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Coedició amb Estudios de Política Exterior
Culto a la diversión y a los eventos culturales
En Marruecos falta una dinámica cultural duradera: los festivales y encuentros se multiplican, pero con el único fin de salvar las apariencias ante la población.
Driss Ksikes
Existe actualmente una dinámica cultural en Marruecos? El fenómeno Nayda remite a la escena urbana, que se pone en pie y se libera. Ahora bien, ¿tiene este movimiento impacto en la realidad? ¿Hay espacios continuos de creación, debate, intercambio, o se trata únicamente de espejismos sin futuro? Todos estos interrogantes se vuelven hoy legítimos, más aún cuando en el calendario marroquí se suceden los festivales, se multiplican los encuentros, y el sentimiento de vacío cultural, del que podíamos lamentarnos hace 10 años, demuestra ser cosa del pasado. Y, sin embargo, en la realidad esta dinámica cultural no parece dejar huella. Para comprobar si se trata sólo de un fenómeno de consumo de masas que desaparecerá sin dejar rastro, nada mejor que interrogarse sobre los actores. ¿Quién hace la cultura en Marruecos? ¿El ministerio competente?
En parte, con intermitencias, a través de los festivales de segunda, que hinchan las cifras sin generar dinámicas reales, una política teatral de subvenciones que garantiza el umbral mínimo de espectáculo (¡y ya está!), las delegaciones regionales que salen a duras penas y a distintos ritmos de su letargo y, una vez al año, el famoso Salón Internacional del Libro y la Edición, que luchan por reactivar la lectura. Entonces, ¿quién hace la cultura en Marruecos? ¿Los municipios? Ni siquiera. El pastel se reparte entre los siguientes actores: complejos culturales que llevan 15 años gestándose en varias poblaciones (Kenitra, Tiflet…), cuyas dotaciones financieras se han desviado a otros fines; los complejos culturales existentes pero mal mantenidos, sin ningún presupuesto de producción, y las partidas culturales asignadas arbitrariamente a asociaciones clientes sin vocación cultural (en este sentido, el informe del tribunal de cuentas sobre Rabat resulta abrumador).
Universidades y asociaciones, sectores por cultivar
Y las universidades? ¿Son la punta de lanza de la dinámica cultural en Marruecos? Ni mucho menos. Es verdad que varias facultades, tradicionalmente seguidoras de esta estela, como la de literatura y ciencias humanas de Ben M’sik en Casablanca, siguen destacando por dos festivales emblemáticos, dedicados al vídeo de creación y al teatro universitario. Entre talleres arraigados en el campus y redes tejidas en el contexto internacional, estas dos citas resisten frente a la islamización galopante de los campus. Incluso les salen imitadores, pero no los suficientes para invertir la tendencia. En Casablanca, la otra facultad de letras de Aïn Chok organiza anualmente, desde hace ya una década, el foro de creatividad de estudiantes. Sin embargo, aún cuesta aunar varias iniciativas en torno a este concepto, para que ejerza el papel de locomotora.
Entonces, ¿quién consigue erigirse en impulsor? Destacan dos actores: los institutos culturales extranjeros y unas pocas asociaciones culturales locales o artísticas borderline. Los primeros, a diferencia de los complejos culturales municipales, tienen la ventaja de ofrecer no sólo una programación continua, sino también estructuras paralelas, residencias de artistas y otros festivales con talleres permanentes en marcha, como el de cine de animación de Meknes. El segundo tipo de actores cuenta con la virtud de adoptar una perspectiva vertical, a partir de los creadores, estén donde estén, para ofrecerles un trampolín, espacios de creación y expresión.
Es el caso del Bulevar de los Músicos Jóvenes, que inició la cultura urbana en su hábitat, los barrios, para más tarde crear un festival vertebrador y lograr hoy, con el apoyo de un mecenas privado, habilitar un espacio permanente de ensayo, una especie de estudio lleno. Es el caso también de los Amigos del Cine de Tetuán, que a fuerza de perseverancia y seriedad, han sido capaces de crear, sin que parezca un injerto, un festival mediterráneo de gran factura. Y también es el caso, aunque más modesto, de la Fundación de las Artes Vivas, que empieza a construir –a base de formaciones, programas destinados a los profesionales y al gran público– una plataforma segura para un teatro de calidad.
Los eventos culturales, ¿una nueva religión?
Por encima de todo, estas excepciones confirman la regla: el público sólo se interesa por los grandes espectáculos. Hasta los espacios culturales más sobrios, como el Festival Mediterráneo de Cine de Tetuán, se han rendido a los encantos del marketing. Sin embargo, es algo razonable, si lo comparamos con otros festivales emblemáticos. Debido a sus dimensiones, presupuesto y mediatización, éstos fagocitan el conjunto de la escena cultural. ¿Quién hay tras estos acontecimientos distinguidos, considerados nuevos baluartes contra el integrismo? Un dúo que cada vez demuestra ser más emprendedor: el palacio, lo privado, respaldados por una red internacional, una amalgama de celebridades y de cultura, y una especie de populismo invertido que vela por que cada público tenga su dosis de diversión. Analicemos más de cerca unos ejemplos concretos.
