Tradicionalmente, el Mediterráneo ha sido un lugar de encuentro de pueblos y civilizaciones muy diversas, que han sabido mezclarse en pos de un desarrollo cultural de gran importancia. Hoy en día, es necesario redescubrir este antiguo concepto que contempla el Mediterráneo no como una barrera de separación, sino como un medio para facilitar intercambios comerciales, sociales y culturales. En este sentido, los legados científicos, literarios o filosóficos pueden sentar las bases de un diálogo que fomente el conocimiento mutuo entre los pueblos mediterráneos. Así podremos acercarnos mejor al otro y construir entre todos un espacio de paz y respeto. Con este objetivo trabajan la Unión Europea y otras instituciones euromediterráneas, a través de proyectos compartidos en ambas orillas del Mediterráneo.
En mi vida profesional como Comisaria de Relaciones Exteriores y Política de Vecindad de la UE y como Ministra de Asuntos Exteriores de mi país, Austria, me he dedicado especialmente al Mediterráneo desde los inicios del Proceso de Barcelona, que despertó en mí un gran interés. En estos años he tenido la oportunidad de conocer a muchas personalidades y de visitar numerosos países en todo el mundo, pero la región mediterránea siempre me ha sido especialmente cercana. He visto sus riquezas y miserias, sus ambiciones y su pobreza, así como la enorme diversidad que encontramos en territorios tan cercanos por los que han pasado las grandes civilizaciones y han permanecido los distintos sustratos culturales.
Siempre me han interesado la historia y la cultura, las diferentes costumbres, las tradiciones, las religiones, la literatura, las sociedades y la lucha constante de los pueblos contra la pobreza. He sentido una inmensa curiosidad por el otro y por las maneras en que podemos crear puentes entre nosotros. Puentes que nos ayuden a salvar las distancias, que nos enriquezcan, que nos unan para así crear sociedades en paz y estabilidad. Este principio de diálogo entre culturas y civilizaciones ha guiado mi vida y mi trabajo.
Me atrevo a decir, además, que este Mediterráneo, este Mare Nostrum, es el más cultural de los mares. Está formado por intelectuales, pintores y escritores de enorme valía, así como por gentes generosas y hábiles políticos. Escribir sobre el Mediterráneo es hablar de filosofía, pensamiento, ciencia; hablar, en definitiva, de Cultura con mayúscula, cuyas manifestaciones se remontan a la escritura cuneiforme o el álgebra árabe. Hoy el mundo conoce el nostálgico Estambul de Orhan Pamuk, el Cairo abigarrado y costumbrista de Naguib Mahfuz, la luminosa Andalucía de Juan Ramón Jiménez o la Barcelona prodigiosa de Eduardo Mendoza, y a todos estos autores se los relaciona con este mar orgulloso y generoso que baña sus respectivas tierras.
Sin embargo, debemos reconocer que existen percepciones que están cambiando. Algunos pueblos del sur sienten resentimiento, enojo y frustración hacia la ribera norte del Mediterráneo. Otros están preocupados por la violencia, la situación económica o la frustración política en algunos países de la región. Este cambio en las percepciones genera situaciones de conflicto y tensiones ante las que es necesario redescubrir la tolerancia de las épocas doradas de la historia común, como la del esplendor de aquel Toledo de las tres culturas. Ahora más que nunca supone un gran ejemplo esta ciudad en la que convivieron judíos, árabes y cristianos. Las tres comunidades organizaban juntas su vida, sus fiestas, su forma de ver la realidad. En mi opinión, la tolerancia es la herramienta que debemos usar para hacer frente a los conflictos en la región. Para ello, es necesario redescubrir el antiguo concepto que contempla el Mediterráneo no como una barrera que separa a los pueblos, sino como un medio para facilitar los intercambios comerciales, sociales y culturales; un espacio compartido, tanto física como psicológicamente, en el que todos tenemos derecho a navegar.
Asimismo, es muy importante redescubrir la época de los intercambios de conocimiento en matemáticas, medicina, agricultura o física, que más tarde dieron lugar al Renacimiento en Europa. En este aspecto, España tiene una gran ventaja respecto a otros países. Figuras como Averroes y Maimónides, dos de los cordobeses más universales, son parte del legado acumulado durante siglos por los eruditos euromediterráneos para hacer avanzar la base colectiva de nuestros conocimientos. El objetivo de este redescubrimiento es, en última instancia, un mayor conocimiento mutuo entre pueblos mediterráneos para que la idea del otro, que tanto me interesa, no sea percibida como una amenaza, sino como una oportunidad. No como algo que temer, sino como algo que compartir. En este acercamiento, la cultura juega un papel fundamental. La cultura es algo más que un mero patrimonio: es también un espacio para la creatividad humana y la libertad. La diversidad cultural es tan esencial para el ser humano como la biodiversidad para el medio ambiente. Todos tenemos una función vital que desempeñar y todos somos actores importantes del diálogo entre culturas, la búsqueda del respeto y la comprensión mutua.
