Al igual que el resto de sus compatriotas, el poeta palestino Mourid Barghouti posee una trayectoria marcada por el sufrimiento, el alejamiento de sus seres queridos y el exilio. Como para todos sus compatriotas, la causa Palestina, y la lucha contra la ocupación y contra la injusticia siguen siendo el tema prioritario de las conversaciones y, de manera implícita o explícita, aparecen una y otra vez en las palabras, frases y explicaciones de sus puntos de vista. Pero más allá de su compromiso natural respecto a la causa de los suyos, Barghouti da muestras de una asombrosa lucidez, así como de una clarividencia y una apertura muy acusadas cuando se trata de analizar la cuestión de las relaciones con el Otro o del diálogo entre las culturas. Así se pone de manifiesto que Barghouti, actualmente, sigue siendo no sólo uno de los grandes portavoces de su pueblo, sino también el heredero de una tradición de sabiduría y grandeza que caracteriza al conjunto de sus compatriotas.
Ciertamente, visitar a Mourid Barghouti en su apartamento del centro de la ciudad de El Cairo es una experiencia muy notable. En ese oasis extrañamente apacible, donde no se oye el bullicio de la calle, el diálogo con él es casi como un intercambio terapéutico.
Randa Achmawi: Su trayectoria resulta bastante emblemática. Al contemplar su historia personal, es fácil identificar en ella a la de los millones de palestinos que se han visto obligados a buscar un refugio en un suelo que no es el suyo y vivir como exiliados aferrados al sueño y la esperanza del regreso. A partir de esta posición tan particular (es decir, después de vivir en el exilio, y de verse considerado muchas veces como todos aquellos a los que se ve como un intruso o, simplemente, alguien distinto), ¿cómo percibe la noción del Otro?
Mourid Barghouti: En realidad, este concepto del Otro siempre me plantea problemas. Creo en las nociones de amistad, animosidad… Existe el vecino, y entre los vecinos están los que nos tratan con respeto y los que se muestran más arrogantes, los que son justos y los que no lo son, etc. Creo que la palabra “otro” es una caja vacía. Si pensáramos con respeto en el que es diferente, es decir, en todo aquel al que eventualmente podríamos contemplar como «otro», ya no podríamos seguir considerándolo como tal. ¿Entiende lo que quiero decir? Si las relaciones entre la gente se basan en la justicia, entonces la noción del Otro deja de existir. Así pues, no se trata del Uno o del Otro, sino de la naturaleza de las relaciones que existen entre ambos. Por ejemplo, lo que nos sucede en Palestina no tiene nada que ver con la cuestión del Otro, ni siquiera pensamos en eso. Nuestro problema se centra en torno a otras cuestiones fundamentales: la ocupación y la injusticia.Opino que el hecho de dividir a las personas en «nosotros» y «ellos», en «nosotros y el Otro», constituye un verdadero problema. Cuando utilizamos esta clase de lenguaje, estamos no sólo metiendo la pata o cometiendo un error teórico, sino adoptando y enviando un mensaje muy peligroso. Cuando las personas empiezan a verse como «nosotros y ellos» pueden acabar en el campo de batalla y, por tanto, declarándose la guerra.
R.A: Tiene razón. Otra cuestión que me intriga es la del concepto de identidad. ¿Qué es la identidad? ¿Acaso existe realmente? ¿Es algo bueno, importante para la cohesión o la integridad de los pueblos, o se trata sencillamente de una trampa?
M.B.: Sin duda, las polémicas y la politización del término identidad han contribuido a acrecentar la vaguedad de esta palabra. Normalmente consideramos que la identidad constituye una identificación con un cierto número de usos y costumbres de un grupo. Se trata de una manera de expresar una pertenencia, bien sea a una cultura, a una nación o a una religión. Sin embargo, conviene destacar que, a lo largo de la historia de los grupos, civilizaciones o culturas, dicho conjunto de usos y costumbres nunca se ha mantenido fijo, inmóvil o invariable. En realidad, ha sucedido todo lo contrario. Las identidades son algo abierto. Son como casas con puertas y ventanas a través de las que se produce un intercambio con el mundo exterior. Reciben influencias que les llegan de afuera, que acaban asimilando con frecuencia, y también son capaces de ejercer su propia influencia sobre el mundo exterior. Este continuo intercambio resulta siempre saludable e instructivo. Por esta razón creo que, más allá de la noción de identidad y de grupo, existe una instancia más elevada y amplia, a la cual denomino identidad humana o identidad universal.
