El mestizaje de las identidades urbanas en el paisaje mediterráneo

El patrimonio arquitectónico es a la vez herencia y testimonio, y sobre todo envoltorio de ciudadanía y matriz del desarrollo.

Brigitte Colin, arquitecta DPLG, miembro de la UIA, del COM, del Consejo Científico del proyecto RehabiMed, especialista Arquitectura y Ciudades, sector Ciencias Sociales y humanas de la Unesco.

La arquitectura y el urbanismo de la segunda mitad del siglo XX han acelerado los efectos de la globalización de los intercambios comerciales y de las relaciones sociales, aunque a nivel patrimonial, las tradiciones, los ritos, el marco urbano y las formas simbólicas han sido la fuente y constituyen el fermento de modelos de la urbanidad de las ciudades occidentales y de que existe una resistencia fuerte, consciente o inconsciente, frente a las aportaciones exógenas de la ciudad productivista y competitiva.

Ciudades atormentadas, las ciudades del Mediterráneo oscilan en una relación contradictoria entre una tendencia a la homogeneidad y otra a la diversidad: la ciudad mediterránea es un lugar de paradoja y las ciudades no están hechas solamente de monumentos y espacios sino también de “modos de vida y empleo de esos monumentos y de esos espacios”. Tema de estudios profundos de arquitectura, urbanismo, historia, sociología o arquitectura del paisaje, como atestigua la cátedra de la Unesco en paisaje y medio ambiente (www.unesco-paysage.umontreal.ca), trasmiten los efluvios de nuestro pasado: con frecuencia son teatro de los dramas más fuertes de nuestra historia y han servido de decorado a cineastas como Saura, Rossellini, Bujdir o Rendir; a escritores como Juan Goytisolo o Jean Giono; y a pintores como Delacroix o Goya.

Los paisajes arquitectónicos de esas ciudades llevan el testimonio y los vestigios de las sociedades que nos han creado, de forma discreta u ostentosa: del subsuelo hecho de múltiples capas arqueológicas de Beirut a los paisajes arqueológicos que envuelven a Roma, pasando por los vestigios púnicos del viejo cementerio marino de Mahdia en Túnez o la vía colonata de Leptis Magna en Libia, el pasado forma parte del presente como lo ha traducido tan bien el arquitecto Rafael Moneo para el Museo de Mérida. Las sociedades urbanas se han visto marcadas por grandes arquitectos en las dos orillas del Mediterráneo: la Kutubia en Marraquech, la Torre Hassan de Rabat o la Giralda de Sevilla responden a la misma preocupación de la “estética” dedicada a los dioses y a los hombres y no a la economía de mercado.

Los paisajes urbanos en el Mediterráneo tienen identidades diferentes y puntos de concordancia ligados a la historia, la cultura, la voluntad de construir algo juntos: esas concordancias, esos parecidos, esa relaciones socioculturales, forjan, a través de acuerdos mantenidos y consistentes, una identidad compartida. El ágora, el foro acampa la ciudad: lugar de nacimiento de la política, lugar de acción o de representación del teatro social de donde parten y a donde regresan todas las circulaciones.

La mezquita, la sinagoga y la iglesia crean referencias arquitectónicas de lo sagrado. El mercado, el zoco, son puertos introducidos en cada ciudad, cuna del trueque donde la mercancía no es nada sin la palabra, el guiño de ojo, el placer de encontrarse: el espacio público es un lugar de encuentro y de exhuberancia humana y el paisaje urbano se convierte así en la obra del hombre y la condición de su calidad de vida. Al igual que los monumentos, la casa parece inspirada en un origen común: ¿es acaso el modelo de casa con patio interior cuyas trazas se encuentran en el Oriente Medio antiguo y que se ha desarrollado alrededor del Mediterráneo para ser adoptada por las civilizaciones griega y romana?

