El fracaso en la lucha contra AQMI
Aunque las autoridades argelinas atribuyan la perpetuación de la actividad terrorista a la dispersión de las armas libias, los maquis islamistas aun no están derrotados.
Ihsane el Kadi
De los tres grandes vecinos árabes de Libia, el poder político argelino es el que ha visto con mayor desconfianza la revolución dirigida por el Consejo Nacional de Transición (CNT). Bajo el amparo de la neutralidad entre las dos partes en conflicto, la diplomacia argelina se negó a establecer contactos con el CNT entre marzo y agosto de 2011. Expuso a Argelia a la infamante, pero no demostrada, acusación de apoyo material al régimen de Muamar Gadafi. Una acusación repetida que Bengasi utilizó como arma contra Argel en respuesta a su postura hostil a la aplicación extensiva de la resolución 1973 por parte de la OTAN.
El 21 de marzo, el ministro argelino de Asuntos Exteriores, Murad Medelci, se pronunció de verdad y por primera vez sobre los acontecimientos en Libia haciendo un llamamiento al cese de los bombardeos de la OTAN durante una conferencia de prensa celebrada conjuntamente con su homólogo ruso, Sergei Lavrov, de visita en Argelia. “Los ataques aéreos dirigidos contra Libia son exagerados e injustificados, y no han respetado la resolución 1973 de la ONU”. Sin embargo, ya desde los primeros días de la insurrección libia, es otro tema el que va a servir para justificar las “reservas” de Argelia: la dispersión de las armas en la región.
Así, se puso en funcionamiento una gran maquinaria político-mediática para explicar que la inestabilidad política en Libia iba a beneficiar a Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI). Medelci multiplicó las declaraciones alarmistas sobre la dispersión de las armas en la región sahelo-sahariana. En marzo, el ministro de Interior, Daho Uld Kablia, en declaraciones a la cadena francesa France 24, explicó a qué se reducía, en su opinión, la “revolución libia”: a “una promesa de caos, con armas sueltas”. Desde finales del verano de 2011, esta alerta argelina sobre “el riesgo libio” se convirtió de hecho en la nueva amenaza estratégica para la región sahelo- sahariana. Es cierto que las declaraciones del clan Gadafi, expulsado de Trípoli, favorecieron esta paranoia de la dispersión de las armas en la zona.
El 7 y el 8 de septiembre de 2011 se celebró en Argel un coloquio internacional sobre la seguridad internacional en esta región cuyo tema principal era la nueva situación libia, pero sin la presencia del CNT, que había entrado victorioso en Trípoli 15 días antes. La estrategia argelina se hizo un poco pesada al cabo de los dos días de trabajos. Toda la violencia venidera que podían sufrir los países de la zona –Níger, Mali, Mauritania y Argelia– se clasificaba de antemano en la categoría de riesgo “Libia”, según señalaba una conferenciante que representaba a la ONU.
Los atentados de AQMI en Argelia llevan la firma ‘de origen libio’
La campaña de los funcionarios argelinos, ampliamente difundida, en especial en los medios de comunicación arabófonos de gran tirada, utilizó hábilmente el caos revolucionario libio para transmitir la idea de que la perpetuación de la actividad terrorista tanto en el norte de Argelia como en el Sáhara sería, a partir de 2011, consecuencia de la dispersión de las armas libias, y solo de eso.
El gobierno argelino no prestó mucha atención a su verosimilitud. Cada atentado del antiguo GSPC (Grupo Salafista para la Predicación y el Combate), transformado en AQMI, se convertía en una ocasión para buscar una relación con las armas libias. Ya en junio, la prensa hablaba de una operación que permitió recuperar “una tonelada de semtex procedente de los arsenales libios” (Le Matin.dz), sin que ningún hecho de la investigación corroborara esta información. Si bien los atentados con bomba de AQMI contra las fuerzas de seguridad argelinas han cesado en Argel, se siguen produciendo todavía en el centro del país desde la conversión del GSPC en 2007 en la filial magrebí de la organización dirigida entonces por Osama bin Laden.
