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Co-edition with Estudios de Política Exterior
El patrimonio libio, en peligro
Tras el abandono y el vandalismo, la falta de policía y ejército, de autoridad y orden, hace que el futuro y el destino de los bienes culturales sean muy inciertos.
Vincent Michel
Durante mucho tiempo, Libia, país célebre pero ignorado, solo ha sido conocido por sus campos de batalla durante la Segunda Guerra mundial, por sus yacimientos de petróleo y, después, por su antiguo dirigente. En los últimos tiempos, y a pesar de la Primavera Árabe, durante la cual ha tenido un papel protagonista, tampoco hemos llegado a conocer mejor el país.
Posee un inmenso territorio repleto de tesoros arqueológicos en el que los hombres prehistóricos, los fenicios, los griegos, los romanos y los bizantinos, mezclándose con la población libia, han dejado un rastro continuo, lo que ha modificado tanto el paisaje desértico y rural como el urbano. Se trata de milenios de historia antigua que se pueden leer en las piedras de unos lugares con un interés sin igual, mucho más numerosos que los que actualmente forman parte de la lista del patrimonio mundial de la Unesco: el sitio rupestre de Acacus, la ciudad vieja de Ghadames y los yacimientos arqueológicos de Cirene, Leptis Magna y Sabratha.
Tras ocho meses de guerra en 2011 y dos años de inestabilidad, podemos plantearnos una serie de preguntas sobre el balance que se podría hacer de la situación de este fabuloso e insospechado patrimonio arqueológico, y sobre las perspectivas de futuro en un momento en el que se ve amenazado. Después del abandono y el vandalismo, el patrimonio nacional libio ha sufrido, a causa del tráfico y la construcción, una depredación a gran escala en numerosas etapas. Objetos y monumentos de gran valor, que representan periodos enteros de la historia libia, han sido destruidos, o bien se encuentran en colecciones privadas… Nuestro análisis se articula en tres fases: antes de la Primavera Árabe, el auge de la revolución de 2011 y la etapa actual.
Antes de la revolución
Durante mucho tiempo, el patrimonio arqueológico no era conocido ni por los extranjeros ni por los propios libios. La historia que se enseñaba en el colegio estaba sesgada y, por motivos ideológicos, el coronel Muamar Gadafi había bloqueado el acceso al saber y la cultura. Las consecuencias eran evidentes. La población no podía ser verdaderamente consciente de ello. Para la mayoría, el patrimonio artístico y cultural se reducía a la dimensión paisajística y de simples lugares de paseo. Solo una élite, bien formada y necesariamente minoritaria, sabía que esos yacimientos antiguos representaban una parte de su historia.
En este Estado policial y muy vigilado, también se producían deterioros, pero eran muy excepcionales. En el desierto de Acacus, en 2009, al menos 120 pinturas y dibujos fueron destrozados. Al Este de Libia, en Cirene, los numerosos grafitis sobre las tumbas y la presencia de basura en el yacimiento provocó una reacción enérgica de la Unesco, que amenazó a la ciudad con sacarla de la lista del patrimonio mundial. Posteriormente, se limpió el lugar. En términos generales, se podría decir que el patrimonio arqueológico libio ha salido relativamente bien parado por lo que respecta a los robos. De hecho, era raro encontrar restos de excavaciones clandestinas. Solo existía un pequeño comercio ilícito de antigüedades que nunca alcanzó dimensiones preocupantes.
Dicho comercio era local y estaba destinado fundamentalmente a los turistas. Se trataba sobre todo de monedas, lámparas de aceite, cerámica, pequeños objetos fáciles de transportar. Este tráfico se veía bastante limitado debido principalmente al reducido número de turistas. Como todo mercado, la venta de objetos arqueológicos se rige ante todo por la ley de la oferta y la demanda y, sin compradores, no puede haber comercio. En Libia no hay el turismo de masas que a menudo alimenta ese tráfico, y Gadafi limitó sus posibilidades de desarrollo. Pocos países ofrecían tanta tranquilidad a los visitantes extranjeros.
