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Coedició amb Estudios de Política Exterior

¿De Gaza al Real Madrid?
Las restricciones a la libre circulación en Gaza, como parte del bloqueo impuesto por Israel, tienen consecuencias sobre el mundo del deporte, que poco a poco languidece en la Franja.
James Montague
Una vez por semana, los viernes por la mañana, el caos en la Franja de Gaza deja paso a la tranquilidad y a un silencio ocasional. La llamada a la oración resuena intermitente desde 100 alminares, pero las calles que conducen al estadio Jan Younis están vacías, una circunstancia efímera en uno de los lugares más pobres y densamente poblados de la tierra. Un grupo de niños juega al fútbol en una parcela de terreno al lado del campo, mientras que en su interior, sobre la hierba reseca y amarillenta, Mahmud Wadi entrena con su equipo, el Ittihad Khan Yunis. El joven de 22 años es delantero y capitán. Les saca una cabeza a sus compañeros, que hacen sus ejercicios bajo un sol radiante. De hecho, su apodo es La Torre.
Gracias a su estatura y a sus dotes, Wadi se ha impuesto a sus rivales en la temporada 2016-17 y ya ha marcado 10 goles. Este palestino internacional no debería estar jugando con el club de su ciudad, pero no le queda otra opción. Para un futbolista nacido en Gaza es prácticamente imposible salir y jugar en el extranjero. Aunque, gracias a su talento, muchos equipos se han interesado por él, incluido el Zamalek de El Cairo, uno de los mayores clubes de Egipto, Wadi ha sido víctima del bloqueo impuesto por Israel y Egipto desde que Hamás derrotó a su rival Al Fatah y tomó el control de la Franja de Gaza en 2007.
Después de haber conseguido salvar en un primer momento la pesadilla burocrática necesaria para satisfacer las exigencias israelíes en cuanto a la circulación de personas y de jugar una temporada en la primera división de Cisjordania con el Ahli al Khalil de Hebrón, Wadi volvió al cabo de nueve meses para jugar un partido en Gaza. Desde entonces no le han permitido salir. El joven estaba atrapado a todos los efectos, sin posibilidad de volver a su club ni de desarrollar su evidente talento. En vez de eso, juega cedido al Ittihad Khan Yunis, esperando cada día la llamada telefónica que le comunique que es libre de marcharse. “Me entristece mucho ver a este jugador con capacidades profesionales. Lo lógico sería que se marchase y jugase en otro país”, afirma desde la banda Rafat Jalifa, entrenador del Khan Yunis, mientras miramos a Mahmud y sus compañeros entrenar. “Con la decisión de Israel de no darle el permiso intentaban acabar con él. Wadi quiere jugar fuera y necesita una oportunidad”. Rafat cree que el chico puede jugar al más alto nivel. “Tiene todas las capacidades para competir en cualquier liga”, añade. “En cualquiera. Dios lo quiera”.
Para quien quiera entender la sociedad palestina y su relación con Israel, el fútbol es un buen punto de partida. Este deporte fue introducido por el ejército británico durante su breve periodo de administración de la zona –el Mandato británico de Palestina– que acabó en fracaso, entre la Primera Guerra mundial y la declaración de independencia de Israel en 1948. En cierto modo, las ligas y los equipos de fútbol, y sus diversas penurias, reflejan fielmente la evolución de ambas sociedades. En Israel, los clubes de fútbol suelen ser una prolongación de los partidos políticos, y los prefijos de sus nombres son un indicio de sus lealtades. Hapoel significa “trabajador” en hebreo, lo cual indica que las raíces del club se encuentran en el movimiento sindical israelí de izquierdas (hoy en día, el emblema del Hapoel Tel Aviv, como el de casi todos los clubs Hapoel, sigue incluyendo una hoz y un martillo); los clubs Macabi se consideran representantes de la acaudalada élite dominante, mientras que equipos como Beitar Jerusalem, que toma su nombre del movimiento sionista revisionista de derechas Betar de Zeev Jabotinsky, suelen tener un origen más pobre, de derechas y antiestablisment. La población árabe de Israel constituye al menos el 20% del total, y también está representada por clubes como el Bnei Sakhnin. Las rivalidades entre equipos y aficionados siguen algunas de las líneas de fractura de la sociedad israelí: izquierda-derecha, ricos-pobres, árabes-judíos, religiosos-laicos.
