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Coedició amb Estudios de Política Exterior
El feminismo laico en el mundo árabe
Lejos de desaparecer de la política, el feminismo laico debe hallar convergencias con los movimientos que apelan a un islam revisado y que también se proclaman feministas.
Sophie Bessis
A diferencia de lo que suele creerse, el islam lleva más de un siglo inmerso en un debate recurrente sobre la condición de la mujer. Desde principios del siglo XX, en la estela del movimiento reformista, ya había mujeres que empezaban a reclamar derechos en Egipto, Siria (la Siria anterior al mandato francés, es decir, Siria, Líbano y la actual Palestina) y en Túnez principalmente, los tres países árabes donde el pensamiento reformista tuvo más representantes y mayor impacto.
Sin enfrentarse todavía a la norma religiosa, varias asociaciones femeninas reclamaron el derecho de las mujeres a la educación y al acceso a la esfera pública, y exigieron –para las musulmanas– la abrogación de las disposiciones jurídicas más discriminatorias, como la poligamia y el privilegio masculino del repudio. En estos países, se puede hablar de la existencia de un “protofeminismo” desde los años veinte. En 1924, la Unión de Mujeres Egipcias publicó un folleto donde reclama la abolición de la poligamia y la sustitución del repudio por un verdadero proceso de divorcio. Ese mismo año, la tunecina Manubia Uertani se manifestó públicamente contra el uso del velo.
En 1926, sería la egipcia Huda Shaarawi quien lo condene oficialmente. Cuatro años más tarde, se celebró en Damasco el primer Congreso de Mujeres de Oriente, para reclamar la igualdad de sexos. Estos movimientos protofeministas, que se inscriben en la corriente modernista árabe, son contemporáneos a la emergencia del primer feminismo en Europa y Norteamérica, aunque no se puede hablar de importación. En todos los rincones del planeta, y en épocas no muy lejanas unas de otras, el debate sobre la modernidad ha planteado la cuestión de la condición femenina y la evolución de las relaciones de género. A partir de los años treinta, este momento inaugural del feminismo árabe se diluyó relativamente.
La lucha por la liberación nacional relegó la cuestión a un segundo plano, pues los movimientos nacionalistas oponían a las reivindicaciones de las mujeres la necesidad de priorizar la lucha por la emancipación. Es más, las propias mujeres aceptaron este paréntesis, con la opinión mayoritaria de que la independencia les traería, casi de un modo natural, la liberación. Habría que esperar a los años setenta, ya llegado el tiempo de las desilusiones poscoloniales, para constatar, tras un largo eclipse, la renovación del feminismo. Antes de que brotara, a principios de los años noventa, el llamado feminismo islámico, eran sobre todo las feministas laicas quienes encabezaban la reivindicación de la igualdad de sexos.
Por razones que no expondremos aquí por falta de espacio, fue en Marruecos donde realmente se impuso el feminismo laico, aunque hubiera figuras emblemáticas que llevaron su discurso a otros lares, como Egipto, con Nawal Saadaui. En los párrafos siguientes, pues, nos centraremos en los movimientos magrebíes.
Un nuevo contexto
A partir de la década de los setenta, las primeras generaciones de chicas escolarizadas alcanzan la edad adulta en los países del Magreb. También en esa época surge una masa salarial femenina con distintos niveles de importancia según el país, que se convierte en una realidad social en todas partes. Esas mujeres, con mejor formación, mayor conciencia y cada vez menos resignadas a verse relegadas a su posición de inferioridad, ya no se sienten representadas, si es que alguna vez lo habían hecho, por las organizaciones oficiales creadas por el poder con el fin de encasillarlas.
Esta evolución de la mentalidad de las magrebíes se vio acelerada por varios factores. En Túnez, el desfase entre un discurso oficial progresista y unas prácticas sociales marginadoras hicieron tomar conciencia a muchas mujeres de que no podían esperarlo todo del poder. En Argelia y Marruecos, el conservadurismo de las élites y la resistencia al cambio de su estatus dejaban claro que nadie más que ellas podría poner fin a su inferioridad jurídica y social. A partir de mediados de los años setenta, hubo otro factor que mentalizó a las mujeres de los movimientos laicos de la necesidad de organizarse. Es entonces cuando, con la condescendencia inicial de los poderes establecidos, los movimientos islamistas irrumpen en la escena política.