Los más conocidos siguen siendo los ataques en la capital, en mayo de 2007, contra el Palacio del Gobierno, y en diciembre del mismo año, contra las sedes del Consejo Constitucional y de Naciones Unidas. En 2008, 2009 y 2010, los ataques de kamikazes o con coches bomba contra cuarteles del ejército, intereses extranjeros (la constructora Razel en 2008), nuevos reclutas de la gendarmería (Escuela Nacional de Issers en 2008) o comisarías de policía (Tizi Uzu en 2009 y Reghaia, cerca de Argel, en 2010) causaron más de 300 muertos. Los atentados con bomba del verano de 2011 se convirtieron de repente, obligatoriamente, en operaciones posibles gracias al “arsenal libio”.
Ya el 16 de julio, fuentes de las fuerzas de seguridad, que “informan” a los periodistas especializados en temas de seguridad, colocaban la etiqueta de “Libia” al doble atentado suicida contra la comisaría de policía de Bory Menail (60 kilómetros al este de Argel). Nueve días más tarde, el coche que transportaba a Abdelqahar Belhay, el hijo de Ali Belhay, exnúmero dos del Frente Islámico de Salvación, y a otros dos terroristas, explotaba por los disparos de un control militar en Thénia, a 55 kilómetros al este de Argel. “Los explosivos venían de Libia” se aventuran a susurrar algunas fuentes de las fuerzas de seguridad.
La investigación no prosperó. La rama libia se asoció entonces a todas las actividades de AQMI en el norte argelino y ocupaba todas las portadas de periódicos como Echuruk (arabófono, 700.000 ejemplares diarios) o Ennahar, conocido por su cercanía a los servicios de seguridad argelinos. Ningún sondeo de opinión ha permitido evaluar el impacto de esta labor de zapa en la opinión pública argelina para condenar “los acontecimientos en Libia” y atribuir la responsabilidad de los atentados a un factor externo. Hay que creer, sin embargo, que las autoridades argelinas no habían previsto la escalada peligrosa de semejante comunicación y de sus consecuencias políticas.
El 26 de agosto de 2011, a tres días del final de un ramadán especialmente sangriento, un espectacular ataque de dos kamikazes reivindicado por AQMI causaba la muerte de 16 oficiales del Ejército Nacional Popular (ANP por sus siglas en francés) y de dos civiles, en la entrada del comedor de oficiales de la Académie Interarme de Cherchell, el “West-Point” del ejército argelino. La contrariedad es tan grande que la acusación contra “el semtex libio” aparece en las columnas de la prensa antes de que se despeje el humo en el lugar del drama. En su mensaje, AQMI afirmaba que había castigado a Argel por su apoyo al régimen de Gadafi. Así, se cierra el círculo. De tanto tratar de ensombrecer la trayectoria de la insurrección libia, cuya única función sería, finalmente, la de permitir, de forma indirecta, el suministro de armas a los terroristas argelinos, la propaganda oficial argelina se ganó unas terribles represalias.
¿Círculo cerrado? No del todo. El 23 de octubre, tres cooperantes humanitarias, dos españolas y una italiana, fueron secuestradas cerca de Tinduf en un campamento del Polisario, en el extremo suroccidental argelino. La ejecución de esta operación reivindicada por la rama saheliana de AQMI, que llegó por la vecina Mauritania, es una sorpresa muy negativa. El 28 de octubre, Al Jabar (el periódico de referencia arabófono, 500.000 ejemplares diarios) escribía a propósito de los secuestradores: “Este grupo disimuló sus coches en la arena del Sáhara y vigilaba la región con medios sofisticados y prismáticos infrarrojos manipulados que pudo adquirir en Libia, actualmente en manos del ejército”.
Abdelmalek Drudkel, más sólido que el jefe de las FARC
A las autoridades argelinas no les asustó la inverosimilitud y, desde el verano de 2011, tratan de poner armas y equipos libios en manos de todos los grupos insurgentes islamistas que actúan desde hace tantos años en el territorio del país. Todo el problema radica en eso. La longevidad de la insurrección islamista argelina ha sobrevivido a un acuerdo político (la Concordia Civil, en 2000), a una ley de amnistía (Ley de Reconciliación Nacional, en 2005) y, sobre todo, a una lucha antiterrorista de 20 años.