El Festival Internacional de Cine de Marraquech, organizado por una fundación que dirige personalmente el príncipe Mulay Rachid, ilustra perfectamente este modelo. En el consejo de administración cuenta con ministros, grandes patrones y atrae a grandes figuras del cine internacional. La entidad quiere ofrecer a la ciudadanía héroes con quienes identificarse, como los de Bollywood, e invita a todos los notables de la esfera política al palacio real. Sin películas marroquíes destacadas y con muy poca repercusión en la realidad cultural, este festival logra inscribir el nombre de Marraquech en la agenda del mundo cinematográfico. Una buena burbuja de marketing y unas cuantas películas bonitas para unos pocos afortunados.
El Festival de Músicas Sacras de Fez, convertido en cita ineludible de una elite globalizada, neosufí, polo de atracción de ejecutivos en busca de placeres etéreos, y de debates políticamente correctos entre “aristócratas del pensamiento”, se basa en el mismo esquema: fundación dirigida por un ex consejero del rey, socios privados sumados a la causa, reflejos institucionales mundiales y cita anual de lo más selecta. Un matiz. Con la vocación declarada de “promover el turismo cultural en Fez”, la fundación, con 15 años de existencia, quiere diversificar su oferta y multiplicar su perímetro de intervención. No obstante, la ciudad de Fez, efervescente, islamizada, apenas lo advierte. Tan sólo se beneficia, de carambola, del efecto económico de esta burbuja cultural.
La corte y los acontecimientos culturales
Los allegados al rey tienen cada uno su festival. Sin embargo, cada uno tiene su método. Para empezar, tomemos el caso de Essauira. Ya es vox pópuli: la localidad se ha convertido en un gran espacio de mestizaje cultural, entre la herencia africana, la gnaui, la presencia milenaria judía y el viento del Oeste. Por medio de la Asociación de Alisios, presidida por el consejero real André Azulay, y el apoyo del gremio del espectáculo cultural, como A3 Communication, dirigida por Neila Tazi y el universitario Mohamed Ennayi, la ciudad entra anualmente en trance, al ritmo de las músicas del mundo. Durante esa semana atemporal, Essauira se convierte en la meca de los apasionados de la música rítmica y endiablada, pero también de una sociedad selecta en busca del Edén, lejos del ritmo urbano moderno, y de judíos de la diáspora nostálgicos de la matriz original.
Con los años, Azulay y compañía han logrado convertir la ciudad del viento en un lugar de encuentros culturales y artísticos recurrentes (música clásica, festival de lo insólito, foro de debate entre mujeres del mundo…). En definitiva, han comprendido que una semana de locura no basta para animar la cultura local, y que vender la imagen de una ciudad cosmopolita y plural carece de sentido sin una labor de desarrollo permanente, sobre el terreno. Con esta voluntad de convertir el acto cultural (el pensamiento, la creación, el debate, el placer del descubrimiento, la búsqueda de la profundización) en algo duradero y sostenible, cada cual se pone manos a la obra a su modo. Mientras, la labor actual de Azulay se basa más en un amplio espectro, que engloba la fundación Anna Lindh (presidida por él) y la fundación Tres Culturas, en Sevilla, a la que brinda su apoyo, sus competidores culturales, Fuad Ali el Hima y Munir el Mayidi, confidente y secretario particular del rey respectivamente, intentan, cada cual a su modo, epatar al personal. Cada uno opta por el marketing cultural adecuado a sus propósitos.
Los acontecimientos culturales de los amigos del rey
El primero, jefe de orquesta de un neopartido dependiente del majzen (Partido de la Autenticidad y la Modernidad), político de una aldea abandonada por todos, Benguérir, actúa a través de una fundación (otra más) para el desarrollo cultural de los Rhamna. Como colofón, este año inaugura una especie de musem new age, con el nombre de Awtar (cuerdas). Se trata de una miscelánea, donde cohabitan música popular, memoria de la canción moderna, debate cultural de alto nivel sobre la modernidad y mediatización a ultranza de los VIP que hasta ahí se hayan desplazado. En la misma línea, varios políticos, como el ministro del Istiqlal Karim Galab, elegido en Sbata, con el ojo puesto en un segundo mandato municipal, han recurrido a paquetes de acontecimientos culturales para “deslumbrar a la población local”. Mientras El Hima propone una reingeniería del mussem cultural tradicional, su rival y también allegado al rey, Mayidi, opta por una tecnocratización que asegure a la ciudad de Rabat un evento desmesurado, con el nombre de Mawazine, durante nueve días.
Analicemos las cifras de 2009: un presupuesto de cerca de 20 millones de dirhams, 10 escenarios, con una voluntad de popularización y oferta diferenciada por clases y, por supuesto, unas cabezas de cartel muy tentadoras (Stevie Wonder, Emir Kusturica, Enio Moriccone…). ¿Qué quedará luego? Recuerdos de buenos momentos, sin duda. Sin embargo, una vez bajado el telón, la cultura en los barrios, cuyos sentidos se despiertan súbitamente, vuelve al nivel cero. El año pasado, el rey Mohamed VI, que otorga su alto patrocinio al festival, concedió generosamente financiación a los campeones de la nueva escena urbana. La consecuencia fue un dilema sordo. ¿Lo sensato no hubiera sido ofrecerles un espacio de ensayo, un estudio, un medio de capitalizar y vivir su arte? La misma pregunta punzante se repite. ¿Quién velará por que la cultura viva de forma permanente, dé de comer a los creadores, penetre en la ciudadanía, y por que ésta la practique continuamente? De momento, la prioridad es otra: encandilar al personal y ahuyentar al coco del islamismo. Sin embargo, ¿quién dijo que la diversión distrajera las miradas?