En los tres países –Túnez incluido– los regímenes tratan de canalizar esta emergencia mediante una reislamización “desde arriba” de la sociedad, de la que las mujeres temen pagar los platos rotos. La lucha de los movimientos de mujeres que nacen en ese momento se basa en dos frentes: los poderes que desatienden demasiado sus reivindicaciones y un movimiento islámico cuyo objetivo es, entre otros, poner freno a su lenta pero auténtica emancipación. De hecho, la historia contemporánea de las mujeres del Magreb puede dividirse en dos grandes etapas. En los 20 primeros años posteriores a las independencias, su acervo se inscribe en la dinámica social propia de cada país, sin formular apenas reivindicaciones sobre el carácter específico de su condición.
En los años en que se creía que el “desarrollo” traería progreso para todos, la mayoría de mujeres pensó que la mejora de su condición era parte natural del proceso. En su opinión, la modernización de la sociedad les aportaría su propia marcha en pos de la libertad. Sin embargo, a mediados de los años setenta, empezaron a alzarse contra los obstáculos encontrados en el camino a la emancipación. El surgimiento de un movimiento de mujeres del Magreb parece ser, por tanto, consecuencia de la evolución, más que causa de ésta. Nace a partir del momento en que su lugar en el espacio público deja de ser marginal y donde el ritmo de su evolución empieza a suscitar la oposición de una parte de la sociedad vinculada a la estructura patriarcal, basada en el principio de la omnipotencia masculina y profundamente hostil a cualquier modificación real de las relaciones de género.
Emergencia de los movimientos feministas
Conminados por sus sociedades a no avanzar más de lo tolerable en los espacios masculinos, y ante la amenaza de una regresión de carácter religioso, grupos cada vez más consecuentes de mujeres magrebíes plantean públicamente la cuestión de las formas de dominación y opresión de las mujeres, así como la división sexual de los roles. Encomendándose públicamente al feminismo, parte del movimiento femenino magrebí establece, como principio de base, que la conciencia colectiva que tienen las mujeres de su opresión es de tipo político. Ese feminismo magrebí, que no es ni simplemente reivindicativo, ni corporativista, hará una crítica pública y radical, a través de sus distintas expresiones, de los cimientos de la opresión.
Los movimientos feministas se estructuran en torno a dos reivindicaciones esenciales: la demanda de derechos y la igualdad de sexos. Igualdad en derecho, afirmación de la mujer como sujeto, denuncia de la instrumentalización sexista de la religión: a partir de finales de la década de los setenta, el discurso feminista pasa a ser, por su naturaleza revolucionaria, uno de los principales agentes de la modernidad en el Magreb. Es el único que arremete explícitamente contra el orden que regula en el Mediterráneo no solo la esfera familiar y social, sino también la gestión de la ciudad. Ateniéndonos a los contextos nacionales específicos, los movimientos feministas nacieron en momentos diferentes y adoptaron formas distintas en los tres países. En Argelia y Marruecos, basaron sus reivindicaciones en una reforma de la legislación familiar, sacada directamente de las prescripciones del rito malekí en ambos países.
En Túnez, las reivindicaciones jurídicas no han desaparecido, pues persisten las desigualdades, pero el abanico de luchas es más amplio, dadas las diferentes condiciones con respecto a los países de su entorno.
■Túnez
Antepasado del movimiento feminista, el Club de Estudios de la Condición de las Mujeres, más conocido como Club Tahar Haddad, vio la luz en 1978. Fundado por estudiantes, no tardó en acoger entre sus filas a mujeres de la nueva élite intelectual femenina, como profesoras, ejecutivas, periodistas o abogadas. Desde su creación hasta su desaparición en 1985, se marcó como objetivo identificar los problemas específicos con los que tropiezan las tunecinas, así como sensibilizar a la sociedad. Aunque fue relativamente breve, la experiencia del Club Tahar Haddad marcó la historia del feminismo tunecino y fue el germen de gran parte de los intentos posteriores de estructurar dicho feminismo.