Su principal consecuencia, desde principios de la década de 2000, es su extensión geo-operacional a la región sahelo-sahariana: secuestros de occidentales, control de diversas rutas de tráfico, extorsiones a los viajeros, pero sobre todo, ataques armados sangrientos como los que se producen regularmente contra las fuerzas militares mauritanas. Es un absceso geopolítico que va en aumento. Un representante de Mali en la conferencia sobre la seguridad de la región, celebrada en Argel, no escondía la opinión de su gobierno sobre la cuestión. “Antes no teníamos grupos islamistas armados en el norte de Mali. AQMI es un error argelino que repercute sobre la región. No nos tienen que pedir que nos ocupemos de él con nuestros escasos medios, cuando somos cada vez más víctimas de él”.
Un “error argelino” que bien podría convertirse en “una causa libia” en beneficio de la cortina de humo de la guerra civil libia y de la fórmula de prestidigitación de los funcionarios argelinos. “Durante los dos días de la conferencia, la palabra ‘Cabilia’ no se pronunció ni una sola vez”, señala un especialista en temas de seguridad que no se atrevió a romper el consenso sobre “el gran riesgo libio”. La Cabilia es la región montañosa y forestal al este de Argel, de cerca de 150.000 kilómetros cuadrados, que “alberga” al Estado Mayor de AQMI. El emir de AQMI, Musab Abdelwadud, cuyo verdadero nombre es Abdelmalek Drudkel, dirige la organización desde el verano de 2004. Una longevidad que los jefes de las FARC, protegidos por la selva colombiana, pueden envidiarle desde que perdieron, a principios de noviembre, a su número uno, Alfonso Cano, que ocupaba el puesto solo desde 2008.
Todas las fetuas, la elección de los objetivos y la centralización de los medios financieros y todos los nombramientos de los emires de las katibat (brigadas), incluidas las que circulan en el Sahel, proceden del cuartel general de Abdelmalek Drudkel, situado en algún lugar de las montañas de la fachada marítima de la Cabilia. Un papel dirigente fundamental que no pasó desapercibido para The New York Times, el cual publicó una sorprendente entrevista de audio con el emir de AQMI en junio de 2008. También es Abdelmalek Drudkel quien decide el destino de los rehenes occidentales secuestrados en el Magreb. Las cancillerías extranjeras lo saben, pero los medios de comunicación prefieren destacar el perfil épico de uno de sus adjuntos, Abu Zeid, al que envió al Sáhara para encargarse de AQMI en esta región.
La extensión de la actividad terrorista en el norte de Argelia y su importancia en la dirección y en la coordinación de las actividades de AQMI en el Sahel se consideran hoy en día un fracaso de la lucha antiterrorista. Sin embargo, el departamento de EE UU cree saber que los servicios de seguridad argelinos eliminaron a 1.200 terroristas en 2009 y 2010. Si bien la cifra parece exagerada, da una idea de la dimensión del maquis islamista, 11 años después del anuncio casi oficial del fin del terrorismo por parte del presidente Buteflika. Para Abderrazak Maiza, el exjefe del Estado Mayor de la primera región militar, que abarca las regiones del centro, “el desarme de los patriotas y del GLD [civiles armados por el gobierno], así como la amnistía de 2006, tuvieron mucho que ver en el despliegue de los terroristas sobre el terreno”.
Adlane Dramchi, un universitario de Constantina (este del país), especialista en temas de seguridad regional, considera que la invasión de Irak por EE UU en 2003 reinició el reclutamiento de la insurrección islamista “que estaba a punto de renunciar totalmente a las armas” después de que una mayoría de islamistas armados se hubiesen reincorporado a la vida civil en 2000. La curva de frecuencia de las operaciones terroristas dibuja una “V” entre 2000 y 2006, ya que el año de reinicio de los atentados fue 2004. El hecho es este: a finales de 2011, los maquis islamistas argelinos no están derrotados. Hasta tal punto es así que las autoridades argelinas prefieren anticiparse atribuyendo de antemano a las armas libias la responsabilidad de la futura capacidad de causar daños en la región de AQMI. Una señal de impotencia preocupante.
¿Armas para AQMI o para la rebelión azawad?
