientes (alabadas en los periódicos árabes de varios países, pero no por los iraníes Hemayat o Qods), en las que concurría como único candidato, le dieron la victoria. Pero los problemas secesionistas continúan en el Norte, con tribus y clanes chiíes.
Recordemos que en la provincia septentrional de Amran, ya se produjeron a finales del invierno de 2011 los primeros levantamientos violentos contra el régimen de Saleh. El clan familiar Al Ahmar comienza de nuevo con los desafíos al gobierno central. Previamente, en el verano de 2009, el gobierno central se enfrentaba a los rebeldes Huzi, de credo chií, en el Norte; tal vez el malestar partía de los disturbios del pan que asolaban países del Magreb y del Mashreq debido a la subida de precios de alimentos básicos, y que entonces era un tema denostado por los media occidentales, el precedente de la llamada Primavera Árabe. Actualmente, al norte de Saná, el ejército leal al régimen central heredado de Saleh se enfrenta a dos facciones del clan Ahmar, la del jeque outsider Hashen al Ahmar (antiguo guardaespaldas de Saleh) y la del todopoderoso general Ali Mohsen. El otro grave problema que dejó Saleh tras su abandono del poder, la secesión promovida por Al Qaeda en el sur, comenzó a ser contestada de forma marcial y cruenta en el verano de 2012, con éxitos para el gobierno central, con la ayuda de drones americanos.
A diferencia de la era Saleh, parece que los dineros destinados a combatir la insurgencia salafista, se empleaban con tal fin. Por otra parte, el nuevo general además de ser miembro de un clan tribal sureño, logró otras alianzas tribales en la zona. El gobierno central recuperó zonas estratégicas no lejos del golfo de Aden. Sin embargo, consta en nuestro conocimiento que salafistas supervivientes marcharon más al este y nordeste, pactando con algunos elementos tribales locales, y de este modo amenazando en el futuro a los vecinos Estados del Golfo y Arabia Saudí. Todo ello pese a los efectivos ataques de los drones en el oriente de Yemen, y que llegaron a matar a destacados combatientes salafistas, como el saudí Said al Shiri, el número dos de Al Qaeda en la zona, y un antiguo preso de Guantánamo. Mientras, antiguos miembros del ejército del régimen de Saleh se marcharon a Siria para apoyar en su lucha a la Suriya de Al Assad.
Conclusiones
Las milicias tribales libias se han convertido en una peligrosa e inestable alternativa al poder central en Libia y un caso semejante se advierte en los “ejércitos regionales” en Yemen: son milicias de facto al estilo libio y suponen en ambos casos una “regionalización” fragmentada del poder bélico, alejada de la perspectiva del poder central y único canalizado por los viejos dictadores.
Paralelamente, el salafismo ha crecido en zonas de Libia que habitualmente fueron baluartes del secularismo gadafista. Es el caso de Bengasi donde ahora se ha denunciado la presencia de los cuarteles generales de Ansar al Sharia. Quizás la explicación se deba en parte a la debilidad del gobierno central en tales zonas: la presencia de Mohamed Yibril en un gobierno hipotético de unidad nacional podría aplacar el poder de la brigada islamista que comanda Al Zahawi, y sospechosa de los atentados contra el consulado.
La penetración de fuerzas salafistas en ambos países aprovecha el vacío de poder en determinadas regiones o ciudades-territorio. Los reclamos de autonomía por parte de la Cirenaica y las fricciones étnicas en Libia llevaron indirectamente al desastre del nuevo Estado gamberro de Azawad, creado en medio de la debilidad de un poder central en Malí: las disensiones crean secesiones.
Todo se encamina a una extensión de la política de potenciales problemas con los vecinos, debido al papel de los señores de la guerra durante los conflictos. Resulta significativo que las revueltas árabes se hayan originado, en cada uno de sus respectivos países, a partir de la combinación del triple factor agricultura-energíaetnicidad/ campesinado.
