Desde las siete de la mañana estoy observando los movimientos de los cuerpos que circulan, se colocan, se instalan y se desplazan por el espacio de la plaza Jama’ al Fna[1]. La inmensa plaza pública de Marrakech instala su decorado de buena mañana. Con el ojo pegado al objetivo de la cámara fotográfica, mi mirada otea el horizonte. Siguiendo el eje de mi mirada, lentamente me acerco al objetivo. ¡Ahí está! Lo reconozco. Sí, es Abderahim Al Azalia. Voy a buscarlo con mi cámara fotográfica ‑‑una Minox GL negra que compré hace unos meses en una tienda de antigüedades‑‑, una libreta y mis preguntas. Saco unas cuantas fotografías. Él está ahí, sentado, a la izquierda del escenario que se muestra ante mis ojos. El objetivo me impone enseguida una dirección que debo seguir. Doy un rodeo para hacer algunas fotos más. Entonces me dirijo hacia él. ¿Me reconocerá? Abderahim es uno de los narradores de Jama’ al Fna. Está en la plaza. Espera. Me acerco para saludarlo. Me recibe efusivamente. Sí que se acuerda de mí. Rápidamente me invita a tomar asiento cerca de él.
Abderahim enciende un cigarrillo. A lo lejos diviso un grupo de personas, un círculo, una halqa[2]. Los espectadores de la halqa de los narradores forman una pequeña asamblea. Abderahim y yo nos ponemos a charlar. Me habla de su trabajo, su vida, sus hijos, su repertorio, su profesión. Abderahim describe sus ritmos de trabajo con una serie de detalles: «Todos los días llego a la plaza hacia las 8 y a las 9 empiezo. Hoy estoy con Abdel Ghan, de 27 años, y Hichem, de 20. Están ahí. Son hermanos. Trabajan conmigo desde hace dos años. No saben ni leer ni escribir. Están aprendiendo el oficio. Por la mañana trabajamos aquí, al lado del Café Restaurant l’Argana, desde las 8.30 h hasta las 12 h y, por la tarde, desde las 17h hasta las 18h, cerca del Café de France». Me ofrece una taza de té. Lo escucho. Me cuenta su historia mientras tomamos té. Pruebo el té, un poco fuerte para mi gusto. Mientras escucho a Abderahim, tomo apuntes y fotos. Entonces Abderahim se levanta. Es la hora. Tiene que reunirse con los dos hermanos. Me propone que lo acompañe a la halqa. Lo sigo. Mientras caminamos, Abderahim me pregunta: «¿Qué haces en Marrakech? Me has dicho que eras narrador y estás sacando fotos. ¿Eres fotógrafo?» «¡No! Estoy aquí para preparar un espectáculo de cuentos en el Instituto Francés de Marrakech». Asiente con la cabeza. «¡Es la primera vez que vengo a Marrakech! Estoy descubriendo la medina, el ambiente de la plaza y los narradores. ¡Tomo apuntes y fotos! Escribo para no olvidar. Saco fotografías para observar el trabajo de los narradores. Me gustaría poder contar lo que he visto y he oído en la plaza Jama’ al Fna. Las fotos y los apuntes me ayudarán a recordar. Son documentos de archivo para describir esta experiencia».[3] Me presenta a Abdel Ghan. ¿No está Hichem? No he tenido tiempo de observar cómo trabaja Abdel Ghan. Lo descubro. Es de tez morena, con la piel surcada y los ojos fijos. Me saluda tímidamente. Abdel Ghan tiene la mirada un poco perdida. Abderahim me pide que les haga una foto. Están aquí delante de mí, de frente al público y al objetivo. Están orgullosos de presentarme su trabajo. Abdel Ghan acaba de hacer su colecta. Ha terminado de narrar. Se retira del centro de la halqa. Se instala delante de los demás espectadores. Me alejo para sacar otra foto. Es el final de la primera sesión. Abdel Ghan cede el puesto a Abderahim.
