Diáspora egipcia y tunecina: ¡el duro aprendizaje político!
Su influencia política está a la espera del desenlace de la lucha actual por el reconocimiento de sus derechos.
Samir Bouzidi
La Primavera Árabe alteró las características del vínculo de los expatriados con sus países de origen. Los regímenes de Hosni Mubarak y Zine el Abidine ben Ali, que recelaban implícitamente de estas comunidades poderosas en lo financiero y más despiertas en lo político, habían logrado confinarlas estrictamente al papel de “tutor financiero” de sus familias y clanes, que permanecían en el país. Este maná económico para los países de origen es considerable; como demuestran los 1.400 millones de dólares transferidos anualmente por los tunecinos o los 8.000 millones de dólares aportados por la diáspora egipcia.
Cantidades que suponen la segunda fuente de divisas para Túnez (por detrás del turismo) y la tercera para Egipto (por detrás del turismo y el sector energético). Para dirigir (o más bien “redirigir”) políticamente a esas comunidades en el extranjero, Mubarak y Ben Ali adoptaron la misma estrategia de red, que descansaba en las representaciones diplomáticas (embajadas, consulados…), ONG gubernamentales y militantes del Reagrupamiento Constitucional Democrático (RCD, el partido de Ben Ali) o del Partido Nacional Democrático (PND, formación de Mubarak). En el punto de mira, los refugiados políticos y, en general, todo activista político. Los medios de presión eran variados: privación del derecho a pasaporte, chantaje a la familia que permanece en el país, pena de cárcel al regresar… Esta política represiva anuló considerablemente las veleidades de los opositores, que actúan, en su mayoría, amparados por los círculos “derechohumanistas”.
Por una nueva ciudadanía de igual a igual
En el seno de estas comunidades, las revoluciones en sus países p nuevovocaronas aspiraciones a una ciudadanía de igual a igual. Los más jóvenes, así como los más integrados socioeconómicamente, son quienes más movilizados y reivindicativos. Para ellos, es imperativo que sus derechos y estatus evolucionen con esta primera reivindicación emblemática: el derecho al voto y la elegibilidad en todos los comicios electorales. Como prueba revolucionaria para su país de origen, organizan la caza de las redes de los exdictadores en el exterior: la “galia”, partidaria de la comunidad egipcia bajo la tutela de los “feluls” (representantes del PND), las asociaciones de los tunecinos en el exterior (próximos al RCD), sin olvidar a las representaciones diplomáticas, con una presencia importante de partidarios de los regímenes caídos.
Tunecinos expatriados, ¿ejemplo o modelo?
En el marco de esta lucha por una nueva ciudadanía, los tunecinos residentes en el extranjero han allanado el camino, a través de un lobbismo activo desde las primeras horas posteriores al 14 de enero de 2011. Los líderes de los partidos, los medios de comunicación y la opinión pública recibieron con regocijo esta reivindicación, habida cuenta del peso económico de esta comunidad. Se les concedió el derecho a votar, con un amplio consenso nacional; sin embargo, el tema de su elegibilidad, sobre todo la de los ciudadanos con doble nacionalidad, aún hoy sigue generando desconfianza y rechazo popular. Esta primera victoria para sus derechos no les convierte en actores políticos en potencia.
En el caso de Túnez, efectivamente, los 1,4 millones de ciudadanos residentes en el extranjero están representados por 18 diputados procedentes de la inmigración. Sin embargo, la opinión pública y la clase política siguen siendo muy reticentes a hacer más concesiones a esos ciudadanos de doble nacionalidad; no conocen bien su trayectoria, los consideran neo-oportunistas e incluso una amenaza para la soberanía nacional. En consecuencia, sus derechos políticos están, de momento, congelados, y su no elegibilidad a las funciones públicas importantes (presidente, ministros, alcaldes…) constituye la regla. Esta desconfianza popular se nutre del descenso de las remesas, la disminución del ritmo de visitas al país y, sobre todo, el plebiscito brindado a Ennahda (partido islámico) en las últimas elecciones en el extranjero. Hay numerosos elementos en su contra que la opinión pública y el establishment tunecino consideran una falta de patriotismo y no invitan a abrir el debate sobre los nuevos derechos de la diáspora.
En definitiva, a día de hoy, tan solo unos cuantos antiguos refugiados, arropados por su exilio político y, en su mayoría, surgidos de Ennahda o del Congreso para la República (CPR, partido aliado del Ennahda), han logrado imponerse en la escena política tunecina: Rached Ghanuchi (presidente de Ennahda), Moncef Marzuki (antiguo miembro del CPR y presidente de la República), Ameur Larayed (miembro del buró político de Ennahda), Rafik Abdessalem (ministro de Asuntos Exteriores, de Ennahda)… En la actualidad son pocos los tunecinos en el extranjero procedentes de la corriente progresista que puedan sentirse orgullosos de haber tenido una experiencia política en Túnez.
Salvo, tal vez, Mehdi Huas y Said Aidi, empresarios y, respectivamente, ministro de Turismo y Comercio y ministro de Trabajo en el gobierno transitorio de Beji Caid Essebsi. ¿Ejemplos a imitar? Hay que señalar que, en el seno de la Asamblea Constituyente y el aparato de los partidos políticos, a los representantes elegidos por los tunecinos en la diáspora les cuesta mucho integrarse, debiendo enfrentarse a la estigmatización creciente por parte de sus conciudadanos y de los medios de comunicación del país. Como muestra de la situación, una política electa en el extranjero es objeto de burla continua, por su poco dominio de la lengua árabe; a otros, a la más mínima ocasión, se les reprocha su falta de conocimiento de la realidad del país.