Por su parte, el fútbol palestino languidece desde la Segunda Guerra mundial. Sin embargo, en 1998 una de las primeras iniciativas de Sepp Blatter al convertirse en presidente de la FIFA, el organismo que gobierna el fútbol mundial, fue aprobar el ingreso de Palestina en la federación. Fue un paso audaz. Los palestinos llevaban décadas librando una infructuosa batalla por su reconocimiento oficial como Estado. La pertenencia a la FIFA les dio un equipo nacional antes de que tuviesen una nación. Sin embargo, el ingreso por sí solo no actuó como una varita mágica. Persistía el problema de la falta de contigüidad geográfica. Los jugadores estaban separados, unos en Gaza y otros en Cisjordania, y no se les permitía entrenar juntos si no se reunían en terreno neutral, a menudo en Amán, Dubai o Doha. Los equipos tampoco estaban autorizados a jugar partidos en su propio territorio. Y cuando la selección palestina tenía a la vista algún encuentro importante, como cuando llegó a las eliminatorias para la final del Mundial 2006, muchos jugadores fueron rechazados en la frontera y se les impidió salir de Gaza. Para uno de los partidos, que se jugaba en Doha, Palestina logró reunir a duras penas 11 jugadores.
Cuando visité por primera vez Cisjordania en 2006, no había liga porque era imposible planificar los encuentros debido al entramado sumamente estricto de puestos de control militares israelíes. Sin embargo, a partir de 2007, a raíz de las presiones de la FIFA y de las medidas de liberalización de la economía de Cisjordania, dirigidas a dar un ejemplo opuesto al aislamiento de Hamás en Gaza, las restricciones se suavizaron, de manera que fue posible poner en marcha una liga. Se construyó el estadio nacional Faisal al Huseini a las afueras de Ramala, y en 2011 se jugó el primer partido clasificatorio para el Mundial en territorio palestino. Actualmente se disputa una floreciente liga profesional en la que las remuneraciones más altas son similares a las de la liga israelí. La selección masculina se clasificó para la Copa de Asia de 2015 y tuvo la mala fortuna de no llegar más lejos en las eliminatorias para el Mundial 2018.
Su éxito, y el hecho de que las competiciones ofrezcan una de las escasas ocasiones en las que los palestinos son tratados como iguales en la escena internacional, explican la increíble importancia que tiene el equipo para la élite política de la nación. Yibril Rayub, presidente de la Federación Palestina de Fútbol y uno de los más altos cargos de Al Fatah, es secretario general del Comité Central, y con frecuencia se hace referencia a él como el sucesor más probable de Mahmud Abbas. Rajoub ha utilizado el fútbol de manera muy activa para resistir a la política israelí, ya sea contra sus restricciones a la circulación de personas, presionando para obtener compensaciones tras la inclusión de las infraestructuras futbolísticas entre los objetivos de las fuerzas armadas israelíes (en Gaza, varios estadios han sido bombardeados y reconstruidos con fondos de la FIFA), o utilizando su influencia para oponerse a la presencia de equipos de los territorios ocupados en los niveles inferiores de la pirámide del fútbol israelí. La FIFA ofrece una de las pocas formas de reparación internacional contra lo que Rayub considera una “agresión a las normas de buena vecindad”.
Mientras que el fútbol prospera en Cisjordania, con su liga profesional, los estadios reconstruidos y sus multitudes, en Gaza este deporte se bate bajo el peso de las guerras, el bloqueo que estraga la economía impidiendo encontrar los artículos más básicos y el restrictivo gobierno de Hamás, el partido islamista radical que promete la guerra perpetua con Israel. Es prácticamente imposible entrar o salir a través del único punto de paso en el Norte de la Franja. El puesto fronterizo de Erez es una construcción futurista de metal gris y alta tecnología que, en apariencia, solo permite que atraviesen sus puertas sólidamente fortificadas los periodistas, los cooperantes, los enfermos y los muertos.