Las imágenes culturales que se crean y transmiten son elementos esenciales en la construcción de la percepción del otro. Es una responsabilidad de todos, y no sólo de los líderes políticos, lograr que las percepciones del otro sean positivas en vez de negativas. Los medios de comunicación, la sociedad civil, los líderes económicos, sociales y culturales, todos debemos embarcarnos en esta campaña de sensibilización tan necesaria hoy en día. Sin embargo, creo necesario añadir que, en la actualidad, muchos conflictos mundiales se desarrollan en el seno de un mismo pueblo en el que conviven opiniones e ideologías distintas. Por ello, el diálogo de culturas y religiones, que resulta ahora más necesario que nunca, debe conducirnos hacia la tolerancia al otro y a la lucha contra el fundamentalismo y el extremismo.
La historia de la Unión Europea, cuyo 50 aniversario celebramos en 2007, es finalmente una historia hacia el diálogo, la diversidad, la tolerancia y el respeto. Nuestro continente, desafortunadamente, no se ha distinguido sólo por su tolerancia y comprensión, sino también por sus guerras terribles, fratricidas y mundiales. Pero de las sombras del pasado reciente hemos construido una UE arraigada en los valores del respeto y el entendimiento mutuo que definen el papel y las ambiciones de la institución en el mundo. Así, desde sus orígenes, la UE ha concentrado sus esfuerzos en los campos de la educación, el empleo, la lucha contra la pobreza y, más recientemente, la juventud, la igualdad de género y la inmigración. Durante los años en que fui comisaria de Relaciones Exteriores y Política de Vecindad, uno de los objetivos más importantes para mí fue contribuir a la modernización de los países vecinos a la Unión, en el sur del Mediterráneo, apoyándolos en los desafíos políticos, económicos y sociales a los que se enfrentaban. Así, por ejemplo, la UE ha fomentado la instauración de la democracia, la participación de la sociedad civil en las decisiones estatales, la mejora de la gestión económica y una mayor transparencia por parte de los gobiernos. Todos estos procesos en las sociedades de los países del sur están produciendo un cambio parecido al que ha ocurrido en España y otros países de la Unión Europea en los últimos 100 años.
Otra iniciativa que hay que tener en cuenta es el lanzamiento, hace ya 15 años, de la Asociación Euromediterránea, llevado a cabo por la Unión Europea junto a los vecinos del sur y el este del Mediterráneo, que ha fomentado una densa red de relaciones políticas, sociales y económicas basada en una visión común del futuro. Paralelamente, en la UE hemos puesto en marcha otras iniciativas importantes con el fin de estimular el diálogo euromediterráneo en áreas tan diversas como la educación superior, el patrimonio cultural, el sector audiovisual y la juventud. Por ejemplo, el programa Euromed Youth ha permitido, desde 1999, el intercambio y encuentro de más de 25 000 jóvenes de todos los países de la región para realizar actividades solidarias.
El objetivo de los programas de ayuda de la UE es claro: apoyar a países como Marruecos, Túnez, Argelia o Egipto para que cuenten con perspectivas de futuro y posibilidades de desarrollo. Todos tenemos derecho a elegir libremente dónde queremos trabajar y vivir. Quien tiene casa y trabajo en un mismo lugar reúne las condiciones básicas para poder desarrollar su vida y alimentar a los suyos sin estar obligado a emigrar. La emigración debería ser concebida como una decisión propia y libre, y estar gestionada de manera que beneficie a todos: a los que emigran y a las sociedades que reciben a los inmigrantes en su seno. Sin embargo, una emigración mal gestionada puede acarrear consecuencias desastrosas para todos y, en muchos casos, terribles dramas humanos.
Asimismo, puesto que soy mujer y me he dedicado de lleno a la política hasta hace muy poco tiempo, es lógico que me interese por los temas de género y la incorporación total de la mujer a la sociedad. Creo que para conseguir este equilibrio es fundamental que exista educación básica para todos e igualdad de oportunidades y de formación. En los países de la orilla sur, un tercio de la población es menor de 15 años y ocho millones de niños no van a la escuela primaria. Además, el 27% de los adultos son analfabetos y, entre ellos, la mayoría son mujeres. Por ello, la UE ha desarrollado programas especiales para mejorar la posición de la mujer en la sociedad.
A pesar de los datos positivos expuestos hasta ahora, soy consciente de que para frenar la incomprensión no bastan los diálogos interculturales, interreligiosos o interciudadanos. Se necesita una gran dosis de voluntad política para resolver los conflictos de la región, principalmente el de Oriente Medio, que desde hace muchos años empaña las relaciones entre los pueblos que lo padecen. Como Comisaria Europea, formé parte del Cuarteto para el Proceso de Paz de Oriente Medio que, además de la Unión Europea, está formado por Estados Unidos, Rusia y las Naciones Unidas. Llevamos muchos años intentando facilitar el camino a israelíes y palestinos para que lleguen a un acuerdo de paz y acepten la creación de un Estado palestino junto a Israel. Han sido muchas las ilusiones y también las desilusiones. Todavía no hemos logrado los resultados deseados, pero seguimos trabajando porque no nos importan las dificultades del proceso y creemos que el fin vale la pena. En ese sentido existen iniciativas políticas más recientes, como el nacimiento de la Unión por el Mediterráneo en 2008, que trabaja con el objetivo de unir a todos los pueblos de la región a través de grandes proyectos-emblema como autovías, plantas solares, descontaminación, etc., que podrán proporcionar beneficios tangibles a sus gentes.
Para terminar, quiero recordar unas palabras de André Malraux que todos los que paseamos por las orillas de este Mare Nostrum deberíamos tener siempre en mente: “Los continentes separan a los pueblos, la mar los aproxima”.