La agitada lucha de los egipcios expatriados
En cuanto a los egipcios residentes en el extranjero (se calcula que son entre seis y ocho millones), tan solo tuvieron derecho a participar en las últimas elecciones legislativas tras la decisión del Tribunal Administrativo, pronunciada apenas dos meses antes de los comicios de diciembre de 2011. Esta reivindicación, iniciada por los egipcios residentes en Estados Unidos y Europa, a través de las redes sociales (#EgyAbroad y #right2vote) y “demostrada” por medio de manifestaciones ante las embajadas egipcias, había chocado, hasta entonces, con el veto implícito de los caciques del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA). Un ejemplo de esta movilización: el 19 de marzo los jóvenes organizaron un sufragio simbólico ante la embajada de París.
Durante las semanas posteriores, varios candidatos a la presidencia (desde el multimillonario liberal Naguib Sawiris hasta el expresidente de la Liga Árabe, Amr Mussa, pasando por el juez conocido por su integridad Hicham Bastawisi) participaron en numerosos encuentros con los expatriados, pidiéndoles su apoyo. El gobierno de Essam Charaf multiplicaba las declaraciones en las que subrayaba el saber hacer y el peso económico de los cerca de ocho millones de ciudadanos residentes en el extranjero. Una gran agitación acompaña esta pugna de la diáspora egipcia por sus derechos políticos. Las últimas elecciones legislativas en el extranjero fueron un fiasco en términos de participación. Debido a la falta de información, incidencias técnicas y trabas administrativas, solo pudieron inscribirse un total de 400.000 ciudadanos en todo el mundo, de los cuales unos 20.000 residentes en EE UU y Reino Unido, y 4.465 en Francia.
Finalmente, unos 100.000 electores (de un electorado constituido por entre tres y cinco millones de personas) fueron a las urnas. En los países del golfo Arábigo, donde viven tres cuartas partes de la diáspora egipcia, el 75% de los sufragios dio la victoria a los Hermanos Musulmanes. En Europa, el bloque egipcio, incluido el partido Egipcios Libres, de Naguib Sawiris (alianza liberal de centroizquierda), obtuvo en torno al 70% de los votos. Conviene relativizar estos resultados. Más de tres de cada cuatro egipcios expatriados viven en los países del Golfo (con Arabia Saudí y Kuwait en cabeza), donde se prohíbe y reprime severamente toda actividad política de los inmigrantes. En esos países, por ejemplo, es habitual que los jefes o autoridades locales confisquen los papeles de los trabajadores inmigrantes desde su llegada. A la hora de acudir a las urnas, este puede ser un medio de presión excelente para obligar a votar por un partido “hermano” próximo a la esfera de influencia de los Hermanos Musulmanes.
En cualquier caso, los riesgos de no votar como es debido son bien reales y la escala de sanciones oscila entre la pérdida del empleo y la expulsión del país, en el caso de los activistas más radicales. Tras esta primera gran experiencia, las lecciones son muchas, algunas amargas. A día de hoy, los militantes demócratas o revolucionarios egipcios presentes en Europa sienten que han pecado de exceso de ingenuidad y falta de ambición. Teniendo en cuenta lo logrado por los tunecinos, sus exigencias e imposiciones deberían haber ido más allá del derecho a votar. Los tunecinos tuvieron la posibilidad de votar por candidatos surgidos de la inmigración capaces de trasladar mejor sus inquietudes al seno de la Asamblea Constituyente. Mejor aún, las instancias electorales tunecinas (ISIE), encargadas de organizar y controlar los comicios en el exterior, se formaron casi exclusivamente a base de militantes asociativos y personalidades de la sociedad civil.
En el futuro, el impulso político llegará, sin duda, de la comunidad instalada en Europa (Francia, Alemania, Reino Unido, Italia…), Estados Unidos y Canadá. Esta comunidad, en su mayoría copta, se ha movilizado históricamente a favor de la salvaguarda de los derechos de las minorías (y los de la diáspora). Estos ciudadanos se organizan a través de las redes sociales de Internet y se hacen escuchar a través de jóvenes entidades (como la Asociación de Jóvenes Egipcios del 25 de enero en París), compuestas principalmente por estudiantes e intelectuales. Su prioridad actual es organizar iniciativas en torno a los próximos comicios presidenciales (mayo- junio de 2012), y así hacer olvidar la pobre participación electoral en las últimas elecciones legislativas (diciembre de 2011).
En su haber: campañas a la obtención del carnet de identidad obligatorio para votar y publicaciones destinadas a difundir los programas de los distintos candidatos. Todos ellos esperan lograr una participación electoral notable. Sin embargo, debido a la falta de medios, a estas asociaciones, básicamente de perfil progresista y laico, aún les cuesta materializar sus acciones.
El estatus no evolucionará sin un replanteamiento del modelo de representación del expatriado como ‘simple tutor financiero’
En resumen, la influencia política de la diáspora tunecina y egipcia está hoy a la espera del desenlace de la lucha actual por el reconocimiento de sus nuevos derechos. Estos no se ganarán sino por medio del inevitable replanteamiento del modelo de representación del expatriado como “simple tutor financiero”, aún dominante en los países de origen. Los obstáculos políticos son muchos, y es de temer que los nuevos ejes de la soberanía nacional, en el núcleo de las revoluciones de la Primavera Árabe, no favorezcan la integración política y cultural de estos ciudadanos en sus países de origen.