Al cambiar de perspectiva para observar el trabajo y la gestualidad de Abderahim, me preguntaba cómo debía de ser la relación con sus aprendices: Abdel Ghan e Hichem. Desde la tarde anterior iba tomando consciencia de la situación en que me hallaba. Las razones de mi presencia en Marrakech se enriquecían con nuevas orientaciones. Las preguntas se imponían. Mi investigación estaba tomando un rumbo inesperado. Poder descubrir las prácticas tradicionales de la profesión de narrador me abría muchas puertas. No podía imaginar el final. Estaba atrapado en un dilema entre mi labor artística y mi tarea de investigador etnógrafo y coleccionista de fotografías. ¿Qué podía hacer para grabar y memorizar esta experiencia? La improvisación metodológica me parecía lo más adecuado, aunque no tenía grabadora para las entrevistas. De entrada, era una situación original para mí, pero había varias cuestiones que me inquietaban. ¿Cómo explicar en qué consistía el oficio de narrador de la plaza Jama’ al Fna? Con la preparación de mi espectáculo sobre Averroes y la observación de los narradores, había caído de lleno en la trampa de un juego y unos desafíos cuyas implicaciones metodológicas no podía medir. El documento fotográfico se me imponía como un punto de vista todavía mal definido: el del ojo clandestino, un ojo anónimo abierto a los ritmos fluctuantes y permanentes de las representaciones sociales y las creencias colectivas que se transmiten en esta plaza en la historia de la mirada que cada uno fija en la medina de Marrakech. Me alejaba para tomar con perspectiva una fotografía del círculo de espectadores. Tenía que elegir un punto de vista en el que fijar el ángulo de mi mirada. Sin duda, el ojo del comediante captaría la escena de un teatro de calle sin telón, sin maquillaje, sin artificios, sin distancia escénica entre el espectador y el artista. El ojo del pintor describiría inmediatamente el inmenso rompecabezas de un paisaje en formación. El ojo del antropólogo observaría las dimensiones simbólicas, religiosas, económicas, culturales, políticas y sociales que contribuyen a la escenificación de los rituales de un lugar profano. El ojo del turista andaría buscando seguramente aquellas pequeñas curiosidades que componen las escenas cotidianas del zoco, el patrimonio arquitectónico, culinario y folclórico escenificado en este lugar de paso constante que es el Jama’ al Fna. El ojo del historiador se entretendría con lo permanente y lo cambiante, con la genealogía del nombre y con las funciones sociales de esta plaza pública. Tal como recuerda Hamid Triki, para el historiador el origen del nombre de la plaza está relacionado con sus múltiples funciones. «Durante mucho tiempo disertamos sobre el vínculo entre el nombre y la existencia de una mezquita, «Jama», inacabada y en ruinas, «el Fna»». El primer texto conocido que menciona la construcción de esa supuesta mezquita se remonta a comienzos del siglo XVI. El autor es un «sudanés» o, más exactamente, un historiador de Malí que explica que el sultán Saâdien Al Mansour nunca terminó la mezquita debido a los estragos causados por la gravísima y prolongada peste que asoló la región a finales del siglo XVI. Así que, según parece, sobre esta tela de fondo por la que ronda la muerte, las ruinas de una imponente mezquita, en el limbo de la plaza, podrían muy bien haber golpeado la imaginación popular hasta el punto de llamarla algo así como «Plaza de la mezquita destruida»[4]. Hamid Triki relata de un modo especial las ideas de Ali Youssi, que describe por primera vez una halqa. La descripción está corroborada por un documento histórico que versa sobre la plaza Jama’ al Fna como antiguo lugar de encuentro entre las artes y culturas populares de la sociedad magrebina: «En mi búsqueda del saber, llegué a Marrakech en el año 1060 de la hégira (1650 d.C.). Cuando estaba allí, un día me dirigí a la gran explanada (Jama’ al Fna) para escuchar las