R.A: Normalmente, ésta tendría que ser la tendencia natural que debería imperar en las relaciones entre civilizaciones o culturas. Entre ellas debería existir un intercambio de influencias que contribuyera a su enriquecimiento común. Pero irónicamente, hoy en día, cuando los intercambios entre grupos culturales y religiosos son cada más intensos y permanentes, sucede más bien lo contrario. En vez de abrirse a las influencias exteriores, los grupos se están encerrando en un verdadero fenómeno de repliegue identitario. ¿Cómo explicaría usted este hecho?
M.B.: Este fenómeno tiene varias causas, y la más importante de todas es la falta de justicia. Muchas veces dicho repliegue tiene lugar entre aquellos que son más débiles y se sienten más vulnerables. Se trata de un instinto humano de búsqueda de protección que se produce cuando toca enfrentarse a una situación que se considera amenazadora. Algunos se repliegan y buscan una protección en sus religiones; otros, en sus tradiciones familiares y tribales o en sus culturas. El problema reside en que, a menudo, hay quienes utilizan este fenómeno con fines políticos, y entonces acaba sirviendo a los intereses de determinados grupos. Estos grupos poseen agendas políticas muy precisas, y trabajan para que esas reacciones colectivas basadas en el instinto alimenten y refuercen sus programas políticos.
R.A: Pero, por otro lado, uno se da cuenta de que ese repliegue también existe en las sociedades ricas. En los países europeos, por ejemplo, a menudo la diferencia no se acepta fácilmente. En los países del Norte se margina al Otro —el que ha nacido en los países del Sur del Mediterráneo— y muchas veces se le mira como si fuera una amenaza, con desconfianza. ¿Qué opinión tiene usted sobre ello?
M.B.: En los países del Norte, uno puede darse cuenta de que también existe una manipulación de los fenómenos de temor y desconocimiento a fin de que sirvan a los intereses de partidos políticos muy precisos, cuyos programas refuerzan la animosidad y el rechazo al Otro. Ciertos grupos de presión en estos países refuerzan la propagación de estereotipos y prejuicios sobre las poblaciones de inmigrantes, sobre las mujeres, los negros, los pobres, etc. Y lo hacen con el único objetivo de preservar ciertos privilegios, aunque el Otro no tenga ninguna posibilidad de convertirse en una amenaza para ellos.
La mayor contradicción en las relaciones que los países ricos mantienen con los menos ricos y con sus habitantes, consiste en el hecho de que, aunque se intenta alcanzar la liberalización comercial y económica, al mismo tiempo se cierran las puertas, para evitar a toda costa la circulación de los pueblos.
R.A: ¿Cree entonces que, a la vista de estas dificultades, contradicciones e injusticias, a pesar de todo vale la pena mantener un diálogo entre los grupos divergentes, en este caso entre el islam y Occidente, o primero habría que abordar las causas en que se basan los equívocos? Es decir, ¿hay que dialogar para resolver los problemas, o primero hay que resolverlos para poder comunicarse después?
M.B.: El diálogo es algo necesario. Sin ninguna duda, debemos comenzar estableciendo un diálogo y después intentar mantenerlo lo mejor que podamos. Pero no podemos hacerlo perdiendo de vista las causas reales de nuestras dificultades. No hay que dialogar en el vacío. Por ejemplo, tuve la ocasión de asistir a la Conferencia Ministerial Euromed Cultura, organizada en Atenas en mayo de 2008. Durante dicha reunión hablamos de la importancia y la necesidad del diálogo. Sabíamos y notábamos que los representantes de los países presentes estaban en desacuerdo sobre numerosas cuestiones, pero aun así hablaban de la importancia del diálogo sin abordar, ni una sola vez, ninguna de las cuestiones que constituían el origen de los conflictos o los problemas regionales. Así pues, en los encuentros en que se predica el diálogo no hay que tener miedo de las palabras, sino que hay que hablar clara y directamente de los problemas; sólo así podremos avanzar hacia una solución.