Del Mediterráneo, mujeres y libros

Claudine Rulleau

Periodista y escritora, Francia

Assia Djebar, Faïza Guène, Ahlam Mosteghanemi y «la» Fallaci. ¿Por qué estos cuatro nombres de escritoras?, todas ellas argelinas o de origen argelino, salvo la última, que era —ya que falleció el 15 de septiembre de 2006— italiana. Podríamos citar muchas otras mujeres mediterráneas que escriben, y las muy numerosas que no mencionamos aquí tendrán a bien disculpar a la autora de este artículo, pero las que hemos nombrado se han elegido en función de unas trayectorias singulares que ilustran la diversidad de situaciones de las mujeres que actualmente publican con algún éxito o un éxito seguro aquí o allí.

París, jueves 22 de junio de 2006, 3 de la tarde: la guardia republicana se sitúa a lo largo de la galería que conduce a la antigua capilla del Collège Mazarin, actualmente la «Coupole» del Institut de France; Assia Djebar camina orgullosa entre el redoble de los tambores para ocupar su lugar entre los académicos franceses. Elegida en junio de 2005 para el sillón del jurista Georges Vedel, la que naciera como Fatma Zohra Imalayene en 1936 cerca de Cherchell, en una Argelia a la sazón francesa, es recibida con pompa y boato y según un riguroso protocolo en la que es, sin duda, la más prestigiosa, o una de las más prestigiosas academias de la cuenca mediterránea.

En esta institución, fundada en 1635 por el cardenal Richelieu, lo que cuenta no es la nacionalidad, sino la obra; Assia Djebar es la quinta mujer que ingresa en ella y la primera procedente de un país del Magreb. La Académie, que tal vez durante más de tres siglos se olvidó de Madeleine de Scudéry, autora prolífica que obtuvo, en 1671, el primer Premio de Elocuencia sobre la Gloria, esperó hasta 1980 para acoger en su seno a una mujer, la literata (novelas, poemas, obras de teatro y ensayos) Marguerite Yourcenar. Tras la muerte de esta última en 1987, en el año 2006 sólo cuatro de los cuarenta académicos son mujeres.

Assia Djebar pensaba renunciar a la espada —símbolo guerrero por excelencia— que forma parte de la vestimenta ceremonial de los académicos. No obstante, dado que unos amigos suyos encontraron un magnífico sable en un anticuario de Argel, decidió conservar el arma y grabar sobre su hoja la palabra pax. La niña a quien su padre llevaba a la escuela elemental, donde era la única «indígena» de la clase, escribió su primera novela, La Soif, a los veinte años.

Ahora lleva diez años enseñando francés en Estados Unidos y desde hace mucho tiempo goza de una rotunda fama. Su discurso de ingreso, que según es costumbre duró una hora, se inició con el poeta Jean Cocteau y finalizó con Rabelais e Ibn Sina (Avicena). De paso, rindió homenaje a su predecesor, recordó los difíciles años de la guerra argelina de liberación, y explicó cómo se apropió de la lengua francesa y el vínculo que la une a ella: en francés ha escrito un par de decenas de libros, traducidos a una veintena de lenguas, ha redactado artículos y ha participado en coloquios. «Esta lengua es la que me ha dado mi libertad de mujer», afirma en una entrevista para la revista Algérie Littérature / Action en 1996. ¿Consagrará el diccionario de la Académie Française —todos los jueves por la tarde Assia Djebar asiste escrupulosamente a las sesiones dedicadas a él— la lengua de Faïza Guène, «fenómeno» editorial de la nueva temporada literaria en Francia? Faïza nació en Francia, en Bobigny, ciudad del extrarradio parisino, hace veinticuatro años, de padre y madre llegados de Argelia, el primero en 1952 y la segunda en 1981.

La tirada inicial de su primera novela, Kiffe kiffe demain, fue de 1.500 ejemplares: en dos años se vendieron más de 230.000, y las múltiples traducciones, una de ellas al hebreo, deben de dar sudores fríos a los traductores en busca de un equivalente en la lengua de llegada. ¿Sucederá los mismo con Du rêve pour les oufs (oufs, en argot, equivale a fous [«locos»]), que acaba de aparecer? Entre un padre que pierde la razón —la madre lleva muerta mucho tiempo— y un hermano preadolescente que le da mucha guerra, una muchacha del extrarradio parisino cuenta su vida, sus sucesivos trabajos, los amores de las amigas, sus dificultades con los chicos, la expulsión del joven yugo (yugoslavo) sin papeles de quien se acaba de enamorar… Una lengua a mil leguas de distancia de la Académie Française, un argot vivo, corrosivo, desconcertante e hilarante que, según se dice, gracias al «boca a oreja» ha inducido a leer a jóvenes lectores que, por lo general, no ponen nunca los pies en una librería.

Y cada vez son más numerosos, también entre los estudiantes, y un poco en los países «ricos», si hacemos caso de la encuesta publicada por L’Histoire en septiembre de 2006. Los estudiantes de los países del Sur, no saciados, sentirían también un hambre canina de lectura. Otra trayectoria singular: la de Ahlam Mosteghanemi. Nacida en Constantina en 1954, año del estallido de la guerra de liberación argelina, decidió escribir en árabe, pese a dominar a la perfección el francés, lengua en la que, confiesa, incluso piensa a menudo. En Argel, trabajó en la radio, estudió literatura árabe en la universidad y publicó poesía —una poesía de la que, según dice, la alejó «el yugo del matrimonio». Se trasladó a París en la década de 1970, estudió en la Sorbona y obtuvo el título de Sociología, para marcharse luego a vivir a Beirut.

Escrita en 1985 y ganadora del famoso Premio Naguib Mahfuz en 1998, su novela Dhakirat Al-Jasad ha encabezado la lista de los libros más vendidos en el Líbano, Siria y Túnez, y ya lleva veintiuna ediciones pese a estar prohibida en varios estados árabes, como Arabia Saudí. En el año 2002 apareció en Francia con el título Mémoires de la chair y en 2006 la misma editorial publicó el segundo volumen de su trilogía, titulado Le chaos des sens Ahlam Mosteghanemi es la primera mujer argelina cuya fama literaria es incontestable en el mundo árabe. Pero lo que es especialmente visible aquí no lo es necesariamente allí. Y los escritores siempre necesitan en mayor medida que otros —pintores, escultores o músicos— saltar de lengua en lengua para alcanzar el reconocimiento.

Por último, cabe mencionar el itinerario singular de Oriana Fallaci, célebre periodista política italiana que durante años entrevistó a los poderosos del planeta para su periódico, Il Corriere della Sera. Luego se pasó a la literatura, se convirtió en una novelista de éxito y se instaló en Nueva York, donde vivió los atentados del 11 de septiembre de 2001. Éstos le inspiraron un panfleto terrible, La rabia y el orgullo, publicado en 2002, del que no se puede decir que haya contribuido al diálogo entre civilizaciones. Enferma, sintiendo que su fin se acercaba, Oriana Fallaci quiso reencontrar su Mediterráneo natal y se fue a vivir sus últimos días a Florencia.

Tras estas líneas dedicadas a las mujeres del Mediterráneo que escriben, rindamos homenaje al recuerdo y al talento de un escritor prolífico, libre, irónico y tolerante: el egipcio Naguib Mahfuz, que nos dejó el 30 de agosto de 2006 a la edad de 94 años. Tal vez una de sus colegas árabes reciba un día, a su vez, el Premio Nobel de Literatura, que él obtuvo en 1988. Fue el primer escritor árabe que lo recibió, y hasta hoy sigue siendo el único.