En 2007, los palestinos libraron una verdadera guerra civil entre sus dos facciones principales, Hamás y Al Fatah. Esta última fue derrotada y quedó al mando de Cisjordania, mientras que Hamás asumía el de Gaza. Desde entonces ha habido tres guerras entre Israel y Gaza, que han costado casi 4.000 vidas, en su mayoría civiles. Las infraestructuras de la zona han quedado destrozadas y sus estadios destruidos, lo cual la ha dejado aislada y empobrecida. El resultado ha sido que, actualmente, hay dos ligas y dos campeonatos de copa paralelos. En teoría, los ganadores de ambos se encuentran al final de la temporada para decidir quién es el campeón absoluto. Pero el principal problema al que se enfrenta el fútbol palestino, y tal vez los habitantes de Palestina en general, son las restricciones a la circulación de personas. Y ahí fue donde empezaron los problemas para Mahmud Wadi.
Las restricciones de circulación y sus efectos sobre el deporte
Cuando era pequeño, Wadi jugaba en los callejones polvorientos de Jan Yunis, pero nunca lo fichó ningún club de la zona. La Federación Palestina de Fútbol y, por fin, Ahli al Khalil, un equipo profesional cisjordano, se fijaron en su talento. Le ofrecieron un contrato de 2.700 dólares al mes, una fortuna en Gaza. “Era una oferta buenísima”, recuerda Wadi cuando nos reunimos después del entrenamiento en un café de ciudad de Gaza al lado de la playa. El problema fue obtener el permiso para viajar. “Me lo dieron un día antes de que empezase la temporada, el 11 de septiembre de 2015”. Al principio le permitieron salir de Gaza. En Hebrón se vivía bien. “Tienes electricidad todo el día. Allí la vida es abierta”, cuenta. “Puedes jugar donde quieras. Lo más importante es que Hebrón es la ventana al futuro. Si el Real Madrid te llama y estás en Gaza, no tienes ninguna oportunidad, pero en Cisjordania lo único que necesitas es ayuda para pasar el puente Allenby”.
Wadi explica que, como gazatí, no le estaba permitido viajar libremente entre las ciudades de Cisjordania. Para los partidos fuera de casa se desplazaba en un convoy. El coche que iba delante les avisaba de la presencia de un puesto de control, de manera que pudiesen tomar una ruta diferente. Conseguir jugar fuera de Cisjordania era todavía más difícil. Ahli al Khalil ganó la Copa de Palestina, lo que significaba que se había clasificado para la Copa AFC, una competición asiática comparable a la Liga Europa de la UEFA. Mahmud viajó con su equipo hasta el puente Allenby, donde está el puesto fronterizo entre Cisjordania y Jordania. Allí lo pararon y lo separaron del resto del grupo antes de cruzar. Al regresar, le negaron el paso y lo enviaron de vuelta a la capital jordana. Pero el jugador marcó cinco goles en seis partidos y fue vital para la temporada. Cuando su equipo viajó a Gaza para jugar contra los ganadores de la Copa de Gaza, el joven estaba emocionado de volver a su hogar. “Llevaba 11 meses fuera. Por fin iba a volver a ver a mi familia, a mis amigos, a mi madre y a mi padre”, recuerda. “Echaba un poco de menos Gaza y estaba nervioso. El equipo me consiguió dos permisos, uno de entrada y otro de salida. Se suponía que iba solo para unos días. Jugamos y ganamos. Y entonces, cuando intentamos salir, solo me pararon a mí. Me dijeron que volviese a Gaza”.
Hace tiempo que la restricción a la circulación de los jugadores palestinos impuesta por Israel es un asunto polémico que pone de manifiesto la arbitrariedad del sistema de permisos. A pesar de todo, otros han tenido experiencias mucho peores. Mahmud Sarsak era un brillante jugador de Gaza fichado también por un equipo cisjordano de primera división. Cuando llegó al puesto fronterizo de Erez para dar el paso de sus sueños en su carrera, lo retuvieron y lo sometieron a detención administrativa, lo que equivale a quedar detenido sin que se hayan presentado cargos. Israel aseguró que él o alguien de su familia cercana tenía relación con el yihad, y Sarsak lo negó. Pasó dos años olvidado en la cárcel hasta que empezó una huelga de hambre. Perdió la mitad de su peso y estuvo a punto de morir. Al final fue puesto en libertad en 2012 tras la intervención de Blatter, presidente de la FIFA, y de varios futbolistas famosos. Todo el mundo en Gaza conoce la historia de Sarsak. “Fuimos a Erez. Todos pasaron y yo le di mi permiso al soldado”. Así recuerda Mahmud Wadi el momento en que intentó salir con su equipo. “Me dijeron que había sido rechazado y que tenía que volver”. Estuve esperando 14 horas. Yibril Rayub dijo que estaba resolviendo el problema para los jugadores, pero yo tuve que volver a Gaza”.