En otras palabras, el origen de los estallidos siempre ha sido en zonas o bien de un alto valor en la producción agrícola de alimentos, de yacimientos de hidrocarburos (Libia) o de conflicto étnico y religioso (Yemen); y en todos los casos, de alta densidad de comunidades tribales y clanes tradicionales que dominan el tránsito entre el ámbito rural y el urbano: Cirenaica (Libia), Amran (Yemen) o Tombuctú (Malí).
Advertíamos en diciembre de 2011 que la presencia de armas fuera de control supondría una amenaza, como se constata en los hechos iniciados desde el verano de 2012 en Malí o incluso Libia. Chad sufriría eventualmente en el futuro de la misma inestabilidad, si se produjera un vacío de poder tras una hipotética caída del régimen actual. En este contexto, a Occidente no le interesan nuevos cambios o “supuestos experimentos democráticos primaverales” (en el fondo se trata de la sustitución de viejas élites autárquicas en el poder por otras criadas en el mismo sustrato).
Por otra parte, la crisis de las embajadas refleja que EE UU encuentra dificultad para imponer su pax americana en tierras del islam, al ser el poder imperial sustituto de la imagen del colonialismo inglés del siglo XIX.
Las tribus libias o yemeníes gozan ahora de un poder no simétrico entre ellas y respecto al Estado, lejano al control semicentralizado y al frágil equilibrio tribal de la era Gadafi o Saleh. Ahora se mueven en un escenario semejante al de las ciudades-Estado semíticas previas a la irrupción de Alejandro Magno en Oriente: territorios fragmentados que escapan al poder central, ciudades donde las relaciones de parentesco y de pertenencia étnica configuran el sistema político. El nuevo gobierno libio ni siquiera ha logrado erradicar las tribus de sus feudos tradicionales, especialmente atemorizado por el papel bélico de las más poderosas.
El problema central en Libia y Yemen se resume en un dilema: o bien se construye un Estado-nación al estilo occidental, capaz de brindar una garantía mínima de bienestar social, propiciando sobre todo el acceso de los jóvenes al mercado de trabajo o, por el contrario, se privilegia el enfoque de la guerra de todos contra todos en su versión hobbesiana. Cuando los intelectuales occidentales de la modernidad habían condenado a Hobbes a la simple existencia de un clásico en las bibliotecas, la realidad se obstina en demostrar una vez más su actualidad –tanto como pueden serlo Malthus, Darwin o Marx.
El panorama político y económico en el mundo árabe parece ser más hobbesiano que lo imaginado por cualquier previsión pesimista de los últimos 50 años. Tal y como advertía Hobbes, una vez los grupos humanos han desarrollado cierto nivel de complejidad social y aparece el dispositivo de la jefatura, solo quedan dos alternativas: el estado de la guerra tribal, étnica o religiosa incesante, circular y repetitiva, por un lado, y la instauración del temido Leviatán, por otro. El problema es que el Leviatán no nace de la nada. Incluso para ser siervo del Leviatán se necesita recorrer un largo camino.
El dilema árabe, en términos políticos, es un drama hobbesiano de guerra tribal o pax imperial. En términos económicos, es bastante más crudo: ¿cómo van los gobiernos “democráticos” de Yemen y Libia, por poner dos ejemplos, a compaginar un rápido crecimiento poblacional –que no alcanzará su pico hasta 2020– con la necesidad imperiosa de un crecimiento de los subsidios a los alimentos, que a su vez desalienta a los productores locales, destruyendo la base del campesinado, un fenómeno que acrecienta la explotación de los acuíferos, que a su vez repercute en la migración masiva hacia las ciudades?
En pocas palabras: ¿cuál es la alternativa democrática, liberal y moderna a la crisis de la agricultura, el boomdemográfico y la urbanización creciente de una inmensa cohorte de jóvenes entre 15 y 30 años, armados, espoleados por el fanatismo religioso, y sin ninguna posibilidad real de empleo o de movilidad social dentro de los actuales Estados nacionales? Mientras los países del norte de África y Oriente Próximo no alcancen su soberanía alimentaria, el esquema es irreversible. La crisis del campo se traslada a la ciudad, caen los viejos dictadores, reaparece el Fondo Monetario Internacional. La revolución de 2011 puede no tener un fin previsible.