Ese tipo de hábitat preserva la intimidad de las familias y permite a las casas desarrollarse sobre toda la parcela en el interior de los recintos fortificados. Bien adaptada al clima mediterráneo, la casa con patio se extendió por toda la región –adoptada y remodelada por las diferentes civilizaciones urbanas de la zona–, y ha estado abierta a todas las influencias: de la ciudad de Silene cerca de Leptis Magna en Libia a los vestigios de la Casa de Mármol de Medina Azahara de Córdoba, al patio de cruces de Sevilla. Inmortalizada y cantada por poetas andaluces como Ibn Luyn en Granada en el siglo XVI, la casa con patio sigue presente e las dos orillas del Mediterráneo, ya sea en Marraquech donde el conservador de los monumentos Faisal Cherradi apoya la reutilización duradera de los riads, tal como ha descrito el arquitecto Quentin Wilbaux, en Túnez donde la Asociación para la Conservación de la Medina promete la reutilización de las hermosas mansiones de la ciudad antigua, en la Kasba de Argel o en la ciudad vieja de tierra de Gadames en Libia.

Los orígenes fenicios o libio-púnicos de un gran número de ciudades costeras son todavía visibles como estudió el proyecto de la Unesco “Pequeñas ciudades costeras históricas”, desde Esauira a Mehdia. La isla de Mogador frente a Esauira encierra los testimonios arqueológicos fenicios del siglo VII antes de Cristo mientras que en el siglo XVII después de Cristo, España intentó apoderarse de la ciudad para hacer de ella una factoría en el camino a las Indias: ciudad portuaria, construida por el arquitecto Cornut, alumno de Vauban, Esauira establecerá, gracias a familias judías del Alto Atlas y del Sus, intercambios económicos con Dinamarca, Suecia, Venecia o Inglaterra.

La arquitectura de la ciudad presenta un trazado urbanístico y especificidades europeas: por su decoración arquitectónica y su paisaje urbano conocido en el mundo entero, Esauira es una verdadera muestra de promoción de la diversidad cultural en la que se integran las tradiciones locales, los temas hispano-moriscos, los motivos clásicos o barrocos. Auténtico crisol de civilizaciones musulmanas judías y cristianas, fue declarada patrimonio de la humanidad en 2001. En la época almorávide, las imágenes traídas de Andalucía por los conquistadores impregnaron la arquitectura de una evidente preocupación por la geometría, la decoración, la integración de los juegos de agua y de vegetación y la armonía entre estos elementos y la luz.

La identidad común puede leerse también gracias a la arquitectura particular de los recintos de ciertas ciudades de la época de Al Andalus en la que reinaba Ali ben Yussef: su forma poligonal es visible tanto en Sevilla, Niebla, Jerez de la Frontera o Córdoba, como en Marraquech, Rabat, Fez o Mequinez. La cultura andaluza se establece en el Magreb: Ali, hijo de una esclava cristiana de España, andaluz de corazón y de espíritu, enraizó en el norte de África la civilización hispano-morisca cuyos vestigios aparecen desde la Universidad Qarawiyin de Fez hasta las callejuelas de Testur en Túnez.

Durante siete siglos, los viajes de ida y vuelta entre los dos continentes crearon puntos de contacto y de intercambios entre las dos orillas: los mozárabes de la España reconquistada y los peregrinos de Santiago de Compostela introdujeron el dibujo de la policromía de los arcos de Córdoba hasta el corazón de Auvergne. El arte mudéjar perdurará en Toledo y Sevilla hasta finales de la Edad Media. La herencia arquitectónica recibida será transmitida gracias, entre otros, a los artistas de Córdoba, modelo idealizado de la ciudad islámica abierta a una notable tolerancia de culto para judíos y cristianos.

Sin embargo, en materia de urbanismo, algunos valores se pierden para favorecer una aproximación más materialista vuelta hacia la competencia económica de las ciudades. ¿Cómo volver a aprender el arte del mestizaje en el Mediterráneo? El patrimonio arquitectónico de sus ciudades es a la vez herencia y testimonio, a la vez identidad y memoria pero sobre todo envoltorio de ciudadanía y matriz de desarrollo futuro de las ciudades.