Al hilo de esta experiencia, un grupo de 50 mujeres creó en 1985 la revista Nissa, que permite al movimiento dirigirse a un público más amplio. El objetivo de Nissa era contribuir a erigir otra imagen de las mujeres, distinta a la presentada por los medios de comunicación y el discurso sexista dominante, así como convertirse en lugar de debate sobre los temas relacionados con su condición. Fue un proyecto ambicioso, que la revista intenta llevar a cabo durante sus dos años de existencia, en los que se publicaron siete números, el último el 8 de marzo de 1987. A partir de ese año, aprovechando la breve y relativa liberalización posterior al cambio de poder, nacen asociaciones menos informales. La primera es la Asociación de Mujeres Tunecinas para la Investigación y el Desarrollo (AFTURD, en sus siglas en francés). Fue pionera en la obtención de reconocimiento legal, en 1989. La entidad abrió sus puertas a las universitarias que deseaban emprender una investigación específica sobre la condición femenina.
Heredera de una tradición feminista con 10 años de andadura, la Asociación Tunecina de Mujeres Demócratas (ATFD, en sus siglas en francés) también logró el reconocimiento oficial en 1989. Sus militantes ya eran conocidas como un grupo informal de “mujeres demócratas”. La ATFD se impuso como objetivo luchar por la eliminación de toda clase de discriminación de las mujeres, amparándose en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Cedaw (Convention on the Elimination of all Forms of Discrimination against Women). Portavoz de un discurso de defensa de la modernidad, claramente partidaria de la secularización del Estado y la separación de las esferas política y religiosa, la entidad ejerció, a pesar de contar con escasos efectivos, una influencia nada desdeñable en los círculos intelectuales, a los que interpelaba sobre cuestiones relativas a la condición femenina. Inscrito en una continuidad ideológica que en 15 años nadie ha desmentido, el movimiento tunecino laico tuvo una influencia mayor de lo que podría desprenderse de su modesto número de integrantes.
Ahora las formaciones políticas difícilmente pueden evitar tomar partido sobre el estatus de las mujeres, y la cuestión de la condición femenina es uno de los puntos de divergencia entre conservadores y partidarios de la modernidad. En la actualidad, el movimiento feminista se enfrenta a los últimos reductos de desigualdad jurídica. Las dos asociaciones han arrancado una campaña por la igualdad de sexos en cuestiones de herencia. Una vez más, surge la exigencia de conformar el derecho a las nuevas prácticas sociales en un país donde éstas se han modernizado con creces.
■ Argelia
No hay duda de lo que está en juego, sobre todo desde que el Frente de Liberación Nacional (FLN) promulgara, en 1984, el “Código de la infamia”, como lo denominan las feministas. El feminismo argelino lleva gestándose desde las primeras grandes batallas de los años sesenta, cuya experiencia supo capitalizar. Tras intentar organizarse desde mediados de los años ochenta, pudo gritar su existencia a los cuatro vientos a partir de octubre de 1988, tras la relativa apertura posterior a los disturbios que sacudieron el país. Durante la breve etapa “democrática” transcurrida entre 1988 y finales de 1991, se multiplicaron las asociaciones feministas: cuatro principales a escala nacional y una decena implantadas en ciudades de cierta importancia.
La divergencia esencial entre estas organizaciones separó, como en el conjunto del mundo árabe, a las laicas –cuyo discurso se basa en el principio de universalidad del derecho– de las partidarias de una lectura liberal del Corán, lo único capaz, a sus ojos, de responder a las necesidades del presente, sin perder el indispensable arraigo identitario. Es un debate que ya viene de antaño entre las mujeres argelinas, y el conflicto en torno al Código ya había enfrentado a las defensoras de ambas posturas. Poca duda cabe de que quienes abogan por una ley basada en un islam modernizado se acercan más al sentimiento mayoritario argelino que las laicas. Sin embargo, son estas últimas quienes han formado el grueso del movimiento feminista. Las tres asociaciones –Por la Igualdad ante la Ley entre Hombres y Mujeres, Por la Emancipación de la Mujer y la Asociación Independiente por el Triunfo de los Derechos de las Mujeres– se pronunciaron por aquel entonces a favor de la abrogación de toda ley no igualitaria, de la llegada de una sociedad secularizada abierta a lo universal, y afirmaron sin reparos su feminismo.