La Federación Palestina de Fútbol contactó con la FIFA para que le diese una respuesta. No se podía hacer nada. El gobierno israelí se limitó a afirmar que “la entrada de Wadi a Israel y Cisjordania se aprovechará para promover las actividades terroristas”. Muchas veces, como sucedió con Sarsak, tener un familiar o un vecino que sea miembro de una organización islamista radical puede bastar para que te condenen. Según Susan Shalabi, de la Federación de Fútbol de Palestina, se trata de una manera de denunciar a personas inocentes utilizando la culpabilidad por asociación. “En el caso de Gaza, la ocupación israelí sigue una política en la que la autorización de entrada es la excepción y su denegación la regla”, declaraba.
Wadi estaba atrapado. Sin autorización a la vista, fue cedido al Ittihad Khan Yunis, donde estuvo esperando. Esperó y esperó. “El permiso podía llegarme en cualquier momento, cualquier mañana, literalmente”, cuenta. “Ahora ya he perdido la esperanza. Nadie sabe por qué lo han rechazado. Depende de su humor. Los israelíes no van a dar ninguna razón”. Cada partido que pasaba hacía más difícil que Wadi conservase la esperanza y el nivel de juego exigido para competir en el extranjero. Su sueño era jugar con el Real Madrid en la Liga de Campeones. “Debido al bloqueo, he visto cómo descendía el nivel de la liga de Gaza año tras año”, denuncia. “No pueden convertirse en profesionales. Con todo cerrado y la situación financiera, la competición sufre las consecuencias. Y veo que las cosas van a peor. Es como una pesadilla”. Lo único que podía hacer era entrenar por su cuenta y marcar goles para su equipo temporal, lo cual podía resultar difícil cuando la guerra podía estallar cualquier día. “Durante la guerra de 2014 me invitaron a unirme a la selección palestina en Corea. Me dijeron que iba a viajar de un momento a otro, que estuviese preparado”, explica. “Tenía que entrenar, pero la guerra no me preocupaba. A lo mejor veía cómo disparaba un avión israelí y yo estaba entrenando. Corría por el malecón viendo cómo atacaban los edificios. Esperaba la muerte en cualquier instante”. No llegaron a conceder el permiso. “He perdido muchas oportunidades”, se lamenta.
Las restricciones tienen un efecto debilitante sobre el deporte. Tradicionalmente, Gaza había sido la cuna de los mejores jugadores palestinos. Hace unos años, el equipo palestino de fútbol playa terminó tercero en la Copa de Asia, pero desde entonces no ha podido jugar el campeonato. A causa de las dificultades, actualmente en la selección dominan los jugadores cisjordanos así como otros procedentes de la diáspora más lejana, lo cual ha causado resentimiento en Gaza. “Antes de 2007, Gaza era el centro del fútbol de Palestina”, recuerda Rafat Jalifa, entrenador de Wadi. “La selección nacional tenía nueve jugadores procedentes de Gaza y tres de Cisjordania. Ahora solo tenemos uno”. Wadi volvió a entrenarse sin saber si saldría de allí alguna vez.
Pero, increíblemente, al final su permiso fue aprobado. Su caso ha atraído la atención internacional, así que cuando el Al Ahly Amman de la liga jordana intentó ficharlo, lo autorizaron a salir. El futbolista triunfó en Amán y acabó la temporada como máximo goleador de la liga. Sus resultados fueron tan impresionantes que lo fichó el club egipcio Al Masry. Ahora juega en una de las mejores ligas de África y Oriente Medio, y forma parte habitualmente de la selección palestina. Su historia tiene un final feliz poco frecuente. A Mahmud Sarsak le impidieron salir de Gaza, estuvo detenido sin cargos y luego se puso en huelga de hambre. Nunca se recuperó de su calvario y no volvió a jugar al fútbol. En Gaza, por cada jugador como Mahmud Wadi hay docenas más esperando una llamada telefónica que quizá no llegue nunca.