Más allá del marco físico que lo constituye, el espacio urbanizado es portador y testigo de algo más que de su simple materialidad: es la sede y la referencia de las relaciones plurales y los testimonios históricos: el proyecto llevado a cabo con los jóvenes de las escuelas de Saida en Líbano para la Fundación Hariri desea desarrollar para ellos la memoria y la pertenencia a su ciudad de Saida, antigua Sidón, cantada por los poetas de la antigüedad y matriz de ciudades de la cuenca mediterránea. El paisaje urbano mediterráneo es para Said Mulin, director de la Arquitectura de Marruecos, un “receptáculo de urbanidad y vector de prácticas y valores culturales que se archivan y sedimentan, y es vector de un espíritu que habita y que transmite de generación en generación”.

Las ciudades modernas

Las ciudades mediterráneas actuales, como tantas otras, conocen serios problemas de desarrollo ligado a la superpoblación, la inmigración masiva, la insalubridad, la destrucción de ciertos monumentos e incluso de ciertos barrios, la ausencia de estrategia integrada y global de desarrollo ligada a un desconocimiento de los problemas relacionados con la durabilidad social de las ciudades y los resultados de la investigación académica que existe en ese dominio.

Las experiencias contemporáneas de adaptación de las ciudades mediterráneas a una sociedad en constante evolución, introducen en los paisajes urbanos modelos forjados en otras partes: las imágenes de la modernidad perturban las tradiciones, la nueva relación con el tiempo y los lugares desestabiliza esas ciudades que conservan, no obstante, una identidad fuerte: de Faro a Lulé en Portugal, de Saida a Batrun en Líbano, de Lucca en Toscana a Comares en Andalucía, de Esauira a Chefchauen en Marruecos, de Orán a Tlemcen en Argelia, de Susa en Túnez al viejo Cairo islámico o a Estambul, el paisaje urbano desprende siempre la misma complejidad del tiempo y de las civilizaciones pasadas aliada a las referencias de los modos de vida de los pueblos de la región que se vuelven hacia un futuro forjado sobre su historia común y la diversidad compartida de sus culturas.

El Mediterráneo concentra también las cuestiones cruciales relacionadas con lo retos que plantean la ordenación, el desarrollo y la gestión de las ciudades y los territorios: la integración duradera de las transformaciones y de las extensiones urbanas, la preservación de los equilibrios ecológicos deteriorados por las urbanizaciones en particular en zona costera por las actividades ligadas al turismo, la corrección de los desequilibrios territoriales y la lucha contra la exclusión social, la protección y la revitalización del patrimonio construido y natural, como útil de desarrollo urbano duradero. El crecimiento urbano sin precedentes ha creado una ruptura entre los conceptos clásicos de la ciudad –espacio agrupado, delimitado, a la vez aliado y opuesto al campo–, y la urbanización actual, a la vez masiva y difusa en donde los establecimientos humanos informales reflejan la segregación espacial de las diferentes capas sociales de la ciudad.

¿Sigue siendo la ciudad mediterránea aún ese espacio proveedor de modelos buscados por la calidad de los lugares de tránsito y de vida social, la armonía de los paisajes urbanos mestizados que con frecuencia han ofrecido la imagen de la coexistencia en paz entre la sinagoga, la mezquita y la iglesia –como en Granada, Esauira o la Marsa y de la estética sutil de los juegos de agua y de la vegetación aliada a los juegos de sombra y de luz? La definición de las especificaciones de los espacios públicos y los edificios, las escalas de volúmenes adaptados a las funciones sociales que abrigan, sigue siendo aún muy incompleta…

El primer seminario internacional organizado por la red de investigación europea RehabiMed, financiada por la Unión Europea y apoyada por el proyecto del Sector de las Ciencias Sociales y Humanas de la Unesco, “Durabilidad social de los barrios históricos” (Marsella, septiembre de 2005) ofreció orientaciones para permitir a los municipios de las ciudades mediterráneas comprometerse en una rehabilitación socialmente duradera de los barrios históricos y de los núcleos urbanos del territorio mediterráneo en este año proclamado “Año del Mediterráneo”, con motivo del décimo aniversario del Proceso de Barcelona.