El FFS: una participación en las elecciones legislativas… y algunas incógnitas

El FFS ha participado en unos comicios en los que no ha habido “ola verde” como en Túnez o en Marruecos.

Yassin Temlali

La participación del Frente de Fuerzas Socialistas (FFS) en las elecciones legislativas del 10 de mayo de 2012 (en las que obtuvo 21 escaños de 462), puso fin a 10 años de boicot a esos comicios, en los que no había presentado candidatos desde 1997. Pero, sobre todo, le ha hecho dos favores considerables al régimen de Abdelaziz Buteflika, incómodo con la decisión del Reagrupamiento por la Cultura y la Democracia (RCD), otro componente de la “corriente democrática”, de no participar en ellas. El primer favor es haber evitado un enfrentamiento entre “sus” dos partidos, el Frente de Liberación Nacional (FLN) y el Reagrupamiento Nacional Democrático (RND), y las organizaciones islamistas llamadas “moderadas”, algunas de las cuales, al igual que el Movimiento de la Sociedad por la Paz (MSP), no dudan en hablar de “cambio” aunque ocupan escaños en el Parlamento desde 1996.

El segundo favor es haber hecho posible un índice de participación mínimo en Cabilia, el baluarte histórico del FFS (un 25% y cerca de un 20% en las wilayas de Beyaia y Tizi Uzu, respectivamente). Un boicot total de las elecciones en esta región habría supuesto un duro golpe para su credibilidad internacional. También habría consolidado la influencia, de momento marginal, del Movimiento para la Autonomía de Cabilia (MAK, en sus siglas en francés). Ahora bien, en un contexto regional delicado, marcado por la multiplicación de los riesgos de intervención extranjera, cualquier nueva manifestación de un “particularismo político cabil”, es un posible peligro para el poder actual. En un mensaje lanzado el 2 de marzo de 2012 en el Consejo Nacional del FFS, su líder, Hocine Ait Ahmed, calificó la participación en las elecciones legislativas de “necesidad táctica (…) que se enmarca dentro de nuestra estrategia de construcción pacífica de la alternativa democrática a este régimen despótico, destructor y corrupto”.

A pesar del tono radical de este discurso, varias federaciones del partido cuestionaron esta decisión, y algunos de sus exdirigentes, como el exprimer secretario Mustafá Buhadef, la criticaron abiertamente. Para continuar las luchas democráticas y sociales en el norte de África y Oriente Próximo, lo recomendable habría sido aumentar el aislamiento de “este régimen despótico, destructor y corrupto” en vez de ayudarle a dominarlo. ¿Por qué ha participado el FFS en unas elecciones cuyo objetivo prácticamente declarado era la redistribución de los papeles políticos entre las organizaciones del bando llamado “nacionalista” (el FLN y el RND), por un lado, y entre ellas y las formaciones políticas islamistas, por el otro? ¿Es compatible esta postura con la historia de ese partido, cuya aversión por el régimen era tan fuerte, en la década de los noventa, que le acusaba de estar implicado en las matanzas islamistas contra los civiles?

Apostar por Buteflika en contra del ejército

Es necesario recordar aquí que el FFS sigue bajo la influencia de la cultura política de su fundador y presidente, Hocine Ait Ahmed, quien, desde Ginebra, donde reside, todavía desempeña un papel predominante en la definición de su línea política. Para esta figura de la lucha anticolonial, como en 1963 cuando se levantó en armas contra el presidente Ahmed ben Bella, cualquier cambio democrático pasa por la disminución del papel político del ejército. Aunque sus formas se hayan adaptado a lo largo de los años, especialmente a la “democracia de fachada” instaurada en Argelia tras la revuelta de octubre de 1988, la influencia ejercida por la institución militar en la escena política es una constante de la historia argelina contemporánea.

Con la independencia, en 1962, el ejército ayudó a Ahmed ben Bella a apartar del poder al Gobierno Provisional de la Revolución Argelina (GPRA), antes de derrocarlo el 19 de junio de 1965 y ejercer sus descomedidas prerrogativas mediante un “Consejo de la Revolución”, presidido por Huari Bumedian (1965-1978). El presidente Chadli Benyedid (1979-1992), procedente de sus filas, se vio obligado a dimitir por haber manifestado su disposición a cohabitar con los islamistas del FIS, tras su victoria en la primera vuelta de las elecciones legislativas de diciembre de 1991. Desde 1992 hasta 1999, los militares llevaron las riendas del país. Sus instrumentos civiles fueron el Alto Comité de Estado, un órgano de presidencia colegiada (1992- 1994), y luego un jefe de Estado designado (1994), el general Liamin Zerual, que fue elegido presidente, por sufragio universal, en noviembre de 1995.

El convencimiento de Hocine Ait Ahmed de que no se puede iniciar ninguna democratización sin disminuir el poder político del ejército, explica en parte la decisión del FFS de participar en las elecciones legislativas del 10 de mayo de 2012, es decir, de cumplir el deseo del presidente argelino de aparecer como un actor voluntario del cambio, sin presiones internas o externas. Con la seguridad de que no se atreverán a deponerlo tras siete años de gobierno golpista con diferentes denominaciones “republicanas”, Buteflika ha conseguido, de hecho, marginar considerablemente a los militares. Se ha librado de los generales que simbolizaban los sangrientos años noventa. Ha explotado, de esta manera, el deseo de los oficiales más jóvenes de pasar la página de la inestabilidad para poder beneficiarse de las promesas (y, sobre todo, de los presupuestos) de los programas de profesionalización del ejército frenados por los enfrentamientos con la insurrección islamista.