Libia nunca ha tenido que preocuparse por el desarrollo del turismo como principal riesgo de deterioro de su patrimonio arqueológico. El número de visados concedidos estaba restringido y el desarrollo hotelero se mantenía bajo control. En cierta forma, esta política ha protegido los yacimientos y el patrimonio del país porque, a la inversa, los países muy turísticos suelen tratar de sacar partido de ese maná extranjero que conduce a la aparición de excavaciones clandestinas, tráfico ilegal y degradación de los yacimientos.
Durante la revolución
Todos los conflictos armados generan la misma inquietud. ¿Qué consecuencias va a tener para el patrimonio? ¿Será preservado, respetado, o bien dañado, destruido o saqueado? Ocho meses de guerra y de guerrilla urbana (de febrero a octubre de 2011), con más de 30.000 muertos y 50.000 heridos, dan testimonio suficiente de la violencia que sacudió al país. Mientras que los sublevados tomaron por asalto las lujosas residencias del clan Gadafi y luego se las entregaron a los saqueadores, distintos testigos confirman que el patrimonio cultural quedó a salvo.
La guerra perdonó a los grandes tesoros arqueológicos libios porque nunca fueron un desafío ni un objetivo durante el conflicto, con la excepción de algunos daños esporádicos en Sirte, Leptis Magna o incluso en Sabratha, donde algunas balas perdidas alcanzaron las columnas del teatro antiguo. A lo largo de todo el conflicto, hubo una gran movilización del personal del departamento de Antigüedades. Los museos se cerraron “herméticamente” durante mucho tiempo para evitar toda tentativa de robo de objetos fácilmente transportables y proteger colecciones enteras como la de Leptis Magna.
Cerrados a cal y canto, los museos quedaron bajo la vigilancia de los miembros del departamento de Antigüedades o de algunos defensores apasionados. El museo de Trípoli no ha conocido la trágica suerte de los museos de Bagdad y El Cairo. Las obras antiguas más valiosas se pusieron rápidamente a salvo en los almacenes y, para más seguridad, algunas incluso se emparedaron. Nadie pudo entrar, por tanto, en el museo de Trípoli.
El único robo que hubo que lamentar fue el de varias cajas repletas de objetos arqueológicos que fueron sustraídas del interior del Banco Nacional de Comercio de Bengasi. Este “tesoro”, extraído de las excavaciones de Cirene y conservado desde 1961, comprendía fundamentalmente 364 piezas de oro y 2.433 piezas de plata. El robo lleva el sello de los profesionales y apunta claramente a un trabajo dirigido desde el interior, porque lo llevaron a cabo unos cómplices que sabían exactamente lo que buscaban.
Después de la revolución
Aunque el patrimonio arqueológico no fue víctima de daños colaterales importantes durante la revolución de 2011, las cosas han cambiado tras la caída del antiguo régimen. El pillaje se ha convertido en una práctica habitual en las zonas de excavación. Se pueden analizar cuatro puntos de vigilancia especialmente delicados.
En primer lugar, se trata de una oleada de ataques, profanaciones, saqueos y destrozos perpetrados por los salafistas, y dirigida contra varios mausoleos y lugares sagrados erigidos en memoria de santos que son objeto de una veneración que, según ellos, contraviene la unicidad de Dios. No es, en sentido estricto, una consecuencia directa de la guerra, sino una lucha interconfesional en un contexto de tensiones religiosas e impunidad. Estos destrozos generan a su vez indignación y puede que, en última instancia, temor por el patrimonio arqueológico; si se empiezan a demoler los monumentos musulmanes sufíes considerados impíos, ¿qué pasará entonces con los de la época griega, romana o bizantina?
La segunda razón de esta destrucción tiene que ver con un urbanismo “galopante y descontrolado” que conduce necesariamente al hallazgo de monumentos, de tumbas y de objetos que circulan bajo cuerda. Presenciamos así destrucciones irreparables como la de Apolonia, causada por unos proyectos inmobiliarios increíbles. A toda prisa, la misión francesa pudo realizar en 2012 unas excavaciones de salvamento en la necrópolis occidental antes de que esta desapareciese al año siguiente bajo las casas. A veces se llega demasiado tarde y es más grave.