alabanzas al Profeta. Entonces tomé sitio en una imponente halqa formada por curiosos que escuchaban a un anciano que les contaba historias divertidas»[5]. Sin lugar a dudas el ojo del escritor —como el de los hermanos Tharaud o los de Elias Canetti, Paul Bowles o Juan Goytisolo— se dedicaría a describir el ambiente de un mundo que hoy en día ha desaparecido. Intuimos lo remanente que la obra del escritor trataría de recrear mediante el poder narrativo de la oralidad como forma de relato literario al ritmo de las historias singulares de los narradores de la plaza Jama’ al Fna. La oralidad de los narradores como forma literaria y el dispositivo narrativo de la halqa lleva —bajo la mirada de escritores como Bowles o Goytisolo— a poner en tela de juicio las categorías de las literaturas escritas. ¿Cuál es el estatus, el lugar, la función y el uso de un documento fotográfico? ¿Acaso es un punto de vista metodológico para comprender los lenguajes del espacio y del cuerpo de los narradores de Jama’ al Fna?¿Cómo descubrir los relatos geneaológicos y antropológicos de un documento fotográfico? De todas estas miradas, de todos estos puntos de vista sobre el mundo social de Jama’ al Fna, el ojo del objetivo fotográfico, de la cámara, forman parte de lo vivido un día cualquiera en la plaza. ¿Quién no ha fotografiado, aunque solo fuera por esa curiosidad típica, turística, artística, periodística, televisiva o cinematográfica, las halqas de Jama’ al Fna? Así, pues, la fotografía es una parte integrante de las representaciones sociales de Jama’ al Fna. Durante mi estancia he visto a muy pocos pintores ejercitándose en los juegos de la representación de Jama’ al Fna. Seguro que existen cuadros y dibujos de la plaza, pero no cabe la menor duda de que el documento fotográfico es la más banal y popular de las formas de representación social de las halqas de Jama’ al Fna.
La muchedumbre empieza a formar la halqa, el círculo. Abderahim coloca su cuerpo en el eje vertical de la mezquita Koutoubia. Toma la palabra: «Qan ya ma qan…». Ahora hay más de cincuenta espectadores. Algunos se detienen sentados sobre sus bicicletas. Los demás están de pie o van en ciclomotor. La investigación etnográfica y fotográfica debería ser capaz de grabar, memorizar, restituir y relatar las prácticas sagradas y los discursos profanos del oficio de narrador de la plaza Jama’ al Fna en el espacio-tiempo de la halqa.
Notas
[1] Existen varias transcripciones del nombre de la plaza: Jmâa El Fna,Jemaa El Fna, Jmaa El Fna, Djemaa El Fna, Djmaa El Fna. He adoptado la transcripción utilizada por los investigadores que han contribuido a la obra: «Jama’ al Fna, entre art et bazar», Actas de las jornadas de estudio del 13 y el 14 junio de 2003 en Marrakech.
[2] La palabra halqa o círculo tiene varios significados en árabe. Es ante todo un círculo de palabra y escucha. Este espacio de narración está relacionado con el formato de la narración, el cuento y los juegos de rol, los sainetes o los sketches escenificados. La interpretación de los narradores resulta teatral por su técnica de juegos o de imitación de personajes. La composición de la halqa es de geometría variable. A veces consta de dos o tres narradores que se interpelan, se responden, se provocan y juegan con el público para que éste participe en la historia y al final ofrezca a los narradores una ofrenda o un donativo en forma de monedas.
[3] El material recolectado durante este período de un mes (abril-mayo 2004) comprende un total de 1080 fotografías en formatos color, blanco y negro y diapositivas, así como los apuntes de mis cuadernos de viaje. Volví a Marrakech en los meses de octubre-noviembre de 2005 para organizar una halqa de cinco narradores frente al Café de France con los narradores de Jama’ al Fna
[4] Hamid Triki, « La place Jama’ al Fna, de l’énigme à l’histoire », Actas de las jornadas de estudio del 13 y 14 de junio de 2003, p. 26.
[5] Ibid.p. 28