Luego las cosas cambiaron mucho. Diez años de descenso a los infiernos, seguidos por la recuperación de los escasos espacios aún ocupados por una sociedad civil independiente, dejaron bien poco del movimiento feminista argelino. Sí, hay asociaciones y mujeres que batallan contra un código de familia que solo ha evolucionado marginalmente, a pesar de las promesas, pero el movimiento es poco audible en una población que lucha cada día por la supervivencia, creyendo hallar la solución a sus problemas en el regreso del conservadurismo religioso.
■ Marruecos
Los años ochenta vieron cómo los movimientos feministas marroquíes se independizaban de los partidos políticos a los que todos estaban vinculados, ya fuera la Organización de Acción Femenina, supeditada al partido de extrema izquierda, la Organización de Acción Democrática Popular (OADP) o la Asociación Democrática de Mujeres de Marruecos (ADFM), ligada al Partido del Progreso y del Socialismo (PPS). En un par de décadas, la ADFM logró estructurarse hasta revelarse como la primera organización feminista del país. El movimiento feminista marroquí centró su lucha en la reforma de la muy conservadora Mudawana.
Tras obtener tan solo retoques homeopáticos bajo el reinado de Hassan II, las mujeres siguieron dando a conocer sus reivindicaciones, hasta obtener en 2004 una reforma profunda de la legislación familiar. Las feministas marroquíes lo consideran una gran victoria. Sin embargo, la igualdad que persigue su lucha está lejos de haberse alcanzado.
■ Otros países árabes
Aunque el debate sobre el laicismo tenga, al parecer, más peso en el Magreb, eso no significa que en el resto del mundo árabe no pase nada. La diferencia, no obstante, es que en el Mashrek, el llamado feminismo islámico ocupa un espacio mucho más amplio que el laico.
En cuanto a los países del Golfo, no cuentan con tradición feminista como las otras dos regiones del mundo árabe, y las mujeres viven nuevas formas de lucha. Sin embargo, hay movilizaciones dignas de mención. En 2006 arrancó una campaña regional árabe por la abolición de las reservas a la Cedaw por parte de los Estados árabes que ratificaron la convención. Bajo la consigna de una “igualdad sin reservas”, integrantes de gran número de asociaciones feministas, pero también de defensa de los derechos humanos, procedentes de la práctica totalidad de los países árabes, se reunieron en Rabat del 8 al 11 de junio de 2006 para hacer “un llamamiento a los gobiernos de los países de la región para que consagren la igualdad entre hombres y mujeres en dignidad y en derechos, tanto en el ámbito de los derechos civiles y políticos como en el de los derechos económicos, sociales y culturales, y que garanticen el pleno acceso de las mujeres a la ciudadanía”.
Esta coalición de ONG femeninas apela explícitamente a los principios universales de igualdad y rechaza toda argumentación de tipo identitario o religioso que vaya contra la igualdad de derechos. Desde 2006, las asociaciones integrantes han librado numerosas batallas en las instancias internacionales y en el seno de cada país. A principios del siglo XXI, aun sin ser ya el único actor presente en la escena del feminismo árabe, el feminismo laico dista de haber desaparecido de la política. Convencidas de que la igualdad real de sexos solo puede obtenerse poniendo fin al totalitarismo de la norma religiosa, las mujeres que lo conforman siguen pesando en las controversias en torno al tema de la secularización que agitan el territorio.
Llevadas por la rápida evolución de las prácticas sociales, aunque frenadas por un regreso masivo de sus sociedades a lo religioso, tratan de sensibilizar a las demás mujeres sobre sus argumentos. La cuestión que hoy se plantea, y que muchas de ellas formulan, es qué convergencias pueden construirse con los movimientos que apelan a un islam revisado por la modernidad y que también se proclaman feministas.