Aunque la ciudad de Cirene esté reconocida como patrimonio mundial por la Unesco, algunos granjeros han reivindicado brutalmente su derecho de propiedad sobre ciertas zonas de la necrópolis situada en la periferia de la ciudad. No han dudado en destruir una parte, con la ayuda de excavadoras, para construir allí viviendas y tiendas. Destrozaron alrededor de 200 tumbas y sepulcros, así como un tramo de viaducto romano que databa del siglo II antes de Cristo. Los restos fueron arrojados a un río cercano, como vulgares escombros. En esta misma ciudad antigua, se produjo un auténtico “ataque” en la zona occidental próxima al templo de Deméter, que acababa de ser restaurado por un equipo italiano, en Wadi Belgadir.
El “asalto” se detuvo momentáneamente pero, no obstante, se han construido casas justo al lado. En este contexto, el departamento de Antigüedades no tiene, por desgracia, los medios necesarios para controlar ni proteger este patrimonio. Es ahí donde el peligro se encuentra trágicamente presente. La falta de autoridad, la debilidad del Estado, la falta de leyes o de medidas de aplicación, la inseguridad que va ligada a la abundancia de armas en circulación, así como las rivalidades tribales obsesivas, conducen a una situación de destrucciones masivas y sin escrúpulos. La tercera causa de depredación proviene, lógicamente, de las excavaciones clandestinas.
La confusión reinante es una oportunidad para los saqueadores, para quienes el robo de antigüedades es una importante fuente de ingresos. En estos momentos, el personal local y los visitantes han abandonado los lugares turísticos, en los que se concentran las antigüedades. Su vigilancia y, por tanto, su protección ya no están garantizadas o, en el mejor de los casos, se han reducido considerablemente, por lo que el acceso a los objetos se ha vuelto más fácil. La presencia de agujeros sospechosos en el interior de yacimientos arqueológicos aislados es cada vez más frecuente desde principios de 2012, y alimenta un comercio grande y pequeño que atraviesa con facilidad las porosas fronteras del país.
En consecuencia, la cuarta y última causa es precisamente el tráfico de objetos de arte. El pequeño comercio se desarrolla gracias a este clima de impunidad y a los hallazgos fortuitos, no inventariados por el departamento de Antigüedades. El mayor peligro proviene del “gran comercio” fraudulento, que cuenta con redes y circuitos de venta internacionales. Los objetos vendidos son más grandes y tienen un valor de mercado considerablemente mayor, como es el caso de las esculturas, los mosaicos, las monedas de oro y plata o la cerámica. En Libia, la falta de policía y ejército, de autoridad y orden, hace que el futuro y el destino de los bienes culturales sean muy inciertos.
La Unesco ha organizado varias sesiones de formación destinadas al personal de aduanas y a la policía turística de Libia, con el propósito de formar a los trabajadores libios en la lucha contra el tráfico de bienes culturales (2012-2013); el Consejo Internacional de los Museos prepara una lista roja de objetos procedentes de Libia, similar a la que ya ha elaborado para Egipto, Irak e incluso Haití. Si el Estado no está en situación de intervenir, es urgente formar y educar a las generaciones jóvenes, hacer que tomen conciencia de que los yacimientos y los objetos encontrados en ellos son únicos y no renovables.
Es esencial que la mentalidad y los comportamientos cambien, que se intente llegar a todos los ciudadanos para sensibilizarlos en relación con su patrimonio. Con ocasión de nuestros trabajos arqueológicos, debían organizarse varias acciones de formación en 2013 y 2014, destinadas al público escolar y universitario, así como sesiones de formación y perfeccionamiento para los miembros del departamento de Antigüedades. Por el momento, todos estos proyectos se han aplazado, a la espera de que el territorio recupere la calma, lo que condiciona especialmente el regreso de las misiones arqueológicas.