Sin embargo, sigue en pie la pregunta de saber, una vez redefinidas las exageraciones argelinas sobre “el riesgo libio”, a quién pueden beneficiar las armas recuperadas del campo de operaciones libio. Las autoridades mauritanas mencionaron en septiembre de 2011 un riesgo para la aviación civil debido a misiles tierra- aire eficaces que habrían salido de Libia. ¿Cómo? ¿Con quién? La primera visión, la de la resistencia sahariana pro-Gadafi alentada por el Guía y sus hijos, quedó descartada en octubre y noviembre de 2011. Esta visión amenazaba con utilizar las redes de Al Qaeda para desestabilizar los intereses occidentales y de todos los que se aliaron con la OTAN. Pero en la región, Al Qaeda se declaró del lado de los revolucionarios libios y contra el régimen del dictador depuesto.
“Sobre el terreno, se desplazaron reservas libias de armas de guerra y de municiones. Algunas se consideran perdidas y otras se encuentran en manos de insurgentes locales que negocian su restitución. Pero eso todavía no indica si existen lotes de armas importantes fuera del país que se venden en el mercado del contrabando. Será necesario esperar algún tiempo para que las redes y los intereses lo aclaren. Sus armas bien pueden estar vendiéndose en la propia Libia”, opina Adlane Dramchi. Las informaciones más precisas sobre armas que han salido de Libia desde el inicio de la insurrección no están relacionadas finalmente con los grupos islamistas, sino con la rebelión de los tuaregs. Ibrahim Ag Bahanga, uno de los jefes históricos de la reivindicación azawad en el norte de Mali, de nuevo enfrentado con Bamako, volvió a Libia cuando se inició el levantamiento en febrero de 2011.
Según fuentes de las fuerzas de seguridad de la región, supuestamente se aprovisionó de armas para reiniciar la rebelión con el fin de obligar al presidente maliense, Amadu Tumani Turé, o a su sucesor, a mantener los compromisos del Acuerdo de Argel de 2006. La huida de Libia de los tuaregs que combatían en las filas leales a Gadafi tuvo como consecuencia una convergencia de las facciones armadas y el nacimiento de una nueva organización, el Movimiento Nacional Azawad. Su principal artífice, Ibrahim Ag Bahanga, falleció en un accidente el 26 de noviembre.
El proyecto de reinicio de la lucha armada fue retomado por sus compañeros, esta vez con la unión vislumbrada entre las tribus targuíes del norte de Níger y las del norte de Mali. AQMI, a pesar de las posibilidades de reforzarse y de armarse más deprisa que le ofrece el campo de batalla libio, no está segura de poder sacar provecho de ello a corto plazo. El reinicio a una escala más amplia de la rebelión targuí, más fuerte en número y en armas, plantea el problema más crucial, el del control del territorio. La cohabitación entre dos redes armadas conquistadoras resulta, en el nuevo contexto, poco factible.
El súbito aumento de los secuestros de extranjeros a finales de noviembre de 2011 en el norte de Mali (dos franceses secuestrados en Hombori, dos holandeses y un sudafricano en Tombuctú y un turista alemán muerto), ilustra la tensión repentina en busca de posiciones de fuerza, de monedas de cambio y de medios de financiación. Como al final de la Segunda Guerra mundial en 1945, Libia, liberada de la dictadura de Gadafi, se ha convertido en un inmenso depósito de armas más o menos accesibles tanto en el Fezzan como en Tripolitania. En la imaginación nacionalista argelina, estas armas se pueden usar en Argelia. Las primeras armas de la insurrección argelina contra el colonialismo francés en 1954 provenían, en parte, de las “reservas libias” del Afrika Corps y del Ejército de Mussolini.
Pero el problema frente a una rebelión nunca es exactamente el de las armas, sino el de los insurrectos que tratan de conseguirlas. Los argelinos también lo saben. Las “reservas libias” se quedaron donde estaban varios años antes de que las utilizaran unos hombres a los que ya no les quedaba ningún otro recurso. Si Libia “libera” armas en la región, Argelia produce insurgentes. La campaña anti-libia del verano de 2011 casi creyó que se lo había hecho olvidar al mundo.