Los ataques del FFS rara vez alcanzan al presidente de la República desde su elección controvertida en abril de 1999, probablemente para consolidar esta obra “antimilitar”. No hay que descartar, además, que Hocine Ait Ahmed haya tomado en noviembre de 2011 la decisión de nombrar a Ali Laskri, en lugar de Karim Tabu, para el cargo de primer secretario del partido para “sancionar” los violentos ataques de este último contra las “reformitas” buteflikianas: habría incumplido así una norma tácita que recomienda reservar las críticas más acerbas para los “Servicios” (los servicios secretos militares) o, en su defecto, para el “sistema” en su conjunto. El FFS espera que el culebrón de la neutralización del ejército se culmine con un cambio radical en la jefatura de los “Servicios”, sobre todo ahora que su dirección quedó debilitada en agosto de 2007 por el fallecimiento del general Smain Lamari, jefe del contraespionaje. Esta esperanza es aún más real porque su sintonía con Buteflika ha disminuido mucho.

La “batalla de las candidaturas” en las elecciones presidenciales de 2014 entre el buteflikiano Abdelaziz Beljadem, secretario general del FLN, y el primer ministro Ahmed Uyahia, jefe del otro partido “oficial”, el RND, y presunto candidato de una parte de la jefatura militar a la presidencia, sería una señal de este declive.

Defender el ‘bastión cabil’

Otra explicación de la decisión del FFS de participar en las elecciones legislativas del 10 de mayo de 2012 es su determinación de defender su hegemonía en la Cabilia, donde se concentra la base de la “corriente democrática” y la del Movimiento Cultural Bereber (MCB), una amalgama de asociaciones y de redes que militaban o que militan en favor del reconocimiento institucional de la lengua y de la cultura amazigh. La amenaza para el FFS en la Cabilia procede menos de su rival tradicional, el RCD, que de los “partidos del régimen” o considerados como tales.

El descenso de su influencia en esta región quedó demostrado por su incapacidad de dirigir la revuelta de abril de 2001 (provocada por la muerte de un joven estudiante de instituto en un puesto de gendarmería) y por las dificultades que sufrió, en los 10 años siguientes, para estimular allí a sus seguidores. Este descenso explica en parte la progresión en la Cabilia de los “partidos oficiales”, el FLN y el RND, como ponen de manifiesto sus resultados en las últimas elecciones legislativas (cinco escaños en Beyaia, frente a siete del FFS, y siete en Tizi Uzu, frente a siete del FFS). Podría empujar a dirigentes del “partido de oposición más antiguo” a incorporarse a otras organizaciones: el rival tradicional, el RCD; el MAK, que, para aumentar sus seguidores, explota el fracaso de los “partidos cabiles” a la hora de imponerse a escala nacional; y, finalmente, el Movimiento Popular Argelino (MPA).

Fundado con la manifiesta bendición del ministerio del Interior, el MPA (seis escaños en la nueva Asamblea) es el heredero de la Unión por la Democracia y la República (UDR) y, como esta, está presidido por un exdirigente del RCD, Amara Benyunes. Parece que su labor consiste en dirigir políticamente la Cabilia en favor del presidente Buteflika, que es lo que ya había hecho la UDR al apoyar su candidatura en las elecciones presidenciales de 2004. Su ambición es ser, en cierta medida, un “representante de los cabiles” en el seno del régimen, y no el representante de este en la Cabilia, como era el caso de las federaciones cabiles del FLN y del RND. Es lo que explica que su discurso haga hincapié en las “especificidades políticas” de la Cabilia (el rechazo del islamismo), más que en la necesidad de una mayor “descentralización administrativa”, etcétera.

Al abrir a sus dirigentes el horizonte del trabajo parlamentario, parece que al FFS le mueve el temor de que la ambición política y social (o el deseo sincero de convertirse en los “portavoces de la Cabilia” en las instituciones centrales) les lleve hacia unos partidos más “pragmáticos”, e incluso abiertamente oportunistas. Este temor no es infundado. El boicot de las elecciones legislativas de 2002 y 2007 no se tradujo en unas campañas que habrían podido volver a impulsar las afiliaciones y hacer que los dirigentes y los militantes se dedicaran a labores de propaganda y de organización. Solo hubo una larga hibernación, marcada por condenas rutinarias del “sistema” y de su “autoritarismo”.

Un sueño frustrado: abandonar el ‘feudo cabil’

Al participar en las elecciones legislativas, el FFS también pretendía establecer, mediante el trabajo parlamentario, su influencia en el conjunto del país. En el fondo, el carácter cabil de su implantación (ha obtenido dos tercios de sus 21 escaños en los departamentos de Beyaia y Tizi Uzu) sigue siendo su doloroso talón de Aquiles. Siempre ha sembrado dudas sobre el alcance nacional de su proyecto que, no obstante, está impregnado de la ideología de la guerra de liberación y de su sacralización de la “unidad nacional”.

Si adopta un discurso social menos abstracto y lleva a cabo una “democratización interna” que redefina los poderes de Hocine Ait Ahmed, el FFS tendrá alguna posibilidad de representar una “tercera vía” entre el islamismo legal y los partidos oficiales para las nuevas franjas de la clase media. Las condiciones generales se prestan a ello. El régimen no ha logrado sacar provecho de su victoria frente a la rebelión islamista, ni de las riquezas inesperadas acumuladas en las arcas del Estado desde principios de la década de 2000.

En cuanto a los “islamistas moderados”, están desacreditados por su participación en el gobierno desde 1996. Por tanto, la cuestión no estriba en la posibilidad teórica del FFS de abandonar su “gueto cabil” para construir un “polo democrático” más amplio. Estriba en la credibilidad de semejante proyecto, cuando su puesta en práctica empieza por la participación en unas elecciones destinadas a redistribuir los papeles entre el “sistema” y “sus” islamistas.